13.- Formando una Rutina (2/2)
Cuando me di cuenta de lo que había pasado, me encontré cabeza abajo sobre una silla. Me caí. Luego, algo de tela gruesa me pegó en la cara. Cuando lo tomé y lo examiné, noté que se trataba del sombrero rojo; el otro lado del puente.
Me puse de pie y estudié mis alrededores; me encontraba en una habitación oscura y chica, con una sola lámpara con un sensor de movimiento puesta en el piso. Las paredes, el suelo y el cielo, todo estaba hecho de roca.
—¿Dónde estoy?— alegué.
Mas no había ninguna pista, solo una lámpara y una silla. Entonces se me ocurrió que quizás no estaba dentro de una habitación hecha de roca, sino que estaba dentro de un hueco en el suelo. Eso tenía más sentido.
Si ese era el caso, solo había una salida; extraje un bloque de roca sobre mi cabeza y me elevé apoyado en una plataforma hacia el hueco que había quedado. Desde ahí fui removiendo tierra con magia a medida que ascendía, así hasta llegar a la superficie. Me hallé no muy lejos de la casona, cerca de donde Prípori y yo habíamos practicado el día anterior. Decidí ir a anunciarme.
Golpeé la puerta de la casona, pero nadie abrió. De todas formas no tenía seguro, así que entré y busqué por las primeras habitaciones. De pronto escuché una melodía proveniente del segundo piso. Al subir, me encontré con Aversa tocando un piano con pasión; podía ver sus dedos reclinándose con fuerza hasta la tecla más alejada. Quise preguntarle en dónde estaban los demás, pero no me pareció correcto interrumpirla, así que me quedé hasta que hizo una pausa un par de minutos después. Entonces se giró a verme, como si hubiera sabido de mi presencia desde el inicio.
—Has vuelto, humano— me saludó con su voz tétrica.
Aversa era muy pulcra y elegante. Esa vez, así como la vez anterior, llevaba ropa sobria que podría haber llevado a cualquier fiesta formal, con aritos de cristal que hacían juego con los botones de su vestido. A pesar de eso, me miraba como si estuviera a punto de anunciar ruina y tragedia en mi futuro, en un tono dramático.
—Tocas muy bien— le espeté.
Ella resopló, casi como si se hubiera ofendido.
—Gracias— musitó, apenas audible.
—Eh... solo vine a entrenar más y a reportarme ¿Dónde está Prípori?
—Ocupada. No está en este mundo de momento, debería volver mañana en la mañana. Los demás tampoco están aquí.
—Oh...
Aunque fuera obvio, no había pensado en el horario de Prípori. Siendo una maestra de cuatro otros estudiantes y líder de un grupo terrorista, de seguro que iba a estar ocupada.
—Entonces... voy a ir a practicar afuera— informé— No me esperes.
Me di la vuelta para retirarme.
—¡Alto ahí!— exclamó ella.
Me volteé, asustado con su repentina urgencia. Aversa avanzó hacia mí a paso decidido, marcando un ritmo con sus tacones en el suelo de madera.
—¿La maestra no te enseñó lo básico? Nunca debes ir a entrenar solo— me espetó— iré contigo.
—¿Eh?
Pero antes de que pudiera preguntar, Aversa ya se había puesto en marcha. Me forcé a espabilarme para ir a seguirla en vez de perderla de vista.
—¿Por qué no se puede entrenar solo?— quise saber.
—Hipoglicemia— contestó secamente.
Solo con esa palabra recordé cierta vez que usé demasiada magia y terminé desmayándome. No podía creer que se me había pasado algo tan importante; era obvio que necesitaba un compañero para practicar magia, sobre todo al nivel que me había indicado Prípori.
—¿Estás segura? ¿No te estoy quitando tiempo de tu...
Pero ella se detuvo y me miró con sus ojos severos.
—¿Quieres aprender?— me preguntó.
—Sí... sí, quiero aprender.
—Entonces vamos— alegó.
Continuó su camino. Yo tuve que espabilarme de nuevo para alcanzarla.
—Emh... gracias— le espeté.
—No me lo agradezcas. Después tú harás lo mismo por mí— me aseguró.
—Ah, me parece bien.
Tomamos un par de bebidas energizantes y nos dirigimos al terreno llano en el bosque. Aversa se sentó contra un árbol a lo lejos, mientras que yo me dirigí a lugar que podría denominarse el "centro" del terreno llano. Desde ahí me elevé en una plataforma de roca y practiqué; formé polígonos de cinco metros que saltaban a mi alrededor, una rueda del tamaño de un camión que giró por abajo, lanzas de roca que se precipitaron por el aire y todo lo que se me ocurrió. En vez de simplemente divertirme, esta vez intenté llegar al mayor nivel de complejidad que mi mente podía alcanzar. Quería llegar al estrés que se había formado en mi cerebro al pasar mi límite usando magivita, solo que usando magiorbis.
Recordé nuestra batalla contra Kan'fera en la que él había usado un escudo constituido de cientos de rocas del tamaño de mi torso, girando en un enorme radio a su alrededor. En ese momento, ninguno de nosotros consiguió acercársele solo con poder, sino que tuvimos que recurrir a nuestro ingenio y al trabajo en equipo.
Dividí las rocas que controlaba en varios pedruscos del mismo tamaño que había usado él, pero mientras más objetos separados aparecían, más difícil se me hacía controlarlos individualmente. Ese anciano lo había hecho como si nada.
Lamentablemente, pronto comencé a perder control de algunos. Al sentirlo, intenté retomarlos mientras caían, pero eso rompió toda mi concentración y me hizo botar el resto.
Me di cuenta que debía llevar un buen rato arriba, así que bajé y me dirigí con Aversa.
—Ya... creo que hasta ahí llego— le espeté.
—¿Seguro?— me espetó— solo perdiste control una vez. Puedes empezar de nuevo.
Lo consideré, pero al final negué con la cabeza.
—Gracias, pero prefiero evitar llegar a los extremos.
—Está bien ¿Por qué no hablas con Otoor? Ella te puede dar algunos consejos sobre magia de sólidos.
—¿Ella también la practica?— inquirí.
—Es bastante buena, la mejor que he visto después de la maestra.
Se formó una pausa mientras consideraba si preguntar o no.
—¿Qué... qué tipos de magia usas tú?— quise saber.
—Calor— indicó— solo calor. Marisa también. Qué cliché ¿No crees? Las gemelas abrieron su mente al mismo tipo de magia.
—Oh... no, me parece bien— le espeté.
—No necesitas ser considerado— me indicó— Otoor usa sólidos y Aconte gases. La maestra es un misterio, pero todos creemos que es una Sabio Pentavita.
Creía recordar que "pentavita" indicaba que había dominado cinco áreas de la magivita.
—¿No que lo negó la noche que llegué?— recordé.
—¿Cómo sabes que no estaba mintiendo?— me espetó.
—¿Estaba mintiendo?— exclamé.
—Es sospechoso que no le guste hablar de cuánta magia sabe ¿No crees? Ya es una maga destacada, nada cambiaría si nos lo dice... pero creo que va con su filosofía.
—No es cuánto se sabe, sino cómo y para qué se use ¿Verdad?
—Exactamente. Ahora, si me permites, me toca practicar.
—Claro, adelante.
Me fui a sentar junto al árbol donde Aversa se había apoyado. Esperé que sacara bolas de fuego, quizás un puño de halcón o algo así. En vez de eso, Aversa extendió sus manos al aire. De pronto sentí un golpe de aire helado, como si una nube muy gruesa hubiera tapado el sol o más bien, como si se hubiera vuelto una noche de invierno de repente. El suelo bajo sus pies y de ocho metros de radio se cristalizó.
Entonces ella disparó una llama potente y furiosa desde su mano hacia el cielo. La oí rugir desde la distancia, como si le fuera a salir un demonio de repente. Pronto la llama se apagó, pero Aversa no se detuvo; desde donde estaba echó a correr a toda velocidad hacia un lado, congelando el piso alrededor. De repente abrió sus brazos a los lados y de ambos sacó una llama parecida a la anterior, solo que estas iban dirigidas hacia abajo. Entonces saltó, el impulso de las llamas la elevó un poco en el aire, pero no fueron suficientes para hacerla volar ni nada parecido. Aversa volvió al suelo pronto, pero no se detuvo. Continuó su carrera por el terreno llano, congelando el suelo y sacando llamas a toda potencia.
Cuando terminó, el terreno completo estaba congelado con una gruesa escarcha. Fui a reunirme con ella, emocionado.
—¡No sabía que podías usar magia así!— exclamé— ¡Fue fascinante!
—¿Te gustó?— preguntó, aún medio agitada de tanto moverse.
—¡Me encantó!— exclamé— ¡Me encantaría poder usar magia de calor!
Ella resopló con fuerza, luego partió hacia la casona. Me apresuré a alcanzarla.
—¿Crees que conseguirás dominar otros tipos de magias?— me preguntó— Controlas sólidos y líquidos ¿No? Pasar de esos dos al calor sería demasiado trabajoso y una pérdida de tiempo. Si puedes, y solo si puedes, deberías intentar controlar gases antes de intentar cualquiera de los tipos de energía.
—¿Tú no has intentado controlar otros tipos de energía?— quise saber.
—No... no me llaman la atención— me aseguró— me basta con el calor y ya. Pero no creas que por intentar algo nuevo eres más que otros; trabajar en lo que ya sabes y mejorarlo también tiene sus beneficios.
—Ah, claro, sí... ¿Pero eso no va en contra del credo de los polímatas?
—Depende del nivel desde el que lo mires. Ambos somos magos ¿No significa que hacemos lo mismo?
—Oh... ya veo.
—Practicando magia de calor puedo concentrarme en aumentar la cantidad de energía que puedo absorber, la cantidad que puedo liberar, la cantidad que puedo retener, el área en la que puedo absorber o liberar, la rapidez con que puedo absorber o liberar, los objetos o fluidos de los que puedo absorber o liberar, los efectos que se producen en el ecosistema, en las personas... en fin, varias técnicas.
—No... no lo había pensado— musité sorprendido.
Ella me miró largo rato como si quisiera aplastarme, pero tranquilamente.
—Se dice que el único límite de un mago es el tiempo que vive y su dedicación— dijo de repente— creo que conseguirás dominar el calor si te lo propones, aunque seas un humano.
—Gra... gracias— trastabillé— es verdad, ustedes los vole viven más que nosotros.
—Un par de años más.
—¿Cuántos tienes tú, Aversa?
—23— hizo una pausa, meditabunda— ¿Quieres saber cuántos tiene Marisa?
Lo dijo toda seria, pero su chiste me sacó una sonrisa de todas maneras.
—¿Y tú?— quiso saber.
—19.
—Tan joven y ya usas tres tipos de magia. No es de extrañar que la maestra te haya echado el ojo.
—Je... gracias.
Pronto llegamos al lugar desde donde había aparecido. Le expliqué a Aversa lo de la habitación y el sombrero rojo, y ella asintió.
—Sí, la maestra lo hizo de esa manera para prevenir que intrusos aparecieran en la base— indicó— ya sabes, si te roban el puente o algo por el estilo. De todas maneras no sirve si te lo roba un mago de sólidos, pero para eso contamos contigo.
—¡Claro! Nos vemos.
Ella me despidió agitando una mano con un mínimo de esfuerzo. Entonces me hundí en la tierra y volví a mi habitación.
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A la mañana siguiente fui a entrenar mi cuerpo temprano con los polímatas. Esta vez, Prípori me enseñó a agarrar a una persona y arrojarla al suelo. Me pareció interesante poner en práctica las limitaciones de las articulaciones de los seres de nivel 9, pero al mismo tiempo, se me hizo algo incómodo. Resulta que para agarrar y botar a alguien al suelo hay muchas técnicas que requieren pegarse al cuerpo del otro. Más encima Prípori me puso a prueba e intentó zafarse mientras yo hacía lo posible por poner en práctica lo que me había enseñado. Intenté mantener mis manos alejadas de su pecho y sus muslos, pero ella continuaba corrigiéndome que debía agarrarla bien, incluso en una ocasión me tomó las manos y me puso una entre su axila y su seno.
—¿Lo ves? Así no me puedo mover bien— me espetó.
—Pero...— musité, sin saber si reclamar o no.
—¿Qué pasa?
Me separé de ella, aproblemado.
—¡No puedo tocarte ahí!— alegué.
Ella me miró extrañada, como si le hubiera dicho que uno dividido en cero era diez. Luego tomó mis manos, me las mostró y las presionó contra su pecho. Entonces se las quité.
—¿Es algo religioso?— inquirió.
—¡No puedo andar... — solamente decirlo se me hacía difícil— no puedo andar tocando mujeres en el pecho. Eso es... está prohibido de donde vengo.
—¿Solo mujeres?— se extrañó.
—Sí, solo mujeres— me llevé una mano a la cabeza, nervioso y avergonzado— lo siento.
—No, no, está bien. No debí obligarte. Disculpa— me dijo ella— pero me llama la atención esta prohibición ¿Te gustaría explicármela?
Suspiré, pensando de dónde partir.
—Como varias otras especies, los hombres tendemos a desarrollar una mayor musculatura y a crecer más altos, por lo que tenemos una ventaja física sobre las mujeres. Por eso, en varias culturas de mi mundo se ve al hombre como el bruto y a la mujer como la delicada. Además, tenemos una fijación con los genitales, y en algún punto de la historia, el pecho de la mujer se unió a ese grupo de "partes del cuerpo que no deben mostrarse o tocarse en público". Por supuesto, un hombre que agarra los pechos de una mujer sin su permiso es visto como un vil depravado... lo cual es cierto.
—¿Y aun con mi permiso, no te gusta hacerlo?— inquirió ella.
—Bueno, no es que esté muy acostumbrado. A las mujeres se les enseña a cuidar su cuerpo a toda costa y a los hombres se les enseña a cuidar a las mujeres. Pero como con todo, hay excepciones. Muchos hombres intentan aprovecharse de mujeres a su alrededor. Esto provoca que las mujeres deban mantenerse alertas de todos los hombres, y esto provoca que los hombres que nunca asaltarían a una mujer, anden con cuidado de evitar tocar partes indebidas, incluso por accidente. No me puedo quitar esa sensación de alerta.
Prípori se cruzó de brazos, visiblemente confundida con todo lo que le relataba.
—Qué complicado es tu mundo.
—Lo siento.
—¡No, no! No te disculpes, por favor. Solo estoy intentando pensar ¿Qué tal si luchas contra un chico? Al menos puedes tocar a otro chico ¿Verdad?
—Sí, por supuesto.
—¡Aconte!— lo llamó ella.
Rápidamente Aconte cambió de pareja y me enseñó a derribar personas. Él no parecía tan sorprendido por lo de mis excentricidades como Prípori. Afortunadamente, mi condición no causó más problemas, y tuvimos una sesión de ejercicios normal.
En el viaje de vuelta, Marisa le preguntó a Prípori por qué ella y Aconte habían cambiado de pareja de práctica. Prípori le explicó en pocas palabras lo que yo le había dicho.
—¡¿Qué?! ¡¿Es verdad, Arturo?!— exclamó.
—Sí— musité, avergonzado.
—¿Y qué pasa si yo te toco el pecho? ¿Te puedo tocar el pecho?
—Bueno... sí, claro— contesté extrañado.
—¿Entonces eres tú el que no puede tocarme a mí?— exclamó.
—No es que no puedo, es que no debo— aclaré— o al menos... no me parece correcto.
—Déjalo, Marisa ¿O tú intentarías darle un besito de lengua? —me defendió Prípori.
—¡Noooo!— exclamó ella— ¡¿Cómo se te ocurre?!
—¿Beso de lengua?— repetí, extrañado.
Después de ducharse juntos, no me parecía particularmente especial.
—No es algo que se deba hacer con cualquiera— indicó Aversa.
—O tocar la lengua de otro— agregó Aconte— no se hace.
—¿Qué?
Entonces Prípori me sonrió y con un dedo se señaló los colmillos.
—Es por estos— indicó— son muy buenos para agarrar y perforar carne ¿Qué crees que pasaría si metes tu lengua aquí?
De solo visualizarme besando apasionadamente a una maga tan poderosa y bonita me dio un vuelco el corazón.
"Me daría un día para recordar" quise decir, pero supuse que no era la respuesta que buscaba. Luego abrí la boca para decir "podrías agarrarme la lengua", pero recién entonces me di cuenta de lo que insinuaba. Abrí los ojos como platos.
—¿Ha pasado?— inquirí— ¿La gente se ha arrancado la lengua a mordiscos?
—¡Claro!— exclamó Marisa
—Por supuesto— aseguró Aversa
—Todo el tiempo— agregó Aconte.
—Y meterle la lengua a alguien con colmillos también es muy mal visto— explicó Prípori— lo pones en una situación difícil en que tiene que sacársela de su boca sin hacerte daño. No sé cómo se ve en tu mundo, pero para nosotros es un tabú.
—¡Vaya! ¡Nunca se me pasó por la cabeza!— exclamé— ¡En mi mundo, todas las parejas lo hacen todo el tiempo!
—¡¿Todo el tiempo?!— exclamaron Marisa y Aversa a la vez.
—Lo importante es que todos respetamos las costumbres de otros— indicó Prípori— ¿Está bien, Marisa?
—Sí, está bien— alegó en un tono compungido.
No es que me molestara que Marisa quisiera preguntar sobre mi mundo, pero de todas maneras agradecí que dejaran el tema ahí; podrían haberme presionado a que siguiera sus normas en vez de las mías, pero se tomaban la molestia de respetar los valores que yo traía de mi mundo. Eso me quitaba una carga enorme al adaptarme.
Finalmente fijamos un programa con Prípori; lunes, miércoles y viernes iría por las mañanas a entrenar mi cuerpo, mientras que martes, jueves y sábados iría a entrenar mis extensiones mentales. Ella me dijo que intentaría estar presente para mis lecciones de magia. Yo no veía motivo para que me vigilara en todo momento, pero a ella le parecía importante, así que acepté.
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