18.- El Recuerdo de una Cripta y un Cuchillo (2/2)


No mucho después, el cielo comenzó a oscurecer, por lo que comenzamos a marchar de vuelta a la universidad. Sin embargo, en el camino nos encontramos con cinco sujetos grandes con tatuajes y ropa elegante, todos humanos. Al principio no les presté mucha atención, solo un grupo con harta gente que evitar. Sin embargo, cuando intenté hacerme a un lado para pasar, uno se me paró por el frente, mientras que los demás nos rodearon a mis amigos y a mí. Tarde me di cuenta que no pensaban dejarme pasar.

—¿Nos daría un minuto, mago? Mis amigos y yo necesitamos hacerle unas preguntas— dijo uno de los sujetos.

Ninguno de ellos era un mago. La única manera en que pudieran saber que yo era uno es que me hubiesen investigado de alguna manera. Entonces no eran simples ladrones, alguien les había pagado para ir a tratar conmigo. No se me hacía difícil pensar en quién.

—¿Los mandó Jonás?— inquirí.

El que había hablado, que supuse sería el líder, me tomó del hombro como si nos conociéramos.

—Quién nos mandó no importa mucho. Solo nos pidió asegurarnos de que usted recibiera su mensaje.

El estómago se me encogió. No estaba acostumbrado a tratar con confrontaciones sin el respaldo de Érica para defenderme ni Liliana para bajarles los humos a todo el mundo. Supuse que esos sujetos intentarían algo, algo violento. Si quería salir ileso, quizás sería una buena idea actuar primero.

Así que tomé control del suelo bajo sus pies, hice surgir garras de roca que los tomaron de los tobillos y en un instante los tiré hacia abajo, hasta que solo sus cuellos quedaron sobre la tierra. Para asegurarme que se quedaran ahí, cerré el hoyo sobre sus brazos y hombros.

—¡¿Qué... ¡¿Magia?!— exclamó el líder de los matones.

Miré alrededor para asegurarme que no se me hubiese quedado ninguno de ellos afuera de la tierra. Jrotta y Coni se mantenían quietos y tensos, ni siquiera intenté mirarles las caras; sus expresiones no me servían para salvarnos. Más allá, noté a gente mirándonos a lo lejos, pero nadie parecía listo para detenerme, solo miraban de curiosos. Me imaginé que no se atreverían a entrometerse contra un mago.

Por un momento, disfruté de mi estatus superior.

—¿Los mandó Jonás?

—¡No sabemos quién es Jonás! ¡Solo sabemos que fue el hijo menor de la familia Balurto!

Me giré hacia Coni.

—¿Cuál era el apellido de Jonás?

—Eh...— me miró absorto en su susto— sí, sí. Él es Balurto.

Regresé con el matón.

—¿Qué pretendían conmigo? ¿Cuál era ese mensaje?

—¡Por favor! ¡Solo hacíamos nuestro trabajo!— sollozó.

—Tu trabajo no es mi problema— reclamé— ¿Qué pretendían?

El líder apretó los dientes, aproblemado.

—¡Nos pidieron que les diéramos una lección por su impertinencia, pero no íbamos a dejar nada permanente! ¡Lo juro!— exclamó otro sujeto— ¡Por favor, no nos haga nada!

—¡Imbécil! ¡No podemos decirle!— lo retó el líder.

—¡No quiero morir por algo así!

Yo no pensaba matarlos ni hacerles nada serio, y aun así las palabras de Prípori sonaron en mi mente como si intentaran detenerme "No matamos a menos que sea para sobrevivir". Pero no quería hacerles pensar que podían atacarme así sin más.

—¿Y el mensaje?— inquirí— ¿Es algo estúpido como "no te metas con los Balurto"?

—¡Sí, sí, eso mismo!— exclamó el sujeto que ya había hablado— ¡Nos pidieron asegurarnos de que usted no volviera a molestar a la nobleza! ¡Eso es todo!

Suspiré con hastío.

—Nos dijeron que el objetivo era un mago, pero no mencionaron que podía hacer esto— alegó el líder.

—Muy bien, con eso me basta. Los dejaré ir, pero que no se crean que pueden hacer lo que les dé la gana. Si me buscan otra vez, me lo tomaré en serio ¿Entendido?

El líder agachó la cabeza.

—Sí— contestó entre dientes.

Abrí los hoyos en donde estaban para que salieran solos. Me dispuse a retomar mi camino, cuando el líder levantó una mano, me apuntó con su pistola y disparó.

Mi mente explotó en un instante, todas mis extensiones mentales se centraron en la bala y la detuvieron apenas a unos centímetros de mis ojos. Estaba tan cerca que ni siquiera podía enfocarla bien.

De inmediato desarmé su pistola y volví a cerrar los hoyos de todos los sujetos, hundiéndolos aun más bajo la tierra.

—¡Arturo!— exclamaron Jrotta y Coni.

Parpadeé dos veces, me hice un poco hacia atrás y examiné la bala. De haberme disparado con una pistola de rayos láser, me habría matado en ese momento.

Miré al líder de los matones, tomé control del suelo frente a su cuello, me preparé para darle forma de estaca, pero las palabras de Príporo regresaron a mi mente con mayor fuerza que antes. La amenaza ya había pasado, ese hombre no me podía hacer nada, yo no tenía derecho a matarlo.

En vez de eso, tomé control de un puñado de concreto a su lado, lo elevé, lo sujeté a su muñeca como esposas y lo tiré hacia atrás de su espalda casi al punto de quiebre. El hombre comenzó a gritar del dolor.

—¡Por favor, no!— gritó— ¡Aaaah! ¡Solo hacía lo que me pidieron! ¡Solo eso!

Yo tiré con más fuerza. El hombre chilló descontrolado. Sentí una punzada de miedo y asco, pero las ignoré, pues mi ira era mucho mayor.

—¡No quiero tus excusas!— bramé, y me giré hacia el resto de los matones —¡Y ustedes: miren bien! ¡¿Creen que pueden hacer lo que quieran con la gente?! ¡Que este sea su trabajo no es excusa! ¡Esto es lo que les pasará a todos si los vuelvo a v...

—¡Arturo!— chilló Jrotta.

Me giré a verla. Me apretaba el brazo con fuerza, su cara agachada y oculta no me dejaba ver su expresión, pero el temblor en sus manos y su voz me mostraron que apenas aguantaba. Recordé la punzada de miedo hacía unos segundos.

Quise preguntarle qué le pasaba, si el peligro ya había pasado. Miré bien al resto de los bandidos por si alguno de ellos había sacado otra cosa para amenazarnos o hacernos daño, pero ninguno se había movido. No había razón para que se sintiera así. Estuve a punto de decírselo, cuando me acordé de la historia que nos había contado; de la tortura que había sufrido.

Atónito, me giré hacia el líder de los matones, llorando y gritando por su brazo aún en el punto de quiebre. Ambas situaciones eran distintas, pero las sensaciones debían ser similares para ella; tortura, tensión, sufrimiento extendido. Jrotta debía irse de ese lugar cuanto antes.

Rápidamente regresé el brazo del matón a una posición cómoda y lo metí casi entero al pavimento, solo se veían su nariz y boca por afuera. Luego me giré al que había dado la información y lo liberé.

—Tú: busca una manera de rescatar a tus amigos. Ni se te ocurra atacarnos.

—¡No! ¡No, para nada! ¡Nunca más!— se apresuró a contestar.

—Bien. Nos vamos.

Tomé a mis dos amigos de las manos, avanzamos un par de metros y desde ahí levanté una plataforma desde el suelo para elevarnos y viajar rápido sobre las casas y las cabezas de las personas.

No me detuve hasta varias cuadras más tarde, cerca del paradero de bus. Algunas personas nos miraron raro por aparecer en una plataforma flotante, pero nadie dijo nada al respecto. Nuestro bus llegó pronto. La hora punta ya había pasado, así que pudimos ir y sentarnos en la zona de atrás.

Me quedé un momento callado, sin saber qué decirles. Esperé que lo que nos pasó no los hubiera alterado mucho.

—¿Cómo... ¿Cómo están?— pregunté.

—Bien, gracias a ti— me espetó Coni.

—S-sí— musitó Jrotta.

Suspiré, algo arrepentido de haber reaccionado de la manera en que lo hice. Me pregunté si había otra forma de lidiar con cinco matones que no fuera enfrentarlos directamente. Quizás pude haber intentado huir con mis amigos en una plataforma de concreto, pero entonces nos habrían disparado. También se me ocurrió que pude haberlos encerrado en una burbuja de concreto... pero me tardaría valiosos segundos en formarla, tiempo en el que ellos podrían haber sacado sus armas y disparar. Mi reacción podría haberse visto afectada por mi concentración en formar la pared, alguno de nosotros habría resultado herido o muerto. No, no podía dar con una mejor solución. Quizás solo dejarlos ahí, en el suelo. Debí haberme ido apenas inmovilizarlos.

Miré a Jrotta, con la cabeza gacha y en silencio, luego a Coni, mirando por la ventana.

—Perdónenme, creo que me pasé.

Coni se giró a mí, confundido.

—¡No, Arturo! ¡Lo hiciste súper bien! ¡Nos protegiste!— exclamó— yo... yo solo me paralicé. No supe qué hacer. Si no hubieras estado...

Me pasé una mano por la cabeza.

—Si no hubiera estado, no habrían aparecido esos sujetos— le espeté— me buscaban a mí. Eso me pasa por enfrentarme a los nobles.

Debía ser por la ocasión en que intenté detener a Jonás de pegarle a Zaralla. Qué ridículo; él había hecho lo que quería, me había ganado, y aun así mandaba matones a intimidarme. Ese sujeto no podía tener una mente estable.

—No— musitó Coni— no has hecho nada malo. Enfrentarte a los nobles y a sus maldades no es malo. Es tonto, pero no es malo. Si tú no estuvieras en la universidad... si tú no estuvieras, esto ya habría ocurrido muchas veces. Es gracias a ti que me siento seguro.

Lo tomé de una mano. Nos miramos, unidos y frustrados a la vez.

—A lo que voy es... prefiero al Arturo que elige enfrentar a este tipo de personas que a uno que siguiera la corriente. Si creo que estás cometiendo una decisión muy mala, intentaré detenerte, pero siempre te apoyaré.

Lo abracé con cariño. Coni podía decir cosas muy bonitas a veces.

Pero no quería pegármele y besuquearlo en ese momento, no cuando estábamos con alguien más. Jrotta seguramente había sido la más afectada y quería ver si podía ayudarla, así que me giré a ella.

—¿Jrotta?— la llamé.

Ella no se giró a verme, solo se mantenía con la cabeza agachada, supongo que estaba contemplativa.

—Cuando me apretaste el brazo...— le espeté— estabas...

No supe cómo terminar esa frase.

—Lo siento. No supe qué hacer— contestó ella.

No me esperé que tomara la palabra.

—¿Te desagradó? Ver a ese hombre así— continué.

Ella asintió con la cabeza.

—Perdóname. Él te disparó, es natural que contestaras de alguna manera. Es solo que verlo... oírlo gritar me... no pude...

Le puse una mano en el hombro.

—Está bien, está bien. Lo que sentiste está bien. No necesitas disculparte, solo me preocupas.

—¿Te preocupo?— repitió, sin entenderme bien.

—Bueno, claro.

Ella se quedó en silencio, con la cabeza agachada. Supuse que ya no querría hablar del tema. El confrontamiento seguro la había dejado mal, pero al menos no me pareció que la hubiera llevado a un extremo. Con eso me quedaba relativamente tranquilo.

Pasamos casi un minuto de silencio, cuando ella volvió a hablar.

—Ah... Arturo— me llamó.

—¿Sí?

—¿Querrías... ¿Te molestaría...

Alzó su mano como si pidiera algo, media cerrada. Se la tomé sin pensarlo mucho.

—¿Sí?

—¡Ah!— exclamó, sorprendida.

—¿Qué necesitas?

Ella respiró fuerte un par de veces, luego bajó nuestras manos.

—¿Te molestaría mucho ir así?— respiró hondo— ¿Ir el resto del viaje así?

—No, claro que no— dije sin pensar.

—Ah... gracias.

Jrotta se inclinó unos centímetros a mí. Sentí su hombro tocar el mío, no apoyarse completamente, solo tocarlo. Entonces me di cuenta que ese gesto podría ser una falta de respeto para Coni. Me giré hacia él, pidiéndole paciencia con una sonrisa culpable. Él hizo rodar sus ojos y se encogió de hombros, aprobando a regañadientes.

—Gracias— le susurré.

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Apenas regresamos a la universidad, fuimos a dejar a Coni a su dormitorio por si acaso. Incluso entré a su habitación por si lo estuvieran esperando ahí, pero no había pasado nada. Coni nos dijo que difícilmente un noble se indignaría a pisar la habitación de un plebeyo, pero creo que solo me lo decía para hacerme sentir más seguro.

Lo dejamos ahí por el momento, luego Jrotta y yo volvimos a nuestras habitaciones y nos despedimos frente a nuestras puertas.

Después de que cerré, tiré mis cosas al suelo, me puse el pijama y me tumbé sobre la cama.

—Scire, busca información sobre esos matones en la antinet. Quiero saber cómo Jonás pudo contactarlos.

—Lo hice apenas te dieron problemas— indicó esta— pertenecen a una empresa pequeña de administración. Todos sus clientes tienen un patrimonio y viven en barrios que corresponden al de personas bien acomodadas en la sociedad.

Suspiré, hastiado.

—O sea que "administran" a las personas que les causan problemas a los nobles— resumí.

—No puedo afirmar que todos sus clientes tengan el título de nobles— apuntó.

Me imaginé que lo decía porque era la única manera en que una inteligencia artificial como ella podía asegurar de verdad que alguien era noble. Por eso me habría dado los otros datos.

—Eso es lo de menos. Lo que importa es que son un servicio hecho para la comodidad de la nobleza— indiqué— y si lo son, es de esperar que el hijo de una familia noble sepa sobre sus servicios.

No tenía ganas de ir y confrontar a Jonás por lo que había hecho. Estaba cansado, pero supuse que estaría mal dejarlo simplemente así.

—Muéstrame ese libro de afecciones, por favor.

Scire activó mi holoteca en mi velador, el cual proyectó un libro abierto justo donde lo había dejado. Lo hojeé un rato, pero no conseguía concentrarme en lo que leía.

—Apaga las luces— le pedí.

Scire apagó todo, yo me preparé a dormir. Tenía muchas preguntas en mi mente, pero todo eso lo vería mañana. Solo quería aprender, no necesitaba nada de esa tensión social.

Al menos mañana sería un día normal.

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Un súbito ruido me despertó. Las luces se encendieron de inmediato. Alguien tocaba a la puerta.

—¿Cómo se prendieron las luces?— me pregunté, pero me respondí de inmediato— Scire.

Tocaron a la puerta otra vez. Parecían tener prisa, o quizás les faltaba paciencia.

—¡¿Más matones de Jonás?!— salté— ¡Ni él podría atacar a un mago dentro de la universidad! ¡No lo dejarían!

Pero aun con este efecto disuasivo, lo creía posible. Rápidamente me preparé para una pelea: busqué lo que tuviera a mano. No era mucho, pero al menos tenía mis zapatos con zuelas metálicas. De un movimiento de mis extensiones los atraje hacia mí y los preparé para lanzarlos a toda velocidad a la nariz de quien apareciera por la puerta.

Con cuidado me dirigí a la salida, alcé mi mano hacia el pomo y noté que al otro lado se encontraba un mago; un mago miserable, acongojado e impotente. Ese no era un atacante, no podía ser.

Una idea cruzó mi mente. Abrí la puerta de golpe y la encontré frente a mí: Jrotta se lanzó a mi pecho y me abrazó con fuerza mientras lloraba. Yo puse una mano sobre su pelo. No estaba seguro desde esa posición, más encima estaba medio dormido, pero me pareció haber visto su cara.

—¿Jrotta?— la llamé.

Estaba en pijama. No me pareció que se hubiese preparado mucho para ir a verme. Cerré la puerta, confundido.

—¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! ¡No sabía qué hacer!— alegó— ¡Perdóname por despertarte!

—Sí, sí, está bien, descuida ¿Qué pasó?

La tomé por los hombros con cuidado, pero no me atreví a separarla de mí. Se veía devastada.

—¡Tuve una pesadilla!— exclamó— ¡Soñé que ocurría de nuevo! ¡Pensé que me iban a matar! ¡Tenía mucho miedo! ¡Mucho, mucho miedo!

Su encuentro con los bandidos que la habían torturado. La abracé con fuerza, la dejé llorar, le hice cariño en la cabeza, le susurré que solo había sido un sueño, que ahora estaba bien, que estaba conmigo. Ni siquiera intenté decirle que no llorara, porque a nadie le serviría.

—Ya pasó— musité— tranquila, ya pasó. Ahora estás bien.

Poco a poco su respiración se calmó, sus lágrimas y mocos dejaron de chorrear. No supe cuánto tiempo estuvimos parados en mi habitación. Un buen rato, creo.

La llevé a mi baño para que se lavara la cara y se secara con una toalla. Recién entonces la vi; sus ojeras grandes y oscuras como si no hubiera dormido en días, su tez pálida como si nunca hubiera visto el sol, su pelo liso le caía como una cortina sobre la cara y, quizás lo más llamativo; tres cicatrices de quemaduras en forma de triángulo. Tenía una en cada mejilla y otra en la frente, las tres apuntando al centro de su cara.

Ella agachó la cabeza, derrotada.

—No... no pensé bien. No quería que me vieras— me espetó— lo siento.

—Estás bien, Jrotta. Te ves bien— le espeté— a pesar de todo, sigues siendo tú.

Ella me miró hacia arriba.

—¿Por qué eres tan bueno conmigo?— alegó— no entiendo... todos los demás me evitan ¿Por qué me aguantas? Ni siquiera me llevo bien con tu novio.

—No te aguanto— le aseguré— me gusta estar contigo. Somos amigos, métetelo en la cabeza de una vez.

Ella agachó la cabeza otra vez.

—¿Está bien si... — intentó decir mientras su voz se quebraba otra vez— ¿Está bien si me quedo contigo esta noche? No sé si... no me siento segura yo sola.

—Por supuesto— dije sin pensar— todo lo que quieras.

Me puse nervioso por si se refería a tener sexo, pues nunca me había tocado tratar con alguien en ese estado emocional en la cama, pero para mi alivio, solo se refería a dormir. Me di cuenta cuando nos cubrimos con las sábanas y ella ni siquiera intentó sacarse el pijama.

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