III: Encuentro (I)

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El verano no acababa de llegar, pero ya se sentía el calor. A pesar de eso, adoraba ir a la hermosa playa de blancas arenas. Además de mi Pequeña Grecia, ese sitio era perfecto y mágico, se convirtió en favorito desde que llegué hace años al país.

Lo más increíble era que en cada visita descubría algo sorprendente. La primera vez, oí con claridad el precioso sonido de una flauta que mezclado con el rumor del viento entre los árboles y el oleaje en la orilla, resultó una experiencia por demás, mágica, la sinfonía del mar. Algo similar a captar el canto de una sirena, y es que, del mismo modo, jamás di con su origen; aquella meliflua melodía me embarcó en una intensa búsqueda durante horas sin hallar un resultado. 

En otra oportunidad, un par de años más tarde, llovía, a pesar de eso, el petricor mezclado con el aroma salino del mar era impresionante, ni siquiera las tonalidades grises del ambiente restaron belleza o magia al lugar y cuando esa lluvia cesó de forma repentina, un magistral arcoíris tiñó el cielo multicolor, fue impresionante. ¿Lo más increíble? Volví a atestiguar un hecho similar y con ello reafirmé mi postura en cuanto a lo fantástico de ese sitio.

Una vez más, un increíble arcoíris surcó el cielo de tal manera que parecía pintarlo de colores y al igual que entonces, no pude evitar realizar multitud de tomas. Sin embargo, tras acabar, sentí que debí contenerme ya que perdí de vista al chico de los rizos dorados que encontré sentado sobre las grandes rocas en ese mágico lugar. Suspiré con pesar, resignado a perderlo otra vez porque podría ser él.

Unos años antes conocí a un chico increíble que me deslumbró con su sexi manera de moverse, lo vi bailar «Baby One more Time» en el Wikd Firest, sin despegar su sugerente mirada de mí, yo le observé desde lo alto en el área VIP y quedé maravillado. Lamentablemente, él no estaba solo y yo tampoco, iba con mi entonces prometida, hoy día: la inmencionable. Apodo impuesto por mi hijo y ¿quién era yo para contradecirlo? Mi deber como padre radicaba en apoyarlo. Aquella vez se me pasaron los tragos y entre la marea de personas resultó imposible acercarme a él, cuando logré llegar a la salida del club, fue tarde, lo vi subir a un taxi y partir.

Creí no volver a toparlo, pero para sorpresa mía, lo hallé justo en ese lugar mágico. Aunque apenas y hablamos, estaba seguro de que el sexi rubio con ojos de un tono verde tan intenso como bosque virgen, bañado por el rocío matutino, se trataba de él y de nuevo, ni siquiera tenía una pista de su nombre...

—¡Dios, ¿por qué eres así?! —le grité al cielo con los brazos extendidos— Me das una probadita de helado y luego lo lanzas al suelo.

No quedó de otra, una vez más debía depender de la suerte, aunque guardaba la esperanza de volver a encontrarlo pronto.



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Faltaban diez días para la inauguración de mi nueva muestra fotográfica, eso me llenaba de emoción, pero sin importar cuánto amor sentía por mi trabajo, odiaba con todas las fuerzas de mi alma utilizar esos engorrosos trajes formales.

—¡Ray, quédate quieto o empezaré a picarte con las agujas a propósito! —exclamó una muy exaltada Jo mientras ajustaba el traje que diseñó para mí. 

Johana y yo nos conocimos hace unos cuantos años, a través de su novio, Renzo, vocalista de una banda rockera para la cual desarrollé su publicidad. Congenié con él en París y varios años después, decidimos asociarnos para impulsar la carrera como diseñadora de esta encantadora jovencita de dorados rizos y armas a tomar porque sí, podrá medir metro setenta sobre tacos muy altos, pero pese a su tamaño, era capaz de meterme en cintura con un buen jalón de orejas.

—Johana, niña hermosa de mi corazón, ¿qué no lo hacías ya adrede? —dije con ironía y su respuesta fue enterrarme un alfiler en la mano con la suficiente fuerza para hacerme gritar como niña chiquita—: ¡¡Aaaaaaay, Dios, Jo!!

Di un salto atrás para alejarme, agitando la mano con fuerza, en un vano intento por mitigar el dolor y ella no paró de reír.

—¿Comprendiste la diferencia entre "no te quedas quieto" y "lo hice a propósito"? —preguntó en tono burlón mientras, yo me chupaba el lugar de la punzada y asentí con la cabeza. Mantuve en todo momento una mirada de cachorrito herido y ella sonrió antes de continuar—: Ya, lo siento; ven, déjame terminar. ¡Ni siquiera fue tan fuerte!

Me acerqué despacio, como perrito desconfiado, y ella no paró de reír. Pidió mi mano lastimada, yo con un fingido temblor nervioso se la entregué para empezar a sobarla.

—Perdón —dijo en un hilo de voz, en medio de risas bajas—. Sana, sana, manito de Ray, si no sanas hoy, esta noche no harás nada.

Su canturreo me provocó una estruendosa carcajada a la cual ella se sumó enseguida. Sin dejar de reír, ambos pusimos atención a la puerta del atelier cuando escuchamos un golpeteo y vimos asomarse a un sonriente Rob en cuanto ella le permitió la entrada, pero el gesto del chico se esfumó en el momento que un cilindro de tela cayó sobre él y lo atajó de milagro, Jo y yo no parábamos de reír porque a ese le siguieron dos más y al pobre le tocó hacer maromas para agarrarlos. Así puse atención al caos que Jo mantenía en ese lugar.

Dicen que el mal de los inventores, creativos y todo eso es el desorden y al ver el desastre del taller pude confirmarlo. En las paredes abundan dibujos con diseños de vestuarios, los cilindros de tela estaban dispuestos por todas partes, el par de sofás que se supone eran para atender visitas o esperar o lo que sea, se encontraban cargados de telas, retazos... En fin, aquel lugar era caótico, lo único ligeramente más funcional era su mesa de trabajo.

—Fisher —me llamó Rob, luego de ubicar los tres cilindros de tela contra la pared—, allá abajo te busca un pibe pelirrojo.

«¡Dios, ¿en serio vino aquí?!», me pregunté y quizás el fastidio resultó evidente en mi rostro porque, Jo, enseguida se llevó las manos a la cintura y me observó con mala cara.

—¡¿Qué?! —le dije haciéndome el inocente y ella no varió el gesto— Está bien, sí, muy probablemente me tiré a ese tipo y he ignorado sus llamadas y mensajes desde hace días.

—¡Eres despreciable, Ray! —gritó, en extremo enojada, pero su reacción solo me hizo reír.

—Sí que lo sos, boludo —agregó Rob, cruzado de brazos—. Yo te he invitado a pasar el rato... ¡y no me cachás!

—Rob, no es momento —contestó Jo, masajeándose la frente con una mano—, te necesito en el equipo de modelos. Ray, baja ahora mismo y te haces cargo de la situación.

—Pero Jo, ¿no se supone que él debería entender que no quiero nada?

—¡Te dije que des la cara!

Ni modo, suspiré resignado; comencé a caminar cabizbajo hacia la puerta. Tenía cero animo e intención de hablar con él, nunca acordamos que sería algo serio, salimos varias veces y ya, es todo. Los hombres eran para pasar el rato, como Rob dijo y aunque el argentino era hermoso, demasiado sexi; prefería no cruzar una línea que arruinara nuestro trabajo. Debía portarme bien.

Puse la mano en el picaporte, listo para abrir, entonces observé la manga vino tinto del traje formal en el cual Jo trabajaba y aún llevaba, recordé que era un alfiletero humano, así que me giré hacia ella para hablarle:

—Jo, no puedo salir así, se arruinaría tu perfecto trabajo.

—¡Ni lo pienses, Ray! —gritó ella, sin parar de negar con la cabeza y ambas manos al frente— No me haré cargo yo, de nuevo.

—¡Pero Jo!

—Rescatate, yo me encargo —afirmó Rob con una sonrisa ladeada y un breve guiño antes de salir, pero una vez en el corredor volvió a girarse para hablarme mientras caminaba del revés—: ahora me la debés, tenés que aceptarme una vuelta en la moto, Fisher.

Una risa vaga se me escapó y volví a cerrar para regresar con Jo quien no paraba de negar con la cabeza en silencio mientras me lanzaba una mirada tan afilada que pudo atravesarme el pecho.

—No me veas así, no es culpa mía —dije al estar junto a ella y me gané una nueva punzada. Pensé que no saldría vivo de aquella sesión con la modista.



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Abrí los ojos y conseguí divisar diminutos puntos centelleantes, esparcidos por el cielo nocturno. Sonreí, la brisa marina trajo consigo el aroma salino y comencé a desperezarme, aún tendido en la arena. Al extender los brazos hacia ambos lados, mi mano derecha palpó la madera de mi fiel amigo, el ukulele. Me incorporé con la vista en el mar, en ese vaivén del oscuro oleaje, conforme tocaba las notas de «Somewhere over the rainbow» en mi instrumento.

Luego de una semana, cargada de trabajo, era justo eso lo que necesitaba: un buen descanso en Mi pequeña Grecia, así bauticé a ese espacio, mi casa en la playa, el lugar ideal para desconectarme de mundo cuando el estrés amenaza con acabarme.

No tenía idea de cuánto tiempo dormí esa vez y en realidad, tampoco me interesaba. Despacio, caminé por la orilla, punteando mi instrumento hasta entrar a la blanquecina construcción por la puerta trasera.

En cuanto vi mi teléfono en la rinconera donde reposan varias fotos de mi pequeño T-Rex, en distintas etapas de su vida hasta la actualidad a sus ocho años, encendí la pantalla para descubrir que tengo unas treinta llamadas pérdidas de Jo y alrededor de cien mensajes que puedo resumir en: "Te odio, jamás volveré a vestirte por irresponsable", lo que me hizo reír porque siempre decía lo mismo.

Decidí ignorar el teléfono e ir por una ducha y algo de comer antes de salir. Tocaba la fase final del escape de relajación: un poco de vitamina social. Nada mejor que ir un sábado al Imaginarium para eso.

Adoraba los fines de semana fiesteros en ese lugar, el ambiente era fantástico, el juego de luces multicolores, cambiantes y dinámicas; la emoción de los asistentes, los bailes, ovaciones... En fin, amaba estar allí. Aún resultaba increíble que mi mejor amigo, Moe, lograse tener su bar imaginario en la realidad y hablando de él...

—¡Fisting el bastardo! —gritó el desgraciado desde la barra, mientras servía varias bebidas para el montón de gente en fila. Sonreí, ampliamente. En cuanto conseguí acercarme, él delegó las funciones a los otros dos bármanes para acercarse conmigo a hablarme y señaló con la boca hacia ese rincón oscuro de la barra donde volví a ver al solitario con abrigo de oso.

Siempre me resultó deprimente. Todo en ese sitio era fiesta y diversión, pero él permanecía allí, ignorando al mundo mientras se embriagaba... era triste. Por eso, la semana anterior quise hablarle, intenté animarlo a integrarse; en cambio, esquivé su puño de milagro, porque pelea como boxeador.

—El oso furtivo volvió al ruedo —expresó Moe en francés y sonreí antes de contestarle en nuestra lengua madre:

—Mejor lo dejamos tomar solo, la semana pasada casi me mata. —Reímos a carcajadas.

—¿Qué pasó, cabrón, te acobardaste? Apuesto a que otra vez se escapa.

—Ya te dije, Moe...

El desgraciado del parche, frente a mí empezó a cacarear y aletear los brazos como gallina, ganándose un puñetazo al hombro por eso. Decidí girar me en dirección al chico oso.

—Solo observa —le dije con convicción en un tono de galán que le sacó una buena risa.

Aunque quise sonar seguro y despreocupado, deseé en todo el camino no acabar malherido, por darle la contra a Moe.



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Hola mis corazones multicolor 💛💚💙💜💖 si eres nuevo, dime qué te parece Ray, si estás releyendo este y el siguiente capítulo son dos de las cosas nuevas de esta edición así que cuéntame qué te ha parecido el cambio hasta ahora🤗

Nos leemos lueguito y este es para jakecastroc pos porque es fan de Ray😂





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