13.- Formando una Rutina (1/2)
Luego de volver a la base, Prípori me llevó a una bodega llena de cachureos y artículos de toda índole que no usaban. Hurgó un buen rato, hasta que sacó un sombrero azul, simple y compacto, con una visera que protegía la vista del sol. Me recordó a los sombreros de chofer o de uniforme gakuran que había visto en algunas películas.
—¡Este!— exclamó— ¿Por qué no te lo pruebas?
Me lo puse. Me quedaba bastante bien, aunque no suelo usar sombreros.
—¿Para qué es?— quise saber.
—Es un puente.
Me lo quité de inmediato, sorprendido.
—¡¿Un puente?!
Lo miré de cerca. Por adentro no parecía tener un puente, sin embargo noté una pequeña cadenita colgando desde el centro en el lado interior.
—¿Es esto?— pregunté.
La tiré mientras hablaba, y para mi sorpresa, la cadena fue succionada dentro del sombrero. En su lugar, se abrió un agujero en espiral que rápidamente se expandió hasta abarcar todo el interior.
—¡¿Tenías un puente escondido en una bodega de cachureos?!— exclamé.
—Sí, bueno, no es la gran cosa— alegó.
—¡Pensé que los puentes se mantenían abiertos en todo momento! ¡¿Cómo es que este puede encenderse y apagarse?!
—Solo es una Cárdila— alegó— no es nada místico ni espectacular.
—¿Cárdila?— repetí.
—Son... objetos mágicos. Cada cárdila tiene distintos efectos. Por ejemplo; botas que absorben el impacto de cualquier caída o una pistola de agua que nunca se agota. Muchas cárdilas se producen en la universidad e instituciones similares controladas por el Directorio de Magos, pero hay otros que fueron producidos por civilizaciones antiguas o que llevan parte de uno de los poderes divinos. De estos últimos tipos no se pueden producir cárdilas en masa, porque no nos da con magia o tecnología de hoy en día. Ese sombrero que tienes seguramente fue confeccionado por el Encadenador.
—¡¿Qué?!— salté.
Prípori continuó buscando entre los cachureos.
—Te permite viajar hacia el otro extremo del puente, donde está su contraparte.
De pronto sacó otro sombrero. Era similar, pero rojo. El mío era azul.
—Listo.
—¿Ese sombrero también tiene un puente?— inquirí.
—Es el mismo puente del que llevas puesto, solo que por el otro extremo. Con esto podrás venir aquí siempre que quieras. No te perderás tu entrenamiento matutino. Qué bien ¿No?
Dejé caer mis hombros, abrumado ante la certeza de que sufriría un tormento como aquel tres veces a la semana.
—Qué bien— musité.
—Así que ven pasado mañana, recuerda que comenzamos bien temprano.
Suspiré.
—Sí, maestra.
Luego de eso fui a despedirme de los pocos que quedaban en la base y pasé a hacerme un sándwich rápido para calmar el hambre antes de almuerzo. Otoor me ofreció una botella de vidrio con un líquido azul brillante. Tenía una consistencia similar a las pociones, solo que en azul. Lo había visto un par de veces en libros y revistas; era un Energizante, literalmente una bebida energética, pero tan potente que sustituía sin problemas un día completo de alimentación. Me dijeron que no me acostumbrara a tomarlas, porque más de tres al día podían provocarme un paro cardíaco, pero una cada tanto tiempo no me haría mal. Tras tomarla, me sentí renovado, como si pudiera repetir toda la mañana otra vez.
Luego, mi nueva maestra me fue a dejar al puente.
—Prípori— la llamé mientras caminábamos.
—¿Sí?
—¿Tienes alguna relación con el Encadenador?— inquirí.
Pero ella solo me miró extrañada.
—¿Te refieres a si soy parte de su iglesia?— inquirió.
—No, digo... a si estás relacionada con él personalmente.
—Pfff ¿Qué cosas dices, chico? El Encadenador es un dios, no debería tener una forma física. Pero no, no tengo relación, si es lo que te preguntabas.
—Ah... bueno.
Supuse que no debía estar muy enterada si creía que era un ser abstracto.
Pronto llegamos al puente que llevaba a Luscus. Nos dimos la mano y yo me fui.
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Ya era hora de almuerzo para cuando llegué a la universidad y estaba más hambriento que nunca. El viaje desde el puente en las montañas probó ser un trecho más largo de lo que había esperado, y por tanto había gastado mucha energía.
Partí directo al comedor, me llené la bandeja y me dirigí a una mesa. Para mi fortuna, encontré a Coni comiendo solo en una. Fui y dejé mi bandeja frente a su puesto, recién entonces miró arriba y se dio cuenta de que estaba ahí.
Me había esperado algo de sorpresa, incluso quizás un "miren quién llegó", pero la sorpresa terminó dándomela él cuando se paró de un salto y me embistió con todas sus fuerzas. Estuvo a punto de derribarme al suelo.
—¡Estás vivo!— exclamó, apresándome con ganas.
Le habría correspondido el abrazo, pero me tenía atrapado y no podía moverme. Coni me pegó un vistazo, noté que sus ojos se cuajaban de lágrimas, luego hundió su cara en mi pecho.
—¡Pensé que habías muerto! ¡No sabes todo lo que lloré! ¡¿Por qué no apareciste antes?! ¡¿Dónde andabas?!
Recién con sus palabras me di cuenta de lo mucho que debía haberse preocupado por mí. Admito que fue algo apático de mi parte dejarlo a su suerte de esa manera, tan inseguro.
—Lo... lo siento— musité— pasaron muchas cosas. No quise hacerte sentir mal.
Noté que la gente alrededor nos miraba y que estábamos molestando la pasada, pero supuse que en ese momento debía priorizar los sentimientos de Coni a la comodidad de desconocidos. Este negó con la cabeza y me miró de nuevo a la cara.
—Ahora da lo mismo, lo que importa es que tú estás bien— me espetó— estás bien ¿Verdad?
—Sí. Sí, estoy muy bien.
Tomé su cara entre mis manos y le limpié las lágrimas.
—Deberé tener más en cuenta sus sentimientos de aquí en adelante— anoté en mi mente.
Él me sonrió. Le di un beso en la frente y luego nos sentamos a comer.
—¿Y qué fue lo que te pasó?— quiso saber.
Yo tragué un pedazo de carne celeste sin masticarla bien y pensé rápido: aunque Coni era de confianza, no era buena idea andar divulgando un secreto tan importante como mi afiliación con los polímatas, no tanto por mí, sino por ellos; si se sabía que yo conocía la ruta hacia su base secreta, la policía podría tomarme e interrogarme, y no soy precisamente un tipo duro.
—Me desmayé— mentí— me desperté hace unas horas. A veces sucede cuando uso mucha magia.
—¡¿Qué?! ¡¿Te desmayaste por hipoglicemia?!— exclamó Coni.
Yo le pedí con un gesto del dedo que guardara silencio.
—Preferiría mantenerlo entre nosotros— le espeté— está prohibido sanar personas a través de magia sin una licencia.
—¡¿Qué?! ¡¿De verdad?!— saltó.
El código del mago fue uno de los primeros libros que revisé al llegar a Luscus. Había ciertos tipos de magia que estaban permitidos, pero otros que no, dependiendo de los registros y licencias que cada mago tuviera. Yo estaba registrado, pero aún no había sacado la licencia para usar magia, por lo que técnicamente podían arrestarme si me veían haciéndolo, aunque el profesor Hista me había dicho en cierta ocasión que la policía no debería pedirme ninguna licencia si yo usaba mi magia para algo personal sin molestar a nadie.
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El resto de la tarde ni siquiera fuimos a la biblioteca. Yo estaba bien gracias al energizante, pero aun así preferí tomarme las cosas con calma, así que fuimos a bajar la comida caminando por ahí.
—¿Y cómo te fue a ti?— quise saber— ¿Regresaste sin problemas?
—Sí... gracias a ti— contestó en tono bajo.
Agachó la cabeza, compungido.
—¿Pasa algo?— quise saber— ¿Jonah te volvió a molestar?
—No, él no me ha hecho nada— aseguró— es solo que me molesta la manera en que reaccioné. Tú te lanzaste a ayudar a otros, pero yo... yo solo... hui.
Me pasé una mano por la cabeza, extrañado. Hasta ese momento, su actitud no me había llamado la atención.
—¿Y eso es malo?— alegué.
Coni agachó la cabeza aun más.
—Es que... sí, supongo que sí— musitó— disculpa por no haberte ayudado. No podía pensar en otra cosa. Me borré completamente y te dejé solo.
Agaché la cabeza para intentar mirarlo a la cara, mas él se giró al otro lado. Supuse que no quería que lo mirara en ese momento.
—Pero Coni, no necesitas disculparte— le aseguré.
Él levantó la vista y me miró con sorpresa.
—¿No te molestó que te abandonara?
—Claro que no. Huir ante el peligro es completamente normal— le expliqué— yo tengo cómo defenderme y también tengo algo de experiencia. Me quedé porque es lo que quería, pero quizás debí haberte acompañado.
—¿Qué?
—Digo, podrías haber salido lastimado y yo no me hubiera dado cuenta. Fui yo quien te abandonó... lo siento.
Coni me miró con ojos abiertos de par en par.
—¿Entonces no estás enojado conmigo?— exclamó.
—¡Claro que no!— alegué.
Él dejó escapar una bocanada de aire y relajó los hombros. Luego me abrazó. Yo pasé un brazo por sus hombros.
Nos quedamos así unos minutos. Luego se nos ocurrió ver una película, así que fuimos a mi habitación a ver algo. Nos echamos en la cama y elegimos una película de comedia recomendada, que no entendimos del todo, dado que los personajes usaban constantemente referencias a eventos y costumbres de Luscus de las que ninguno de los dos tenía idea.
A la mitad de la película, Coni me removió para llamar mi atención. Levanté la vista y noté que me sonreía con una mirada pícara.
—¿Quieres hacer algo más entretenido?— me preguntó.
—Sí ¿Te gustan los juegos de carreras?
Coni rio.
—No, Arturo, me refiero a otra cosa— dijo mientras se inclinaba sobre mí— algo con más contacto.
Por un momento me paralicé, desconcertado. No es que no me hubiese esperado una proposición así de Coni; no me esperaba algo así de parte de nadie. Bueno, supongo que varias personas habían hecho lo mismo esa misma mañana, pero Coni no se estaba ofreciendo, lo estaba proponiendo.
—¿De verdad?— salté, sorprendido.
—A menos que no quieras— me espetó.
—¡No, no! ¡Sí quiero! ¡Hagámoslo! — exclamé.
Coni sonrió de oreja a oreja, me tomó la cabeza entre sus manos y me besó con más energía de la que le había visto desde que lo conocí.
Estaba un poco nervioso, era mi primera vez con un chico, pero él no tuvo problema en darme instrucciones y enseñarme cómo se hacía. Me sorprendí de que no necesitáramos penetración para sentirnos bien. Coni me dijo que rara vez lo intentaba con otros hombres, y una hora después, cuando ya no podíamos dar más, me di cuenta que la había pasado mejor con él que con cualquier chica.
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El día siguiente transcurrió con normalidad; fuimos a clases, almorzamos, más clases, y a la tarde...
A la tarde solíamos ir a la biblioteca, Coni y yo, pero yo tenía ganas de ir a estudiar bajo la tutela de Prípori. Sin embargo, no podía contarle todo. Nunca pensé que llegaría el día en que debiera mentir de tal manera.
—Disculpa, tengo que hacer un trámite— le espeté, nervioso.
—¿Te acompaño?— se ofreció.
—¡No! No... no hace falta. Perdona que no te haya avisado.
—No, está bien. No necesitas decirme todo lo que vas a hacer— me aseguró él— yo tengo que estudiar un poco, de todas maneras.
—Claro, claro— dije nervioso— no me esperes, no sé cuánto me tome.
—Está bien.
Fui directo a mi habitación, saqué el sombrero que me había pasado Prípori de debajo de toda mi ropa y tiré de la cadenita que colgaba de su interior. Tal y como me había dicho mi maestra, se abrió un puente que abarcaba el área del sombrero mismo.
Tragué saliva, algo nervioso. Había pasado por puentes muchas veces, pero nunca había usado un aparato que generara uno. Me pregunté si cabía la posibilidad de que algo saliera mal, y si la había, cuál sería la probabilidad de que sucediera.
—Nada mejor que experimentar uno mismo— pensé.
Me lo puse. Por un momento no ocurrió nada, pero de pronto el sombrero bajó por mi cabeza, como si la succionara. Un instante más tarde, me tragó entero.
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