20.- Un Fin de Semana en mi Mundo (4/4)
Al día siguiente nos levantamos temprano y fuimos con un par de hombres serios de terno y lentes oscuros. Estos nos escoltaron hacia el puente que llevaba a Tistriva, la capital de Brandia y ciudad donde Érica, Lili y yo nos habíamos enfrentado a Tur para liberar a Madre.
Lo que ocurrió después no fue muy entretenido, pero el trabajo es trabajo, supongo. Primero nos dieron un buen desayuno a los tres, separando la comida correspondiente para mis amigos. Luego me llevaron a una pista de atletismo, donde se encontraba un equipo de noticieros. Me pidieron hacer una demostración de mis "poderes", así que hice una de mis rutinas de entrenamiento que tantas veces había hecho bajo la supervisión de Prípori. Para mi alivio, todos quedaron impresionados. Seguidamente realizamos una entrevista en que me pidieron explicarles en términos simples cómo operaba la magia, qué había aprendido y qué otras habilidades esperaba adquirir; cosas por el estilo. Coni y Jrotta participaron, también. Esperé que no se estuvieran aburriendo mucho.
Más tarde nos llevaron a un almuerzo para el cual habían invitado a mucha gente importante, entre los cuales había varios presidentes, jefes de estado y hasta un par de dictadores. Varios me felicitaron por mi pelea con Tur, algunos me comentaron lo que sus países habían hecho por el resto del mundo y para detener la invasión noni, como si yo fuera el comandante de la resistencia o algo así.
Entonces surgió un tema que me había estado esperando.
—Arturo, dime ¿Cómo ves la posibilidad de evaluar a candidatos para nuevos campeones?— inquirió el director Labadie.
Me pasé una mano por la cabeza, aliviado de que me lo hubiera indicado con antelación.
—Sí, claro. Mientras pueda volver a Luscus a tiempo para las clases, no veo ningún problema— le espeté.
—¡Excelente!— exclamó Labadie— prepararé a los candidatos hoy mismo, entonces.
Esperé no arrepentirme.
—Estimado campeón, dígame ¿Qué es lo que usted considera que debería tener un campeón para enfrentarse a fuerzas externas?— inquirió Bled Triskov el presidente de Prytia, un enorme y poderoso país al otro lado del mundo de Chialla. Bled Triskov era un sujeto de cara aburrida, de aire relajado, como si nada nunca le afectara. Creo que nunca lo había visto exasperarse frente a las cámaras. Era alto, pálido, de ojos ojerosos, pelado y siempre con un traje azul oscuro.
Me puso un poco nervioso que me hablara, pues él era uno de esos genocidas torturadores conocidos.
—Eh...— primero necesité de unos segundos para calmarme— los tres campeones actuales no tenemos nada especial, solo la fuerza necesaria para enfrentarnos al ejército del Primer noni. Me imagino que otros campeones deberían poder seguirnos el paso en combate.
Todos estuvieron de acuerdo y asintieron con las cabezas.
En verdad no había precedentes para lo que constituyera un "campeón", solo nos habían nombrado de esa manera para mantener al público en general tranquilo, darle un sello y cara al nuevo estado de paz luego de los meses de invasión. Por tanto, los nuevos campeones podían ser cualquier cosa que decidieran las naciones del mundo, y más importante, las tres grandes potencias; Prytia, Kintek y Yakai.
—Y dinos, muchacho ¿Hay alguna manera en Nudo para obtener esta... fuerza, así como la llamas tú?— preguntó Bimo Yarson, el presidente de Yakai, un país al norte con la milicia más grande del mundo.
Bimo Yarson era un sujeto ancho, de cara arrugada, pelo hacia atrás, bigotudo y ojos expresivos. Siempre andaba con un sombrero de vaquero y tenía fama de vulgar, machista y obstinado. Me dio escalofríos que se dirigiera a mí.
—Pueden enviar personas a la universidad de Luscus para que se formen como magos, aunque nada garantiza que lo consigan, y aunque salgan como magos, no necesariamente tendrán las mismas habilidades que yo— expliqué— también podrían...
Me corté. Se me ocurría que podían buscar shakmas para llevarse múnimas consigo, pero eso sería prácticamente un suicidio, o si ellos enviaban a sus soldados a hacerlo, un genocidio, y cabía la posibilidad de que lo hicieran.
—No, nada.
—¿Podrían qué? ¿Qué otra cosa, muchacho?— insistió el presidente de Yakai.
Noté a los demás inclinándose para escuchar. No me había dado cuenta de cuánta atención me habían puesto hasta ese momento.
—Iba a decir que compraran armas en Nudo, pero pensándolo bien, ya lo están haciendo— mentí.
La mayoría de los líderes del mundo asintió y continuaron con su almuerzo, pero no el emperador de Kintek.
—Estimado campeón, hace poco vi una entrevista que hicieron en tu mundo a tu compañera campeona: Liliana Tórdiva— comentó— ella dijo que había una extraña arma, algo llamado "timitio". Dijo que era para las personas fuertes ¿Qué piensas de este "timitio" y cómo crees que podríamos usarlo para fortalecer nuestras defensas?
Ompu Mo era el emperador de Kintek, un enorme país al sur de Prytia, con la mayor población del mundo y enormes grados de desequilibrio económico. Su título era emperador, pero el resto del mundo lo consideraba un dictador. Aun así, el poderío de su país era considerable.
Ompu Mo era el más joven de los líderes del mundo, luego de la repentina y misteriosa muerte de su padre. Era un sujeto gordo, de mirada escéptica, siempre bien peinado, de traje negro con adornos rojos y dorados. Cuando me habló, me dieron ganas de esconderme detrás de la silla.
Lo miré, extrañado. Lia y mi mamá me habían comentado sobre esa entrevista, pero no me dijeron que Lili había hablado sobre el timitio. No importaba, no es que fuera un secreto. Tarde o temprano los líderes del mundo entenderían de qué se trataba, así que dejé de tratar de ocultarlo.
—El timitio es un parásito terrible— le aseguré, y lo dije bien claro para que todos oyeran bien— le exige al anfitrión una gran fuerza y voluntad. Si el anfitrión se excede y absorbe más timitio del que aguanta, será consumido por el miedo en exceso, su cuerpo no conseguirá retener al timitio domado. El parásito pasa a extenderse por todo el cuerpo, buscando nuevas fuentes de cobijo y termina convirtiéndose en un temible monstruo llamado territi. En Nudo, mis amigas y yo peleamos contra muchas bestias y criminales, pero nuestros peores encuentros siempre fueron con territi. No se les ocurra experimentar con timitio.
—¿Y no hay alguna manera de evitar a estos territi?— continuó Ompu Mo.
—Alejarse del timitio a toda costa— indiqué.
—¿Y qué pasa si un soldado destacado lo absorbiera?— inquirió— ¿Cuánto crees que pudiera aguantar?
—No lo sé ¿Una mano, quizás? No suficiente para ayudarle en alguna pelea— aseguré— los nonis son extremadamente fuertes, sobre todo los nonis naranjos. Las brikas como Érica son mucho más fuertes. No hay comparación con pobres humanos como nosotros.
Con esto se quedó callado, mas dudo que lo dejara satisfecho. Me pregunté si Lili había pasado por algo similar al intentar explicarlo.
Afortunadamente, no hicieron más preguntas peligrosas como esa, nada más se dedicaron a hablar entre ellos sobre asuntos económicos, tratados, milicias y cosas por el estilo.
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Para la última actividad del día, me llevaron de vuelta a los cuarteles militares, esta vez a una especie de gimnasio subterráneo para evaluar a candidatos a campeones, lo cual ya me parecía ridículo.
—¿Por qué candidatos a campeones? ¿Por qué los tengo que evaluar yo?— alegué en el auto, mientras nos llevaban allá.
—Porque eres un campeón. Tú sabes más o menos lo que se necesita para hacer lo que haces— aseguró Labadie.
—Pero no tengo intereses en promover nuevos campeones— reclamé— debería haber comités y evaluaciones sistemáticas. Es lo que quiere la gente en poder ¿O no?
—Vamos, solo nos gustaría tener tu opinión.
—Hagan todos los campeones que quieran. Esa es mi opinión. A mí me da lo mismo.
—Al menos míralos ¿Sí? Estos jóvenes vienen de todo el mundo solo para verte un momento.
Su argumento terminó convenciéndome al menos de aparecerme, así que fuimos, me senté en la mesa junto a otros jueces. Dentro del gimnasio había un montón de chicos de mi edad, algunos mayores, otros menores. También había un montón de equipo militar, armas, cajas de municiones y dianas a las que disparar. No me gustaba a dónde iba todo eso.
Un hombre con uniforme militar se paró frente a nosotros.
—Damas y caballeros, damos inicio a las pruebas preliminares para el título de campeón de Madre. En esta ocasión tenemos el agrado de contar con la presencia de uno de los campeones originales: ¡Arturo Gavlem!
Me señaló a mí, con eso todos me aplaudieron y vitorearon. Yo sonreí y saludé de vuelta, pero no me sentí mucho mejor.
—Cada participante tendrá un solo minuto para demostrar sus habilidades. Dicho esto, comencemos con las pruebas.
Se retiró hacia la periferia para darles espacio a los participantes. Entonces se acercó un chico alto y atlético, seguido de un ayudante que cargó con un muñeco para golpes. El ayudante dejó al muñeco en el suelo y se retiró, con lo cual el muchacho comenzó a dar golpes de boxeo al muñeco. Lo rodeó y le dio más golpes, el muñeco era de esos que podían volver a levantarse solos.
En eso consistió toda su presentación. De pronto le dio un último golpe, se giró hacia nosotros, dio una reverencia y sonó una campana: la señal de que había pasado un minuto.
—¿Eso fue todo?— solté antes de pensar.
Me tapé la boca, nervioso. Se me había olvidado que mi opinión valía mucho para esa gente. Por fortuna, mi voz suave se perdió entre los aplausos y nadie pareció escucharme. Además, no nos dieron tiempo para comentar sobre su presentación, seguramente porque había muchos candidatos y no podíamos andar comentando después de cada uno. Así que anoté en un cuaderno que me habían dado: "1.- ¿Boxeo?". No tenía más comentarios.
El siguiente fue un chico que podía tirar cuchillos y siempre atinarle a la diana. El tercero se trataba de un karateka que podía dar patadas muy altas, la cuarta era una muchacha gimnasta que combinaba estas habilidades con una especie de capoeira, el quinto era un joven que agarró una pistola y se puso a disparar a dianas, como si eso fuera destacable. En fin, eran puras habilidades que cualquier persona podría obtener con práctica y dedicación, pero nada que pudiera servir para defender un mundo entero de ejércitos o monstruos o un noni especialmente fuerte.
Después de hora y media, todos los participantes terminaron. Los jueces nos pusimos de pie para aplaudirles y luego los encargados nos llevaron a un cuartito separado para discutir a los ganadores. Lamentablemente, todos querían saber mi opinión.
—A mí me gustó el chico que podía correr muy rápido— indicó una señora de traje rosa.
—¿Qué hay de la chica que hacía piruetas? Se veía muy bien— opinó un señor entrado en edad.
—Me encantó, me encantó, me encantó el chico de la esgrima— aseguró un tipo joven de pelo colorido— ¡¿Vieron cómo cortó a ese muñeco por la mitad?! ¡Fue espectacular!
Los tres otros jueces conversaron animadamente entre ellos, pero después de unos segundos se giraron hacia mí, expectantes.
—¿Qué cree usted, señor campeón?— me preguntó el hombre de pelo colorido.
Tomé aire para responderle, pero me detuve un momento. Si les decía lo que de verdad pensaba, dudaba mucho que terminaría bien para mí. Quizás podía decirles que sí a todo y que varios de los candidatos me habían parecido prometedores, y con eso me dejarían tranquilo.
Pero si lo hacía, seguro que en un futuro cercano alguien más me reclamaría que fuera consistente con esas palabras, y no podría ser consistente por mucho si decía mentiras. Para bien o para mal, lo mejor en ese momento era decir la verdad.
—Creo que los candidatos no sirven. Ninguno— admití.
—¡¿Ninguno?!— exclamaron los jueces.
—Pero señor campeón, disculpe que le discuta— me espetó la señora— pero ya vio lo hábiles que eran esos jóvenes. Seguro uno tiene potencial...
Se me quedó mirando, como apelando a mi empatía para que entendiera a qué iba, pero no me importaba su opinión; ni siquiera la conocía.
—¿Creen que alguno de ellos tenga una posibilidad de enfrentarse a mí, o a Lili, o a Érica?— les pregunté de vuelta— estos chicos no están aquí para formar parte de un equipo de defensa, solo vinieron a convertirse en celebridades, en símbolos de paz que la gente vea y piense que alguien hábil y fuerte los está defendiendo, pero no lo hará, porque el único puente permanente de Madre lleva hacia el imperio noni, con quienes ya nos aliamos. No tenemos amenazas inmediatas, solo necesitamos regresar a una normalidad para retomar la economía, o al menos es lo que la gente en poder quiere. Por eso me nombraron campeón, por eso están haciendo estas pruebas ¿Ninguno de ustedes lo había pensado?
Los jueces se miraron unos a otros, absortos. En eso apareció Labadie con una sonrisa de oreja a oreja estampada en la cara.
—¿Y? ¿Qué te parecieron los candidatos?
Lo miré con hastío por dos segundos.
—¿Cuántos de ellos crees que puedan enfrentarse a Tur?— le pregunté de vuelta.
Su sonrisa se desvaneció.
—Vamos, Arturo, dales una oportunidad— alegó él.
—¿Para qué me pediste venir, entonces? Tú mismo viste lo que Tur puede hacer.
—Tú no conseguiste frenarlo tan fácilmente, si no me acuerdo— argumentó.
—Bien. Ponlos a todos juntos contra Tur. No, contra mí. Todos contra mí ¿Quién crees que gana?
—Esto no se trata de ganar o perder.
—Querías mi opinión, pues opino que nadie sirve, porque ustedes no están buscando a alguien que sirva, ni una herramienta contra otra invasión, solo quieren un grupo de caras bonitas que les digan a la población mundial que están seguros y continúen con sus vidas tranquilos ¡Entonces elijan! ¡No me necesitas para esto!
Me llevé una mano a la sien, cansado de estar aguantando las payasadas de los líderes del chiste que era mi mundo.
—Arturo, te estás excediendo— me espetó Labadie— Toda esta gente se reunió aquí para saber qué pensabas de ellos, nada más. Te admiran mucho ¿Vas a desilusionarlos diciéndoles que creen en tonterías o que no son suficiente?
Lo miré fijamente, preguntándome si en verdad le preocupaban los sentimientos de las personas allá, pero no estaba seguro, no conocía a ese sujeto. Sin embargo, había un atisbo de verdad en lo que decía; si nada de esto importaba, si solo era un gran acto, entonces no eran las personas las que actuaban para mí, sino al revés.
—Bien, como quieras— alegué— les diré que todos me impresionaron, pero que no puedo declarar a un ganador sin antes discutirlo a fondo con un comité de... algo. Tú inventa un nombre que suene importante.
—¡Ese es el espíritu!— exclamó el director.
—Eh... esperen... un momento— pidió tímidamente uno de los jueces, el señor entrado en edad— ¿Esto significa que les vamos a mentir a las personas? Esto... esto no está bien.
—No les mentiremos, solo vamos a animarlos un poco— le aseguró Labadie.
Yo no dije nada. Claro que les mentiríamos, o al menos yo lo haría.
Finalmente regresamos al gimnasio, en el cual Labadie dio un pequeño discurso sobre esfuerzo y dedicación por una gran causa. De pronto me dio la palabra a mí para que saludara. Yo no estaba acostumbrado a hablar en público, por lo mismo, al verme frente a tanta gente sentí que me paralizaba del miedo. Tomé control de los sólidos alrededor, sin moverlos para que nadie los notara, pero bien sujetos como si estuviera a punto de comenzar una pelea. Mi boca se secó antes de comenzar a hablar, así que me forcé a hacerlo, que saliera lo que saliera.
—Muchas gracias a todos— dije con una voz más baja de lo que había esperado, pero suficiente para hacerme oír a través del micrófono— gracias a todos por mostrarnos hoy sus increíbles habilidades. Creo que es importante que los campeones dominemos distintos campos para defender nuestro mundo ante cualquier amenaza posible. Por eso estas audiciones; su participación en ellas es de suma importancia. Lamentablemente, los jueces y yo nos hemos visto incapaces de llegar a una conclusión sobre un ganador, por lo que cederemos nuestras observaciones y opiniones a un comité de...— miré a Labadie.
—Exactamente, campeón Arturo. Los resultados finales serán decididos por un comité internacional de relaciones intermundiales.
Él me relevó para terminar el discurso, yo pude relajarme un poco. Después de unos minutos más, Labadie dio por terminada la ceremonia y los participantes nos marchamos.
Seguidamente nos llevaron a un buffet para la cena, pero estábamos tan cansados que apenas comimos. Labadie y yo no hablamos mucho, pero cuando nos despedimos, él me tomó del hombro.
—Trata de pensar más en los demás ¿Sí?— me pidió.
No dijo más, solo se marchó. Yo no le di muchas vueltas y me dirigí al auto que me había preparado.
Mis amigos y yo regresamos a Chialla, donde una delegación del gobierno nos esperaba para organizar actividades, pero ya estaba agotado, así que les dije en palabras amables que no iba a hacer nada, y me fui.
Decidimos pasar la noche en mi casa. A la mañana siguiente nos despedimos de todos y partimos hacia Luscus. Cuando salí, aproveché de abrazar mucho a mis hermanitos y a mi mamá, y también a Lia.
Fue un fin de semana agotador.
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Durante el viaje de regreso no me sentía de buen humor. Sin embargo, Jrotta y Coni hablaban amenamente; conversaban de cosas que habían visto y que les habían llamado la atención. Al principio me extrañó.
—Perdonen por todo el trabajo. No esperaba que nos fuera a tomar tanto tiempo... o energía— admití.
—¿De qué estás hablando? ¡Fue genial!— exclamó Coni.
—Me agradó ver tu mundo— concordó Jrotta— estaba lleno de sorpresas y la mayoría de la gente era educada.
—¡Y tu familia es muy divertida!— recordó Coni.
—Fue lindo ver a niños jugando con mi querido Kutor— indicó Jrotta— es la primera vez que lo veo tan contento.
—¿Kutor aún tiene consciencia?— inquirió Coni.
—Apenas, como un pequeño animalito. Pero no es la misma que tenía de cuando estaba muerto; solo se produce por el cúmulo de animitas con que lo genero.
Me quedé escuchando su conversación, extrañado. Ninguno parecía molesto, siquiera cansado. Se me ocurrió la posibilidad de que quizás yo era el único en ese estado, que quizás mis amigos sí habían pasado un buen tiempo y no solo lo decían para hacerme sentir mejor.
Aún algo escéptico a su buen humor, decidí olvidarme un poco de la política de mi mundo y hacer como si yo también la hubiera pasado bien, y me uní a su conversación con eso en mente. Para mi sorpresa, pronto comencé a sentirme bien de verdad.
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