15.- El Misterio del Cadáver Perdido (3/4)


—Vamos a buscar en los basureros— propuse.

—Ah... ¡Sí!

Afortunadamente, no necesitamos buscar en muchos. Apenas acercarnos, Jrotta levantó una mano para indicarme que me detuviera y comenzó a caminar frente a la fila que había. Pronto se paró junto a uno, abrió la tapa y miró adentro.

—¡Aquí están!— exclamó.

Se encontraban aún dentro de la mochila donde los habían llevado. Jrotta me dijo que seguramente Yminuis no había querido tocarlos más de la cuenta. Los sacamos con cuidado de no desparramar el resto de la basura y verificamos que se encontraran ahí; los huesos estaban bien.

—¡Están aquí!— exclamó Jrotta.

Respiré con alivio. Nuestra investigación había dado frutos.

—Vamos a dejarlos a tu habitación— le propuse.

Jrotta revisaba dentro de la mochila, al principio curiosa, luego preocupada, finalmente ansiosa.

—No... no está ¡No está! ¡Falta el cráneo!— exclamó.

—¡¿Qué?!— salté.

Me pegué en la cabeza con una mano abierta. Por supuesto que faltaría. Por eso Qabera había ido junto a Yminuis, por eso se habían separado; desde el principio habían lo habían planeado.

—¿Falta otro?— le pregunté.

—Necesitaré mi caja para contarlos todos, pero parece que no— indicó Jrotta.

Medité rápidamente; ninguna de las personas a las que preguntamos había mencionado que Qabera llevara una mochila o un bolso. Podía meter el cráneo en una cartera grande, pero si se había llevado más huesos, alguien lo habría remarcado. Entonces podía presumir que solo se había llevado el cráneo.

Me giré hacia Jrotta, quien ya se ponía de pie cargando la voluminosa mochila en su espalda. Su escuálido cuerpo estuvo a punto de caer hacia atrás por la diferencia de peso.

—¿Estás bien?— le pregunté.

—Sí, descuide. Como le dije antes, estoy acostumbrada. Ahora vamos ¡Recuperemos ese cráneo!— exclamó.

Se puso en marcha, parecía mucho más animada de un momento a otro. Me pregunté qué la habría hecho cambiar tan bruscamente, pero no iba a quejarme.

Aún nos faltaban pistas sobre el paradero de Qabera, pero podíamos comenzar a buscar en el resto de los edificios de la zona norte. Continuamos buscando por esa área. Gracias a Scire, no tardamos mucho en encontrar a personas que la conocían; preguntamos a tres aprendices más, con lo que averiguamos que ella estaba en el anfiteatro.

Nos dirigimos de inmediato hacia allá. Era el último edificio al este, solo se podía acceder a través de un rodeo por el sur, pasando junto a la biblioteca, o también por el "patio", que era como llamábamos a la gran zona verde con lomas y árboles, en la zona posterior del campus. Nos dirigimos a través del patio, porque resultaba más directo.

Cuando nos acercamos al edificio, Scire resaltó a un pico de plumas verdes que miraba nervioso a todos lados.

—¡Ese es uno de los subordinados de Qabera!— exclamó.

Por lo que dijo, pensé que era uno de esos "sirvientes", pero Scire me mostró que era otro compañero de curso.

—¿Subordinado?— repetí.

—Siempre hace lo que ella le pide.

—Muy bien. Vamos, podría confirmarnos si sigue en el anfiteatro.

Nos acercamos a él, pero apenas nos vio, intentó irse por otro lado. Yo usé el viejo truco de sacar una mano de tierra desde el suelo para atraparle el pie, este cayó sobre el pasto. Antes de darle tiempo de reaccionar, acortamos las distancias y lo rodeamos.

—Plebeyo, dinos dónde está tu ama— comandó Jrotta.

La miré medio desconcertado. No tenía idea de dónde había sacado tanta confianza, ni por qué le hablaba así. Esperé que solo estuviera actuando.

—¡¿Qué me hicieron?! ¡¿Por qué no puedo mover mi pie?!— alegó él.

Lo hice tan rápido que no me había fijado en que podríamos llamar la atención del resto de la gente. Si un profesor nos detenía y nos mandaba a su oficina, ese cráneo estaba perdido. Me agaché sobre el pico.

—Por favor, solo estamos buscando a Qabera— le espeté— ¿Podrías decirnos dónde está?

—¡No lo sé! ¡No la he visto en todo el día!— exclamó— ¡Déjame ir!

—¡No te librarás de nosotros hasta que nos digas la verdad!— exclamó Jrotta.

Pero no podía retenerlo más tiempo, estaba mal, así que lo liberé. El pico, apenas notar que podía mover su pie, se arrastró por el suelo a toda prisa y se largó corriendo.

—¡Espera! ¡Vuelve aquí, burdo ignote!— exclamó Jrotta.

Dio unos pasos al frente como si pensara en perseguirlo, pero entonces el pico tomó vuelo. Incluso si no hubiera hecho eso, Jrotta no podría haberlo alcanzado en tierra, su cuerpo claramente no estaba preparado para una competencia física.

Entonces se volteó hacia mí.

—¡¿Por qué hizo eso, Mago Gavlem?!— alegó.

—No soy un abusón— le espeté— ya me pasé un poco al retenerlo, no debería haber hecho eso. Cuando él pidió que lo liberáramos, me quedé sin excusas; no puedo tenerlo sujeto contra su voluntad. Él no es un sospechoso de robo como Yminuis.

—¡Pero él ni siquiera es un mago!— exclamó— ¡Y su familia no es tan importante! ¡Usted no necesitaba mostrarle tanto respeto a un ignote así!

—¿De qué hablas?— alegué— no es cosa de respeto, sino de derechos. Él tiene derecho a libre tránsito en la universidad. Ni yo ni tú podemos quitárselo, por mucho que queramos.

De inmediato recordé todas las veces que había enterrado nonis dentro del piso hasta la altura del cuello. Me pregunté si eso me convertía en un hipócrita, pero luego recordé que todos ellos me habían estado disparando rayos láser. Además, no es como si los hubiera retenido, solo me había defendido.

Ella dio un paso hacia atrás, supongo que sorprendida.

—Pensé... pensé que estaba de mi lado— musitó en un tono despechado.

—Y lo estoy, pero solo porque te hicieron algo malo a ti, no significa que tú le puedas hacer algo malo a otra persona.

Ella agachó la cabeza.

—Eh... está bien. Mientras recuperemos mis huesos, no me importa.

—Muy bien. Sigamos, tenemos que revisar adentro.

Ella asintió. Continuamos nuestro camino hacia el anfiteatro: un edificio alto y espacioso donde se realizaban las ceremonias formales, premiaciones y presentaciones. Entramos a través de la pesada puerta.

La sala principal tenía una capacidad para dos o tres mil personas. Estaba a oscuras, salvo por un solo foco iluminando a una persona en el medio del escenario. Se trataba de una chica joven, alrededor de nuestra edad, de especie humana, pelo rubio corto, ojos amarillos y un cintillo blanco al igual que su vestido. Hablaba sola, dirigiéndose al espacio vacío. Su voz se escuchaba fuerte y claro a pesar de la distancia y con su cuerpo realizaba gestos dramáticos para enfatizar sus palabras. Parecía estar en el rol de una mujer a quien había caído una enorme desdicha, aunque no me quedó claro de qué.

—Qabera— musitó Jrotta, mientras nos acercábamos— ten cuidado con lo que dice.

Asentí con la cabeza. Un momento después, nos encontramos frente a ella, aunque Qabera ni siquiera nos miró. Yo no tenía ganas de desperdiciar energía en interrumpirla, pero mucho menos pensaba quedarme ahí mirándola, así que me subí al escenario y me planté frente a ella. Jrotta me siguió, aunque se quedó a cierta distancia. En ese momento sentí sus extensiones mentales.

Qabera se detuvo y me miró con una sonrisa traviesa, luego se fijó en Jrotta.

—Te has hecho un amiguito más influyente, nigromante— le espetó con una voz cantarina.

—Por... por favor... devuélveme los huesos— pidió Jrotta en un hilo de voz— son... son importantes... por favor.

Qabera le sonrió un segundo, pero no le contestó. En vez de eso se giró hacia mí. Yo me aclaré la garganta.

—Estamos buscando los huesos de un guerrero noni que le pertenecen— le espeté— tenemos buenas razones para sospechar que tú los tomaste, o que al menos tuviste una participación importante en su robo. Ya tenemos todos los huesos, solo nos falta el cráneo ¿Dónde está?

—Oh, vaya ¿Ni siquiera te presentas y ya me exiges respuestas?— alegó ella, sin dejar su sonrisa confianzuda.

—No me interesa presentarme. Si tanto te molesto, dime dónde está ese cráneo y te dejaré tranquila.

Ella rio tapándose la boca, muy delicada.

—Eres más directo de lo que había pensado, Mago Gavlem— me espetó— me han dicho que tienes buenas habilidades para tu edad.

—No vine a hablar de mí— protesté— dime qué quieres a cambio del cráneo.

—Tan directo ¿No preferirías hablar un poco antes? ¿Conocernos?

Quise apurarla de nuevo, pero entonces algo en su cabeza me llamó la atención; había pensado que se trataba de alguna especie de sujetador para el pelo, pero en verdad era una pequeña pluma metida sobre su oreja. Con la mano se la quité y la examiné. La punta era verde.

—Hace poco estuviste hablando con tu amigo pico ¿No?

—Oh, por favor, no lo llames mi amigo. Es más como un... subordinado.

Miré un instante a Jrotta. Me llamó la atención que alguien que odiaba tanto compartiera su vocabulario.

—¡Admite ya que tomaste ese cráneo!— exclamó la nigromante— ¡Dinos dónde lo escondiste o él te enseñará una lección!

Su repentina exclamación me dejó anonadado. Qabera solo la miró algo molesta, pero no le contestó.

—Jrotta, no le daré una lección a nadie— le hice ver— ya te dije: no soy un abusón que usa la magia para intimidar a otros.

—Jiji. Qué noble, y qué inteligente— comentó Qabera— no importa que seas un mago prometedor, atacarme a mí arruinaría tu futuro por completo. Te echarían de la universidad antes de caer la noche.

Su tono no ayudaba mucho, mas procuré mantener mis emociones bajo control. Si me enojaba como ella quería, podía perder la oportunidad de averiguar dónde había dejado el cráneo.

—Dime, Mago Gavlem ¿Por qué te juntas con la escoria de los magos?— inquirió Qabera— tu nivel es mucho más alto, con los magos de bien como yo ¿Por qué no dejas a esa asquerosa broma de maga y vienes conmigo? No me molestaría tener a un amigo como tú.

Me fijé un momento en Jrotta. Pensé que protestaría por la manera en que la habían llamado, pero no decía nada. Supuse que el estatus social de Qabera se lo impedía. Todo eso era muy complicado y banal, no podía interesarme menos.

—Elegiré a los amigos que me acepten como soy— le espeté— si no puedes aceptar mi círculo social, no pienso hacer nada por ti. Pero si cambias de opinión, lo pensaré. A cambio, tú dime dónde está el cráneo.

Qabera hizo una mueca de desprecio.

—Un amigo de la plebe no es mejor que el resto de la plebe. Olvida lo que dije de ser amigos, no necesito a tu clase ensuciando el aire que respiro. Ahora retírense, estoy ensayando.

—Dinos dónde está el cráneo— insistí.

Ella suspiró con exagerada lata.

—¡¿Qué importa el maldito cráneo?¡ Ese noni ya está muerto, de todas maneras, deberían deshacerse de sus restos— entonces se giró hacia Jrotta con una sonrisa triunfante— de todas formas ya debe estar hecho trizas. Llegaron muy tarde, su preciado cráneo no es más que pedacitos de hueso. Pero si buscas bien, paria, quizás encuentres sus restos.

Me pareció que iba a decir algo más, pero en eso, el ruido de una puerta abriéndose nos alertó a los tres. Apareció el pico, nervioso.

—Disculpe... disculpe, Maga Qabera. Recuerde que tiene una cita con su club de lectura en quince minutos.

—Ah, es verdad— Qabera suspiró— muy bien, parece que hasta aquí llegamos, par de escorias. Ni se les ocurra seguirme o informaré a las autoridades de su acoso.

Sin decir más, se retiró a paso triunfante. Noté que Jrotta dio un paso al frente, lista para mandarle una cachetada, así que me apresuré a detenerla. Ella se giró hacia mí, supongo que desconcertada. Creo que Qabera también se dio cuenta de lo que estaba pasando, pero si lo hizo, decidió ignorarnos. Finalmente se fue por la puerta trasera y nos quedamos solos la nigromante y yo.

Esta cayó derrotada. Se apoyó con las manos en el suelo y comenzó a sollozar, como si no le quedara nada. Por un momento pensé que estaba actuando para que Qabera pensara que nos había derrotado, pero luego me di cuenta que Jrotta de verdad pensaba que nunca volvería a ver a su sirviente muerto.

—¿Qué te pasa? Aún no hemos terminado— le espeté.

—Pero... ¡Pero Kutor!— exclamó.

—Kutor estará bien— le espeté— tengo una idea de dónde está su cráneo.

Jrotta levantó la mirada y se fijó en mí.

—¡¿Qué?!— exclamó— ¡Pero... pero si hace un momento...

—Qabera nos dio todas las pistas que necesitábamos— le expliqué— ¡Pero vamos, no hay tiempo que perder!

Le tendí una mano. Ella la tomó y yo la ayudé a ponerse de pie. Luego partimos hacia la salida del anfiteatro. De inmediato la tomé en brazos otra vez y me elevé junto a la pared para mirar hacia la punta de los edificios de la universidad.

—Qabera dijo que "ya debe estar hecho trizas". O sea que ella no estaba segura, solo preparó todo para que después de un tiempo indefinido se rompiera— expliqué mientras buscaba— se me ocurren dos posibilidades; que mandara a alguien a deshacerse del cráneo o que preparara una manera mecánica que asegurara que se rompiera en un tiempo indefinido. También dijo que, si buscabas, encontrarías los restos. Dudo mucho que ustedes dos se vean en otro lado que no sea la universidad, así que debía haberlo escondido en algún lugar del campus, uno por el que tú pasarás tarde o temprano.

No estaba por los edificios circundantes, al menos no a la vista, así que me dirigí al lugar más alto de la universidad: la punta de la biblioteca. Floté a toda velocidad sobre el techo del anfiteatro, salté desde la punta y me acerqué al suelo con cuidado en una zona despejada. Sin tocar piso, continué directo a la biblioteca y me elevé junto a su muralla a toda prisa. Hasta ese momento no había notado que la biblioteca era el edificio más alto; debía tener unos diez pisos.

—El pico claramente escondía algo. Además, Qabera tenía metida una pluma verde en su pelo cuando hablamos— continué mientras ascendía— Eso me lleva a pensar que hablaron durante el día, posiblemente hace poco tiempo. Si combinas ambas pistas, la idea lógica es que Qabera le pidió al pico llevar el cráneo a un lugar alto para que se cayera con el viento. Así tú encontrarás sus restos en algún momento.

—¡Esa puta desgraciada!— exclamó Jrotta— ¡¿Entonces está arriba de todo, a merced del viento?!

—Eso creo.

Después de un rato más largo del que me habría gustado, llegamos hasta el décimo piso. El tejado era empinado y resbaladizo. Encima de todo, en el centro, tenía una larga estructura de en forma de "T", con pequeños ganchos para que el personal de aseo se sujetara con cuerdas y pudieran limpiar el techo cada cierto tiempo. Encima de esa estructura, sobre el fierro más alto, se encontraba el cráneo. Lo habían dado vuelta para que la superficie redonda del casco rodara y cayera en cuanto lo empujara la más mínima brisa. Para nuestra fortuna, no habíamos tenido viento en toda la mañana.

—No puedo cargarte a ti hasta allá. No es suficiente masa para mantener tanto peso— le espeté.

—Está bien, lo que tú digas.

Llevé a Jrotta hasta la base de la "T" y la dejé con cuidado sobre la mitad del tejado para que no se cayera a ningún lado. Ella se afirmó del fierro, cauta de no provocar oscilaciones que la movieran mucho. Yo hice lo mismo y poco a poco subí por el fierro mayor hasta la cima.

Por un momento, el cráneo se volvió todo en mi mente. Extendí las manos, acorté las distancias y lo tomé entre mis manos. Estaba frío, la textura era resbaladiza y un poco más rugosa de lo que había esperado. Lo miré bien, lo tenía en mis manos; era un cráneo bien preservado de un noni muerto. No le había pasado nada.

—No te relajes aún— me dije.

Con el mismo cuidado, descendí hasta la base de la estructura, donde Jrotta tomó la cabeza de su sirviente y la apretó en su pecho como una niña con su peluche favorito.

—Kutor...— sollozó.

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