12.- Exprésate (1/3)


Después de comer me ofrecieron un baño. Yo seguía algo cochino por el altercado con la policía, así que acepté.

Su sala de baño era grande, parecía más una piscina interior que un baño. A pesar de mi limitado conocimiento de arquitectura vole, me imaginaba que de la misma manera que los nonis, estos se bañaban juntos. Por eso la piscina estaba hecha para varias personas a la vez. Más encima, no había tazas de baño, esas estaban reservadas para otros cuartos dentro de la casona. En la universidad las tazas iban dentro de los baños, los cuales consistían de una simple ducha, pero me imaginaba que eso se debía a que necesitaban usar el espacio con eficiencia. La casona de los polímatas, por otro lado, contaba con todo ese mundo silvestre. Casi no podía creer que éramos las únicas personas de nivel 9 en todo el planeta; las probabilidades de que Prípori se encontrara con ese mundo antes que nadie y que nadie más lo hubiera hecho por todo el tiempo que había estado aterrorizando Luscus eran astronómicas, o dicho de otra forma, sospechosas.

Pero con alguien tan raro como Prípori, no quería comenzar a arrojar posibilidades, pues seguro estaría equivocado; con ella valía todo, incluso aquello que se escapaba a mi imaginación.

Suspiré. El cansancio de mi cuerpo se derretía en el calor del agua. Comenzaba a relajarme.

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También me prepararon una cama con una pieza para mí solo. No podía creer que me trataban como a un invitado. Es decir, lo era, pero habría esperado algo más de desconfianza de un grupo de criminales buscados.

Estaba muy cansado, o quizás era la relajación del baño que me tenía así. Nada más me saqué mis zapatos y me acosté, me quedé dormido en un instante.

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A la mañana siguiente, lo primero que vi al despertar fueron dos grandes ojos naranjos mirándome con curiosidad. Las extensiones mentales haciéndome cosquillas me probaron que todo lo que había pasado había ocurrido de verdad y no era un sueño.

—Owo— dijo Otoor junto a mi cama.

—Ah... hola— carraspeé con una garganta seca.

Me senté y la examiné. Nunca había tenido mucho interés en los fufos, pues no me pueden dar mucha información, pero Otoor era algo distinto; era la primera fufo maga que había visto. Su cabeza y garras eran grandes en comparación a su cuerpo, sus piernas pequeñitas, su piel oscura, casi negra. No sabía cómo era su pelo, porque lo tenía cubierto por un lindo sombrerito de maga, pero me imaginé que sería corto, grueso y negro como el de todos los fufos. Llevaba un vestido grueso que le cubría hasta los tobillos, pero yo sabía que era por simple gusto, pues había visto a varios de su especie sin nada arriba o debajo de la cintura, incluso algunos completamente desnudos caminando por la calle. Sus genitales estaban generalmente ocultos bajo algo de pelaje indistinguible de su piel normal, por lo que se hacía difícil diferenciarlos.

Otoor me hizo señas para indicarme que ya era hora de despertar, incluso abrió las cortinas de mi habitación, solo que no entró mucha luz, porque la altura de los árboles cubría buena parte de la casona.

Yo me puse de pie y me vestí con mi abrigo y mis zapatos. El resto de la ropa ya la llevaba puesta. Fui a hacer pipí, luego seguí a Otoor a la sala principal, donde los polímatas se preparaban. Curioso, los miré a todos un rato para saber en qué estaban. Entonces Prípori apareció desde mi espalda y me tendió una muda de ropa; un buzo.

—Ponte esto, iremos a ejercitar antes de desayunar— me espetó.

—Ah...

Busqué una sala, pero no había piezas cerca, por lo que me dirigí al estudio cerca.

—¿A dónde vas? Tienes que entrenar como todos nosotros— alegó Aconte.

—Me voy a vestir— indiqué.

—¿Necesitas ir a otro lado para vestirte?— insistió él.

—Pues... sí.

Aconte me miró como si no me entendiera, que creo que era el caso.

—No me gusta desnudarme frente a otros— le expliqué.

Fui a vestirme. Después de dos minutos salí con el buzo puesto. Me habría gustado un buen desayuno y una ducha antes de hacer ejercicio, pero no iba a debatir sus costumbres mientras no fueran nada extremo.

Salimos de la casona con el sueño de la mañana y nos juntamos en un círculo justo afuera de la puerta. Prípori se notaba llena de energía, qué envidia.

—¿Listos, chicos?— preguntó.

—¡Sí, maestra!— contestaron Aconte, Marisa y Aversa al mismo tiempo.

—Iwi— dijo Otoor.

Me pregunté si debía hablar. Comencé a ponerme nervioso, indeciso entre si debía decir algo o si ya había pasado la oportunidad.

—¡Muy bien! ¡Vamos trotando al lugar de siempre!— exclamó Prípori.

Todos partieron con un trote ligero hacia un lado. Yo los seguí, algo confundido. Rodeamos la casona por la mitad y continuamos hacia la cima de una colina. Trotamos y trotamos entre los grandes árboles, haciendo crujir ramitas y hojas secas bajo nuestros pies. En cierto momento escuché un río a lo lejos.

Pronto comenzó a faltarme el aire y tuve que hacer un poco más de esfuerzo para mantenerme con el grupo.

—¿Cuánto tiempo corren?— quise saber.

—Solo quince minutos— indicó Prípori— nada más para calentar, luego se viene el ejercicio de verdad.

Oh, por Padre, esperaba que no fuera mucho. No recordaba la última vez que hice ejercicio de verdad; estaba tan acostumbrado a moverme usando plataformas de roca que ya no tenía la necesidad de correr en situaciones de emergencia.

Me pregunté por qué salían tan temprano a hacer ejercicios juntos, cuando podrían pasarlo estudiando o preparándose para sus asaltos de vandalismo en Luscus. También noté que Aconte se veía acostumbrado a pesar de haberse estado cayendo de sueño a toda hora el día anterior. El grupo entero mantenía el mismo ritmo sin problemas, incluso Otoor con sus piernas chiquititas. No los entendía, podían usar toda esa energía en algo más productivo ¿O quizás solo necesitaban las endorfinas? Tampoco es que fuera completamente necesario salir a hacer actividad física.

Habría preferido que me enseñara algo de magia como prometió, o que tomáramos un buen desayuno, pero no me pareció buena idea criticar a la afamada líder de los terroristas justo después de que me hubiera aceptado como su discípulo. Sería paciente de momento.

Pero no por siempre.

Luego de lo que me pareció una eternidad, mi respiración me quemaba la garganta y mis piernas se sentían de plomo. Evitar los pequeños obstáculos en el camino era especialmente difícil. Para mi fortuna, al final de una larga colina, Prípori se detuvo. El resto se paró detrás de ella, y yo al final, apenas respirando. Me apoyé un momento sobre mis rodillas.

—¿Están más calentitos?— inquirió Prípori sin un rastro de jadeo en su voz— ¡Muy bien! ¡Comencemos con saltos!

Dio un salto con las manos alzadas al aire. Luego se arrojó al suelo para hacer una flexión de brazos. Luego repitió el proceso una y otra vez. Creo que a ese ejercicio le llamaban un burpee, algo que yo nunca esperé tener que hacer.

Los demás hicieron espacio y la imitaron como si no fuera nada. Desconcertado, intenté hacer lo mismo a pesar de que ya me faltaba el aliento. Salté apenas pudiéndome, luego me dejé caer y me aguanté con mis brazos. La presión fue una de las mayores que hubiera sentido en mis flacos tríceps, y aunque puse todo de mí, aun así mi cara y mi pecho se golpearon contra el suelo. Por lo menos había pasto para amortiguar un poco el impacto.

—¡Me voy a morir!— pensé, un poco más alarmado de lo que me gustaría admitir— ¡No puedo con esto! ¡No sirvo para hacer trabajo físico!

Intenté levantarme con mis brazos, pero estos me temblaban por el estrés físico. Tuve que curvar mi espalda y arrastrar mis piernas para agacharme, y desde ahí, poco a poco levantarme.

—¡¿Y tengo que hacer más?!— alegué en mi mente.

A regañadientes, volví a saltar. Me separé del suelo una distancia despreciable, en más de un sentido, y caí con más cuidado que antes. De alguna manera me las arreglé para hacer cuatro, cuando Prípori nos detuvo y nos mandó a hacer algo distinto.

Hicimos varios tipos de ejercicios, tanto aeróbicos como anaeróbicos. Yo me sentía deplorable, mi mirada se desviaba en todas direcciones, respiraba con dificultad y ni siquiera hice un cuarto de lo que el resto lograba sin problemas. Nadie me dijo nada, quizás porque no les importaba que fuera débil, o tal vez porque no querían perder el tiempo con alguien tan patético.

—Suficiente— dijo Prípori, luego de tenernos saltando como canguros por un siglo— descansemos cinco minutos, luego comenzaremos combates de práctica.

Mis piernas se desmoronaron. Caí de rodillas, luego de codos. No podía más. Fuera lo que fuera que me pidiera, mi cuerpo no me daba. Nunca fui atlético. Quizás otras personas tenían más aptitud, pero yo no. Definitivamente no era bueno con eso.

Escuché a alguien desplomándose junto a mí. La intensidad de sus extensiones mentales la delató de inmediato.

—¿Cómo te sientes?— me preguntó.

Yo tenía la boca abierta por estar jadeando. Las palabras no me salían.

—¿Tan mal quedaste?— comentó Prípori— no me digas ¿Nunca has hecho ejercicio?

Me tomé unos segundos para terminar de jadear. Luego hice un enorme esfuerzo y conseguí sentarme. Entonces la miré a ella; sus ojos agudos mirándome con intensidad, como si quisiera ver todos los secretos dentro de mi cabeza o la esencia de mi alma. Aun con esto, me sonreía tranquila. Noté sudor en su cara y una respiración apenas agitada. Era obvio, pero de todas maneras me sorprendió verla tan... mortal.

—A veces... obligado— respondí entre jadeos, mas negué con la cabeza— nunca nada... tan intenso...

—Mmm, ya veo. Me imagino que no sabes mucho de combate cuerpo a cuerpo ¿O sí?

Yo volví a negar.

—Solo teoría— indiqué— nunca... nunca práctica...

No podía creer lo que yo mismo decía; el año pasado había peleado con decenas de monstruos, me había enfrentado a bandidos y soldados, incluso al mismísimo Primero, pero nunca había usado mis músculos.

Prípori asintió sin cambiar su sonrisa calma y me dio unas palmaditas en el hombro.

—Entonces irás conmigo— me espetó.

Me pregunté por qué decía eso, si acaso los demás eran muy feroces peleando con los puños y no sabían controlarse, o ella misma quería darme una lección, o quizás ella era la más débil físicamente. Era la mayor del grupo, aunque como con todos los vole, no tenía una buena referencia para calcular su edad.

Quería descansar bien, pero luego de unos treinta segundos, volvimos a la actividad física. Esta vez nos separamos en parejas; Prípori y yo nos alejamos del resto, como me indicó.

Todo lo que había leído sobre combate cuerpo a cuerpo se me fue en ese momento. Solo atiné a subir los brazos para protegerme la cara, como solía hacer el protagonista de un anime que he había gustado mucho de niño.

—Tranquilo, no vamos a pelear de verdad— me dijo ella— solo te enseñaré a dar un buen combo.

—¿Un combo?— repetí anonadado.

Al menos esa parte no sería tan intensa como lo anterior.

Prípori me indicó exactamente cómo prepararme y moverme para dar correctamente un buen combo. Yo había leído todos los pasos con anterioridad, pero nunca se me ocurrió ponerlos todos en práctica. Coordinar mi cuerpo para realizar algo por memoria muscular resultó más complicado de lo que recordaba; separar los pies a la altura de los hombros, levantar un poco el talón de atrás, flectar las rodillas, doblar las caderas y el torso, dirigir el brazo recto hacia el objetivo.

Mi puño atravesó el aire rápidamente. Sentí el momentum transmitido por mi cuerpo, bastante mayor a lo que había esperado. Tampoco es que quisiera ir repartiendo combos a diestra y siniestra por la vida, pero hacer algo bien, sentir que lo hacía bien, que aprendía; era esa la sensación por la que vivía.

—¡Muy bien! ¡Te salió perfecto!— me espetó Prípori.

La miré. Sus palabras eran muy amables, seguro no era exactamente lo que pensaba. Sin embargo, al girarme y notar su sonrisa de aprobación, no pude evitar un calor embriagador en mi corazón.

—Sigue haciéndolo, quiero ver que lo dominas— me pidió.

Repetí mis movimientos con la mano derecha, luego con la izquierda. Estaba agotado, pero podía hacerlo. Siempre tenía energía para aprender algo nuevo.

—¡Muy bien! ¡Ya sabes cómo dar un combo!— exclamó.

Entonces se plantó frente a mí y alzó ambas palmas.

—Intenta darme— dijo.

—¿Eh? ¿Pero no te lastimaré?— alegué.

—Descuida. Tú solo concéntrate en hacerlo bien.

—Ah... bueno.

Tomé un respiro, me centré en sus palmas y di un combo como ella me había enseñado. Sin embargo, antes de tocar su palma, su mano se transformó en una estela fugaz. De repente sentí un empujón en mi muñeca que desvió mi mano, seguido por un toque en mi frente. Me separé un poco y noté que Prípori me había tocado la frente con la punta de su dedo. Había desviado mi combo tan rápido que no pude verlo.

—Más fuerte, te dije que no te preocuparas por mí— me espetó.

—Ah, sí.

Le lancé otro combo, pero ella volvió a desviarlo.

—Más fuerte.

Le di otro, pero de nuevo lo desvió.

—¡Más fuerte!

No estaba seguro de si podía dar más fuerza que eso. Intenté recordar la manera en que Érica daba sus golpes; como si se le fuera el alma en cada uno, como si intentara hacer explotar a sus enemigos. Traté algo así.

—¡Destruir esa palma azul!— pensé.

Apreté el puño y los dientes, separé las piernas, doblé la cadera y el torso y le mandé todo mi peso. Prípori me atajó al vuelo. Sentí el impacto en mis nudillos, me llegó a doler.

—¡Muy bien, Arturo!— me felicitó— Ahora diez más.

Con el cuerpo tembloroso y agotado, le di más combos hasta que estuvo contenta.

Finalmente me dejó descansar para ir a detener el resto de los combates de práctica. Entonces noté que los demás sudaban y jadeaban, también agotados, pero seguro que no tanto como yo.

—Todos lo hicieron muy bien, chicos. Descansemos un poco y luego regresemos a la base.

Por fin. No me sentía tan cansado desde que escapé del laboratorio abandonado con Scire.

Me recosté contra una roca grande y me senté en el suelo. La roca estaba fría, justo lo que necesitaba en ese momento. Por unos minutos no hice nada, solo descansé. Se me había olvidado lo bien que se siente no hacer nada luego de tanta actividad física.

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