11.- Un Trato con los Terroristas (1/2)
Luego de que aterrizamos al otro lado, Vicio me devolvió la vista. Me pareció como si una cortina de humo negro se despejara rápidamente de un lado a otro, y recién entonces me di cuenta del truco que había usado. Nos encontramos en una plataforma circular, de varios metros de radio, pero suspendida en lo que parecía el espacio exterior. A nuestro alrededor flotaban estrellas, planetas y nebulosas. Sin embargo, podíamos respirar tranquilamente, no era más que una ilusión.
Curioso, me giré para preguntarle si había retenido los fotones frente a mis ojos para impedir mi visión, pero sus palabras hicieron eco en mi cabeza: "hablaremos en mi casa". Era difícil controlar mis preguntas.
Para mi sorpresa, ella se quitó la máscara y se agitó el pelo azul. Ante mí noté a una bella vole de ojos agudos de color rosa brillante, piel celeste y orejas más puntiagudas de lo usual, con tres aretes rosados en cada una. Me sonrió con confianza, mostrándome su fila de colmillos.
—Aquí estamos a salvo— me aseguró— ¿Cómo te llamas, jovencito?
—Ah... Arturo.
Ella me extendió la mano, que yo estreché.
—Gusto en conocerte, Arturo. Yo me llamo Prípori, también conocida como Vicio. Soy la líder de los Polímatas.
No supe si era su expresión neutra o era algo específico de ese momento, pero me miró tan intensamente que me sentí nervioso y me obligó a desviar la vista.
—Ven conmigo, te presentaré al resto.
Se puso a caminar hasta el borde de la plataforma sobre la que estábamos parados. Para mi sorpresa, el espacio le hizo... bueno, le hizo espacio para que pasara tranquilamente, dejando ver un camino de madera rodeado de bonitas plantas. Yo la seguí, y al avanzar, noté que la ilusión cambió ligeramente; ante mí se abrió el mismo camino de madera, al mismo tiempo que el espacio exterior se hizo hacia atrás para pegarse en las paredes de una cueva en la que nos encontrábamos, como si fuera la proyección de un observatorio.
Nos dirigimos por un camino recto hacia la entrada de la cueva. Al salir, nos hallamos en un frondoso bosque de enormes árboles, tan grandes que tuve que doblar mi cuello para ver sus copas. Los alrededores estaban bastante oscuros por la densidad del bosque, pero a nuestro alrededor, esferas luminosas del tamaño de una cabeza flotaban, permitiéndonos ver lo que teníamos al frente. Se movían lentamente, como globos en cámara lenta.
—¿Qué son esos?— inquirí.
De inmediato me arrepentí de preguntar, pero a ella no pareció molestarle.
—Lámparas de exteriores— contestó— tienen instalado un flotador que las eleva más arriba de los árboles. Al recargarse, bajan automáticamente para iluminar. Están programadas unas con otras para siempre mantener el mismo nivel de luminosidad.
—¡Oooooh!— exclamé— ¡No había escuchado de estas!
—Son más útiles en el campo, en ciudades se estrellarían a cada momento con naves y drones.
Me hizo un gesto con la mano para que la siguiera. Ambos nos pusimos en marcha a través de un camino plano, también marcado por tablones de madera. Las lámparas flotaban por todos lados, dándole al camino un ambiente mágico.
Subimos a paso relajado por el corto sendero hacia la cima de una colina, donde nos esperaba una gran y rústica casona de dos pisos. Vicio... digo, Prípori me abrió la puerta principal. Al entrar me encontré con un acogedor recibidor, con un par de asientitos para invitados, percheros, una estufa y una mesita de centro junto a los asientos. No entendía cómo un grupo de terroristas necesitaba un lugar para recibir invitados, pero esa era la pregunta menos importante que tenía en la cabeza en ese momento.
Prípori dejó su máscara y la chaqueta de su traje en el perchero, revelando una blusa ligera y empapada en sudor por debajo. Luego me llevó por una puerta a una bonita sala de estar, con varios sillones de distintas formas, tamaños y texturas.
—Sé que es descortés ¿Pero te molestaría que te deje un momentito para ducharme? Estoy empapada— me espetó.
—Descuida, ve tranquila.
—Gracias, cariño. Mandaré a alguien para que te atienda por mientras.
Se retiró por un pasillo mientras se sacaba la blusa. Yo me senté y procuré mirar a otro lado, pero antes de que mi poto tocara el sillón, una voz me sobresaltó.
—¡Owo!— exclamó algo a mi lado.
Desconcertado, me giré y noté a un fufo apareciendo detrás de uno de los sillones más grandes. De inmediato noté sus extensiones mentales.
—¡¿Un fufo mago?!— exclamé.
Recordé a los cuatro polímatas que habían conversado con Prípori a la entrada del hotel. Esos cuatro magos habían destruido solos todo un batallón de naves de combate de la policía.
—¡Uuuuu!— exclamó con el ceño fruncido.
—Ah... hola— musité— me llamo Arturo.
—Uuuuu.
—Ella se llama Otoor— contestó una voz al otro lado.
Me giré y noté a un sujeto delgado, de mirada perdida y voz soñolienta. Su piel era de un amarillo crema, sus orejas puntiagudas y su pelo castaño oscuro atado por detrás. Era otro mago, y el primer lonte con quien conversaba. Sus dientes eran afilados como los de un volir y en su cara y pecho tenía manchas de color durazno, difíciles de distinguir del resto de su piel.
—Yo me llamo Aconte— indicó— y tú eres el nuevo muchachito de Prípori ¿Eh?
—Sí, me llamo Arturo— contesté— un gusto, Aconte.
Rodeó mi asiento para dirigirse a otro sillón, sobre el cual se desplomó.
—Otoor está un poco ofendida porque no viste de inmediato que es una chica, pero yo siempre le he dicho que para el resto de los nanos, todos los fufos se ven como niños ¿No crees?
—Ah, disculpa. No he conocido a muchos fufos y no sé distinguirlos bien— le espeté a Otoor.
Ella hizo un gesto de poca importancia.
—Gracias, Aconte. No lo hubiera notado si no...
Pero entonces noté que este se había dormido. Me volví hacia Otoor, la fufo. Esta hizo un gesto de descansar para indicarme que, efectivamente, Aconte se había quedado dormido en un instante.
—¿Cómo lo hizo?— exclamé.
Pero entonces noté más extensiones mentales por ambos lados.
—Siempre hace lo mismo— explicó una volir a mi derecha.
—Ignóralo, no es más que un holgazán— aseguró otra volir, a mi izquierda.
La chica de la derecha se inclinó sobre mí para examinarme de cerca. Su expresión era risueña, su cara llena de pecas azules, sus ojos curvos de mucho sonreír y su pelo cortado en una línea recta a la altura de las orejas.
—Gusto en conocerte, Arturo. Yo soy Marisa— me espetó.
La volir de la izquierda se sentó sobre el posabrazos de mi sillón. Su pelo celeste fantasma caía largo y ondulado, con una parte cubriéndole un ojo. A diferencia de la otra, parecía que nunca sonreía.
—Yo soy Aversa— se presentó— ¿Pero no nos estamos adelantando, Marisa? No sabemos si Arturo es uno de nosotros aún.
—¿Y por qué lo trajo aquí?— alegó Marisa.
—¿Uno de ustedes?— me extrañé.
—¡No me digas que no sabes quiénes somos!— exclamó Marisa.
—No seas tonta, es obvio que sabe quiénes somos— la retó Aversa.
—Prípori me trajo para...— iba a contestar, pero entonces Otoor apareció con una bandejita con un pedazo de queque y té.
—Uuuwu— me espetó.
—¿Para mí?— inquirí. Ella asintió— ¡Cielos, muchas gracias!
No había notado lo hambriento que estaba hasta que vi el pedazo de queque, el cual me zampé de un bocado. Intenté pasarlo con té, pero estaba muy caliente.
—Permíteme— dijo Aversa.
Acercó su mano a mi taza y tocó el borde con la punta de su dedo. La miré, extrañado, luego tomé otro sorbo y me di cuenta que estaba a la temperatura perfecta. Tomé una tercera vez para pasar el queque.
—¡¿Eres maga de calor?!— exclamé.
—Se me da bien extraer calor de los cuerpos a mi alrededor— indicó.
—Y a mí se me da bien calentar todo— añadió Marisa.
Entonces saltó del sillón y formó una pose enérgica.
—¡Y somos las hermanas del calor!— exclamó— Vamos, Aversa, la pose.
—¡Te he dicho mil veces que no haré poses contigo!— alegó Aversa— ¡Me avergüenzas!
—Traidora— musitó Marisa.
—¿Así que son hermanas?— inquirí.
—Gemelas— indicó Aversa.
—¿Te imaginas? ¡Gemelas!— exclamó Aconte— nunca lo hubiera adivinado.
—¡Aconte! ¿Ya despertaste?— salté.
Pero cuando miré, se había vuelto a dormir.
—¡¿Cómo lo hace?!
—No le prestes ni una pizca de atención a ese holgazán— bramó Aversa.
—A Aconte le gusta "reservar energías"— indicó Marisa— te acostumbrarás enseguida.
—Uwu— gruñó Otoor.
Aversa fue a sentarse a su lado para abrazarla como a un peluche.
—En cambio, siempre puedes confiar en Otoor— aseguró en un tono quedo.
Me fijé en la bandeja con cosas que había traído. De los cuatro, fue la única que me atendió. Supuse que ella era la más responsable por ahí.
En eso, detrás de mí noté las extensiones mentales colosales que solo podían pertenecer a una persona.
—Gracias por esperar— me espetó Prípori— veo que se han reunido todos ¿Cómo les fue, chicos?
—¡Todo bien, maestra!— exclamaron las gemelas.
—Upupuuu— dijo Otoor.
Aconte roncó un vez por toda respuesta.
—¡Muy bien! ¡¿Quién tiene hambre?!— exclamó Prípori.
—¡Yoooo!— saltó Marisa, parándose de un salto.
—Yo— contestó Aversa, detrás de su hermana.
—¡Oh!— saltó Otoor.
—Ya era hora— alegó Aconte, despierto y de pie como si hubiera estado toda la conversación así.
Prípori me tendió su mano para ayudarme. Me pregunté si repetía el gesto porque yo me veía perdido o porque ella quería entregarme confianza en ese lugar nuevo y desconocido. De todas maneras, me pareció mejor que sobrara a que faltara. Prípori podía ser una terrorista, pero al menos era atenta.
Nos dirigimos al comedor; una sala espaciosa con una larga mesa vacía. El piso estaba hecho de baldosa, las paredes cubiertas con bonitos grabados de criaturas imaginarias, la iluminación era cálida. Nos sentamos todos en un extremo, mas al ver la mesa vacía, me pregunté si quizás debíamos ir primero a recoger algo a la cocina, o cocinar.
Sin embargo, Prípori levantó una tapa oculta en la superficie de la mesa y apretó un botón en su interior. Apenas unos segundos después, varios drones salieron de una puerta a un costado, cargados de platos, servicios, servilletas y montañas de comida. Flotaron suavemente sobre nuestras cabezas y dejaron cuidadosamente todo lo que llevaban sobre la mesa usando brazos mecánicos; la mitad de la comida eran distintos tipos de carne, pero también varias salsas, huevos de distintos tipos de aves, pan y biscochos, vino, leche, y un par de platos con ensaladas. Quise preguntar por los drones, pero no era lo más loco que había visto en la red de mundos. Más encima, los polímatas parecían más enfocados en la comida.
—¡Ataquen!— exclamó Prípori.
Marisa, Aversa, Prípori y Aconte tomaron cada uno un buen pedazo de carne y se lo dejaron en el plato. Ni siquiera usaron servicios, sino que los desgarraron a pedazos con sus colmillos. Otoor también se sirvió un pedazo de carne pálida, pero a diferencia de sus compañeros, lo cortó tranquilamente con tenedor y cuchillo. Yo hice lo mismo con un lomo grasoso. Estaba muy bien cocinado, pero el sabor dejaba algo que desear. Le eché de una salsa salada para mejorarlo. Luego me serví arroz, leche, huevos y ensalada.
No me encontré tan hambriento como cuando uso todo lo que tengo en otras peleas, seguramente porque había llegado a mi límite no por falta de energía, sino que por el estrés en mi cabeza. Aun así, había gastado mucha energía y mi estómago me reclamaba lo correspondiente. Para mi sorpresa, los polímatas devoraban sus platos tanto o más voraces que yo. No era la primera vez que comía con otros magos, pero era la primera vez que me sentía como parte del grupo. Estas personas me entendían.
—Muy bien, Arturo— me espetó Prípori, luego de pasar un montón de carne con un trago de vino —ahora que estamos relajados y fuera de peligro, siéntete libre de preguntar lo que quieras. No seas tímido.
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