24.- La Justicia de Luscus (2/2)


Había algo que no me quedaba claro.

—¿De qué se me acusa?— inquirí.

—De cooperar con el asalto del señor Balurto— contestó el director, tajante.

—¿Y mi relación con la atacante es lo único que tienen?

—¿Está insinuando que el juicio del director es errado?— bramó la maga Yoroft, con un tono que me hizo sentir como que iba a transformarse en un monstruo y devorarme de un mordisco.

Necesité de unos segundos para responder, pero el director se me adelantó.

—Mago Gavlem, le informo que su castigo será mucho peor si no confiesa su fechoría contra el señor Balurto. Como bien dicen, no hay deshonra en la sinceridad.

No iba bien. Tenía la cabeza caliente y llena de rabia y frustración. No podía pensar con la claridad necesaria para salir de ahí.

—Entonces mi testimonio vale menos que el de Jonás ¿Es eso?— alegué— me pregunto por qué.

Apenas dije eso, supe que me iba a arrepentir.

—Le recuerdo que está acusado de un delito, mago Gavlem. No le aconsejo arrojar insinuaciones que agraven su situación— me advirtió el director.

—Dirá lo que sea para salvarse. Es un mago sinvergüenza y delincuente— bramó la señora.

—Por favor, maga Yoroft— la cortó el director— no exalte a los alumnos más de lo que están.

El director levantó un documento holográfico y me lo presentó. Era una hoja llena con párrafos de palabras complicadas. Intenté leerlo, pero el director continuó hablando.

—Esta es la declaración de los hechos. Fírmela para que procedamos a su castigo, mago Gavlem.

Comencé a leer de nuevo desde el principio, pero me interrumpieron de nuevo.

—No puede negarse a esta declaración, mago Gavlem. Solo fírmela y punto— insistió el director.

—¿Ni siquiera me dejará leerla?— alegué.

—Puede elegir eso, si quiere una expulsión inmediata.

—¡¿Qué?!

—Obstruir el procedimiento de seguridad de la universidad conlleva sanciones graves, chiquillo— me espetó la vieja— la universidad se reserva el derecho de entregar sanciones que estime convenientes a los estudiantes que obstruyen con la seguridad al interior del recinto y dentro del horario de clases, incluyendo la facultad de expulsar a dichos alumnos. Ahora firme, o no firme y ahórrenos más problemas.

—Heh... heh... heh— rio lentamente Jonás— ¿Te creías tan importante porque eres un mago? Mira a dónde te llevó tu petulancia, pobretón.

—Entiendo, tengo que firmarlo ¿Al menos puedo leerlo antes?— alegué.

—Como desee— cedió el director.

Retomé el primer párrafo como por tercera vez, cuando la puerta se abrió de golpe, interrumpiéndome nuevamente.

—¡Director, deténgase ahora mismo!— exclamó el profesor Hista.

Me giré a él, desconcertado. El profesor rodeó los sillones como yo y se paró a mi lado. Respiraba un poco agitado, como si hubiera corrido a través de los pasillos.

—¡¿Qué es esto, mago Caristillo?!— exclamó el director, ofendido— ¡¿No sabe que estamos en una reunión seria?!

—Vine precisamente por eso. Director, sé de qué se acusa al mago Gavlem, pero solicito que se reconsidere su castigo.

—Ya hemos comprobado todos los hechos. No veo razón para modificar el castigo del mago Gavlem.

—No vengo a hablar de los hechos, sino del expediente del mago— aseguró el profesor— este semestre ha demostrado ser un alumno ejemplar. Es el mejor de su clase y a su corta edad ya es un Novaorbis Novavita. Solicito que su castigo sea corregido de acuerdo a estos hechos.

—¿Qué importan sus notas?— alegó Jonás— es un peligro para la universidad, eso es lo importante.

—Señor Balurto, esto no le compete. Favor absténgase de dar su juicio sobre materias distintas a su declaración— le espetó el director— pero lo que dice el señor Balurto tiene algo de sentido. Mago Caristillo ¿por qué deberíamos fijarnos en el expediente del mago Gavlem para elaborar su castigo? Después de todo, un alumno más inteligente solo será más peligroso.

—¡Estamos hablando de un estudiante, no de una mente criminal!— alegó el profesor— Arturo nunca se ha metido en problemas hasta este momento, lo prueba su expediente ¿No encuentra raro que de pronto se ponga a atacar a otros alumnos? Debe haber un error.

El director se pasó una mano por la barba.

—Es verdad que el mago Gavlem es un joven destacado, pero basarnos en algo tan poco relacionado con el caso en cuestión puede hacernos caer en un juicio errado— repuso el director.

—A lo que voy es que un mago tan destacado como Arturo no podría hacer algo tan bajo.

—No sería la primera vez que intenta hacerme daño— intervino Jonás— es solo que esta vez lo consiguió.

—He estado presente en algunas de sus discusiones. Puedo declarar con total convicción que no son más que eso; discusiones— aseguró el profesor— ninguno de esos encuentros ha pasado a mayores. Es verdad que Arturo no lo tiene en buena estima, señor Balurto, pero eso no significa que le desee mal ¿O debo recordarle quién lo salvó de un accidente de ácido durante una clase de laboratorio?

—Ah, es verdad. Yo lo salvé— comenté.

El director miró a Jonás con una ceja arqueada. Este cruzó los brazos, molesto.

—Dudo que el ácido me hubiese caído a mí, no estaba precisamente en la trayectoria.

—No es lo que comentó la profesora de esa clase— indicó el profesor— director, creo justo tener al menos esto en consideración al momento de su juicio sobre el mago Gavlem.

El director lo meditó un momento.

—Es verdad, me parece justo— concordó.

—¡No puede! ¡Arturo mandó a su amiga a matarme!— alegó Jonás.

—¡Señor Balurto! ¡¿Qué dije de mantenerse callado?!— bramó el director.

Jonás cerró la boca. Yo no podía estar más sorprendido.

—Aun así, eso no bastará para exculpar la complicidad del mago Gavlem del asalto del joven Balurto— repuso el director— se corregirá su sentencia para que sea menos severa, eso es todo.

El director se puso de pie para dar por terminada la audiencia, cuando de repente, un bulto en mi camisa me sorprendió; de un momento a otro noté que un animal se retorcía en mi pecho. Desconcertado, intenté quitármelo. Abrí la camisa con fuerza, rompiendo algunos botones. Del hoyo apareció un animalito largo y de pelo color blanco crema, de ojos chiquititos y orejas en punta sobre su cabecita.

—¡Eeeeeeeek!— chilló Papel, tras caer al piso.

—¡¿Papel?!— exclamé.

—¡¿Qué es esa cosa?! ¡No se permiten mascotas en el campus!— exclamó el director.

Papel saltó hacia el escritorio y de ahí hacia mí para recorrer mi torso a toda prisa.

—¡Eeeek!— chilló.

Se abrazó a mi cara como si intentara escalarme. Quise separarlo para que se dejara de molestar, pero en eso sentí algo duro contra mi nariz. Al tomarlo y hacer distancia, me di cuenta que Papel traía algo atado al cuello; un pequeño celular.

—¿De dónde sacaste esto?— pregunté.

—¡Eeeeeeeek!— chilló en respuesta.

Lo tomé. Papel se retorció de nuevo y se me cayó, pero ahora mi atención la tenía el celular; se veía bastante avanzado.

—¡¿Qué es ese animal, mago Gavlem?!— exclamó el director.

Le apuntó con una mano e hizo un gesto para quitarlo de encima. Papel se elevó retorciéndose en el aire, claramente contra su voluntad, y fue arrojado al otro lado de la habitación. No tuve tiempo de reaccionar, pues en ese momento el celular en mi mano comenzó a sonar. El prholo integrado se activó y mostró un nombre:

"Mago Kan'fera". Nervioso, apreté el botón de contestar para no tenerlo esperando. Antes de que me diera cuenta de lo que había hecho, desde el prholo surgió el holograma de un noni anciano y relativamente menudo, alguien a quien yo había visto en varias ocasiones.

—¡¿Mago Kan'fera?!— exclamó el director.

—¡No puede ser!— saltó la maga Yoroft.

—Estimado director, es un gusto hablar con usted de nuevo. Me disculpo por llamarlo de sorpresa— habló Kan'fera— se me informó que mi protegido se había metido en problemas ¿es verdad?

—¡¿Su... su protegido?!— repitió Yoroft.

—¿Mmm? Claro, Arturo Gavlem ¿Nadie les informó? Él fue recomendado a la universidad de Luscus por el cuerpo de magia del imperio noni, es decir, por mí. Por lo tanto, yo soy responsable de su comportamiento durante su estadía. Ahora bien, se me informó que mi protegido había cometido una falla grave ¿Es eso cierto?

Todos guardamos silencio por momentos, demasiado estupefactos para responder. Finalmente el director se avispó.

—Es... estamos en mitad de un procedimiento para ver su grado de participación en cierto... incidente.

—Oh, ya veo. Y supongo que no lo culparían directamente de no tener pruebas irrefutables de su mal comportamiento ¿Es verdad?— entonces se giró a mí— Arturo ¿Has atacado a alguien dentro de la universidad?

—Eh... no... no, señor, sabio Kan'fera— contesté.

No sé por qué me puse nervioso, había hablado con él varias veces.

—¿Has conspirado contra alguien? ¿Has robado, dañado propiedad, defecado en la vía pública?

—¡No, nada de eso!— exclamé, rojo de la vergüenza.

—Ya veo— se giró de nuevo hacia el director— y dígame, director ¿Se lo acusa de algo?

La vieja Yoroft tomó aire para hablar.

—Fue hallado cómplice de un acto de agresió...

—¡No, no se lo culpa de nada!— la interrumpió el director— de nada, mago Kan'fera. Solo necesitábamos oír su versión de los hechos, como un testigo clave.

—Ya veo, ya veo. Muy bien. Arturo es un mago sagaz y observador, excelentes cualidades para un testigo— comentó Kan'fera— veo que todo va bien. Entonces me retiro. Fue un gusto hablar con usted nuevamente, director.

—Y con usted, sabio Kan'fera.

El holograma se cortó, Papel tomó el prholo con la boca y se lo llevó corriendo antes de que nadie pudiera atraparlo. El director apoyó ambas manos arrugadas sobre su escritorio. Parecía derrotado.

Yoroft alzó las manos hacia él, como buscándolo en la oscuridad.

—¿Director?— lo llamó, extrañada.

—Se levantan todos los cargos. No hay pruebas para culpar al mago Gavlem de nada— dictó finalmente. Luego me miró, sus cejas pobladas juntándose al centro de su arrugada frente— puede retirarse, mago Gavlem.

—¡No! ¡¿Cómo puede ser?!— alegó Jonás— ¡¿Quién era ese tonto noni?! ¡No puede dejar que le hab...

—¡Señor Balurto! ¡Cuide lo que dice!— exclamó el director— y sea más cuidadoso frente a los representantes del imperio noni ¿quiere? Tómelo como una orden. Ahora retírense, ambos. Ya.

Jonás y yo nos miramos, luego dejamos la oficina y cerramos para que los adultos discutieran cosas de adultos.

—Desgraciado. Te salvaste porque tienes amigos en buenos lugares— musitó Jonás— pero ya verás. No conseguirás terminar el año aquí, estúpido plebeyo.

—¿Y cómo lo harás, si te ordenaron no molestarme?— alegué.

Él apretó los dientes, furioso.

—¡No te incumbe, plebeyo! ¡Sigues siendo un plebeyo aunque te ayude tu estúpido amigo noni!

Tras decir eso, me dio la espalda y se fue por el camino que no tenía salida. La única vía estaba a mi lado del pasillo, por lo que en algún momento Jonás tendría que darse la vuelta otra vez y pasar junto a mí, pero su estupidez era lo que menos me importaba en ese momento.

Me dirigí a la salida para buscar a Papel. Ya no era una sorpresa que apareciera de la nada, incluso desde debajo de mi ropa ¿Pero de dónde había sacado ese celular? Dudaba que hubiese sido un animal como él quien planeara todo; ni siquiera podría amarrarse el cordel al cuello. No, alguien más se lo había dado. Alguien había planeado todo eso ¿Pero por qué? ¿Ese alguien quería que yo me quedara en la universidad?

Usé el celular para llamar a Kan'fera, pero no contestó. Era de esperar de un mago tan ocupado como él.

—¿Cómo te fue?— quiso saber Coni.

Me rasqué la cabeza. No sabía cómo contestar a esa pregunta.

—Bien, supongo— dije inseguro.

—¿Eh?

Pero no pude explicarle, pues en ese momento algo a lo lejos me llamó la atención; apenas a unos diez metros, dos animales largos y peludos correteaban y daban vueltas uno tras otro. Me acerqué para verlos mejor; uno era azul y otro blanco. Los reconocí de inmediato: eran la dastal vagabunda y Papel, ambos jugando como niños o, bueno, como dos animales amigos. Además de perseguirse en un círculo, jugaban saltando uno sobre otro y revolcándose en el pasto. Eran tan veloces que se me hacía difícil seguirlos con la mirada.

—¡Qué lindo! ¡La dastal vagabunda se encontró un amiguito!— observó Coni.

—¿Pero qué tipo de animal es ese?— inquirió Jrotta.

—Yo tampoco lo he visto ¿Es de tu mundo, Arturo?

—No. Nadie sabe de dónde salió. Es la mascota de Érica, se llama Papel.

—¡¿Y por qué está aquí si es la mascota de Érica?!— exclamó Jrotta— No me diga que se le quedó aquí.

—No, no es tan así. Papel...— me pasé una mano por la cabeza— Papel aparece donde se le da la gana.

—¡Eeeek!— chilló el mismo, parándose de pronto luego de haber escuchado su nombre.

La dastal lo olfateó bien de cerca por el cuello y el pecho. Entonces Papel se enroscó en su torso y salió por el otro lado, se alejó unos cuantos metros y se detuvo otro tanto para darse la vuelta.

—¡Eeeeeek!— chilló otra vez, como para despedirse.

—¡Rrrrrah!— contestó la dastal.

Papel corrió hacia un árbol y desapareció detrás. Coni y Jrotta fueron a buscarlo para ver a dónde se había ido, pero yo ya sabía que no había caso en tratar de rastrearlo; ya no estaba.

En eso miré a la dastal, inquisitivo. Esta me jadeaba contenta.

—Rrrah...

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