II: Érase una vez un chico...

El chico de mirada huidiza sintió el corazón en la garganta, aquel motorizado frente a él iba completamente de negro al igual que su vehículo y pese al casco, pudo sentir la mirada ajena fija en la suya. Debió permanecer en el bar junto al imbécil.

¡Cierra la boca, Dramaturgo! Ya estaba bastante nervioso sin tu participación.

Con discreción di un paso atrás y tragué en seco, pero nada más pude hacer porque mis piernas decidieron echar raíces en el concreto del suelo, sentí escalofríos. El sujeto hizo amague para descender de la moto y extendió un brazo en mi dirección; en ese momento conseguí reaccionar. Corrí como demente, creo que incluso grité despavorido hasta llegar a casa.

A pesar del tremendo susto que convirtió a mi corazón casi en un redoble, logré escalar el árbol torcido hasta el balcón de mi recámara; con todo el cuidado del cual fui capaz en ese instante, casi me caí cuando estuve a punto de saltar a la rejilla porque volví a escuchar el rugiente motor de la motocicleta, mi miedo se multiplicó en cuanto corroboré que era el mismo sujeto y además disminuyó la velocidad al pasar por el frente, como si estudiase mi posición. Tragué saliva con dificultad. 

Entré de prisa a la alcoba y arrastré hasta la puerta del balcón una cajonera grande porque mi paranoia me dijo que le di al tipo una idea de cómo venir a matarme. Una vez bloqueado el acceso, caí en el alfombrado suelo, llevado por el temblor de mis piernas; las bolsas de licor a cada lado de mí y el sonido que realizó el cristal del vodka contra las latas captó mi atención. «Es impresionante que no tiré nada de esto en medio del pánico», pensé con la vista en los paquetes.  

Abrí una cerveza y me la llevé a los labios; ese helado, amargo, pero a la vez dulce sabor del fermento me invadió la boca y arrastró mis miedos al descender a través de mi garganta. Lata a lata, trago a trago, el terror empezó a disiparse; el monstruo, Ronie, incluso ese motorizado... cada cosa horrible desapareció, reemplazada por el conocido y anhelado mareo que acabó por enviarme al mundo de los sueños.


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El Wild Forrest estaba al borde del colapso. Aquel día, los cuerpos danzantes colmaban la pista de baile. Junto al DJ, sobre plataformas e incluso encima de sus cabezas se ubicaban jaulas donde chicas y hombres cuyos cuerpos cubiertos con diseños pintados de felinos o plantas silvestres realizaban salvajes, pero sensuales movimientos al ritmo de la música.

Para el chico de mirada huidiza, su primera visita al club nocturno resultó un completo deleite. Pensó en la idiotez que fue negarse a la propuesta de su hermana en un principio, se habría perdido una gran experiencia.

No obstante, pronto se encontró perdido entre la multitud mientras su acompañante se colaba entre las filas de la barra para buscar bebidas. El terror de hallarse a solas, entre desconocidos apestados a tabaco, licor y quién sabe qué más, le abrumó. Deseó escapar, fue así hasta toparse con la dureza de un cuerpo, un hombre apuesto con una perilla de barba le devolvía una cálida sonrisa, luego de impedirle caer.

La pena era evidente en las mejillas del chico quien contemplaba aquel varonil rostro de nariz perfilada y labios que invitaban a ser probados. La mirada esquiva intentó evadir el gélido azul de quien mantenía un brazo fuertemente aferrado a su espalda baja, pese a que ya se encontraba firme y de pie en el suelo.

El latido de su corazón iba desbocado, aunque distinto a otras ocasiones donde el más leve roce detonaba la completa tensión de su cuerpo y toda una marea de malos recuerdos, en ese instante se mantuvo tranquilo, con un aumento gradual en la temperatura que dejaba verse en el tono escarlata de sus mejillas.

Badun, badun, con cada latido sentía crecer el rubor. Badun, badun, y su mirada se centró en los provocativos labios ajenos.

Badun... badun...

Badun...

El incesante martilleo ganó volumen hasta tornarse insoportable. Alterado, el chico de mirada huidiza abrió los ojos y con fuerza golpeó el infernal despertador junto a la mesilla como si este fuese culpable de su terrible noche.

¡Vete al infierno, Dramaturgo!

Deseaba seguir durmiendo y saber qué pasó después en ese sueño. Gruñí, molesto, porque aquella quizás fue la primera vez, en años, que el monstruo no me produjo pesadillas.

Ni siquiera recordaba cuándo o a qué hora me dormí, pero sin duda, tocaba organizar aquel desastre de latas y ocultar el resto del vodka antes del regreso de mi madre; así que, a esa tarea me dediqué, luego fue turno de arreglarme para salir.

Fuera de ir por licor a la bodega o el bar, detestaba salir, prefería estar a resguardo en casa, excepto por las noches; el insomnio es una mierda y cuando no era eso, las pesadillas me mantenían en vela o peor, el maldito monstruo seguía tras de mí, incluso después de años.

También ibas a la playa.

Bueno, sí, ¿y eso qué, Dramaturgo?

Aunque solo lloriqueabas por Rui al hacerlo, igual que en el cementerio.

¿Puedes callarte ya?

Y a cumplir con tus contratos como fotógrafo.

Sí, ya, deja de acotar. Sin paga no habría anestesia.

Desde hacía años opté por encerrarme, mi ex pareja no fue de gran ayuda; llegué a verlo como mi héroe y Salvador cuando lo conocí, pero con el tiempo, resultó ser el peor villano de cuál hasta entonces seguía huyendo. Aunque ya no me acostaba tanto como antes, a veces lograba notarlo cerca, como la noche anterior. No vi su cara, pero estaba seguro de que era Ronie y eso me provocaba pánico.

Rodé la cajonera a su sitio para abrir la puerta del balcón, pero me detuve al pensar en ese extraño motorizado, sentí escalofríos. No tenía idea de quién era o por qué me estaría siguiendo y por un instante, temí encontrarme cara a cara con ese tipo. 

De cualquier modo, me armé de valor y abrí la puerta, además, debía airear el sitio y como diría mi hermana mayor: "dejar entrar la luz", aunque el maldito brillo del día me produjo una ceguera temporal. ¿Qué decir? Era un ser de la noche, la mañana debería emplearse para dormir, pero ¡qué diablos! Sin dinero no había anestesia y a propósito de eso, tocaba apresurarme.

¡Sí, siempre has sido un desastre cumpliendo horarios!

Ja, ja, cállate.

Cuando conseguí recuperar la vista, salí al balcón para contemplar el maravilloso nuevo día: el sol brillaba, el pasto en cada casa aledaña lucía de un verde radiante, las flores parecían danzar con el viento y extender sus pétalos y hojas en un intento por abrazar la calidez... sí, otro hermoso día de porquería y solo quería que terminase o en su defecto, regresar a la cama para acabar lo que restaba del vodka.

«¿No te gustan las mañanas de primavera? Escucha a las aves cantar», ese pensamiento me produjo escalofríos, sentí un vacío instaurarse dentro de mí con cada recuerdo de Rui. Fijé la vista en el par de avecillas cantoras, posadas frente a mí en el árbol cómplice de mis escapes, ellas sacudieron mi memoria y me llevé una mano al pecho por eso.

«Soy tu ruiseñor, me tienes prisionero en la jaula de tu corazón». Maldita sea, no quería llorar, estaba harto de hacerlo, pero mi mente me jugó en contra aquella mañana. Pasé un puño por mis ojos para limpiarme el par de lágrimas que lograron colarse y con rabia, regresé a la alcoba por una camiseta, luego volví al balcón para azotarla contra las ramas hasta espantar a las aves. Era consciente de mi ridiculez, incluso, los vecinos pensarían que enloquece por pelear con pájaros, pero no me interesó, solo quería callarlas o más bien, a esa voz. No deseaba recordar, habían pasado años.

Cumplida mi tarea con las aves, sonreí complacido y regresé adentro para corroborar mi retardo. Luego de una veloz ducha, un vistazo al espejo me mostró el desastre: «quizás debería cortar estos rizos que caen sin forma por doquier, la desvelada se nota en estas ojeras enormes que resaltan con creces sobre la palidez de mi cara, ojos enrojecidos y cristalizados por el llanto, ¡parezco un monstruo! Si no quiero asustar a esos mocosos de la promoción de preescolar que voy a fotografiar, debo hacer algo con este aspecto». 

Fui a la habitación de mi madre a robar algo de maquillaje y una vez aplicado, listo como para funeral con mis jeans, Converse y camisa negra, me até el cabello en una coleta alta que le dio a mi cabeza un aspecto de piña, pero en apariencia, lucía como un humano más normal. Tomé el maletín de mi cámara y salí a la escuela donde haría las tomas ese día.

No era un fotógrafo profesional, mi hermana mayor sí y me enseñó. Si en aquel entonces me hubiesen pedido describirme, podría haber dicho que de profesión era un ebrio solitario con ganas de puro morirse, pero que al mismo tiempo, no se atrevía a dar el salto.

Mis contratos comenzaron el año anterior por recomendación de mi hermana que dijo: "debes ocupar el tiempo y la mente para salir de ese hoyo emocional, ya ha sido mucho tiempo, bebé". En realidad, ya que odiaba sus sermones, preferí obedecer. Las pagas no eran malas y descubrí que así resultaba mejor para anestesiarme, en vez de explicarle cómo utilizaba la tarjeta que me dio años atrás. A veces se portaba como mi madre o hasta peor. 

Trabajar con niños, aunque sea un par de horas, es un asco, no resultaba distinto en aquel entonces. Sin embargo, peor que ellos, resultaban los orgullosos padres, deseosos de inmortalizar el más mínimo momento, algo tipo: "¡Se sacó un moquito, qué lindo!" y Zaz, allá va la foto. Cuando decidían interrumpir la jornada, se tornó mucho peor; de por sí es difícil que los enanos acaten órdenes, con los entrometidos padres y sus celulares, el momento de la toma grupal se volvió más engorroso: los pequeños distraídos y en lugar de mirar a la cámara o conservar sus poses, los observaban a ellos y realizaban muecas.

—Por favor, señoras, estas fotos son para ustedes, no es necesario que estén aquí interrumpiendo —les dije fastidiado, pero intenté mantener el tono más amable del que fui capaz.

—Sí, mamitas, por favor abandonen el aula para que el fotógrafo pueda realizar su trabajo —anunció la directora con suma dulzura y suspiré, aliviado, aunque me tocó volver a ubicar a cada niño por millonésima vez en lo que iba de día.

Acabada la faena y mientras empacaba mis cosas, destapé una de mis infaltables lollipops, porque sí, era un maldito ebrio durante la noche, pero de día, esas paletas se volvían mi droga y luego de tan larga y fastidiosa jornada, merecía un consuelo dulce. Mala mía al no haber esperado a salir porque una mocosa me contempló con hambre, intercambiamos miradas por largo rato entretanto terminaba de guardar mis cosas, hasta que esa chiquita decidió hablarme:

—Quero. —Su voz era dulce y tierna, pero de nada serviría conmigo. «Ve y pídele a tu madre».

Volteé los ojos de un lado a otro, agarré mi maletín y solo me retiré la paleta de la boca para contestarle en tono cortante:

—No.

Seguí mi camino, disfrutando mi paleta. Aún no acababa de llegar a la puerta cuando escuché a la mocosa llorar a gritos y una mujer que asumí era su madre pasó a toda velocidad, casi me tumbó. Le oí decirle a la niña lo malo que soy, pero no me importó; así que, terminé de abandonar el aula. 

En el patio escolar, un grupo de madres jóvenes se amontonaron alrededor de mí y comencé a tensarme ante su cercanía «odio que hagan esto», el pensamiento cruzó veloz. Pedían mi teléfono bajo la excusa de futuros contratos, como si no hubiese escuchado eso antes y luego tenido que bloquear a más de una, no podía entender qué veían en mí para lanzarse así, a un nivel que podría llamar acoso. Si yo hubiese sido uno de esos tipos que cambian de mujer cada noche, de verdad, sería fácil con ellas. Sin embargo, no es lo mío. 

Claro que no, eres gay hasta la médula. 

Ni cómo negarlo. 

Mantuve la cara sería y mi vista en el portón de salida hasta que, la directora apareció para socorrerme. Ella era una vieja amiga de Jen, conocía mi problema con las multitudes o más bien, las personas en general; por eso le agradecí y, a toda prisa, escapé del lugar. «Soy libre, ¡yei!». 

A pesar de parecer por las noches pueblo fantasma, mientras el sol permanecía en su apogeo solía haber muchas personas, autos, bullicio, las calles atestadas e incluso, si ponías atención, lograbas escuchar pleitos o reclamos de conductores. Yo prefería ignorar al mundo, colgándome mis enormes auriculares y darle play al reproductor. La música me sacaba de la realidad y acortaba la espera por el siguiente bus en la parada. Quería ir un rato a ese lugar rocoso en la playa que solía frecuentar con Rui y el resto de amigos que ya ni me topaban.

Una vez descendí en la playa, me descalcé, enrollé el pantalón hasta las rodillas y caminé entre las blanquecinas arenas hasta las rocas. En las más altas, solíamos sentarnos a contemplar el atardecer, después de una carrera cuesta arriba. Rui amaba dibujar en este sitio; a veces deseaba no pensar tanto en él, pero ¿cómo te sacas del pecho a quien creció contigo, a tu primer beso, tu primer amor, ese que fue el primero en muchos aspectos de tu vida y el mismo que ni siquiera pudiste decirle adiós?

Fijé la vista en el horizonte, Lucía nuboso y algo gris, era como si lloviera en la distancia. Sentado sobre la roca, extraje desde un compartimiento del maletín, el medio vodka que quedó y empecé a tomar directo de la botella. Ese amargo sabor seco lo sentí quemarme la garganta, pero disfrutaba tal sensación porque me mantenía en el presente. No quería vagar entre los recuerdos de Rui ni imaginar todo lo que no fue.

—Oye, chico, ¿sabías que pueden arrestarte por consumir licor en un lugar público?

«¡No es cierto!», me dije en cuanto reconocí esa voz grave y una risa baja se me escapó ante sus palabras. Giré la cabeza para contestarle y corroborar que, en efecto, se trataba del tipo molesto del bar. Él sonreía con burla, sin embargo, no pareció reconocerme; bastante entendible, la noche anterior iba con mi gigantesco abrigo.

—¿Acaso eres el policía de la moral? —le dije con ironía antes de batir mi botella de vodka frente a él y llevármela a los labios. No resultaba sencillo para mí confiar, pero mientras mantuviese distancia prudencial, todo era perfecto.

Sí, perfecto, tu única intención era deleitarte con el espectáculo humano que tenías frente a ti.

Ni cómo negarlo, su piel tostada lucía bellísima a luz del día, además estaba muy bien proporcionado por donde se le viera, y ese bañador surfero dejaba al descubierto unas pantorrillas de infarto, la camiseta blanca, entallada y carente de mangas mostraba unos brazos esculpidos por los griegos y estaba seguro de que ocultaba un abdomen de lavadero. Sí, se veía buenísimo. 

«¿Cómo es que se llama?», pensé durante un rato, pero lo que captó mi atención, incluso más que su esculpida imagen o perfecta sonrisa, fue la reflex colgada desde su cuello, misma que reposaba sobre su amplio pecho.

—Bueno, no soy exactamente un policía de la moral, solo te aviso —respondió en el mismo tono irónico que yo empleé—, pero ya que no dejas de mirar, sí, soy fotógrafo como tú. 

No entendí por qué, pero esas palabras me produjeron una risa baja, él sonrió y dio algunos pasos en mi dirección. 

—Reconozco tu equipaje.

Asentí en silencio y tomé otro trago, aunque no quería, comencé a ponerme nervioso en cuanto lo vi acercarse. Lo bueno fue que solo llegó junto a mi maletín, allí se agachó en el suelo para revisarlo, después de concederle el permiso con un gesto de cabeza. Suspiré aliviado.

—¡Guao! —exclamó emocionado y aunque mantuvo la vista en el interior, su rostro pareció iluminarse cual niño que encontró un tesoro— Tienes un excelente equipo aquí, chico, eres todo un profesional.

«¡Ja! Sí supieras», fue el veloz pensamiento que cruzó mi mente y tomé otro trago. Negué con la cabeza y una sonrisa consiguió colarse.

—Nah, solo soy un entusiasta que necesita dinero para costear el vicio.

Pese a que sonreí y me aseguré de hablar en un burlesco tono, las cejas del sujeto se arrugaron un poco en cuanto volví a pegarme a la botella. Quizás no le hizo gracia el comentario, pero tampoco dijo algo, más bien, decidió centrarse en el equipo y extraer mi cámara.

—Sabes, le saqué provecho a una así cuando comencé con la fotografía artística —dijo con algo de emoción en la voz y lo vi apuntarme con mi cámara, lo que me produjo tremendo miedo y nerviosismo que de seguro se notó en mi cara, sentí la madre de las tomatadas.

El sonido del obturador, pese al ambiente cargado con el ruido del mar revuelto contra las rocas y el graznido de las gaviotas, lo escuché con claridad y mi corazón se aceleró por el susto.

—Luces genial en cámara, chico —dijo con voz ronca y tragué en seco. Volví sentirme nervioso en cuanto se sentó sobre la roca, junto a mí. 

«¡Maldita sea, no debiste acercarte!», me dije a mí mismo, intentando controlar el incipiente temblor. 

—Observa.

En cuanto me entregó mi aparato cruzamos miradas, también nuestros dedos se rozaron un breve instante, eso resultó suficiente para producirme algo de tensión. Él pareció notar la incomodidad y enseguida alejó sus manos; fijó la vista en el ancho brazalete de púas que siempre llevo en el brazo derecho, luego contempló con curiosidad el izquierdo, cargado de dijes y remaches.

—Larga historia —conseguí hablar con ironía, él sonrió.

—Creo que he visto esas cosas antes, chico.

—Se llaman brazaletes. 

—¿Y tú?

Abrí la boca para contestar, pero en ese mismo instante sonó mi celular, así que me apresuré a responder al corroborar que se trataba de Jen, mi hermana mayor y como siempre, apenas me dejó decir tres monosílabos en la conversación ya que se la pasaba acelerada. Lo único seguro era que debía correr porque iba en camino a casa y según, tenía algo importante de qué hablarme, aunado al hecho de que nuestra madre retornó de su viaje y también me esperaba. Bajé de la roca con el celular en la oreja, sostenido por mi hombro para empacar de nuevo la cámara y por un segundo me paralizó la imagen delante de mí: El cielo era atravesado por un inmenso e imponente arcoíris y dado el ángulo contrapicado donde me encontraba, el sujeto sobre la roca, con esos colores tras su cabeza y la atenta mirada que me contemplaba con la esperanza de no perder un detalle, uuf... pareció como algo divino y no pude evitar apuntarlo con mi cámara, antes de guardarla.

Él sonrió, confundido, apenas una seña con mi rostro le hice para que voltease al frente a ver, lo cual hizo enseguida; le escuché emitir un sonoro suspiro de admiración y de inmediato agarró su cámara. Sé que dijo algo más, pero no presté atención, en lugar de eso escogí aprovechar su descuido para escapar.



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Hola de nuevo mis dulces corazones multicolor 💛💚💙💜💖 en serio amaría saber su opinión 😅 y si estás releyendo con mayor razón 😆

Muchas gracias por el apoyo, nos leemos lueguito💖

P.D.: este se lo dedico a @veladRider quien con el destripe que le hizo a mi historia en su programa de Twitch, me inyectó confianza para creer en este proyecto.


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