14.- Mi Nuevo Horario (2/2)
Mi día a día se transformó pronto en una doble vida; un tercio del día lo pasaba en clases, otro tercio lo pasaba con los polímatas entrenando y el último tercio lo pasaba con Coni, generalmente leyendo o estudiando. Me vi muy ocupado todos los días, generalmente terminaba demasiado agotado para pensar en agregar algo a mi horario. Supuse que por un buen tiempo mi vida transcurriría en esa manera.
No muchos días después de volver de la base de los polímatas, la profesora de química nos llevó a un laboratorio para medir y calcular la acidez de una solución de ácido clorhídrico, puesto que estábamos estudiando sustancias ácidas y básicas como niños de doce años.
Para entrar, nos pasaron lentes de protección y batas blancas de laboratorio como habíamos vestido en clases anteriores. Admito que me esperaba algo más futurista, pero supongo que algunos tipos de herramientas son útiles independientemente de la era en que se usan, o quizás la universidad no se había molestado en actualizar su equipo de protección personal para los estudiantes.
Cuando comenzamos la clase, la profesora nos dio instrucciones y luego nos mandó a realizar los experimentos. No era nada complicado, pero con el equipo limitado y la cantidad de estudiantes, necesitaríamos apresurarnos al menos un poco para dar con resultados dentro del tiempo establecido. Rápidamente Coni y yo nos pusimos a trabajar, pero no pasó mucho tiempo para que una bolita de papel me golpeara en la cabeza. Al mirar, noté a Jonás y uno de sus amigos jugando entre ellos con las notas de papel del laboratorio. Tras verme, Jonás dejó de reír.
—¿Qué miras?— alegó.
—No recomiendo perder el tiempo, menos molestando a los demás— le espeté.
Jonás esbozó una mueca de desagrado, luego se giró a una de nuestras compañeras, quien trabajaba a toda prisa a su lado.
—¿Cómo vamos, Zaralla?— le preguntó.
—Vamos bien, señor. Solo necesito hacer unos cálculos y comenzaré las mediciones— le dijo como si fuera su jefe.
—Nuestro grupo va bien, plebeyo— me contestó— quizás deberías preocuparte por tu grupo en vez de los demás.
Apreté los labios, frustrado. Hasta donde sabía, Zaralla era una de las pocas que había recibido la granalis junto con Jonás, al parecer le iba bien. Por la manera en que se dejaba tratar por Jonás, algo debía haber ocurrido entre ambos, o quizás entre sus familias. No me gustaba, pero no tenía razón para meterme entremedio, así que continué con mis tareas.
Lamentablemente, Jonás no solo la hizo trabajar sola, sino que la hostigó a lo largo de la clase; escondió sus útiles, jugó con los frascos de ácido como si se los fuera a verter sobre las manos mientras ella escribía, incluso le quitó los lentes de seguridad. Quise pararlo, pero Coni me detuvo.
—No hay nada que podamos hacer— me susurró para que nadie más escuchara— la profesora también lo ve y no hace nada. La familia de Jonás no es un chiste.
No me gustaba, pero sabía que Coni tenía razón, así que volví a mi trabajo esperando que las tonterías de Jonás no llevaran a una tragedia.
Casi al final de la clase, cuando Coni y yo ya habíamos terminado, advertí a Zaralla al borde de las lágrimas. Fue a retirar otro frasco de ácido, porque Jonás había escondido el de su grupo y no le había querido decir dónde lo había puesto. Sin embargo, mientras caminaba con el frasco de ácido, lo sostuvo con una mano por un momento para limpiarse las lágrimas con la manga. Esto la llevó a tropezarse y a tirar sin querer el frasco y el ácido al aire, directo a la cara de Jonás.
Alarmado, dejé todo, tomé control del ácido antes de que tocara a Jonás y lo impulsé hacia arriba lo más rápido que pude, al doble de una distancia prudente.
Escuché una confusión general, gente reaccionando más al impacto del frasco en el suelo que al líquido. Era de esperar, no había más de un cuarto de litro de ácido suelto, pero yo no me podía relajar aún.
—¡Coni! ¡Dame un frasco vacío!— le pedí.
—¡Claro!
Yo estaba atento al ácido arriba, por lo que no le presté atención a él. De repente oí un pequeño golpe de vidrio contra la superficie de la mesa, a un costado.
—Retrocede— le pedí.
—Sí.
Lentamente y con el mayor de los cuidados, hice descender el ácido hacia el frasco. Solo me atreví a soltarlo cuando estuvo todo adentro.
Recién entonces me relajé, respiré hondo y miré alrededor. Noté que se había hecho un silencio sepulcral y que la mitad de la clase tenía los ojos sobre mí; incluso la profesora estaba estupefacta.
—Muy bien hecho, señor Gavlem— me felicitó.
—¡¿Qué fue eso?!— exclamó una muchacha a mi lado— ¡¿Tú levantaste ese ácido, Arturo?!
—¡No puede ser!— exclamó otra, una de sus amigas— Para hacerlo, necesitaría ser un mago.
Yo me llevé una mano a la cabeza, algo nervioso. No solía ser el centro de atención, ni en mi mundo ni en ningún otro.
—Sí... sí, supongo.
—¡No puede ser! ¡¿Eres un mago?!— exclamó la primera chica.
—¡¿Qué?!— exclamaron como cinco otros compañeros.
La gente se apelotonó a mi alrededor, todos con preguntas: "¿Desde cuándo sabes magia?", "¿Puedes transformarte en animales?", "¿Por qué estás aquí, si ya eres un mago?", "¿Por qué lo mantenías en secreto?" y cosas por el estilo, hasta que la profesora los cayó a todos.
—¡Suficiente! ¡Guarden sus cosas, ya terminó la clase!— bramó— Los que no han lavado sus materiales, recuerden que deben dejar todo limpio. Regresen sus batas y sus lentes de protección en la salida.
Coni y yo nos retiramos, pero nuestros compañeros no nos dejaron solos. Tuve que responder varias preguntas dos o tres veces, porque había personas que no escuchaban o que se unían tarde y preguntaban lo mismo. Más encima, me hablaban entre varios al mismo tiempo y se me hacía difícil dividir mi atención.
De repente uno de nuestros compañeros me pasó el brazo por los hombros.
—Arturo ¿Por qué nunca me dijiste que eras un mago? Te habría incluido en nuestras juntas desde un principio— me espetó como si fuéramos amigos. Era la primera vez que hablábamos.
—¿Nuestras juntas?— repetí, extrañado.
—Ya sabes, de los chicos más influyentes de nuestro nivel. Los mechones de bien ¿Te gustaría participar en nuestra próxima junta el sábado? Será muy divertida.
—Lo siento, tengo que entr... tengo que estudiar magia— dije. Estuve a punto de decir "entrenar", que seguro sonaba muy sospechoso.
El chico dejó escapar una risita.
—Piénsalo, seguro te gustará— dijo.
Me dio un par de palmaditas en la espalda y se marchó. Yo arqueé una ceja, extrañado. Me pareció un poco arrogante, pero se había tomado la molestia de invitarme, supuse que eso contaba como un buen gesto.
Sin embargo, desde ese momento el resto de nuestros compañeros comenzó a invitarme a un montón de juntas, fiestas, cocteles, bailes y todo tipo de eventos sociales, la mayoría de ellos muy formales para mi gusto. Yo los rechacé todos, por supuesto. No tenía tiempo que perder hablando con desconocidos cuando podía ocuparlo en estudiar.
Cuando por fin nos dejaron tranquilos y tuve un momento a solas con Coni, este me llevó fuera del camino para hablar.
—Vaya, te volviste muy popular de pronto— me espetó.
—Sí. Es muy raro— alegué.
—¿Eh?
—Digo, no es como si solo por ser mis amigos se les transmita el conocimiento por osmosis. No tienen mejores posibilidades de abrir su mente si me tienen cerca.
—¿De qué hablas?— inquirió él— ¿Abrir su mente? No, Arturo, no todos buscan lo mismo que tú. Ellos no quieren ser tus amigos para volverse magos.
—¿Eh? ¿Y entonces por qué de repente todos me necesitan?— alegué.
—¡Es por influencia!— exclamó él— ¿No te diste cuenta? Todos ellos quieren alardear de que tienen un mago de amigo, no es que crean que sus notas mejorarán.
—¿Influencia?— repetí, desconcertado— pero si solo soy un mago.
—Un mago en Luscus, promovido por el imperio noni. Eres una joya para los nobles y una envidia para los plebeyos... como yo. Pero lo importante es que mucha gente intentará ganarse tu confianza. Ten cuidado, los nobles pueden llegar a tener un poder abrumador, peor que cualquier tipo de magia.
Todo eso sonaba muy complicado para mi gusto. Yo solo quería aprender.
—¿Y... entonces qué?— quise saber.
—¿Entonces? No sé, ahora depende de ti. Tienes influencia, importas, puedes usar eso para hacerte un espacio entre la nobleza.
Se me salió un suspiro de hastío.
—No me interesa.
—¡¿Qué?! ¡¿De verdad?!- saltó Coni.
—Claro que no.
—Pero... pero... al menos piénsalo bien. Si te haces suficientes amigos, podrías establecer rutas de comercio, podrías llevar recursos a tu mundo, ayudar a tu gente.
—Ese no es mi problema— alegué— mi único trabajo es protegerlos de invasiones, no ayudar a la economía. Necesito volverme un mago fuerte y ahora mismo siento que estoy encaminado a esa meta. Cualquier distracción resultará en un detrimento.
Coni me miró con los ojos abiertos de par en par durante unos segundos.
—¿Y... y estás seguro que quieres ignorar a Girte?— inquirió.
—¿Quién?
—Girte, el... ¡¿Cómo no conoces a Girte?! ¡Acabas de hablar con él!
—¡Hablé con el curso entero!— reclamé yo.
—Es el primero que te invitó a una junta— me espetó— de todos en el curso, su familia es la más influyente en todo Luscus. Dicen incluso que su madre tiene un alto cargo en el Directorio de Magia.
—Qué bueno.
—Rechazar su invitación puede ser visto como una ofensa— me advirtió— ¿Qué piensas hacer?
—Rechazar su invitación— contesté.
—¡Vamos, al menos piénsalo!
—A menos que sea un mago espectacular y quiera enseñarme todo lo que sabe, no veo razón para juntarme con él— le espeté— no, incluso si lo fuera.
Estuve a punto de agregar "porque ya tengo una buena maestra", pero eso la habría puesto en problemas.
Entonces Coni agachó la mirada, serio.
—Claro... un mago...— musitó.
Sus orejas se doblaron hasta la mitad. Extrañado, noté que algo lo había hecho sentir mal, pero no supe qué era de inmediato.
—¿Estás bien?— pregunté por si acaso.
—Yo... yo no soy una molestia ¿Verdad? Aunque no sea un mago...
—¡¿Qué?! ¡No, no, para nada!— exclamé.
Entonces me di cuenta de lo que había dicho. Quise pegarme una cachetada.
—¡No, Coni, me refiero a que no necesito a nadie más que a ti!— le aseguré— ¡No sé qué haría sin ti! ¡Ni siquiera me habría dado cuenta de todo lo que me has dicho! ¡Te necesito, de verdad!
Sus orejas se irguieron nuevamente, Coni me miró con algo de esperanza.
—¿En serio?— inquirió.
—¡Claro! Me refería a que tengo todo lo que necesito— expliqué— libros, una biblioteca, un lindo novio...
Entonces él se acercó a mí y me dio un beso de sorpresa. Yo lo tomé en mis brazos y lo besé otra vez.
Siempre parecía entender todo, como Lili, por eso a veces se me olvidaba que Coni tenía sus propias ansias.
Cuando nos dirigimos al comedor para almorzar, noté que en un rincón alguien hablaba muy fuerte y apresurado. Al voltearme, noté al grupo de Jonás rodeando a Zaralla, de espaldas a la pared. No entendía lo que decía Jonás, pero su tono furioso me dijo todo lo que necesitaba saber. Zaralla se mantenía con la mirada en el suelo y las manos juntas sobre su vientre, asintiendo con las pausas de Jonás.
Estuve a punto de dejarlos ser, cuando Jonás le mandó una bofetada. No le iba a aguantar eso. De inmediato me giré y me dirigí a ellos a paso apresurado. Sin embargo, Coni se interpuso antes de dejarme avanzar.
—¡Déjalos! ¡Déjalos, por favor!— me pidió en voz baja— ¡Lo estás haciendo peor para ella!
Quise dar otro paso al frente. El cuerpo menudo de Coni me empujaba hacia atrás. Su fuerza no era mucha, pero podía sentir su determinación haciendo todo lo posible por bloquearme el camino.
—Arturo, por favor...— me pidió.
Yo apreté los dientes, enojado. Jonás entonces se dio cuenta de nuestra presencia, nos miró sobre el hombro y abrió las manos en un gesto desafiante.
—¿Qué?— alegó a través de la distancia— ¿Qué quieres? ¡Esto no te incumbe!
—¡Arturo!— exclamó Coni.
Muy a mi pesar, cedí. No me gustaba para nada dejarlo así, pero no podía oponerme a Coni cuando se esforzaba tanto. Retrocedí unos pasos, luego me di la vuelta y caminé con él hacia el casino.
Si la universidad le permitía abusar de otros a vista de todo el mundo, no quería ni imaginarme las atrocidades que ocurrían en el mundo de los adultos en Luscus. Comenzaba a entender por qué Prípori había formado a los polímatas.
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