20.- Un Fin de Semana en mi Mundo (2/4)


El viernes salimos de la universidad con las maletas listas, nos dirigimos al aeropuerto y partimos hacia Madre. Jrotta y Coni no se hablaron mucho durante el viaje, fue algo estresante ir con ambos a cada lado y tener que atenderlos a los dos, pero también fue divertido llevar a mis nuevos amigos a mi mundo.

Después de unas cuantas horas, pasamos por el aeropuerto donde había visto por última vez a Liliana. No sabía en qué estaría, pero la extrañaba.

Aun así, procuré no hablarles mucho sobre mis otros amigos a mis acompañantes, no quería que se sintieran menos.

Luego de un corto viaje, nos dirigimos a Vérgherel, de ahí al puente a pocos kilómetros de la ciudad, el mismo por el que me raptaron a mí y a la mitad de Santa Gloria hacía un año. Me traía muchos recuerdos.

Dado que los nonis habían estado varios meses ahí, habían construido una sólida plataforma entre ambos mundos, donde se podía filtrar a las personas que entraran y salieran con facilidad, como cualquier aduana. Este tipo de edificios junto a los puentes se llamaban Cabos y funcionaban igual que un aeropuerto o una estación de tren; había un espacio grande antes de la aduana donde todos podían pasar, había otro espacio grande después de la aduana donde solo podían estar las personas que se encontraban de viaje y los funcionarios, y luego uno tiene que ir al otro lado y pasar por otro control. Solo que el viaje era instantáneo.

Entramos, nos registramos, nos revisaron, nos subimos en un bus especial, pasamos al otro lado del puente y al bajarnos, me apuntaron con una escopeta.

—Muy bien, salgan del bus, no se les ocurra hacer nada— demandó el noni que nos apuntaba con la escopeta. Tenía ropa casual y un pasamontañas.

—¿Qué?— alegué.

—¡Ya escuchaste, tonto! ¡Sal de ahí si no quieres que te vuele la cabeza!

Me tomó un segundo comprender que nos estaban asaltando. Hice lo que me decía y salí tranquilo. Coni se me pegó del brazo, callado. Jrotta nos siguió. Luego el resto de los pasajeros bajaron uno a uno. Seguidamente el bandido nos apuntó con un dedo hacia otro lado y nos dijo que camináramos allá tranquilos y sin hacer escándalos. Cerca de ahí se encontraba otro noni con pasamontañas y un rifle, parado junto a una mesa con grandes sacos en los que varias personas vaciaban sus bolsillos.

Nos dirigimos a donde nos decía con cuidado de no parecer sospechosos. Coni se me apegaba a la espalda, como si quisiera evitar que lo vieran. Al girarme a ver a Jrotta, noté que también estaba algo nerviosa.

—Coni, Jrotta, no se alejen de mí— les susurré cuando estábamos en el punto medio entre un bandido y otro.

—¿Eh?

—¿Vas a hacer algo?— inquirió Coni.

—Sí.

—¿Qué piens...

—Shhhh— lo callé.

Miré a mi alrededor todo lo que pude; divisé al grupo de personas anterior a nosotros que se encaminaban hacia un café abandonado, junto al cual un par de nonis los registraban rápidamente. También noté a un noni parado sobre un monumento grande, vigilando todo con un francotirador. Había otros puestos con buena vista desde los cuales sería fácil disparar a las masas. Todos los maleantes llevaban armas láser. Si iba a actuar, tendría que ser rápido y preciso, o alguien podría morir.

Llegamos junto al segundo bandido.

—Vacíen todo lo que tienen en los sacos. Luego los registraremos bien, así que no se les ocurra escondernos nada.

Coni se dirigió a la mesa para hacer lo que le decía, pero yo lo tomé del hombro para detenerlo. Luego me adelanté para hablar con el noni.

—¿Y qué si no quiero?— pregunté.

Él me apuntó con su rifle.

—¡No estoy para chistositos! Hazlo ahora o disparo.

Doblé el cañón de su rifle con mi magia para que lo apuntara a él. Este se lo quedó mirando unos segundos, que yo aproveché para abrir el suelo y enterrarlo hasta el cuello. Fue tan repentino que no le dio tiempo de reaccionar. Ahí empezaba la parte difícil.

Rápidamente levanté dos grandes paredes de concreto para cubrir a mis amigos y al grupo de personas alrededor. Sin perder tiempo, floté a toda prisa hacia el bandido más peligroso: el francotirador. A medio camino, este comenzó a dispararme. Yo me escudé con un pedazo de concreto, pero lo malo de eso es que no me dejaba verlo. Aun así, pronto llegué a la base del monumento: un obelisco de roca con una punta redonda, de unos diez metros de alto. Rápidamente lo rodeé a la vez que me elevaba en torno a su perímetro. El francotirador se dio la vuelta, confundido, me apuntó con su rifle, pero en el tiempo que se tardó en hacerlo yo ya había alcanzado la distancia que necesitaba. De un movimiento le quité el rifle y lo destruí en el aire. El noni intentó escapar, pero hundí su cuerpo dentro del obelisco.

—¡Bien, ya van dos!— me dije— Scire ¿Cuántos quedan?

Sin esperar su respuesta, salté desde la altura en el obelisco en la que me encontraba hacia el suelo y retomé control sobre los sólidos mientras caía. Luego me dirigí a toda prisa hacia el bandido que nos había recibido al principio.

—Me cuesta descifrar la tecnología de este lugar. Me tardaré unos minutos— indicó.

Tenía sentido. Me centré en mi objetivo inmediato, pero entonces escuché unos disparos y vi unos rayos láser a lo lejos. Comencé a preocuparme, pero entonces noté al bandido disparándole a un esqueleto de dos metros y medio, el cual le mandó un combo en la cabeza que lo hizo retroceder.

—¡¿Qué es...

Divisé a Jrotta pocos metros detrás del esqueleto, concentrada en la pelea.

—¡¿Jrotta?!— la llamé.

Esta se giró hacia mí.

—¡Yo me ocupo de este!— me espetó— descuide, no es nada.

Como en la universidad siempre parecía frágil y tímida, me desconcertó verla controlando a un muerto viviente, aunque sabía que podía hacerlo desde que la conocí. Como fuera, eso me dejaba libre para lidiar con el resto. En un parpadeo cambié de dirección y me dirigí al café, donde los bandidos me esperaban preparados. Uno sujetaba a un hombre, otro a una mujer, ambos rehenes humanos.

—¡No te muevas! ¡No intentes nada o los eliminamos aquí mismo!— exclamó uno de ellos.

Yo desbaraté sus pistolas, con lo cual hicieron un sonoro chasquido. Ambos apretaron los gatillos, pero ya no había gatillos que apretar. Estupefactos, soltaron a los rehenes y se llevaron las manos a la cintura, donde tenían cuchillos, pero yo los enterré antes de que pudieran sacarlos. Los rehenes alrededor se veían asustados y confundidos; dudaba que alguno de ellos hubiera visto a un mago en sus vidas.

Sin embargo, una joven alrededor de mi edad me apuntó con sorpresa.

—¡¿Tú no eres el campeón mago?!— exclamó.

—¡¿Qué?!— exclamaron otros.

—¡¿Arturo Gavlem?!— escuché mi nombre por ahí.

—¿Hay más bandidos por ahí?— pregunté.

—¡Oh, por Padre, es él!

—¡¿Él?! ¡¿Justo ahora?!

—¡Oh, gracias a Padre! ¡Gracias por venir!

Yo aterricé y tomé a un hombre por los hombros para que me prestara atención.

—¿Sabes si hay más bandidos?— pregunté fuerte y claro.

—Eh... no, no lo sé, señor— contestó nervioso.

—¡Yo creo que vi a uno en el segundo piso!— exclamó un chico.

Miré hacia arriba; el borde del segundo piso pasaba junto al café. Rápidamente me elevé y registré la zona, pero no había nadie en las inmediaciones. Luego me giré hacia el otro lado para mirar a Jrotta. No me perdonaría si algo le pasaba, pero para mi alivio, su sirviente muerto estaba en reposo, rodeado de gente curiosa. Un sombrero grande y puntiagudo se escondía detrás de los huesos. Parecía que todo había salido bien. Solo quedaba asegurarme de que no hubiera más peligros alrededor.

—Arturo, conseguí descifrar la información de una de las cámaras. Cuento a seis nonis que ingresaron armados a este cabo— indicó Scire.

—El primero, el de los sacos, el francotirador y los dos del café, ahí van cinco. Nos falta uno— medité en voz alta— debe estar por aquí adentro, seguramente preparando todo para marcharse.

Pensé rápido: si estos eran bandidos de Nudo, dudaba que querrían nada en un mundo pobre y lleno de humanos como Madre. Solo robarían en esta parte del cabo y se marcharían con las ganancias hacia Nudo. Como manejaban el flujo en este extremo del puente, controlaban quién pasaba al otro lado y comunicaba sobre su presencia, pero los operarios de Nudo tarde o temprano se darían cuenta de la falta de flujo hacia ese lado. O sea que los bandidos no tenían mucho tiempo. Si ese era el caso, y si yo fuera uno de ellos, habría comenzado a preparar una vía de escape hacia Nudo y la tendría lista desde el principio.

Me giré hacia el primer piso, a la pista con buses que se dirigían hacia Nudo. Solo había uno, encendido y listo para echar a andar en cualquier momento. Me dirigí allá.

Floté por un lado en silencio, me asomé por una puerta y advertí a un noni con un chaleco antiláser y una metralleta en una mano. Estaba muy concentrado en lo que pasaba en el cabo, mirando por la puerta contraria.

Destruí su metralleta. Esto produjo un ruido intenso que lo asustó. Entonces reparó en mi presencia y se estiró para agarrarme. Yo me hice hacia atrás, pero el noni fue mucho más rápido de lo que me esperé y me agarró por el cuello.

—¡Tú eres el mago! ¡Infeliz!— rabió— ¡Todo estaba saliendo bien hasta que apareciste tú!

Intenté golpearlo con la bolita de metal en la que se había convertido su metralleta, pero no le afectó en lo más mínimo. Como respuesta, me dio un combo en la cara que me sacudió todo y me botó al piso. El noni salió de un salto y se plantó sobre mí, amenazante. Quise atacarlo de alguna manera para cubrir mi huida, pero él volvió a golpearme antes de que pudiera recuperarme del todo. Sus pesados puños se sentían como bolas de acero contra mis delicados huesos; no había manera en que aguantara mucho. Tenía que salir de ahí, pero no podía concentrarme lo suficiente para usar magia mientras él arremetiera.

Sin embargo, de repente escuché un golpe seco por el otro lado de su enorme cuerpo. El bandido no se mostró adolorido, sino que molesto. Se dio la vuelta y con una mano levantó a un muchacho de pelo blanco y orejas largas. Lo levantó en alto, inafectado por sus pataletas. Ese chico era Coni. Necesitaba mi ayuda.

El noni lo alzó en alto como para tirarlo al suelo. Sin embargo, antes de que pudiera hacerle nada, yo levanté un gran montón de roca desde el piso y se la mandé directa a la cara, como el combo de un gigante. El noni cayó de espaldas, yo atiné a hacerme a un lado antes de que su enorme cuerpo me aplastara.

Luego lo enterré y me aseguré de que no pudiera moverse. Seguidamente me giré hacia Coni, preocupado. Este había caído junto al noni, en ese momento se ponía de pie, algo adolorido. Se hincó y se sobó la cabeza. Yo me dirigí a él y lo atrapé en un abrazo.

—¡Estás bien!— exclamé.

—Sí... sí, eso creo— dijo.

Vi un rifle doblado detrás de él; el mismo del noni que nos había dicho que dejáramos nuestras cosas en el saco.

—¿Por qué viniste?— alegué— ¡Era peligroso!

—¡Lo sé!— dijo con una voz a punto de quebrarse— lo sé, solo... yo también estaba preocupado. Te fuiste a pelear con todos esos bandidos. Pensé que te podía pasar algo.

Le di un beso en la frente y volví a abrazarlo con fuerza.

—Menos mal que viniste— le espeté— me salvaste.

Tuve que quedarme un rato ahí con él. Me aseguré de que no estuviera herido, mas no tenía nada. Él, a pesar de los nervios, me examinó la cara y me sanó las heridas y moretones que me había provocado el bandido. Luego nos pusimos de pie y volvimos hacia la zona de donde nos habíamos separado para buscar a Jrotta. Scire escaneó el lugar a través de las cámaras, pero no encontró más bandidos. Por lo menos de momento estábamos seguros. Había otros nonis, claro, pero solo eran civiles.

Pronto otras personas nos vieron, nos rodearon y nos cerraron el paso antes de que me diera cuenta.

—¡¿Eres Arturo Gavlem?!— exclamó una señora.

—¡Es el mago! ¡No puedo creerlo!

—¡¿Cómo supiste que te necesitábamos?!

—¡Nos salvaste! ¡Muchas gracias, pensé que iba a morir!

—¡Oh, por Padre, está sangrando! ¡Denle espacio!

Me llevé una mano a la cara para evaluar el daño. Comencé a cerrar mis heridas, ya libre de distracciones.

—Escúchenme bien— dije con una voz más baja de lo que esperaba. Tomé aire para hablar alto— escúchenme bien. Necesito que me avisen si encuentran otros bandidos ¿Bien?

—¡Sí, te avisaré!— dijo una niña de unos doce o trece años.

La muchedumbre apenas nos dejaba avanzar. Entonces traté de pedirles con palabras que me abrieran paso, pero ninguno cedía, solo me pedían contestar preguntas y estrechar sus manos, como si eso fuera a cambiar algo. Al final me cansé, tomé a Coni conmigo y me elevé en el aire para continuar el camino en alto.

—¡Mírenlo, está haciendo magia!— escuché a uno mientras me alejaba.

Eso me hizo gracia. "Haciendo magia", como si todo el complejo sistema y variaciones de la capacidad de los magos para modificar el mundo alrededor con sus extensiones mentales se pudiera condensar en "hacer magia". Era chistoso, porque era cierto

Regresamos al control de la aduana, donde Coni se separó de mí. Al mirar en su dirección, me di cuenta que se había aproximado a un señor herido para sanarlo, así sin que nadie se lo pidiera.

—¿Te duele mucho?— le preguntó— Pronto estarás bien.

—Ah... gracias— dijo el señor.

Más personas se me acercaron a hacer preguntas y pedir tonterías, pero bastó con que yo les pidiera un momento para que se quedaran calladas. Al parecer, tener autoridad servía para algo.

Luego de que terminó, nos dirigimos dificultosamente con Jrotta, la cual estaba rodeada por su propia horda de curiosos. Un par de niños trataban de tomarle las orejas, mientras que una anciana parecía muy interesada en su sombrero de maga. Por su parte, esta tenía su atención sobre un cartel de los tres campeones; una de las fotos que nos habían sacado el día de la celebración de la liberación de Madre.

—¿Cómo estás, Jrotta? ¿Te lastimaste?— quise saber.

Esta se giró, ignorando un poco a las personas alrededor.

—¿Eh? ¿Perdón?

—Pregunté que si te lastimaste ¿Estás bien?

Entonces se sacudió la cabeza.

—¡Ja! Estos igno... digo, estos bandidos tontos no tenían posibilidad contra nosotros.

—Me alegro. Disculpen que hubieran tenido que pasar por esto apenas llegar a mi mundo. No era lo que esperaba.

—¡No, no, para nada!— dijo Jrotta.

—Me asustó un poco, pero ahora entiendo que tú seas uno de los campeones— admitió Coni.

Entonces una chica de mi edad le tomó las orejas.

—¡¿Estas son reales?! ¡¿Son tus orejas?!— exclamó.

Qué descaro, llegar y tocar las orejas de un desconocido. De un manotazo lo alejé.

—¡Quítate!

La chica que lo había hecho me miró amedrentada y se retiró. Yo tomé a Coni y a Jrotta y los llevé conmigo al bus, donde habíamos dejado nuestras mochilas. Para mi fortuna, Jrotta ya había guardado a su esqueleto en la suya.

Listos, los tomé a ambos y nos elevé usando una plataforma de losa del piso. Nos desplazamos sobre las cabezas de la gente hacia la salida, donde ya habían abierto las puertas. Sin embargo, al salir me encontré con una montonera de policías, militares y autos acorazados. Noté a algunos apuntándome, pero la mayoría se quedaron quietos, mirándome estupefactos.

—No quiero lidiar con esto ahora mismo— gruñí.

De inmediato partí hacia un lado sin mirar atrás. Por fortuna no escuché ningún otro disparo, pues me tenía algo preocupado que me confundieran con uno de los bandidos.

Nos transporté hacia una calle más vacía. Por supuesto que varias personas nos vieron, pero les sería difícil seguirnos a través de las calles del centro de la ciudad. Luego de recorrer lo suficiente, nos bajé con cuidado en un espacio vacío en una plaza, aterrizamos y deshice la baldosa en pedacitos para que no fuera a hacerle daño a nadie.

—Impresionante como siempre, Arturo— me espetó Jrotta.

—Sí, gracias por cargar con nosotros— dijo Coni.

—No, no me lo agradezcan. Discúlpenme que los acosen así nada más llegar. No pensé que ocurriría.

—No me pareció malo— dijo Coni— aunque no me esperaba que fueras tan famoso.

—Es campeón del mundo entero. Es normal que lo reconozcan— repuso Jrotta.

—Sí, supongo que tienes razón.

—Con lo que me desagrada llamar la atención— musité.

Miré alrededor; mucha gente se había parado y nos miraban desconcertados. Supongo que era la primera vez que veían a un mago volando por el cielo sobre una plataforma flotante.

—Como sea, vamos a mi casa.

Los llevé a al metro en esa misma plaza. El trayecto a pie fue corto, pero la gente no paraba de mirarnos y señalarnos como si fuéramos un acto de circo. Nos acercamos a las escaleras que descendían al metro, pero apenas pisar el primer escalón, noté las puertas cerradas. Luego subí la mirada al letrero de la estación: "Metro cerrado indefinidamente".

—¿Por qué...— quise preguntar, pero entonces me calló como una teja— ¡La invasión destruyó la mitad de la ciudad! ¡Obvio que el metro no está operativo!

Me pegué en la cabeza por lo tonto que había sido. No podía creer que había dejado pasar algo tan simple. Santa Gloria ya no era como la recordaba.

Estaba cansado, así que tomamos un taxi. Para mi fortuna, había cambiado algo de mi dinero a crestas y me alcanzaba cómodamente para un viaje. Para mi fortuna, el taxista no dijo más que lo necesario y nos llevó directo a mi casa.

Esperé que mi familia no se hubiera ido de paseo a otro lado, porque si no había nadie... bueno, yo podría abrir con mi magia, pero aun así los extrañaba.

Sin embargo, mis temores se disolvieron el instante en que entramos al pasaje y vi a mis hermanitos corriendo de un lado para otro con una pelota. Estábamos lejos, pero se movían tanto que terminaron por mirar en nuestra dirección general. Altiro se detuvo para mirarme, Lautaro pareció extrañarse, miró en su misma dirección y también me vio. Ambos lanzaron un chillido a la vez.

—¡¿Esos son tus hermanitos?!— exclamó Coni.

Yo tiré mi mochila al suelo y fui a recibirlos. Ambos me embistieron con fuerza y se pegaron a mi cuerpo. Yo los abracé.

—Hola— les dije.

—¡Arturo, ven a jugar a los dinosaurios con nosotros!— exclamó Lautaro con su voz enérgica de siempre.

—Lia no juega bien— alegó Altiro con su voz suave y calmada de siempre.

—¿Dejan a Lia cuidándolos?— me extrañé.

Generalmente éramos Lili o yo quienes vigilábamos que Lautaro y Altiro no se metieran en problemas. Liatris nunca había sido especialmente atenta, pero ya que no estábamos ni Lili ni yo, era la única que quedaba disponible.

—Niños, estos que me acomp...

Quise presentar a mis amigos, pero mis hermanos se fueron corriendo hacia la casa.

—¡Mamáaaaaaaaa!— escuché a Lautaro a lo lejos.

Me puse de pie con un suspiro.

—Supongo que mejor vamos— comenté.

Coni me pasó mi mochila y continuamos hacia mi casa. Sentada en los escalones de la entrada noté a Lia leyendo un libro. Llevaba su ropa negra rebelde normal. Su pelo no era rosado como la última vez que la había visto, sino que cyan. Al oírnos acercándonos, cerró el libro con una mano, lo dejó a un lado y se puso de pie.

—Vaya, vaya, vaya, pero si es el señor campeón— me dio un beso en la mejilla y un abrazo— ¿Cómo te va, pollito?

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