16.- El Precio de la Educación (1/2)


Todo parecía ir bien con Jrotta. Ella y Coni no se llevaban excelente, pero al menos se hablaban. Desde la mañana en que encontramos a su sirviente esqueleto, comenzamos a frecuentarnos, sobre todo en la biblioteca y en las comidas.

Cierto día en el almuerzo, Coni me preguntó dónde me gustaría ir ese fin de semana. La pregunta me tomó un poco por sorpresa, pero me dio una idea.

—Oye, Jrotta ¿Quieres salir con nosotros el domingo?— le espeté.

—¡Nnnn!— exclamó Coni.

Me giré a él, atento, pero me hizo un gesto con la mano indicando que no le prestara atención. Me volví hacia Jrotta, la cual se había parado de comer.

—¿Quiere... quiere salir conmigo?— musitó, sorprendida como si le estuviera hablando de algo imposible.

—Eh... claro. Ya sabes, para despejarse y todo.

Jrotta se pasó una mano por su largo pelo negro.

—Sí... sí, me encantaría— musitó.

—Bien, aunque aún no se me ocurre a dónde ir.

Miré a Coni por si él tenía algo en mente, pero de repente parecía más preocupado de su almuerzo que del panorama.

—Si... si no es molestia ¿Podría sugerir algo yo?— inquirió Jrotta.

—Claro ¿Qué se te ocurre?

—Siempre había querido ir al acuario— indicó— pero nunca me hice el tiempo.

—¡El acuario! ¡No sabía que Luscus tenía un acuario!— exclamé— ¿Qué te parece, Coni?

—Genial— gruñó entre dientes.

—Muy bien. Entonces iremos al acuario— dije emocionado.

Dicho y hecho, el fin de semana partimos al acuario. Para mi sorpresa, no tenía muchas atracciones mágicas; había un par de túneles de agua que viajaban por el aire y unas piscinas suspendidas en esferas de agua, pero nada que me llamara especialmente la atención.

Aun así, nuestra visita fue muy grata. Aprendí mucho sobre biología marina, tanto de animales de Nudo como de otros mundos. Incluso vi un par de serpientes con tentáculos, como la mascota del mago Saponcio que estuvo a punto de matarnos a las chicas y a mí en nuestro viaje del año pasado, solo que estos del acuario eran serpientes de apenas unos metros de largo, inofensivas para la mayoría de los nanos.

Jrotta y Coni parecieron disfrutarlo también, así que entre todo me pareció algo bueno.

Después de nuestro recorrido por el acuario, notamos que al final había un restaurante dentro del mismo edificio, con ambientación marina y todo. La iluminación era más baja de lo usual y en el cielo había agua corriendo, justo debajo de las luces, cosa que se proyectaran sombras que daban la ilusión de encontrarse bajo el agua. Lo que se me hacía raro es que en ese lugar las paredes tenían un color rojo naranjo, dado que ese era el color del mar en Nudo.

Nos sentamos por ahí, pedimos y continuamos hablando amenamente. Coni dijo en broma que esperaba que no hubiera otro atentado como el de la vez pasada. Yo estaba tranquilo, pues sabía que los polímatas no planeaban nada para ese día.

—¿Qué ocurrió?— quiso saber Jrotta.

—Nos vimos metidos en el altercado de los polímatas contra la policía— explicó el mismo Coni— fue horrible. Creí que íbamos a morir.

—Mmm. Ya veo.

—¿Qué piensas tú de los polímatas, Jrotta?— quise saber.

—Ah... la verdad es que no me importan mucho— admitió— lo que hagan no es mi problema... ¿Por qué lo pregunta, Arturo?

—Curiosidad— me encogí de hombros— a mí no me interesa tanto su ideología, sino que las cosas que pueden hacer ¿Los han visto?

—Es verdad. Hay que ser muy hábil para hacer todo lo que han logrado y continuar evadiendo a la policía— observó— dominar por completo el área de la magia que saben. Sean quienes sean, deben tomarse su trabajo muy en serio.

El dolor en mis músculos podía corroborar eso.

Poco después nos trajeron nuestros platos. Jrotta había pedido varios tipos de pescados con especias picantes, sin mayores acompañamientos. Era de esperarse, dado que era carnívora como cualquier otro volir, pero entonces noté que ponía una servilleta sobre el filo de su cuchillo para comer. No me pareció muy raro en un principio, uno no necesita el cuchillo para cortar la blanda carne del pescado, pero verla haciéndolo me hizo fijarme en mi cuchillo; advertí que tenía unos ojos en la punta, asemejándolo a un pez.

—¡Ja! ¡Qué divertido!— exclamé.

Se lo mostré a Coni y a Jrotta.

—¡Miren, parece un pececito!— dije entretenido.

—Sí, qué buen det...— iba a decir Coni.

Pero en ese instante sentí un repentino horror. Al mismo tiempo, Coni fue interrumpido por una exclamación de Jrotta. Esta chilló y me quitó el cuchillo de un manotazo, el cual cayó al suelo sin hacerle daño a nadie. Su reacción nos dejó perplejos.

—¿Estás bien?— le pregunté.

—Eh...

Le tomé su mano y la examiné; no tenía nada. Temí por un momento que se hubiera enterrado la punta del cuchillo en la palma.

—¿Qué te pasa?— inquirió Coni.

—¡No me hables así...— alegó ella, pero se interrumpió sola y se sacudió la cabeza para espabilarse— no... no, lo siento. Es que...— se encogió sobre sí misma, sujetándose las manos frente al pecho— los cuchillos no me gustan mucho.

Me di cuenta que ese repentino horror que había sentido debió haber surgido de ella. No era común que sintiera las emociones de otros, incluso de Jrotta; solo conseguía notar las más fuertes.

Un mozo vino raudo, recogió el cuchillo del suelo y me dijo que vendría con otro. Yo se lo agradecí, luego regresé a la conversación.

—Ah, por eso nunca los usas en la universidad— comentó Coni.

—¿Qué?— salté.

—¿No te habías dado cuenta?— alegó él— es carnívora, pero nunca lleva cuchillos a la mesa. Siempre llega con trozos chicos de carne para no tener que cortarlos.

—Vaya, no lo había notado— admití.

Me fijé en Jrotta. Continuaba encogida, tímida. Miraba su plato y al suelo, como si no se atreviera a levantar la mirada. Quizás ese era el caso.

—¿Estás bien, Jrotta?— repetí, pero esta vez en un tono más suave— ¿Necesitas salir un rato? Te puedo acompañar.

Mas ella negó con la cabeza.

—No... no es nada. Descuida.

Se metió un pedazo de pescado a la boca. Supuse que eso haría más difícil hablarle por un momento, así que guardé silencio. Miré a Coni, atento a lo que tuviera que decir. Para mi sorpresa, él trazó una línea horizontal por su cuello con los cinco dedos de una mano, indicando que "cortara" el tema. Yo asentí y me puse a comer. Guardé una nota mental para evitar acercarle un cuchillo a Jrotta de nuevo. Esperé que no se me olvidara.

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Un par de días más tarde, me quedé un rato más en la sala por una consulta que tenía a una profesora sobre algo que me había confundido de su explicación. Ella no consiguió resolverla del todo, pero ya no me importaba, la verificaría con unos libros.

Salí atrasado de la sala y me dirigí a la plaza, donde habíamos quedado Coni, Jrotta y yo. A veces, en los recreos demasiado cortos para ir a la biblioteca, íbamos a relajarnos a la plaza un rato para charlar y comer un tentempié.

Sin embargo, al acercarme advertí que junto a Coni había una volir distinta de Jrotta, la cual estaba leyendo algo junto a la fuente, a unos metros de distancia. Era Zaralla, la cual se veía bastante agitada, con la cara azul y arrugada como si hubiera estado llorando hacía poco. No se me pasó inadvertida un poco de sangre seca a un costado de su cara, mas no vi ninguna herida. Coni seguro ya la había sanado.

—¿Ocurrió algo?— quise saber.

Coni abrió la boca para hablar, pero Zaralla lo cortó.

—Nada— dijo secamente, su voz aún quebrada— no pasó nada.

Coni me miró con preocupación en sus ojos, como si quisiera que yo hiciera algo. Me pasé la mano por la cabeza, no muy seguro. Lo único que se me ocurrió fue debatir con los datos que tenía a mano.

—¿Jonás te hizo esa herida?— supuse.

Zaralla me miró sorprendida.

—¿Cómo lo supiste?— alegó.

—¿Qué otra posibilidad hay? Y si acudiste a Coni en vez de una enfermería, es porque él debía estar más cerca ¿No?

—La vi con esa herida y me ofrecí a sanarla— aseguró él— la enfermería está un poco lejos.

—Buena idea— lo felicité— ¿Pero por qué te hizo eso, Zaralla?

—Por nada— alegó, su cabeza gacha— me equivoqué al llevarle una bebida que me pidió y me tiró la lata a la cabeza.

Abrí los ojos de par en par, desconcertado.

—¡Eso es horrible!— exclamé.

Estuve a punto de sugerir que les avisáramos a los profesores, pero en eso recordé el problema de la jerarquía en Luscus. Era lo mismo por lo que había pasado Coni.

—¿Por qué lo sigues, en todo caso?— inquirí.

Zaralla suspiró, no muy entusiasmada.

—Es gracias a sus padres que puedo estudiar aquí— explicó— vengo de una familia de ignotes. Soy la primera aprendiz en la familia. Siempre ha sido mi sueño abrir mi mente y volverme una maga, pero me faltaba el dinero suficiente. Aun así, siempre hay posibilidades. Se sabe que algunos nobles pagan la universidad de sus hijos y además la de otras personas para que les sirvan. A veces toman a ignotes que ya les están sirviendo, pero a veces no consiguen a nadie con las calificaciones necesarias, así que buscan entre amigos o incluso ponen avisos. Fue así como los conocí. Postulé entre varias otras personas, pero solo quedé yo. Heme aquí.

—Eso suena horrible— musité.

—¡¿Qué sabes tú?! ¡Ya eres un mago!— alegó ella— ¡No conoces la frustración de los ignotes! ¡Vivimos todas nuestras vidas sin posibilidades como esta! ¡No tienes derecho a decirme que es horrible!

Creo que era lo más apasionada que la había visto, aunque no es como si hubiéramos hablado mucho antes de eso.

—¡¿Cómo te atreves a hablarle al Mago Arturo de esa manera?!— bramó Jrotta, sorprendiéndome— No eres más que una plebeya insensata.

Zaralla la miró con el ceño fruncido, mas no le respondió. Pero yo sí.

—¡Jrotta!— exclamé.

Ella se giró a mí, aunque no sé qué cara tenía, gracias al velo. Sus palabras me habían tomado con tal sorpresa que me tomó unos segundos armar mis pensamientos.

—Jrotta, gracias por defenderme, pero está mal usar el estatus propio o de alguien más como un argumento— alegué— Zaralla puede hablarme como quiera. Tiene todo el derecho de hacerlo, así que por favor, no se lo quites.

—¡Pero...— parecía que iba a reclamar, mas se abstuvo— como usted desee, Arturo.

Regresé mi vista a Zaralla para decirle lo que pensaba, cuando ruidos de varias pisadas acercándose nos llamaron la atención. Al voltearnos al otro lado, nos encontramos a Jonás y su grupito, listos para causar más problemas.

—¿Qué está pasando aquí?— alegó él. Me miraba directamente a mí— ¿Qué le estás metiendo en la cabeza a MI sirviente?

Me pregunté cómo podía existir gente tan apática en la red de mundos.

—¿Qué te importa?— alegué yo— por lo que veo, no mucho. La dejas herida y lo único que reclamas es lo que le estoy metiendo en la cabeza, como si ella no tuviera raciocinio.

Jonás se acercó solo a mí, más de lo que necesitaba para conversar.

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