27.- El Gran Torneo de Magia (2/2)
Sin esperar a su reacción, le mandé un fuerte cabezazo en la cara. Qabera cayó de poto, cubriéndose la nariz con las manos. Mi confusión no se disipaba. Eso quería decir que la magia de Qabera funcionaba pasivamente. Tendría que terminar la pelea con ese obstáculo.
Ella rodó en su espalda y se puso de pie antes de lo que esperaba. Intenté atraparla con mis manos, pero Qabera se alejó y me mandó una cachetada que no vi venir.
—¡Inmundo desgraciado! ¡¿Cómo te atreves a hacerme sangrar?!— bramó furiosa.
En su rabia, me sujetó la cara con una mano y me golpeó con la palma de la otra, pero sus golpes suaves no eran más que caricias. Era una maga destacada, mas se notaba que nunca había tenido que pelear de verdad. Dado que ella misma me indicaba la posición de sus manos y, por ende, de su cuerpo, yo pude pasar una mano alrededor de su cuello con toda facilidad. Con la otra mano le sujeté una muñeca, usé mi cadera como palanca y la boté al suelo como una tabla, con el peso de mi cuerpo sobre ella. Qabera dejó escapar una buena bocanada de aire en sus pulmones, dado que yo le presionaba la caja toráxica. La sentí tratando de zafarse, pero con el peso la tenía fija, y bajo mi brazo tenía sujetas su cabeza y un brazo. No podía escapar, no podía hacer nada. Mi confusión comenzaba a irse a medida que su dolor y rabia aumentaban.
—¡Suéltame, plebeyo infeliz! ¡Te haré pagar por esto! ¡Tú y la puta de tu amiga cadáver no volverán a ver la luz del día!
Yo apreté más fuerte. Estaba disfrutando mucho verla sufrir, quizás más de la cuenta. El árbitro comenzó a contar.
—¡Detente ahí, árbitro desquiciado! ¡¿Quién crees que soy?!— vociferó— ¡Debes declararme a mí la ganadora, malnacido! ¡Él está haciendo trampa!
—Se llama torneo libre por algo— le espeté.
Sin embargo, noté que el árbitro había dejado de contar. Miraba a Qabera con duda.
—¡Oye!— exclamé.
—¡JA! ¿Creíste que podrías ganarme, idiota?— bramó ella.
El árbitro me miró, pensativo, como si buscara alguna excusa para descalificarme por tramposo. Pero no podía perder en esa ronda; aún tenía que enfrentar a Aurelio si quería evitar que este se apoderara de la vida de Coni.
—Participante Gavlem, usted está incumpliendo...
Se detuvo. Era obvio que necesitaba inventar una regla rara para descalificarme.
Aunque no se le ocurriera nada, tocó el silbato y se acercó para separarnos. Pero si dejaba ir a Qabera, estaba perdido. Solo se me ocurría una manera de salir de esa.
Apreté a Qabera con toda mi fuerza, ignorando al árbitro. Con la otra mano dejé de apretar y empujé un pulgar contra su ojo.
—Dile que no es falta— le ordené.
—¡¿Qué haces?!— exclamó el árbitro— ¡Oye, déjala! ¡Suéltala!
Me sujetó para separarnos, pero yo le tomé los pies con el piso y lo jalé hacia atrás antes que pudiera hacer algo. Ahí lo mantuve sujeto. Tocó su silbato, pero los silbatos funcionan gracias a que la bola dentro de su hueco puede moverse libremente. Si la bola fuese sujeta por magia, como lo hice yo en ese momento, el silbato no produce sonido.
Apreté el ojo de Qabera con un poco de fuerza. Ya debía comenzar a dolerle.
—¡Dile que no es trampa!— exclamé.
—¡Puto plebeyo! ¡Déjame! ¡Déjame ahora! ¡Ya las verás con mi abuelo!— gritó.
—Yo me las veré con tu abuelo ¿Pero qué será de ti?— le contesté— no hay magia que te salve de la muerte ¿Sabías?
Le saqué la mano del ojo para meterle el pulgar dentro de uno de sus nasales sangrantes. Qabera gritó histérica y adolorida mientras yo retorcía su nariz rota.
—¡Dilo!
—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Me rindo! ¡Tú ganas, solo déjame! ¡DÉJAME AHORA!
Me quité de encima de inmediato. También solté al árbitro, el cual se me lanzó encima para sujetarme en una llave de la que no me resistí.
—¡Mago Gavlem: Quedas descalificado del torneo libre y de todas las otras competencias! ¡No puedo creer lo que has hecho! ¡¿No tienes vergüenza?!
—Lo mismo te podría preguntar a ti— contesté.
—¡No hables, pedazo de basura!
Qabera se puso de pie y se marchó corriendo. Un grupo de magos se apresuró a su encuentro para sanar sus heridas y reconfortarla. Otro grupo de magos me rodeó. Podía sentir sus intenciones a través de sus extensiones; percibía hostilidad en el aire, muchas ganas de hacerme daño.
Se me salieron algunas lágrimas, no por mis amigos o por mi situación, sino por lo que le había hecho a Qabera. La fuerza de las emociones me sobrecogió, es todo.
—¡¿Qué esperan?! ¡Mátenlo ahora!— exclamó Qabera, mientras la sanaban— ¡Quiero que le hagan lo mismo que me hizo a mí! ¡Rómpanle la nariz! ¡Aplasten sus ojos! ¡Quiero verlo sufrir!
Noté que algunos la miraban con duda, pero otros no se quedaron quietos; dos de ellos me sujetaron por los hombros para levantarme, otros cuantos se acercaron por delante para comenzar. Debían estar dementes si no pensaban que me iría a resistir. Me preparé a formar lanzas desde el suelo que les atravesaran los cuellos. No me gustaba la idea de convertirme en un criminal por algo tan tonto, pero poco podía hacer en ese momento.
El primer mago se preparó para darme un combo.
—¡ALTO AHÍ!— exclamó una voz familiar.
Todos nos giramos. Desde la muchedumbre que se había formado, surgió Aurelio.
—¡¿Qué creen que hacen?! ¡Arturo es un participante del torneo!— bramó.
—¡Aurelio, no te metas!— exclamó Qabera.
—Oh, vamos, preciosa. Arturo no te hizo nada muy terrible ¿Lo ves? Ya estás mejor.
Me giré hacia Qabera; su nariz parecía bien. Solo le quedaban marcas rojas de sangre seca y de lágrimas.
—Este infeliz intentó matarme ¡A mí! ¡No dejaré que salga de este estadio con vida!
—Con mayor razón deberíamos dejarlo continuar ¿No?— sugirió Aurelio— nuestros bloques van juntos. Eso quiere decir que ahora le toca pelear conmigo. Déjame vengarte por lo que te hizo, Quela.
—¡Claro que no! ¡Quiero que lo maten ahora! ¡AHOR...
—¡QUESTELLA!— exclamó Aureilio.
Su voz resonó fuerte sobre el ruido general. Qabera calló, así como el resto de los presentes. Aurelio avanzó hacia mí.
—Dejaremos que viva, por ahora— mandó— Arturo aún debe enfrentarme.
—¡Pero...
—¡Pero nada!— Aurelio se acercó a ella para hablar más bajo, aunque los escuché sin problemas— está con el imperio noni ¿recuerdas? No hay mucho que le podamos hacer, no directamente ¿Te imaginas todos los problemas que le causarás a tu abuelo?
Qabera me miró como si hubiera matado a sus padres frente a ella, pero se retiró. La siguieron la mayoría de los magos, quizás serían guardaespaldas o subordinados de su familia, quién sabe. Los que me sujetaban, me soltaron para dispersarse.
Aurelio volvió a acercarse a mí. Intentaba parecer tener todo bajo control, pero lo notaba alterado bajo su sonrisa despreocupada.
—Pensé que llegarías hasta mí sin ayuda. Creo que te sobreestimé— dijo.
—Me importa un coco lo que pienses de mí— le espeté— mientras dejes tu chantajeo, todo me vale.
—Cuidado con lo que dices, Gavlem. Estamos en público. Si avisas de esto a otros, las consecuencias serán peores para ti que para mí.
—Sí, sí, lo sé.
—Bien. Te espero en la arena en unos minutos. Intenta dar un mejor espectáculo ¿Quieres?
Me di la vuelta y eché a caminar hacia la sala de espera sin contestar. Me puse a pensar en lo terrible que habría sido que matara a Qabera, después de todo, mi educación con Prípori dependía de la regla de la vida. Nunca más podría haber estudiado bajo su tutela.
Luego me di cuenta que apenas había pensado en la vida de Qabera misma. Simplemente no había considerado su valor inherente como un factor. Sabía que matar estaba mal, pero me di cuenta que no sentía ese valor. Quizás eso cambiara si llegaba a matar a alguien, pero de momento, poco me importaban las vidas de las personas que me caían mal. Me pregunté si esto estaría mal.
Recordaba haberle dado una pequeña reprimenda a Érica sobre valorar la vida de las personas, y ahí estaba yo, cerca de acabar con una. Siempre pensé que Érica maduraría algún día, pero quizás entre los dos era yo el inmaduro, el que no había contemplado el valor de la vida.
No estaba seguro de si terminaría matando a alguien, de si me parecería justificado o me arrepentiría de inmediato. Me pregunté si Lili me perdonaría, pero la respuesta me llegó de inmediato; claro que me perdonaría, solo se pondría muy triste y me pediría que nunca más lo hiciera. Qué raro, podía predecir exactamente su reacción, pero no la mía.
--------------------------------------
Como él dijo, dentro de pocos minutos me llamaron a mi próxima pelea. La cantidad de participantes se iba reduciendo rápidamente; ya estábamos en los octavos de final. Si ganaba esa pelea, solo me quedarían dos más y ganaría el torneo. Por supuesto, a mí no me interesaba ganar, por lo que me retiraría luego de vencer a Aurelio. Pasara lo que pasara, esas eran las últimas peleas del torneo por ese día, las siguientes tres peleas restantes se celebrarían al día siguiente para dejar descansar a los participantes, y porque así podían cobrar más boletos.
Esta vez teníamos toda la arena para nosotros solos. Supuse que esperaban un buen espectáculo. Lástima que no me interesara darlo. Aurelio me esperaba en su lado de la arena, de brazos cruzados con actitud desafiante, como si eso lo fuera a ayudar en la pelea.
Atravesé la distancia hasta él. Podía sentir sus deseos de romperme el cuello a través de sus extensiones. Me pregunté si él sentiría mis deseos de ganarle y terminar con todo eso.
—Quiero una pelea limpia— clamó el árbitro, aunque me miró únicamente a mí mientras lo decía— les recuerdo que pierde el que cae fuera de la arena, se rinde o no puede continuar.
—Por supuesto— contestó Aurelio.
—Claro— musité yo.
—Tomen posiciones.
Ambos retrocedimos unos tres metros. El árbitro nos miró unos segundos más, como si quisiera asegurarse de que no escondíamos nada.
—¡Comiencen!
El espacio alrededor de Aurelio se oscureció de un momento a otro, como si parpadeara. Al mismo tiempo, me apuntó con un dedo índice, del cual salió un rayo láser directo hacia mí. Yo me apresuré a sacar una pared de roca tras la cual me protegí. De inmediato escuché el impacto del láser contra la roca que ya había oído varias veces. Sin embargo, no se detuvo ahí; de pronto varios puntos a mi alrededor se oscurecieron; espacios de unos dos metros de diámetro. Comprendí que estaba absorbiendo la luz de esa zona para concentrarla y redirigirla.
Levanté varias paredes para bloquear los láseres. Supuse que no podía desviarlos a mitad de vuelo como había visto hacer a Prípori, pues ya me habría matado con esa táctica. Sin embargo, no conseguí preverlos todos y de pronto uno me atravesó un costado de la cadera. El dolor intenso me paralizó por momentos. Me arrojé al piso con una mano sobre la herida, golpeé la roca. Mi mente huyó de la pelea que recién había comenzado y se enfocó por completo en el dolor punzante. Antes de darme cuenta de lo que hacía, ya estaba gritando.
Escuché los pasos de Aurelio rodeando mis escudos improvisados. Lo miré arriba, justo cuando este me apuntaba con su dedo. El espacio a nuestro alrededor comenzó a oscurecerse, pero al saber lo que intentaba, yo lo tiré desde abajo con mi magia y lo enterré hasta el cuello bajo tierra.
—¡Esto no es nada!— exclamó él.
De un momento a otro, sacó los brazos como si la roca estuviera hecha de papel maché, se apoyó en el piso y saltó varios metros en el aire para zafarse. Yo aproveché de arrojarle una roca, pero él la hizo añicos a mitad de viaje con un puñado de láseres, de los que tuve que protegerme también.
—¡¿No tienes más, plebeyo?!— exclamó exaltado.
Continuó disparando, con lo que yo hice distancia. No me di cuenta hasta muy tarde que hizo eso para hacer espacio donde aterrizar. Me propuse atacarlo inmediatamente, pero entonces todo a mi alrededor se oscureció. Por un instante me temía que me atacara con láseres, pero era distinto de ocasiones anteriores; esta vez la oscuridad abarcaba todo alrededor, incluso mi propio cuerpo. No, ese no era un ataque, solo una cortina negra para quitarme la vista.
—¡No escapará!— pensé.
Podía haber bloqueado mis ojos, pero yo tenía otros sentidos; apunté hacia donde percibía sus extensiones, sin embargo, Aurelio se alejó ágilmente para que no pudiera encontrarlo.
—¡Desgraciado!— bramé.
Mas poco me pude preocupar de su posición, pues en ese momento una horrenda punzada de dolor me atravesó el hombro derecho. Me llevé una mano a la zona herida, gritando, pero en eso, otro láser se ensartó en mi muslo.
—¡Piensa matarme poco a poco!— pensé.
No tuve tiempo de pensar en un plan, solo levanté un montón de pilares de roca a mi alrededor, como árboles en un bosque frondoso, para bloquear los láseres; Aurelio no podía doblar los rayos, sino que debía enviarlos en una línea recta. Por eso, me bastaba con bloquear las líneas rectas dentro de la arena para evitar sus arremetidas.
Aún me podía atacar por arriba, o incluso arrojarme todos los láseres que pudiera desde otra zona de la arena, para así romper uno de los pilares y hacerse con una ruta de ataque. Supe que mi defensa tenía fallas, pero no se me ocurrió una manera más compleja para mejorarla, así que tendría que echarle más magia. No había entrenado esos meses para nada.
Rápidamente, tomé control sobre toda la arena para extender mi táctica y levantar pilares en un radio de treinta metros, para defenderme de todos los rayos láser posibles; los erigí tan altos que Aurelio no tendría un buen ángulo para apuntarme desde arriba. Tampoco debería tener mucho espacio para maniobrar. Me había tomado bastante energía, pero a veces era mejor arriesgarse.
—No puedo esperarlo ¡Tengo que salir a buscarlo ahora!— me dije.
Ansioso, me dirigí hacia el pilar que tenía al frente y lo mandé volando contra el siguiente, solo por si acaso Aurelio estaba detrás. Solo escuché el impacto de roca contra roca, por lo cual asumí que debía estar en otro lado y continué mi camino; dejé el primer pilar a un lado, me dirigí al segundo y lo mandé a volar de la misma forma, directo al frente, por si acaso conseguía golpear a mi contrincante. Obvio que no iba a estar, habría percibido sus extensiones mentales tan cerca, pero yo estaba nervioso y, más importante, necesitaba una táctica agresiva.
De esa misma manera continué sin detenerme; apenas mandaba a volar la masa de roca frente a mí, me encargaba de dejar la otra atrás y continuaba corriendo. Ya no era momento de guardar energías, sino que de usarlas a más no poder, de demostrar la capacidad que había desarrollado en mi entrenamiento.
Pronto abandoné la zona oscurecida y pude ver otra vez. Aun así, no me detuve. Avancé a golpes, demoliendo los mismos pilares que había erigido momentos antes, listo para aplastar a ese infeliz en cuanto lo tuviera enfrente. Sin embargo, luego de atravesar más de la mitad de la arena, de repente advertí su mente por un costado. Intenté girarme y atacarlo, pero él fue más rápido, rompió el pilar que nos separaba y se lanzó contra mí. Me agarró del torso y me llevó a estrellarme contra el pilar al otro lado. Quise atacarlo, pero la sorpresa me volvió más lento, tiempo que él aprovechó para darme un potente combo en el pecho que me rompió casi la mitad de las costillas, junto con el pilar a mi espalda. Me desplomé, destrozado por dentro.
No podía respirar. El golpe me había dejado mal; yo no podía aumentar la resistencia de mi piel como Aurelio, su golpe me había transmitido la fuerza de un soldado noni en plena forma. Intenté pensar en una manera de salir de ahí, de contraatacar, pero el aire se me iba, el cuerpo me dolía, el impacto me tenía paralizado.
—¿Voy a perder?— me pregunté.
Mi cabeza recapituló fugazmente lo que perder significaría: iba a morir...
¿Iba a morir?
No, solo estaba acostumbrado a que ese fuera el castigo por perder. Recordé el consejo de Jonás de dejarme perder. Aurelio se mantenía de pie frente a mí, recuperando el aire que se le había ido. Me pregunté si sería mejor dejar las cosas así; él ganaría, yo perdería, ya no tendría razón para perseguirme o para hacerles nada malo a mis amigos. Yo había dado todo de mí y aun así me había ganado, justo como él quería.
—Ah, entonces me puedo relajar— pensé aliviado.
Me dispuse a abandonar la necesidad de levantarme y continuar peleando. Ya no tendría que esforzarme, qué bien. Por fin podría olvidarme de esa gran estupidez.
Entonces levanté la mirada y vi su cara.
Aurelio esbozaba una expresión desquiciada, como un niño perverso que encuentra a un animal agonizante que le puede servir de juguete, como un esclavizador con nuevos esclavos, como alguien que no ha terminado de hacer sufrir a otros para su propia entretención. Me di cuenta que nunca pensó cumplir su parte del trato, ni siquiera se molestó en pensar qué ocurriría más allá de esa pelea, plebeyos como nosotros no éramos dignos de contar en sus planes, le bastaba controlarnos para sus arrebatos momentáneos.
No, no podía permitirme perder, no podía dejar que pensara así de nosotros. No iba a ser el esclavo de nadie nunca más.
Tomé una bocanada de aire. Me dolió horriblemente, pero conseguí aclarar mi cabeza. Ya estaba listo.
Aurelio tenía los brazos levantados y la vista puesta en el público, celebrando. En eso se giró a verme, seguramente por mis quejidos al intentar moverme, pero ya no importaba. En ese momento, desde el suelo, tomé control de un grueso pilar de dos metros de diámetro y se lo mandé a toda prisa a la cara. El pilar lo golpeó como el puñetazo de un gigante y lo elevó en el aire. Pero no había terminado ahí; tomé control de toda la zona a mi alrededor y levanté toneladas de roca a la vez para formar un huracán de sólidos. Era el mismo ataque desesperado que había usado en mi pelea contra Tur, pero esta vez tenía un control mucho mayor. Las rocas se elevaron y lo arremetieron desde todos los ángulos posibles. Aurelio no tenía posibilidades de escapar de eso con sus tipos de magia. Finalmente me elevé en el aire junto con el puño del gigante y se lo mandé otra vez entre los ojos como una bala de cañón.
El cuerpo de Aurelio, junto con el pilar, salieron volando hacia el otro lado del estadio. Se desplazaron lejos de la arena y finalmente se estrellaron en el suelo.
Listo, regresé lentamente a la arena, donde me senté contra uno de los pilares para descansar. Comencé a sanarme de inmediato.
Entonces me di cuenta que había ruido alrededor. Al ponerle atención, noté que el público abucheaba, pero no podía importarme menos.
—Que se vayan a la...
Sin embargo, me detuve antes de terminar de juzgarlos, puesto que entre los abucheos había exclamaciones que al principio no conseguí entender. Tras fijarme un poco más, me di cuenta que se trataban de vítores y aplausos; había una buena cantidad de gente que celebraba mi victoria, la de un plebeyo contra un noble.
—Je. Deben ser rivales de la familia Balurto— me dije para racionalizarlo.
Aun así, no pude evitar ponerme contento; sabía que Coni y Jrotta estarían ahí, entre esos vítores.
Poco después apareció el árbitro entre el bosque de pilares de roca. Al verme aún consciente, me pareció que dejó escapar una expresión de desagrado.
Aun así, el combate claramente había terminado, por lo que tocó su silbato para señalarlo. Un poco a regañadientes, se acercó a mí, me tomó de la mano y la levantó para declararme el ganador.
A la distancia, vi que un montón de magos fueron a atender a Aurelio, como habían hecho con Qabera. Yo me di la vuelta y partí solo hacia la zona de espera.
Pensé en lo que me había dicho Jonás. A pesar de nuestro odio mutuo, era raro pensar que se hubiese tomado la molestia de ir y hablarme solo para decirme una mentira que difícilmente acabaría creyendo. Lo peor es que tenía sentido; alguien como Aurelio había movido los hilos seguro de su victoria. Qué ocurriría ahora que yo lo había derrotado y humillado frente a todo Luscus, no sabía. Quizás el que más lo tenía claro era el mismo Jonás. Aun así, no me arrepentía de mi decisión.
En la sala de espera me pasaron un dispositivo de cicatrizado rápido, que me pasé por las heridas, pues mi mente ya no aguantaba más magia por el día. Luego me dirigí a la puerta de salida, donde un asistente me bloqueó el paso.
—Aún no termina el torneo— me espetó.
—Para mí sí— repuse.
—Entonces espere aquí. No se puede retirar.
Lo miré a la cara. Estaba cansado y a pesar de usar el DCR para mis heridas, necesitaba que me examinaran. El torneo no proveía a los magos de sanadores, los mismos magos tenían que llevar los propios, porque todo estaba pensado para nobles que podían costearlo. El hecho de que ese asistente ignorara mi condición comenzó a molestarme. Aún debía quedarme suficiente energía para un truco más.
—Déjame pasar— le dije.
—Espere sentado.
Suspiré. Tomé control del suelo bajo sus pies con mi mente. Me preparé para abrir la tierra.
—¿Qué sucede?— inquirió un hombre entrado en edad.
Ambos lo miramos. Era otro asistente, uno mayor, que se acercaba desde un lado.
—El mago se quiere retirar, pero le dije que es contra las reglas— indicó el primer asistente.
El viejo me miró con ojos grandes y atentos. Tenía un bigote gris poblado.
—Ah, mago Gavlem, su pelea estuvo espléndida— me espetó— está consciente de que si se va, perderá automáticamente ¿verdad?
—Sí— contesté.
—Muy bien. Entonces no lo retendremos.
—¡Pero las reglas dicen...— alegó el otro.
—Las reglas dicen que estamos aquí para asistir a los magos que participan— repuso el viejo— el mago Gavlem está consciente de las consecuencias. No tenemos poder para retenerlo.
El joven se hizo a un lado a regañadientes. Yo miré una vez más al viejo, quien me despidió con una respetuosa inclinación de la cabeza. Yo contesté con el mismo gesto y me retiré.
No era un mago. Me pregunté si ese viejo sabría sobre lo que estuve a punto de hacerle a su compañero.
Pero ya no importaba. Debía buscar tratamiento médico y alejarme de ahí. No me sentía seguro en el mismo lugar que Aurelio o Qabera.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top