EPILOGO.

Llego a casa cansado. Mis músculos arden y por poco los ojos se me cierran solos. Esta semana no ha sido la mejor y eso lo sé, pero me alegra no tener que seguir oyendo esas voces y poder dormir.

Dejo mi mochila a un lado para buscar algo de comer en la cocina, ya que el estomago me ruge del hambre. Siento un calor en la cara, cuando me termino de beber el ultimo sorbo de RedBull. Leí que esas bebidas son malas si las tomas seguido, pero para mi es necesario mantenerme despierto.

  — ¡Estás aquí! — exclama mi madre, bajando por las escaleras. La miro mientras camino para poner mi plato de comida en la mesa y me siento. —  ¿Como te sientes, hijo? — pregunta, pasando sus manos por mi cabello. 

Suspiro y me llevo una cucharada de sopa a la boca.

— Bien, me siento mas tranquilo... — murmuro. Ella se sienta a mi lado y sonríe, feliz.  — Quería hablar de algo contigo y papá.

  — ¡Claro! — se levanta de la mesa. —  ¡Amor! ¡Nuestro hijo quiero decirnos algo!

— Ya voy, cariño — responde él, y luego se levanta de su escritorio haciendo ruido.

Se sientan en frente de mi, que dejo la sopa a un lado y junto mis manos sobre la mesa. El corazón me late rapidísimo y siento como el calor sigue subiendo por mi cara. Respiro agitado tratando de relajar mi cuerpo.

  —  ¿Estás bien? — pregunta mi madre, entrecerrando sus ojos. Yo asiento. —  ¿De qué querías hablarnos, mi vida? — pregunta con cariño.

— Sobre lo que pasó en la fiesta del viernes... — mis padres, entrecierran los ojos y se miran entre ellos. — Si, cuando golpeé a la muchacha, se que no debí hacerlo, y lo siento, estos días me he sentido muy raro...

El silencio toma lugar por largos minutos.

— Hijo... No sabemos de lo que hablas — comenta mi padre, riendo incomodo. Trago saliva y me dispongo a volver a explicarles todo. 

Cuando lo hago, se quedan peor que antes. Me dice que jamás salí a ninguna parte, que todo el tiempo estuve en casa y que no había salido desde que entré en el hospital.

— P-pero... yo le pegué a esa muchacha, y su padre mismo vino acá a reclamar y ustedes me gritaron y yo... — tartamudeo, confundido.

— Bebé — me interrumpe mi mamá. — Tienes que descansar, creo que estás confundido, acá no vino nadie...

— Pero entonces, ¿por qué me cambiaron de escuela? Fue por eso, por lo que hice... — exclamo y la sangre en mis venas me pica como veneno.

— Hijo... — dice mi madre tomando mi mano, mientras que las lagrimas empiezan a salir de sus ojos. — No se de que hablas... sigues yendo a la misma escuela de siempre, no te hemos sacado de ahí.... 

Entonces estallo. Me levanto furioso y me suelto de su mano con brusquedad.

—  ¡Mentira! ¡Mentirosos! — me quejo, y lagrimas ardientes llegan hasta mi barbilla. —  ¡Dejen de jugar conmigo! ¡Está siendo muy crueles!



 FIN

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