16.- El Precio de la Educación (2/2)
Jonás se acercó solo a mí, más de lo que necesitaba para conversar.
—Hablas como si tuvieras voto entre ella y yo. Creo que la magia te está afectando esa pequeña cabeza de plebeyo, porque hasta donde sé, tu opinión no vale nada.
Sus amigos exclamaron con asombro y le celebraron con ánimo. Jonás entonces se giró a Zaralla.
—Y tú. No te quiero ver nunca más cerca de este chiste de mago o los perdedores de sus amigos ¿Entendido?
Ella asintió con la cabeza.
—Sí, señor— musitó ella, compungida.
—¡Tú no eres quién para decirle a otros qué hacer!— reclamé.
—Oh, pero lo soy. Soy su jefe, fue un trato al que llegamos entre ella y mi familia— indicó Jonás— ella me dio el derecho de darle órdenes, me lo da cada día, cada minuto que pisa esta universidad ¿No es así, Zaralla?
—Sí, señor.
—Y tú habrías estado en su posición, de no haber abierto tu mente ese día— continuó Jonás— esto, o habrías terminado en las calles por insubordinación. Así que en cierto sentido, también es tu culpa. Zaralla, agradécele a Arturo que puedes estudiar aquí.
—Gra... gracias, Mago Arturo— dijo ella, su voz comenzando a quebrarse.
Nunca antes había querido pegarle tanto a alguien como en esa ocasión. Me acordé de Érica, cuando le tiró la mesa encima a esa pirata solo porque había dicho algo que no le gustó. Tenía ganas de compartir su coraje, su libertad de pensar en el momento y dejar las consecuencias para después, pero el costo por actuar era demasiado alto, más que mis emociones momentáneas.
En vez de eso respiré hondo y pensé. Si no podía darle un buen combo en la cara, quizás podía atacar su ego un poco.
—Entonces así te consuelas— le espeté— sabes que no tienes madera para volverte un mago, así que buscas a alguien para ventilar tus frustraciones. Maltratas a los demás porque es la única manera en que puedes sentirte superior, porque nunca conseguirás nada en la vida y eso te carcome todas...
—¡Arturo!— exclamó Zaralla— ¡Ya fue suficiente!
—¡Sí, te pasaste, estúpido mago!— bramó uno de los amigos de Jonás— él ya recibió la granalis. Solo porque eres un mago, no puedes hablarle así a un noble.
Sin embargo, Jonás alzó una mano para hacerlos callar. Me miró con la cara arrugada de la ira.
—Te crees lo mejor solo porque pasaste de esclavo a mago en un día— alegó— en circunstancias normales, llamaría a mis guardaespaldas para que te molieran a golpes por tu osadía. Lamentablemente, no cuento con guardaespaldas dentro de la universidad, ni tampoco puedo tocarte. Es una lástima... así que tu reemplazo tendrá que bastar.
Se dio la vuelta y, antes de que cualquiera pudiera reaccionar, le mandó un combo a Zaralla en la cara.
—¡Jonás!— exclamé.
Él se volvió hacia mí de inmediato y me apuntó con un dedo.
—Te recuerdo que tú tampoco puedes tocarme— indicó.
Rápidamente formé una plataforma bajo los pies de Zaralla y...
—Si te la llevas, reportaré que intentaste raptarla— bramó.
—¡¿Qué?!— salté.
—Ya te lo dije ¿No? Ella quiere estar aquí, quiere obedecer mis órdenes y quiere recibir este castigo en vez de ti— le mandó un combo a las costillas que la tumbó en el suelo.
—¡Detente ahora!— exclamé.
—¿O qué? ¿Qué harás? ¿Me vas a golpear?— Jonás sonrió victorioso— adelante, hazlo, tengo varios testigos. Estarás fuera de la universidad en menos de una hora.
Apreté los dientes, furioso. En cualquier momento podía formar una lanza desde el suelo y atravesarle la garganta. Sería muy fácil y rápido.
Jonás procedió a darle una patada en el estómago.
—¡Déjala, desgraciado!
No podía entender cómo no había nada que pudiera hacer. Rápidamente varias posibilidades pasaron por mi cabeza, pero todas involucraban cierta manera de violencia hacia Jonás o cierta separación entre este y Zaralla, lo cual él podría interpretar por "rapto" o alguna otra excusa de crimen para echarme de la universidad.
—¡Zaralla!— la llamé, sin saber ni siquiera qué decirle para ayudarla.
—¡Solo ándate!— sollozó mientras Jonás la pateaba— ¡Ándate ahora!
Intenté pensar en algo. Debía haber una solución, pero no se me ocurría nada, y con cada par de segundos que perdía, Jonás le daba otro golpe. De repente alguien me tiró del brazo. Era Coni.
—Vámonos— me pidió.
No había de otra. Hiciera lo que hiciera, Jonás tenía las de ganar. Abrí la boca para decir que sí y marcharme a toda prisa, pero entonces Jonás exclamó de dolor.
—¡Ay! ¡Mi pie!— alegó como si se lo hubieran amputado.
Al mirar, advertí que había surgido una pequeña pared junto al estómago de Zaralla, con una altura justa para bloquear un pie. Se lo había golpeado en la roca. Luego se giró hacia mí.
—¡Desgraciado! ¡Sabía que intentarías algo! ¡Ya verás, te expulsarán de la universi...
—No expulsarán a nadie— dijo una voz firme.
Al girarnos, advertimos al profesor Hista acercándose.
—¡¿Profesor?!— exclamé.
Antes de que me diera cuenta, pasó junto a los embobados amigos de Jonás y se plantó al centro del grupo, junto a Zaralla.
—Señor Balurto, le recuerdo que la violencia no está permitida dentro de la universidad— le espetó— sea quien sea.
Jonás apretó los labios, nervioso. Ni siquiera él podía desobedecer a un profesor en su presencia.
Entonces Hista se agachó sobre Zaralla y la ayudó a levantarse. En eso llamó a Coni.
—Ayúdala a ir a la enfermería— le pidió.
—Pero yo puedo...
—Llévala a la enfermería— insistió el profesor.
Coni asintió, se pasó un brazo de Zaralla sobre el hombro y se la llevó. El profesor se giró hacia Jonás.
—Señor Balurto, tenga cuidado con esos arrebatos de emoción. Usted es un noble y un aprendiz en la universidad de Luscus, debe dar el ejemplo a los demás.
Jonás chasqueó la lengua y se marchó junto con sus amigos. Me pareció arriesgado de su parte marcharse así cuando un profesor le hablaba, pero su comportamiento no pareció molestarle a Hista. El profesor entonces me miró a mí.
—Arturo ¿Te molestaría hablar conmigo un momento?
—¿Eh?
El profesor se giró hacia Jrotta.
—A solas, si no le molesta, Maga Permani.
—Oh, no. Está bien— contestó Jrotta— Arturo, nos vemos en la biblioteca.
—Sí, sí, claro.
Ella se marchó, dejándonos solos al profesor Hista y a mí. Por un momento me temí que el profesor hubiera malentendido la situación y creyese que yo le había hecho algo a Jonás, o peor, que había participado en la golpiza que le dio a Zaralla. Él solo se puso a caminar y me indicó que lo siguiera. Partimos a pasear con toda calma por los caminos de la universidad.
—Eso fue bastante desagradable de ver ¿Eh?— comentó de repente.
—Ah... sí.
—Si no te molesta ¿Me dices qué sentiste? ¿Te molestó, te dio lo mismo, te dio risa...
—¡No, me molestó mucho!— alegué. El estómago se me encogió de solo recordarlo— ¡¿Qué se cree que hacía?! ¡Esa no es manera de tratar a nadie!
—Oh, no. Arturo, solo te estás enfocando en lo malo— me espetó el profesor— recuerda que es un noble, no deberías hablar así de él.
Me giré hacia él, desconcertado.
—¡¿Qué?!
—Piensa en el futuro: qué es lo que le está dando a esa chica solo por aguantarlo un par de años. Ella se lo estaba tomando a pecho, también. Se nota que le irá bien.
Estaba tan sorprendido que no pude contestarle de inmediato. El profesor Hista me sonrió como si no hubiera dicho nada malo.
—Te preocupa ella ¿No? Descuida, ningún profesor le permitirá al señor Balurto hacerle nada. No está realmente en peligro.
Me detuve, desconcertado por lo que oía.
—Pero... está mal. Jonás solo la abusará de otras formas— reclamé.
El profesor resopló una buena bocanada de aire y me miró con las manos en las caderas, condescendiente.
—Arturo, creo que no entiendes; ella elige este estilo de vida. Es su opción. Tú no puedes interrumpir y meterte en sus asuntos. Piénsalo ¿Por qué ella lo elige?
—Para ser una maga— recordé— porque su familia no tiene medios para pagar la colegiatura.
—¿Lo ves? Y a pesar de todo, ella sigue adelante ¿Esta sociedad no sería mejor si toda la gente básica siguiera su ejemplo?
Arrugué el ceño, anonadado. La gente básica, más conocidos como ignotes. Constituían la mayor parte de la población de Luscus, aquellos que no tenían los recursos suficientes para convertirse en magos.
—¿Entonces no sería mejor si la universidad fuera gratis?— inquirí— así todos podrían ser magos.
El profesor arqueó una ceja, no parecía muy contento con mi respuesta.
—Esta universidad es algo cara, es verdad, pero eso solo se debe a las facilidades que otorga a los estudiantes. Existen otras universidades ¿Te acuerdas? Yo estudié en una universidad gratuita.
Recordé lo que me contó sobre aquellas otras universidades.
—Esas en que uno paga con años de servicio ¿No?
El profesor asintió.
—No son tan lujosas como esta. Corren rumores de que no son tan buenas tampoco, pero eso son solo mentiras; los profesores son elegidos con el mismo escrutinio y la misma información les es entregada a los alumnos. La verdad es que cualquiera tiene los recursos para convertirse en mago, Arturo. Solo necesitan la determinación necesaria para lograrlo.
Agaché la cabeza, confundido.
—¿Pero entonces por qué ella acepta todo ese maltrato? Podría ir a una universidad gratis.
El profesor se encogió de hombros.
—Los asuntos que ella haya tratado con la familia Balurto son cosa de ellos, no nos concierne entrometernos, ni a ti ni a mí.
—Pero... debe tener una buena razón— alegué.
—¿Qué tal conveniencia?— propuso él— te sorprendería la cantidad de grandes decisiones que se toman con conveniencia como prioridad. Tal vez no quería alejarse de su casa o le gustó el campus. La arquitectura es agradable, la verdad. Quizás simplemente no tenía ganas de dar el tiempo de servicio al terminar.
Me pasé una mano por la cabeza.
—¿Y cuánto tiempo es?— quise saber.
—Cinco años de servicio obligatorio, pero te puedes quedar trabajando ahí, si gustas y lo haces bien. No pagan mal.
Lo que el profesor decía tenía cierto sentido, suficiente sentido para callarme, pero aun así había algo molesto en todo eso. No me parecía correcto que Zaralla tuviera que sufrir maltratos solo por estudiar, ni que el profesor se lo tomara con tanta calma. Sin embargo, tenía razón; no me correspondía interponerme entre ella y los obstáculos en su sueño.
Al final suspiré, cansado de pensar en la moral del sistema de educación superior.
—Está bien— dije al fin— es verdad, ella podría ir a otra universidad.
El profesor asintió, satisfecho.
—Parece que lo entiendes— me dio unas palmaditas en el hombro— y ten cuidado alrededor de los nobles, Arturo. No necesitan armar mucho escándalo para echarte, si no les agradas.
Con esas palabras se marchó. Yo estaba tan pasmado que solo me quedé ahí, mirándolo mientras se iba tranquilamente.
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