25.- El Honor de los Nobles (2/2)
—¡Jaja! ¡Vaya, muy bien!— entonces se fijó en Coni— ¿Y tú? Tú estabas ahí ¿Qué tipo de magia crees que usé?
Él meditó un momento.
—Tampoco lo sé. Pasó tan rápido que apena entendí lo que estaba ocurriendo... aunque...
—¿Sí?— lo apremié.
—Bueno, no estoy muy seguro, pero creo que por instantes durante la pelea, un par de veces, todo se oscureció. Aunque no veo cómo eso haya provocado las heridas de los matones.
Eso me daba una pista, aunque si era lo que creía, Aurelio debía tener un control mejor que el común de los magos sobre su propia magia.
—¿Ya se te ocurrió?— inquirió él, sonriente.
No entendí por qué estaba tan emocionado de que yo dedujera la magia que había usado, cuando podía simplemente decirnos, pero prefería eso a tener un almuerzo tenso con un noble estirado.
—Si todo alrededor de Coni se oscureció, es porque absorbiste la luz para concentrarla en un láser. Fue eso lo que usaste a modo de bala.
—¡¿Qué?!— exclamó Coni— ¿Puedes hacer eso, Aurelio?
Este abrió los ojos de par en par.
—Nada mal, Arturo, nada mal. Aunque creo que la pista de Coni fue muy obvia. Culpa mía por permitir que te la diera. Aun así, nada mal ¿Qué te parece, Quela?
—¿Quién no sabe sobre láseres? Todos los altos magos de luz hacen lo mismo— bramó.
—Oh, no le hagan caso. Fue una buena deducción— me espetó Aurelio— No me digas que además estás estudiando magia de luz.
Eso también me pareció raro, como si supiera que yo no tenía control en ese campo.
—Solo he leído unos cuantos libros— contesté.
Unos 23 libros específicamente sobre magia de luz, si no llevaba mal la cuenta.
—Cuánta ambición. Así me gusta, un mago debe ser ambicioso— afirmó— dime, hablando de magia ¿Te has inscrito en el torneo? Dicen que tienes experiencia militar ¡Sería excelente verte ahí!
Me pregunté cómo sabía eso. No podía ser que se dijera tanto sobre mí, yo no era tan interesante.
—Eh... sí, me inscribí en el torneo de puntería y el de empuje— indiqué.
—¿Y qué tal el torneo libre?— inquirió.
Ese era el que menos me interesaba. Se trataba de un torneo de luchas en que se podían usar todos los tipos de magia que uno quisiera, el único objetivo era sacar al rival de la arena.
—No veo razón para inscribirme ahí— indiqué.
—¿Por qué no? Yo me apunté, Quela también.
Qabera asintió y sonrió sin ganas, como quien entró porque alguien más le dijo que lo hiciera.
—¿Por qué no lo piensas? ¡Ahí es donde todos tienen sus ojos puestos! ¡Es donde te verán!
—No me interesa que me vean— repuse.
—¡Pamplinas! ¡Un mago como tú debe tener ambición!— exclamó— eres un diamante en bruto, Arturo, debes aprovechar tus habilidades de mago, tu cabeza privilegiada.
—Lo hago. Soy el defensor de mi mundo— expliqué— estoy aprendiendo todo lo que puedo.
—Me refiero a exprimirla, mostrarla al mundo ¿Me entiendes? A nadie le sirve que la escondas.
No estaba para nada de acuerdo con Aurelio, pero menos me interesaba discutir con él sobre algo tan trivial, así que terminé asintiendo.
—Sí, sí, tienes razón. Lo pensaré— dije para calmarlo.
—¡Así se habla! No te arrepentirás, te lo aseguro.
Aunque solo había mentido.
—¿Cómo es que participar en el torneo le ayudará?— quiso saber Coni.
—Así gente importante lo verá, su nombre se volverá reconocido. Eso le brindará muchas oportunidades en la vida, sean cuales sean— explicó Aurelio— ¿No, Quela?
—Sí, supongo. Al buscar a alguien para un trabajo, uno prefiere nombres conocidos.
Buscar maneras de venderme se oía deprimente, nada más que una mera necesidad, sin pasión ni arte, solo competitividad. Sin embargo, Aurelio se veía tan entusiasmado al respecto que comenzaba a preguntarme si sería una actividad entretenida.
—¿Te imaginas? ¡En una de esas terminas trabajando para mi familia como uno de nuestros cabecillas!— exclamó con emoción— ¿Qué te parece, Arturo? ¿Te gustaría servir a los Balurto?
El corazón me dio un vuelco apenas escuché ese apellido.
—¿A los qu...
Pero antes de terminar mi pregunta, la puerta de la terraza dio un fuerte golpe al estrellarse contra la pared. En el umbral, furioso como nunca, Jonás nos miraba a mí y a Coni como si quisiera sacarnos los ojos.
—¡¿Qué hacen esos desgraciados aquí?! ¡¿Qué hacen ESOS pobretones en MI CASA?!
—¡¿Dijiste Balurto?!— exclamó Coni— ¡¿Eres Aurelio Balurto?!
Jonás avanzó a paso decidido hacia nosotros. Coni me tomó la manga como cada vez que hace para señalarme que tenemos que retirarnos, y yo estaba completamente de acuerdo; no teníamos nada que defender en ese momento, así que me puse de pie, pero Aurelio se nos adelantó y se interpuso completamente entre Jonás y nosotros. El hermano menor pareció sorprendido, quizás ni se había fijado en él hasta ese momento.
—Arturo y Coni son mis invitados— le espetó Aurelio— no permitiré que les lev...
—¡Son pobretones sin vergüenza! ¡¿Qué te crees trayéndolos aq...
Pero no pudo terminar, puesto que Aurelio le mandó una dura cachetada que le hizo perder el equilibrio un segundo. Jonás se cubrió la mejilla con una mano y se volteó hacia su hermano, ahora aterrado, pero Aurelio no se detuvo; tomó a Jonás por el pelo, lo inclinó hacia abajo y le mandó un fuerte rodillazo entre los ojos.
—Me encontré con los amiguitos que enviaste a que entretuvieran a Coni, por si acaso ¿Eso es lo que has estado haciendo con tu mesada? ¿Contratando matones?
Jonás se encogió y antepuso sus manos abiertas, pidiendo clemencia mientras su nariz sangraba, pero Aurelio no lo dejó ir. Rápidamente le mandó un combo de gancho, luego una patada en las costillas. Jonás comenzó a sollozar como un animal acorralado. No intentaba huir, solo se quedaba ahí, suplicando.
—No puedo creer cuánto has caído. Te dices noble, pero recurres a los trucos más bajos por mera satisfacción personal ¿A dónde esperas llegar así, inútil?
—¡No, por favor! ¡Aurelio!— exclamó Jonás— ¡Solo intento hacerles entender!
—¡¿Qué cosa?! ¿Lo débil que eres? Porque creo que les ha quedado bien claro.
Le dio otro golpe.
Yo no solía tener problemas viendo a Jonás caer en alguna que otra desdicha, pero pronto ese acto comenzó a sentirse mal en mi interior. Me pregunté si debía hacer algo, quizás restarle importancia con un comentario.
Aurelio le dio otro golpe. Jonás intentó excusarse, pero todos podíamos ver a través de sus pobres mentiras. Miré a Qabera, pero ella solo prestaba atención a su ensalada. Aurelio le dio otro golpe, noté que Jonás lloraba. Tomé aire para decir algo, lo que fuera que detuviera eso ¿Pero qué podría decir? ¿Siquiera podría detener todo eso? Aurelio se veía como alguien inteligente, era muy probable que viera a través de mis palabras. Volví a tomar aire, tenía que decir algo.
—Aurelio...— dije con un hilo de voz.
Carraspeé para hacerme oír mejor, pero entonces Coni saltó de su asiento, corrió y se interpuso entre los hermanos.
—¡Ya basta!— exclamó.
Mi cuerpo se tensó. Si alguno de ellos le hacía algo a Coni, no sabía de qué sería capaz. Aurelio se detuvo, Jonás se paralizó.
—¿Coni?— exclamó Aurelio.
Jonás no se atrevió a decir nada, solo sollozó, encogido.
—¡¿Qué rayos estás haciendo?! ¡¿Así es como tratas a tu hermano?! ¡No estás aportando nada, solo estás siendo un abusón como él!
—¡¿Yo, un abusón?!— repitió Aurelio, desconcertado— pero si... si él...
Coni se giró hacia Jonás y alzó las manos para sanarlo, pero este las alejó de un manotazo.
—¡No me toques, ignote miserable!— exclamó— ¡No quiero tu...
Jonás parecía confundido. Lo miró un instante a los ojos, pero desvió la mirada de inmediato. En el estado miserable en que estaba, se retiró por la misma puerta por la cual llegó. Yo me apresuré hacia Coni, aunque todo ya había terminado.
—Oh, bueno. Ese castigo bastará— comentó Aurelio, antes de regresar a la mesa— ¿Cómo va todo? Espero que no se haya enfriado la comida.
—Tan bruto que eres ¿Por qué no puedes pegarle con un palo o algo?— le alegó Qabera— mira, te ensuciaste las manos.
—Los hombres honestos usan sus manos, tanto para trabajar como para dar lecciones— replicó él.
Yo tomé a Coni por los hombros para mirarlo a la cara. Él se veía tan confundido como yo por la actitud de Aurelio.
—¿Estás bien?— le pregunté.
Él me miró desconcertado.
—Eh... sí.
—Vengan, vengan, amigos. No me digan que ya están llenos— nos espetó Aurelio— por favor, hay mucha comida, coman todo lo que quieran. Lo digo en serio.
Nosotros nos acercamos, pero no volvimos a sentarnos.
—¿Es así como se tratan entre los nobles?— inquirió Coni.
—¿Sorprendido? Supongo que tenemos algunas costumbres distintas a ustedes, después de todo— comentó Aurelio mientras untaba su pan en una salsa espesa— ¿No te gustó que te vengara por todo lo que te ha hecho, Coni?
—¿Jonás te ha contado sobre el abuso que me ha provocado?— se extrañó Coni.
—Oh, no. Nada de eso. Mis fuentes vienen de otro lado, pero son todas gestionadas por mi parte. El inútil de Jonás no ha tenido nada que ver con esto.
Me pasé una mano por la cabeza, pensativo.
—Por eso sabes sobre nosotros— supe.
—También supe cuándo y dónde mi hermano mandaría a sus matones— explicó— pensé que sería buena idea presentarme y evaluarlos por mi cuenta. Como dije, te has hecho bastante famoso, Arturo Gavlem de Madre. No todos los días se encuentra a un mago que ha enfrentado al mismísimo Primero y ha vivido para contarlo.
Esa información era técnicamente pública, pero no debía ser fácil de encontrar en Luscus. Comprendí que Aurelio no solo tenía recursos, sino que sabía usarlos para tomar el control. Tendría que irme con cuidado si quería evitar que supiera sobre mis juntas con cierto grupo de terroristas.
—Ahora, si me permiten, me gustaría decirles la verdadera razón por la que los traje hoy.
Aurelio dio un chasquido con los dedos, a lo cual apareció una volir con ropa formal desde la puerta. Esta cruzó la sala a paso rápido y certero, y le entregó un prholo a su amo, quien lo activó con un botón. Surgió el holograma de una ficha electrónica con la foto de Coni arriba a la izquierda. En el resto de la ficha aparecían sus datos de estudiante. Leí el título del documento: "Expediente de estudiante: Conicalín Dópoty".
—¿Mi expediente?— saltó Coni— ¿Por qué lo tienes tú?
—Y no solo eso.
Con otro botón fue pasando las páginas del expediente. Había varios documentos correspondientes a la colegiatura, matrícula y beca de Coni.
—¿Esa información no está restringida?— alegué.
—Para el común de la gente, sí, pero yo no soy parte del común de la gente ¿O se te ha olvidado con quién hablas?— Aurelio sonrió con sorna— Soy Aurelio Balurto, el hijo mayor de la familia Balurto y mago destacado. No hay nada imposible para mí... aunque hay algunas cosas más difíciles. Tú, por ejemplo, eres un sujeto delicado de tocar. Sin embargo, tu amiguito bimbiom es otra cosa. Coni, estás estudiando gracias a una beca en nuestra prestigiosa universidad ¿No? Qué bueno que eres un estudiante aplicado, puesto que si reprobaras un solo ramo, esta beca se terminaría.
Entonces apretó un botón dentro del expediente. De inmediato, las notas de todo el ramo de química se desplomaron hasta la cifra más baja posible. Así como así, Aurelio había hecho reprobar a Coni, lo había echado de la universidad.
—¡Eso no puede estar conectado a mi expediente de verdad!— exclamó Coni.
—Oh, no es que esté conectado, querido Coni. Esto ES tu expediente. Lamento decirte que acabas de reprobar química ¿Qué vas a hacer ahora?— le sonrió con malicia— ¡Ya sé! ¡¿Por qué no comienzas a trabajar para mí?! ¡Yo te pagaré toda tu colegiatura! Solo tienes que hacer todo lo que yo te diga mientras estudies.
Di un paso adelante por impulso, listo para arrancarle la mandíbula de un combo, pero Coni me sujetó. Aurelio sonrió relajado, con superioridad.
—¡¿Qué tienes contra él?! ¡¿Por qué Coni?!— bramé.
—Oh, descuida, no me interesa tu noviecito. Solo quería tener una manera de asegurarme que vayas al torneo libre.
Abrí los ojos de par en par, desconcertado.
—¿Yo?
—Arturo, creo que no me hice muy claro antes: tú vas a participar en el torneo libre, igual que yo, y te vas a enfrentar a mí, y vas a pelear para ganar.
Aurelio se puso de pie. De repente se sentía imponente, pero yo me había enfrentado a decenas de sujetos más grandes.
—¿Qué ganas tú con eso? ¡Es un estúpido torneo!— exclamé.
—Creo que no entiendes. Debe ser tu mente de mago común que le cuesta ver más allá; yo solo estoy arreglando los problemas que ha ocasionado el tonto de mi hermano. Ya lo has puesto en ridículo muchas veces, desde que te compró por capricho en esa burda ciudad del imperio noni hasta hace unos días cuando probaste que sus acusaciones eran infundadas. Gracias a ti, el inútil de Jonás cae más y más en la obsesión— me puso una mano sobre el hombro— ahora todos creen que un mero plebeyo puede enfrentarse a los Balurto sin repercusiones ¿Sabes cuánto afectarán tus victorias a mi reputación? No, ni siquiera lo puedes imaginar. Por eso tengo que demostrarles a todos cuán superior a ti soy. Tengo que dejarte clamando piedad.
Me alejé para quitarle la mano de mi hombro.
—¡¿Y solo para eso tomaste el expediente de Coni?! ¡¿Porque quieres pelear conmigo?! ¡Estás desquiciado!
—¿Por qué? Es solo un pobre aprendiz, hay muchos de esos en la universidad.
—Entonces eso es lo que piensas de verdad— clamó Coni— ya me parecía raro que un mago noble fuera tan amable con un plebeyo como yo.
Aurelio sonrió de oreja a oreja.
—Por favor, no me malinterpreten. Me gusta actuar cortés con todos, incluso cuando no me importan para nada ¿Saben lo agotador que es despreciar activamente a la gente alrededor, día tras día? Uf, no sé cómo Jonás lo hace. En fin, Arturo, te espero en el torneo. Recuerda que tienes que pelear en serio, o Coni tendrá que servirme a mí el resto de sus años en la universidad.
Rápidamente me puse a pensar en otras posibilidades. Quizás podíamos trabajar y pagar la colegiatura de Coni nosotros mismos. O tal vez no con trabajos, pero sí con cacerías de tesoros y recompensas por monstruos peligrosos; así podíamos hacer dinero rápido. Sin embargo, Coni se me adelantó.
—Hay universidades gratis— repuso— nunca seré tu sirviente, Aurelio.
La sonrisa del noble desapareció un momento, pero Qabera tomó la palabra de inmediato.
—Arturo tiene dos amigos ¿No? Si no podemos usar a este bimbiom, siempre tenemos a esa tétrica nigromante.
—¡¿Jrotta?!— exclamé.
—Oh, sí, el reporte mencionaba a una maga extraña que se junta con ustedes— recordó Aurelio— lástima que ella no tiene la misma libertad que un plebeyo como Coni ¿No?
—Su familia apenas pueden ser considerados nobles; en la práctica son unos pobretones como cualquier plebeyo— indicó Qabera— se me ocurren muchas tragedias que pudieran ocurrirles. Esperemos que ninguna se vuelva realidad ¿Verdad?
Ambos me miraron, expectantes. Creo que nunca había tenido tantas ganas de matar a alguien como en ese momento.
—¿Verdad?— repitió Qabera.
—¡Está bien! Los entendí— no podía creer mis propias palabras— Iré al estúpido torneo.
—¡Qué bien! Qué bien. Me alegra que hayamos llegado a un acuerdo— Aurelio me dio unas palmaditas en la espalda como si fuéramos amigos— ¡Y como te digo, esto te hará bien!
Coni me tiró de la mano para irnos, pero yo me detuve. Solo necesitaba unos segundos más.
—Dijiste que peleara a ganar ¿Verdad?
A través de la sonrisa de Aurelio, pude ver una mueca de desagrado.
—Oh, tranquilo. Tú nunca me ganarás a mí.
En eso me tomó por el cuello y me levantó como si no pesara nada.
—¿Crees que con un poco de experiencia de combate eres invencible?
—¡¿Qué haces?! ¡Déjalo!— exclamó Coni.
Intenté zafarme, pero Aurelio era tan duro como el hierro. Un segundo más tarde, me arrojó con fuerza directo hacia la puerta. Volé por el aire, atravesé la puerta que conectaba la mansión con la terraza y me estrellé contra una mesa a varios metros de distancia en el interior. Coni se acercó a toda prisa.
—¿Estás bien? ¿Estás herido?— inquirió.
Yo me desplomé en el suelo y me llevé las manos a la espalda, adolorido, pero no tenía heridas. Unos sirvientes fueron a atenderme, luego Aurelio apareció por la puerta.
—Mis invitados ya se van. Condúzcanlos a la salida, por favor.
Finalmente desapareció, de vuelta a la terraza. Afortunadamente, sus sirvientes fueron personas normales que me dieron tiempo para recuperarme y me ayudaron a caminar mientras Coni me sanaba la espalda. El mayordomo mago del principio incluso se disculpó por Aurelio, pero solo lo decía por compasión a mí y no para excusar a su empleador. No podía imaginarme cómo sería tenerlo de jefe día tras día.
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Apenas nos subimos al bus, consulté lo obvio con Scire.
—¿Puedes prevenir que Aurelio modifique las notas de Coni?— inquirí.
—Realicé un análisis de la red privada de la mansión y del prholo de Aurelio, pero tienen buenas protecciones. Me sería imposible hacer modificaciones sin dejar al menos un rastro que te vincule a ti.
Coni asintió. Me di cuenta que Scire también le había hablado a él.
—Gracias, Arturo, pero esto es algo más allá de la informática. Basta con que se hagan tratos hablados para echarme. Y aunque no pudiera quitarme a mí, lo haría con Jrotta.
Suspiré, apesadumbrado. Coni tenía razón; no era un problema que pudiéramos solucionar con Scire.
Permanecimos un buen rato callados, procesando lo que había ocurrido. Se oía irreal, pero al mismo tiempo obvio.
—¿Cómo puede ser tan cruel?— bramó Coni— ¡Nos estaba amenazando solo por su reputación! ¿Cómo puede poner tanto esfuerzo y recursos en algo tan horrible?
Yo negué lentamente con la cabeza.
—Nunca entenderé a esa gente— admití.
Coni se tomó una oreja con una mano.
—¿Qué vas a hacer, entonces?— quiso saber.
—¿Qué más? Voy a enfrentarlo— admití.
—¿De verdad? Arturo, no necesitas hacerlo— alegó él.
Yo volvía negar con la cabeza.
—No hay forma de que le deje hacer lo que quiera contigo o con Jrotta. Pero tampoco pienso dejarle salir impune. Si no hacemos nada, continuará chantajeándonos año tras año, incluso luego de que salgamos de la universidad. Encontrará maneras de atarnos aun más hasta que seamos prácticamente sus esclavos.
Coni me miró consternado, pero no negó mis predicciones.
—Tengo... contactos— le espeté— creo que puedo hacer algo, pero de momento lo más sabio es seguirle el juego. Después de eso... no lo sé, ya veremos.
—¿Es el imperio noni?— inquirió.
—No, es otra gente. Descuida, siempre hay una manera.
Coni suspiró con algo de alivio.
—Gracias, Arturo. Me gustaría poder hacer más... no es justo que te obligue a ti participar en algo que no quieres.
Se oía frustrado; algo normal, considerando lo que había pasado. Le pasé una mano por el pelo para calmarlo.
—Todo saldrá bien— le espeté.
Coni sonrió, inseguro.
—Sí.
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