15.- El Misterio del Cadáver Perdido (1/4)


Desde que conocí a Prípori y vi los trajes de los polímatas, se me ocurrió una idea, pero al cambiar tanto mi horario y mi rutina, tuve que aplazarla hasta que conseguí hacerme un hueco.

Finalmente, apenas pude, fui al barrio de ropa de magos de Luscus. Era bien cara, pero era de esperarse, pues la mayoría de los magos pertenecían a la clase alta. Sin embargo, yo no iba para comprarme cualquier cosa, sino que una prenda muy especial.

Buscamos por poco más de una hora, pero al final encontramos una tienda de zapatos especializados. Para mi alivio, vendían más que zapatos de marca; también tenían un botín especial con una suela inorgánica para magos de sólidos como yo. Consistía en una suela hecha de varias bolitas de metal, conectadas por pequeñas pero gruesos alambres. Esto le otorgaba flexibilidad y al mismo tiempo brindaba suficiente soporte para mi peso.

—¿Qué piensas hacer con eso?— inquirió Coni, mientras me las probaba.

Me puse ambos, me paré y tomé control de las suelas. Luego me separé del piso de la misma manera que lo he hecho tantas veces cuando elevo una plataforma, pero esta vez no tuve que sacar parte del suelo para hacerlo, sino que me levanté directamente desde mis zapatos.

—¡Jaja!— exclamé victorioso mientras flotaba en el aire.

—¡No puede ser!— bramó Coni, también emocionado.

Las compré. Me costaron un ojo de la cara, pero valían la pena.

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Cierto domingo fui temprano a la biblioteca y le pedí a Scire conectarse a mi holoteca para buscar información sobre los polímatas. Por supuesto, todos los registros en diarios y noticieros mostraban catástrofes como la muerte de un grupo de personas en un atentado, el sabotaje de varios millones de auras en maquinarias o productos de tal o cual fábrica, o simplemente vandalismo y destrucción de la propiedad pública.

Antes de conocerlos, me habría quedado únicamente con esa información, pero después de compartir unos días, dudaba mucho que Prípori y los demás me mintieran con tanta facilidad sobre la regla de matar inocentes. Así que comencé a unir los puntos; tomé a los dueños de los diarios y noticieros, me puse a investigar un poco y no tardé en encontrar una conexión económica, incluso familiar para algunos, con gente del Directorio de Magos o cercanos a ellos. Luego me puse a investigar a la policía, con lo cual terminé con varias otras conexiones, como que la familia de la jefa del departamento de magos era la hija de uno de los mismos directores magos y parte de una de las familias más poderosas de Luscus; su mismo padre era dueño de grandes empresas que sumaban casi un 8% de la economía de toda la ciudad.

Lo más sorprendente es que todo lo que había investigado era información pública.

Concluí que de momento no tenía razón para sospechar de los polímatas. Hasta que yo mismo los viera intentando o conspirando para matar a alguien que no significara un peligro inminente, iba a confiar en ellos.

Con eso fuera de mi lista de tareas, me puse a investigar otros temas que me interesaban, como los resultados de un estudio que habían hecho ahí mismo en Luscus sobre el efecto de la magia gravitatoria en células de lúmini, o quizás podía aprender sobre los ciclos de migración de la quetzacal, la única serpiente alada capaz de volar... o tal vez podía continuar mis estudios de nigromancia. Eso último se oía más entretenido.

Busqué libros en la holoteca, pero apenas había seis sobre el tema y yo ya los había leído todos. Esto me extrañó, dado que para cada tipo de magia solía haber más de cien libros.

—¿No hay más?— le pregunté a Scire.

—Hay libros físicos en los estantes del quinto piso— me indicó ella.

—¿Físicos? ¿Y no están en la holoteca?

—Sus títulos no coinciden. Parece que alguien no quiere que esos libros sean muy conocidos.

—Qué raro ¿Por qué los esconderían?— alegué.

—Coni dijo que la nigromancia no era muy bien vista ¿Crees que se deba a eso?

—Ah, verdad— me pasé una mano por la cabeza, desconcertado— se me olvida que a los demás no les gusta.

Me puse de pie y me dirigí hacia arriba. Se me hizo raro subir y mirar la biblioteca desde otro ángulo, puesto que nunca había necesitado hacerlo; todos esos libros, o al menos la mayoría, se encontraban dentro de la holoteca. Me sentía algo estafado, recordando que me habían entregado la holoteca afirmando que contenía todos los libros en la biblioteca. Pero ya qué le iba a hacer.

Pronto advertí que desde el tercer piso comenzaban a surgir pequeños pasadizos entre los estantes, como ramas de un árbol; pequeños pasillos con más libros y cómodos rincones para echarse a leer. En el cuarto piso había un par de pasadizos más, y más largos que en el tercer piso, y en el quinto había incluso más caminitos, tan largos que formaban curvas y se bifurcaban en otros pasillos más chiquititos. El diseño era encantador, pero debía de ser imposible de limpiar sin robots.

Buscando y buscando, me encontré con el área que me había señalado Scire. Ella solo tenía el registro de los libros como aparecían en el último inventario de principio de año, por lo que cabía la posibilidad de que no se encontraran ahí, pero dado que eran libros que muy poca gente conocía de un tema que a muy pocos les interesaba, dudaba que fuera el caso. Busqué a vistazos rápidos los libros que me interesaban entre un bosque de títulos, mas luego de unos segundos llegué al final del estante que miraba y me di cuenta que no había dado con ninguno. Volví a mirar, esta vez con más cuidado, pero no estaban.

Me dirigí al estante de al lado y repetí mi proceso de búsqueda, pero mis esfuerzos eran en vano. El tercer estante tampoco tenía ninguno de los libros que me indicaba Scire. Era como si alguien los hubiera tomado todos y los hubiera puesto en otro lugar.

Algo frustrado, continué buscando por los estantes del área. No tardé en cruzarme con uno de los pasadizos. Miré hacia adentro por mero impulso, pues dudaba encontrar el libro que buscaba ahí. Sin embargo, a diferencia de todos los anteriores, al fondo de ese pasadizo había una persona; la mismísima nigromante. Estaba sentada en un viejo sillón, reclinada sobre un libro grande y viejo. Me pareció que debía ser un libro de chistes, porque sus hombros se removían involuntariamente a ratos como si riera.

Aliviado, me acerqué a preguntarle sobre los libros. Seguro ella sabía dónde estaban, quizás incluso ella era quien los tenía. Sin embargo, al acercarme advertí que una lagrimita cayó desde su velo a la página abierta dentro del libro. Me puse nervioso al verme solo frente a una desconocida en ese estado, pensé en retirarme, pero muy tarde; ella levantó la cabeza luego de haberme oído y sentir mi mente. No podía ver su cara por culpa del velo, pero noté que este se encontraba mojado, además de que ella claramente sollozaba.

—Ah... hola. Disculpa, no sabía...— quise excusarme.

Ella agachó la cabeza. No supe qué significaba ese gesto, no supe qué querría, cuál de mis gestos la incomodaría y cuál la calmaría. Sé que soy tosco, que no puedo lidiar con gente en un estado emocional como ese, generalmente retirarme es la mejor estrategia para ayudarlos.

Sin embargo, sentí algo extraño al hallarme tan cerca de ella; me sentí triste y frustrado, pero más que nada, atrapado. Estas emociones no duraron mucho, pero estuvieron el tiempo suficiente para notarlas. Era algo que yo había sentido, y sin embargo no tenía razón para experimentarlas; era libre, estaba emocionado y aunque en el día a día experimentaba cierto grado de frustración, no se comparaba a lo que me ocurrió en ese momento. Aunque nunca hubiera escuchado sobre ese fenómeno, dos observaciones me llevaron a la hipótesis de que esos sentimientos se habían transmitido de la nigromante hacia mí. La primera observación fue el momento en que me llegaron. La segunda observación fue el hecho de que ambos fuéramos magos. Tomé nota mental de preguntárselo a Prípori cuando la viera de nuevo.

Sin embargo, en ese momento me parecía más apropiado tratar con la muchacha desdichada frente a mí.

—¿Eh... ¿Estás bien?— le pregunté.

Qué tonto puedo ser. Obvio que no estaba bien. Intenté con otra pregunta antes de darle tiempo de notar lo estúpido que había sido.

—¿Qué te pasó?

Ella se secó las lágrimas con un pañuelo y miró a otro lado.

—Nada, no pasó nada— aseguró.

Pensé en asentir, darme la vuelta y retirarme, pero las ansias de que me consolaran me golpearon como un tren.

Ella necesita que la ayuden, no yo— tuve que pensar, pues esas olas de sentimientos comenzaban a confundirme.

Sin embargo, no estaba seguro de qué decir. Si ella me había dicho que no, es porque prefería que yo me fuera, independiente de sus sentimientos viscerales. Aun así, debía intentarlo.

—¿No te gustaría hablar sobre lo que te molesta? A veces ayuda— le espeté.

Solo estaba repitiendo lo que había escuchado de Lili cuando la vi consolar a algunos de nuestros compañeros. No me quedaban muchos más recursos, así que esperé que cediera.

Ella se secó lo que le quedaba de lágrimas.

—Usted es el mago Gavlem ¿No?— me espetó— he escuchado que es algo excéntrico, pero aun así no creo que quiera relacionarse con alguien como yo.

—¿Excéntrico?— noté— espera ¿Por qué dices que no quiero relacionarme contigo?

Ella suspiró.

—Estoy segura de que ya sabe que soy una nigromante— me dijo.

—Sí... sí, lo sé muy bien.

Era lo único que sabía sobre ella.

—¿Y qué ganaría conmigo? Un novaorbis tan joven, seguro tiene gente más importante de quién preocuparse.

—Por favor, déjate de eso. No hay razón para que te autoflageles.

Ella no dijo nada. Si puso una expresión debajo de su velo, no supe cuál sería.

—Lo... lo siento— me dijo, su voz aún temblorosa— es que no... no sé qué hacer... pero eso no le concierne. Por favor, déjeme sola.

Suspiré. No iba a insistirle a nadie que buscara soledad. Sin embargo, no había terminado con ella.

—Me iré por ahora, pero puedes venir a hablar conmigo cuando quieras— le dije— ¿Por qué no vamos a comer a algún buen lado? Yo te invito.

De nuevo se me quedó mirando inmóvil a través del velo. Me habría encantado ver su cara, aunque fuera una vez. Quizás era un esqueleto encantado y por eso se cubría.

—¿Qué?

Yo retrocedí, ya me había quedado mucho tiempo y no quería que sintiera que la estaba invadiendo.

—Te invito a donde quieras— le espeté mientras me iba— o si no sabes dónde, buscaré un buen lugar. Comamos alguna vez, tenemos mucho de qué hablar.

Me despedí con un gesto de la mano y me retiré. Ella no dijo ni hizo nada, así que no me quedé muy seguro de si mi invitación le habría gustado o le habría producido rechazo. Esperé que no se lo tomara como que quería coquetearle, es solo que una invitación a comer me parecía apropiado si era yo el que tenía todas las preguntas, debía darle una muestra de buen gesto, aunque fuera a un local barato.

Regresé a mi puesto, esperando no haber hecho algo malo. La nigromante era mi mejor fuente de información sobre su campo y tenía miedo de que pensara mal de mí. Pero no podía hacer nada más de momento, así que intenté concentrarme en mi lectura.

Sin embargo, antes de leer diez páginas, advertí la mente de un mago a mi costado. La nigromante se encontraba junto a mí, ya tranquila, aunque aún se podía escuchar su respiración obstaculizada por mocos chorreando por su nariz.

—Si no le molesta... ¿me podría ayudar?— inquirió.

Esto me tomó por sorpresa, pero no fue una decisión difícil, no después de verla en ese estado.

—Claro, claro... ¿Qué es lo que necesitas?

Ella se sujetó un brazo, mirando a otro lado.

—Mis huesos— musitó.

—¿Eh?

—Los... los huesos de mi sirviente. Alguien robó mis huesos... necesito recuperarlos... a menos que le dé asco. Sí, disculpe, olvide lo que dije.

Intentó darse la vuelta, pero la tomé de un hombro para pedirle que se quedara.

—Te ayudaré, pero no entiendo bien ¿Necesitas unos huesos de un sirviente muerto? ¿Es eso?

Ella asintió.

—Cuando me volví una nigromante, le di vida a un difunto guerrero noni. Sus huesos son preciados para mí, los llevo conmigo siempre que salgo, pero hoy desaparecieron— su voz comenzó a quebrarse de nuevo— y no sé qué hacer si nunca lo vuelvo a ver ¡Es porque soy una nigromante! ¡Todos me odian porque trabajo con la muerte! ¡Y no sé a quién más acudir!

—¡Está bien! Eh... está bien— le espeté, intentando calmarla. Le sujeté ambos hombros y la miré al velo, donde suponía que estarían sus ojos— te ayudaré a recuperar tus huesos, tranquila.

Ella consiguió calmarse mientras asentía a mis palabras. No tardó en sacar su pañuelo para limpiarse las lágrimas y los mocos. Se veía un poco molesta tener que evitar el velo. Me pregunté por qué se lo ponía, pero me imaginé que debía tener sus razones.

Necesitó de varios minutos más, pero cuando se encontró mejor, salimos de la biblioteca a comenzar nuestra investigación.

—¿Dónde fue el último lugar en que los viste?— le pregunté.

—En mi habitación— indicó— los dejo ahí durante el día. Hoy salí por un momento. Para cuando volví, encontré mi maleta abierta. Los huesos no estaban por ningún lado.

Noté que hablaba bajito incluso fuera de la biblioteca. No parecía acostumbrada a usar su voz, estaba incluso peor que yo.

—¿Alguien los robó?— salté— eso es grave.

—Solo me interesa recuperarlos— aseguró.

—Entiendo— dije— ¿Y no le has preguntado a Yahriel dónde están?

Mas ella negó con la cabeza.

—Está durmiendo.

—Entiendo.

Lo había leído en algún lado, pero era la primera vez que sabía de un lúmini conocido que se echara a dormir. Sus períodos de sueño podían variar de un par de unas horas a varios meses. Por la urgencia del caso, no podíamos esperar a que despertara. Tendríamos que resolverlo nosotros mismos.

Rápidamente nos dirigimos a los dormitorios. Para mi sorpresa, la nigromante me guio a la habitación contigua a la mía.

—¡¿Vives aquí?!— exclamé.

—Sí, es mi habitación.

—Vaya, nunca reparé en que éramos vecinos— solté— perdona.

—No... no, está bien.

Abrió la puerta, entramos y de inmediato nos encontramos con su mochila abierta. Era grande, quizás de más de un metro de largo, con compartimentos específicos para cada hueso. Alrededor había varias cosas tiradas en el suelo; libros gruesos y antiguos, un par de sombreros extra, velas, dagas, un puñado de calaveras de distintas especies de nivel 9, ropa oscura, algunas joyas y varios cachureos. La habitación estaba decorada con un ambiente macabro como ojos en frascos, un animal disecado y cortado por la mitad, para que se le vieran las vísceras, incluso un prholo, en ese momento apagado.

—Disculpe el desorden, saqué todo lo que tenía en los cajones para buscar los huesos— indicó.

—Está bien, pero esto puede dificultar nuestra investigación ¿Te acuerdas de algo extraño que hayas visto cuando entraste, además de la mochila vacía?

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