15.- El Misterio del Cadáver Perdido (4/4)


—Kutor...— sollozó.

Aún estábamos en una superficie peligrosa, así que la tomé en brazos y bajamos. Antes de caer desde el techo, noté un balcón justo en el décimo piso, por lo que aterricé ahí. Recién entonces nos relajamos. Jrotta dejó su mochila en el suelo, donde guardó el cráneo con cuidado. Yo abrí la ventana cerrada por dentro con magia para meternos adentro.

Jrotta suspiró, pensativa. Luego se giró hacia mí.

—Mago Gavlem... muchas gracias. Le debo la vida, y lo digo en serio. Yo sola no habría conseguido salvar a Kutor a tiempo... solo soy una nigromante, pero cualquier cosa que necesite, sea lo que sea, por favor cuente conmigo.

Yo me rasqué la cabeza, contrariado.

—Pensé que ya lo habíamos dejado claro— le espeté— muéstrame tu magia.

Ella echó su cabeza hacia atrás, sorprendida.

—¡¿Qué?!— saltó— Pero... pero usted es un mago tan talentoso ¿Por qué quiere rebajarse a mi nivel?

—Tú tienes algo que yo no. Para mí, eso no es rebajarse. En fin, estoy muerto de hambre después de usar tanta magia ¿Qué me dices si vamos a almorzar?

—¡¿Con... conmigo?! ¡¿Quiere comer conmigo?! ¡¿En el casino, frente a todos?!

Me giré hacia ella, desconcertado.

—¿No quieres comer?

—¡Claro que sí, es solo... es que...

No consiguió terminar la pregunta, solo juntó sus manos en un gesto nervioso y se quedó callada. Comenzaba a hacerme la idea de que su magia no era lo que la había designado como un bicho raro a ojos de la sociedad.

—Ah, es verdad. No podemos ir a comer con esa mochila— le espeté— Mejor la llevamos a tu habitación.

—Sí... sí, claro.

Nos dirigimos a los dormitorios de magos, ya más tranquilos. Era agradable simplemente caminar por la universidad cuando hacía unos pocos momentos habíamos estado corriendo de un lado para otro. Aunque estaría mejor luego de comer.

Entramos a su habitación, pero apenas ella se sacó la mochila de los hombros, ambos tuvimos la misma idea; Qabera y sus secuaces podrían aparecer otra vez mientras no estábamos y robar los huesos otra vez. Así que le propuse a Jrotta dejarlos por mientras en mi habitación, pero ella dijo que preferiría llevarlos consigo. Entonces procedió a sacarlos y guardarlos otra vez, cada hueso donde correspondía, para asegurarse que estuvieran todos. Yo me senté en su cama por mientras.

—Está bien, no necesita esperarme— me dijo— puede ir a comer tranquilo, Mago Gavlem.

—Me puedes llamar Arturo— le espeté— y no, prefiero comer contigo. Sería raro dejarte sola después de todo eso... a menos que tú no quieras comer conmigo.

—¡No, no, para nada, no es eso!— exclamó— es solo... es que se me hace raro. No entiendo por qué usted querría comer con alguien como yo.

Pensé que lo adecuado sería pedirle que dejara de auto flagelarse de esa manera, decirle que ella tenía valor como persona y que debía tenerse en buena estima. Pero a mí no me importaba mucho si ella se arrastraba por el suelo; era su decisión.

—Aunque quiera aprender sobre nigromancia, no necesita rebajarse a mostrarle a todo el mundo que se relaciona conmigo- continuó.

Suspiré, algo cansado.

—¡Pero...— ella tomó la palabra— ¡Pero si es lo que usted quiere, no se lo discutiré! ¡Lo prometo!

—Ah, bien. Y deja de tratarme de usted, es raro— alegué.

—Ah... está bien. Gracias... Arturo.

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En menos tiempo de lo que esperaba, Jrotta terminó de meter sus huesos en la mochila. Luego la llevó consigo y nos dirigimos al casino a comer. Como me esperaba, ella no tomó tanta comida como yo, aunque de todas maneras tomó más del doble de lo que se esperaría para un palo con patas como ella.

Luego de que nos sentáramos y comenzáramos a comer, me fijé en ella; el velo estaba casi pegado a su cara y le cubría hasta debajo del mentón. Al verla comer, noté que se tomaba el velo cada vez con una mano y lo levantaba apenas lo suficiente para meterse comida en la boca.

—Debe ser difícil vivir con eso— le espeté— ¿Es algo religioso de donde vienes?

—¿Mmm?— contestó ella, mientras comía.

—El velo.

—¡Mmm!— tragó lo que tenía en la boca— No, es... es... personal.

No dijo más, así que no pregunté. Tomé un pedazo de carne con el tenedor, pero antes de metérmelo en la boca, Jrotta continuó.

—¿Le molesta que oculte mi cara?— preguntó.

—¿Eh? No, no. Es solo que no hay mucha gente que lo haga, pero no me importa.

—Ah... gracias.

Continuamos comiendo mayormente en silencio. No es que no tuviéramos temas de qué hablar, solo que aún no nos conocíamos mucho y, bueno, hacía hambre. Aun así, diría que fue una comida agradable.

De pronto noté a Coni desde el otro lado del comedor. Parecía que apenas había llegado de sus trámites. Contento, se acercó a nosotros saludando con la mano. Entonces llegó a nuestra mesa, me saludó de beso y luego se giró a saludar a mi acompañante, pero se paró en seco antes de acercarse más. Desconcertado, la miró largo rato. Luego se giró hacia mí, paralizado de la impresión.

—¿Arturo?— musitó— ¿Qué... ¿Qué está pasando?

—Te presento a Jrotta. Ahora somos amigos— le espeté— Jrotta, este es Coni, mi novio.

Jrotta se puso a toser en ese momento. Necesitó un trago de agua para calmarse.

—Hola— la saludó Coni— ¿Estás bien?

—Arturo, pero él es...— alegó ella.

—Lo más adorable que haya pisado la universidad ¿No?— le di un beso en su mejilla redondita.

Coni me miró con una sonrisa incómoda.

—Pero... pero... — balbuceó ella.

Coni suspiró, no muy entusiasmado.

—Admito que no he escuchado cosas muy buenas de usted, señorita nigromante— le espetó— pero si Arturo la considera su amiga, yo también. Es un gusto conocerla.

Dijo eso último entre dientes. Jrotta bajó la cabeza, apretó los puños un momento sobre la mesa, luego se relajó.

—El gusto es mío— contestó en un gruñido apenas audible.

Coni fue a buscarse su almuerzo y luego se sentó junto a mí. Sin dejar de mirarla, me tomó del brazo que uso para meterme comida a la boca. Quise decirle que me soltara, pero él parecía muy determinado en tenerme agarrado, así que cedí. Algo me decía que esos dos no confiaban mucho el uno en el otro, pero estaba seguro de que se volverían amigos si se daban la oportunidad de conocerse. Tampoco es que me importara su relación, lo único que me incumbía es que se mostraran un mínimo de respeto.

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Por la tarde nos dirigimos a un rincón escondido entre árboles del gran patio trasero de la universidad, donde la gente no nos viera. Ahí, Jrotta se quitó el baúl que llevaba por mochila y sacó un puñado de huesos chiquititos. Por un momento pensé que serían trozos que se habían roto por la presión dentro de la mochila, pero entonces ella hizo unos gestos de manos de sanación y control, y susurró unas palabras que no alcancé a oír. Un momento más tarde, los huesos comenzaron a moverse por su cuenta. Se rearmaron y formaron una mano.

Me acerqué a examinarla. La mano recorrió el brazo de Jrotta como una araña y se posó en su hombro. Adentro no había tendones ni nervios, sino que un leve brillo verdoso que unía los huesos, apenas distinguible.

—¡Fascinante!— exclamé— ¡¿Este es el poder de la nigromancia?!

—¿Le... le gusta?— musitó ella.

Coni no decía nada, seguro tan fascinado como yo, no sé, en ese momento no podía quitar mis ojos de la mano huesuda.

—¡Me encanta!— exclamé— ¡Tu magia es impresionante! ¡¿Cómo lo haces?!

—Je... jeje. Je— ella se llevó una mano a la mejilla, como si estuviera ruborizada— es muy entretenido, en verdad. Necesita aprender magia de control y de sanación, esos son los requisitos básicos.

—Claro, claro.

Había leído al menos eso en los pocos libros sobre nigromancia.

—Pero eso solo es la preparación. Para controlar a los muertos necesita controlar primero las animitas.

—¿Animitas?— repetí embobado— leí algo sobre eso, pero no conseguí entender del todo de qué se trataba.

—Son los componentes del alma— me espetó— están en todas partes, aunque se encuentran exponencialmente más en seres vivos que en sustancias no vivas. Con magia de sanación y control, puede guiar estas animitas y almacenarlas en su propia alma.

—¡¿Qué?!— salté— ¡¿Puedes hacer crecer tu alma?!

Jrotta rio bajito, al parecer divertida con mi reacción, pero no me molestó.

—Las almas y animitas se rigen por leyes distintas a las del plano material, pero podemos concentrarlas en un lugar como el alma. El alma es un conjunto de una enorme cantidad de distintas animitas. Cambia constantemente, pero tiende a retener las animitas dentro de sí como nuestro cuerpo tiende a retener sus células. Con suficiente entrenamiento y estudio, un nigromante puede transferir y controlar estas animitas para producir distintos efectos. Por ejemplo, si insertamos cierta cantidad dentro de algo que estuvo vivo, podemos simular un alma. A través de la magia de control podemos darle órdenes a este nuevo "muerto viviente", incluso simular una conciencia primitiva.

Me quería tirar el pelo por lo que me estaba diciendo. Era como si se hubiera abierto un mundo nuevo ante mí que siempre estuvo al alcance de la mano.

—¡Esto es espectacular!— exclamé— ¡¿Cómo es que no hay más gente estudiando esto?! ¡Es un área súper interesante!

—¡¿Verdad?!— exclamó ella— ¡Es el mejor tipo de magia que existe!

—Bueno... todos los tipos de magia tienen su gracia.

—Ah...— ella se cortó de repente, tímida— claro, sí. Tiene razón.

—Pero no quita que la subestiman un montón ¿Verdad, Coni?

Me giré a él, pero para mi sorpresa, lo encontré bostezando.

—Sí... sí, supongo— dijo, no muy convencido.

Me extrañó que no estuviera tan emocionado como yo. Era como si hubiéramos descubierto un tesoro inconmensurable y él ni lo miraba. Sin embargo, estaba bien. Coni tenía sus propios intereses.

Me giré hacia Jrotta para continuar con nuestra emocionante conversación.

—¿Y puedes reanimar a todo el esqueleto?— quise saber.

Ella agachó la cabeza en un gesto de derrota.

—No, ahora no puedo. Me faltan animitas— se lamentó— si intentara quitarme más, literalmente moriría.

—¡¿Puedes morir por falta de animitas?!— exclamé.

—Sí, bueno... pasarías a ser un cuerpo sin alma. Tus células dejarían de funcionar, solo te apagarías.

—¡No puede ser!— exclamé— ¡Eso es fenomenal!

—¡Sí, es estupendo!— saltó ella— ¡Por fin alguien que lo entiende!

—¿Desde cuándo morirse es fenomenal?— alegó Coni.

—No, no, me refiero a que tiene mucho sentido— expliqué— es obvio, si lo piensas bien.

Él suspiró, al parecer no muy convencido.

—Como digas.

—¿Y cómo consigues más animitas?— quise saber.

Jrotta suspiró con cansancio.

—Es mucho trabajo— aseguró.

Recordé un momento que me habían dicho que ella se robaba mascotas de otras personas para sacrificarlas para usar su magia. Me preparé para escuchar algo desagradable. Por su parte, ella tomó un puñado de pasto, lo levantó y lo sujetó unos segundos antes de mostrármelo; el pasto se había transformado en una sustancia verde húmeda.

—Tomo la vida de plantas e insectos. La cantidad de animitas varía entre una especie a otra, pero generalmente va de la mano con el tamaño, así que reunir una cantidad grande me lleva mucho tiempo.

—¿Eh? ¿Entonces sería más rápido matar animales y personas?— quise saber.

—En teoría, sí, aunque yo nunca podría matar a nadie, ni siquiera a un animal— admitió— no tengo el estómago, aunque hubo una vez...

—¿Sí?

—No, nada, perdone— se sacudió la cabeza para olvidarse de aquello— no, nunca me atrevería a matar a un animal, aunque sea una carnívora.

Coni y yo nos miramos. Estoy seguro de que ambos pensamos lo mismo; que los rumores de mascotas desaparecidas no se correspondían con lo que nos decía Jrotta. Sin embargo, la universidad era un espacio grande donde muchos accidentes podían suceder, así que decidí ignorar los rumores sobre ella hasta tener pruebas de su culpabilidad.

Jrotta nos contó un poco más sobre nigromancia y algo de la historia de los nigromantes. Al parecer, que se les mirara a mal era algo relativamente reciente entre las naciones de magos, pero no había eventos importantes que llevaran a ello, simplemente parecía como que cierto día todos se hubieran puesto de acuerdo en que los nigromantes eran lo peor que los magos tenían para ofrecer. Jrotta nos contó que ella no sabía sobre ningún registro que causara esto.

Luego nos preguntó sobre nosotros. Yo le conté sobre mi magia, mi mundo y también de Scire, de la cual Jrotta tomó un interés inmediato. Se divirtió un rato hablando con ella.

Pero pronto se nos hizo tarde. Fuimos a servirnos una cena al comedor y finalmente nos dirigimos a la biblioteca. Jrotta tenía otras cosas que hacer, así que nos despedimos afuera del casino.

—Nos vemos, entonces— le espeté.

—A... Arturo— me llamó, nerviosa de repente.

—¿Sí?

Jrotta necesitó respirar un par de veces, con los brazos estirados hacia abajo y los puños apretados, muy tensa.

—Gra... gracias por todo. No solo por encontrar a Kutor, también por... bueno...— me miró hacia arriba, parecía algo perdida en lo que quería decir— por ser una buena persona. Me encantaría poder hablar contigo otro día... si tú estás de acuerdo.

—¿Eh? Claro, Jrotta— contesté, no muy seguro de lo que ella había querido decir— somos amigos ¿No? Nos vemos en la biblioteca o por ahí.

—S... ¡Sí!— exclamó.

Exaltada, dio media vuelta y echó a correr en la otra dirección.

—Podría habernos dicho que estaba apurada— musité.

—No creo que esté atrasada para nada— comentó Coni.

—¿Entonces solo le gusta correr con esa mochila grande?— inquirí.

Coni me miró como lo hacía mi mamá cuando se me olvidaba que me había dejado cuidando a mis hermanitos. Luego suspiró.

—No importa. Bien por ti, ya tienes a alguien más en la universidad en quien confiar. Esta vez es una maga como tú.

Entonces él dio media vuelta y comenzó a marchar a la biblioteca. Yo lo seguí, sin entender para nada lo que había implicado.

—¿Pasó algo?— quise saber— me... me cuesta un poco entender los mensajes subliminales. Pero si querías decirme algo, no me molesta escucharte.

Coni se giró hacia mí, aún con esa mirada de desilusión, pero pronto la cambió por una sonrisa de familiaridad.

—Está bien, Arturo. Lo decía en serio. Es bueno que tengas a otra persona en quien contar— me dijo— lo decía más para mí. Ahora tendré que encontrar una manera de lidiar con esa tipa tan rara.

—Oh... entiendo. Gracias por la honestidad.

Lo alcancé para continuar nuestro camino hacia la biblioteca.

—Descuida. No te molesta que ella no me agrade ¿Verdad? Porque no me agrada, solo la tolero.

Cuando dijo eso, recordé incontables veces en que había tenido que aguantar a decenas de amigos de Lili que no me caían tan bien. No es que la gente me desagradara porque se acercaran a ella, sino que tenía tantos amigos que estadísticamente era imposible que todos me terminaran gustando.

—Ja. Claro que no me molesta. No me corresponde decirte cómo debes llevarte con otras personas.

Coni me tomó de la mano.

—Con eso me basta.

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