Capítulo Veintiuno

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SYLVENNA

LA SANGRE DE UN PUEBLO

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                    Existía una profecía de antaño escrita poco después de la Guerra de las Razas, cuya resolución fue la Batalla del Exterminio, los elfos prácticamente erradicados del continente. Aquel hecho histórico fue liderado por el mismo Vawdrey, el Visionario, aunque todavía se cuestiona si será el creador de tal profecía o solo el mensajero de los dioses.

          También existían pasajes de un diario ya perdido que se encontraban reunidos en los volúmenes que Sylvenna debía estudiar de ahora en adelante. Entre las palabras finales del primer humano coronado, se comprendía la destrucción de la dinastía de los Delorme y el resto del continente Etse.

          No era gratuito que sangre de su sangre heroica tuviese que ocupar la silla de plata a toda costa, y de manera muy... literal. Después de todo, las famosas y temidas palabras del Visionario resonaban hasta la actualidad, advirtiendo la gran mancha azul sobre las tierras fértiles de Mercibova.

          Entre los deberes que tenía como heredera, la Nueva Legítima, como comenzaron a llamarla luego de que tales palabras fueron dichas por el propio monarca, Sylvie jamás esperó que verter su sangre bajo el trono fuera parte de ello.

          Conocía el ritual y la importancia del mismo. Dado que nunca antes había participado en uno, y que el último se realizó una vez su progenitor ascendió al trono, su escepticismo se basó en que las palabras de su Lya durante las lecciones eran solo grandes supersticiones mercibonenses hablando. La realidad era que Albea la había estado preparando para aquel día.

          La ceremonia era pequeña y solo contaba con la presencia de la familia real, tanto Delorme y Rhyzard como Malyrea. El Lyro y el Alvos eran quienes se encargaban de llevarla a cabo. Los integrantes de la Guardia de Plata con su Capitán, el Comandante General del Ejército, el Comandante Naval y otros tres oficiales también estaban en el Gran Salón, como únicos testigos externos del momento. Su acompañamiento era necesario para renovar sus votos, en caso de que sus vidas y títulos siguieran vigentes tras la coronación. Mientras ella debía dejar que su sangre cayera sobre la piedra del subsuelo y se secara, los demás presentes debían reunir la suya en el receptáculo colocado sobre el cojín de la silla de plata.

          Eran juramentos de sangre, considerados inquebrantables desde tiempos inmemoriales, pues es creencia común que la sangre puede más que las promesas y que, asimismo, la sangre acabará por revelarse en caso de traición y el mayor acto de lealtad. Su madre fue quien más insistió en que tal rito se llevase a cabo lo más pronto posible.

          Ni siquiera había pasado más de una semana desde aquella reunión de emergencia en la Cámara del Consejo. Iba en contra de la tradición, como lo era toda su situación.

           Para ser un reino cuya población parecía despreciar la magia en su mayoría, se valía de grandes supersticiones que ella no quería cargar sobre sus hombros. Si todas las leyendas eran dignas para dar crédito, entonces un rey y reina de Mercibova era mucho más que el protector del reino; protector del mundo conocido abarcaba mejor las responsabilidades que caían en sus cabezas, y así de generación en generación.

          ¿Vael también llevaría tal carga luego de haber dejado que su propia sangre fluyera en las aguas del fontano, a los pies del Padre de Todos? ¿Acaso siempre fue consciente de tal responsabilidad?

          —Bajo las miradas del dios y todos los menores, rezamos —dijo el Lyro a un lado del Rey y delante del trono, mientras que los demás se encontraban abajo—. Le pedimos a Lyravaia que nos acoja bajo su manto protector, que Alvaa'nud ilumine nuestras mentes y nuestro camino. Le pedimos paciencia a P'hark; sabiduría a Aquus; descendencia a Parynthae; piedad a Estur.

          —A'hemien —contestaron todos.

          Sylvenna estaba al pie de los escalones, mirando a su madre en busca de constante guía, pero también dirigía sus ojos a su media hermana mayor.

          No tuvo éxito en que su mirar fuese correspondido, pues Vael mantuvo sus orbes pegados al suelo y apenas abrió la boca para rezar. No habían cruzado palabra alguna desde la mañana después de su cumpleaños, o bueno, la pelirroja no lo había hecho, dado que Sylvie tomó por costumbre hablarle a través de las puertas que daban ingreso a la habitación de la ex heredera. Ya no respondía sus llamados y Sylvie dudaba mucho si siquiera apartaba alguno de sus tantos quehaceres para escucharla.

          —La sangre es más espesa que el agua —continuó hablando el Lyro Zabten. Entre sus manos sostenía de manera horizontal la espada Alada—. Es lo que nos define, lo que nos une, y junto con la sangre y huesos del Visionario forjando esta arma, aceptamos juramentar nuestras vidas en favor del reino. Nos postramos hoy ante su heredera y protectora, Sylvenna Delorme Rhyzard.

          Ante la sutil señal de Shassil, Sylvie dio media vuelta tratando de controlar su respiración. Tenía los hombros tensos a sabiendas de que no se debía solamente a la pesada capa vetusta azul oscura que cargaba. Alzó la mirada hacia el Lyro y hacia su padre. Dernal Zabten usaba un atuendo que enseñaba su rango supremo, la túnica elegante acompañada por un cinturón de cuero con incrustaciones de piedras preciosas. El Rey no estaba menos arreglado para la ocasión, sin embargo, a Sylvie le resultó extraño verlo en aquel lugar sin su corona. Ella tampoco llevaba una, ni su madre. Vaelerya tampoco llevaba su tiara.

          La ceremonia no se trataba solo de la monarquía. La Era Humana Pacífica tenía sus orígenes en aquel mismo salón, en aquellas tierras agradecidas con la heroicidad de quienes encarcelaron a las Furias.

          Con un suspiro tembloroso, sus ojos se posaron sobre la silla de plata, ahora apartada. En su lugar, se revelaba una roca que se perdía en la oscuridad de las profundidades de Mercinor. El castillo, erigido sobre una colina casi tan antigua como sus resistentes muros, guardaba secretos en cada piedra.

          Inclinó la cabeza en una elegante reverencia hacia el Lyro y el Rey, para después subir los tres escalones hacia ellos. Procuró no mordisquearse el labio en señal de nervios e inseguridad. Tanto su madre como Lya Albea le indicaron qué hacer y el cómo el día de ayer. Dernal Zabten la esperaba pacientemente, con la espada entre manos y una mirada amable que parecía querer animarle a acercarse más, aunque cortar la delicada piel de la palma de su mano con el filo de Alada significaba cruzar el umbral entre segunda hija a heredera, de princesa a reina, de hermana y amiga de Vaelerya a...

          Se detuvo a tan solo unos pocos pasos del sacerdote supremo y permaneció quieta por varios segundos, comenzando así a incomodar a todos.

          —¿Su alteza? —inquirió el Lyro empero Sylvenna se giró una vez más y sus ojos buscaron los de su media hermana.

          Los etéreos irises de Vael esquivaron los suyos con rapidez, incluso cuando Sylvie alcanzó a distinguir la curiosidad y duda en ellos por sus propias acciones. Quería detener todo. Deseaba bajar otra vez esos escalones y entregar la capa a la legítima heredera para terminar con la farsa. ¿La Nueva Legítima? Nunca antes se había sentido como el chiste más grande de la historia hasta ese momento.

          Era solo cuestión de tiempo para que las carcajadas comenzaran a resonar entre los corredores del castillo, pero nunca delante de ella.

          —Princesa Sylvenna —pronunció la Reina, provocando que la llamada la mirase de repente. La expresión de su progenitora era severa, pues las comisuras de su boca tiraban ligeramente hacia abajo, y los ojos que había heredado carecían de la calidez a la que se había acostumbrado—. Debe continuar con la ceremonia.

          —Tanto vivos como muertos y atrapados, esperan —agregó el Alvos, como si aquello no aumentara la presión que tenía paralizada a la princesa de cabellos lacios y castaños oscuros.

          La mueca de desagrado por parte de la pelirroja no pasó desapercibida por Sylvie, sin embargo, comprendió en ese instante que no le quedaba de otra. Lo que todos decían de ella, de su media hermana... no tenía manera de comprobar qué tan verdadero o falso sería. Su ciega confianza en la primogénita no le dejaba ver más allá de lo que ya conocía, pero si de alguna manera salvaba a Vaelerya del exilio o la muerte, supo que debía continuar.

          Con mayor valentía que antes, se dirigió por segunda vez al Rey Cobhan y al Lyro Zabten. Se acercó hasta que su mano estuvo a punto de hacer contacto con la hoja de la espada. Soltó un tembloroso suspiro y miró a su padre.

          —Nacida de plata y caos, un vínculo más allá de la sangre resurgirá aquí, hoy y ahora.

          Cobhan agarró su muñeca con gentileza y juntos hicieron un corte a lo ancho de su palma. Sylvenna se mordió la lengua para evitar que cualquier quejido doloroso escapase de sus labios. Una vez hecho, la sangre no tardó en brotar de la herida. Dernal se hizo a un lado y ella y el Rey caminaron hacia la silla de plata, deteniéndose a tan solo un paso de distancia de la roca que sobresalía de la cavidad del suelo. Estiró el brazo y empuñó la mano. La corriente de dolor erizó su piel y casi creyó haber escuchado las espesas gotas de sangre carmesí dar con la piedra, gracias al denso silencio que se instaló en el Gran Salón.

          —Es momento —dijo Cobhan dando media vuelta para dirigirse a los presentes.

          El Alvos tomó el receptáculo de la silla de plata y lo acercó al monarca, luego se dirigió a la princesa para atender la herida con rapidez y vendar la mano ensangrentada. Sylvenna reaccionó con poco ánimo a la asistencia de Lyotard Granae y se dedicó a observar la oscuridad infinita que parecía extenderse bajo sus pies. Se preguntó si en verdad el suelo era así de firme, incluso cuando un vacío eterno parecía estar justo debajo de Mercinor.

          Lo que alguna vez fue, lo que alguna vez quiso ser, desaparecía poco a poco en aquellos desagües de la nada. La impenetrable penumbra la saludaba con gran incertidumbre. Sylvenna supo entonces que ya no había vuelta atrás.

          —No lo haré —escuchó que alguien decía, seguido de susurros de sorpresa.

          —Princesa Vaelerya...

          —He sido clara —siseó la pelirroja y Sylvie se giró de inmediato, solo para darse cuenta que el Rey le daba la espalda y su hija mayor lo miraba desde abajo con notorio enojo—. No lo haré. Ya he hecho un juramento.

►          Sylvenna abrazó su mano izquierda hacia su pecho y se acercó unos pocos pasos, haciendo que la mirada de Vael cayera sobre ella. Los ojos azules moteados con violeta se suavizaron al notarla, lo que hizo que apretara los labios con creciente desasosiego. Su corazón se encogió en su pecho al comprender su mirar. Le pedía disculpas y de igual forma trató de poder hacer lo mismo con sus mundanos ojos cafés. La perdonaba y que de igual forma esperaba que fuese perdonada, porque en ese instante parecía ser la única manera en que la amiga y hermana recién encontrada en la otra sobreviviera y no se ahogara bajo el peso de la plata.

          Las expresiones de los asistentes a la ceremonia no fueron ocultas. La primogénita de Cobhan sabía bien cuándo alzar la voz. Si se encontraran en una situación diferente, Sylvie casi podría haberse reído, pues el sitio en el que estaba le permitía una panorámica de los rostros de todos, estupefactos y enojados, con una tranquila y obstinada Vaelerya en el centro.

          —Jovencita malagradecida —gruñó lord Kerlos agarrando el antebrazo de la pelirroja para obligarla a enfrentarlo y darle la espalda al trono. Sylvie ya no pudo ver los gestos de su hermana—. Sigue pisando este castillo por la misericordia de su majestad, pero esta muestra de traición no va a ser perdonada.

          Aquel acto no fue tomado a la ligera, puesto que un segundo después, Hengrik Agelyn agarró al abuelo de Sylvenna por el hombro y lo obligó a retroceder. Vaelerya se liberó del agarre de lord Kerlos y trastabilló hacia atrás, mientras que el Rey entregó el recipiente al Alvos y bajó un escalón gritando el nombre del Capitán de la Guardia. El hombre obedeció de inmediato y soltó al padre de la Reina para luego hacerse un paso delante de la ex heredera. La pelirroja no mostró señales de molestia en su brazo, pero sí una rabia casi palpable expresada en sus orbes.

          Shassil se acercó con rapidez pero pronto fue alejada por su progenitor, a lo que la madre de Sylvenna obedeció y tomó distancia del creciente conflicto a punto de explotar al pie del trono, bajo la mirada del dios y todos los menores, enfrente de Sylvie.

          El hombre canoso estaba rojo de la ira e indignación. Se arregló la chaqueta y dio un paso hacia el castaño dorado uniformado.

           —¡Se atreve a tocarme, sir Hengrik! —exclamó lord Kerlos.

          —Cualquier violencia perpetrada en contra de su alteza real es un delito penado con la muerte, milord —contestó el caballero con total tranquilidad.

          —No se está dirigiendo a cualquier pueblerino de baja cuna —intervino Synter para luego hacer una seña hacia el Comandante Mortin.

          Al ver esto, sir Sibast no se quedó atrás y desenvainó su espada a lo que los otros dos oficiales repitieron su acción, apuntando las hojas hacia el lado en el que se encontraban Vael y la Guardia. Tanto el Capitán como sus demás hombres, respondieron con la misma acción, adelantándose para dejar a la ex heredera por fuera de aquel altercado que estaba a punto de ser letal.

          Sylvie observó alarmada a su padre, preguntándose en qué momento dejaron que todo se saliera de control.

          —¡Detengan esta locura! ¡Guarden sus armas! —gritó Cobhan terminando de bajar los escalones para posicionarse en medio de lugar.

          Los hombres de la Guardia y Agelyn obedecieron de inmediato, y el corazón de Sylvenna pareció recuperar su ritmo usual una vez que el acero de las espadas dejó de ser una amenaza en el salón. Sibast Mortin y los dos oficiales que lo acompañaban imitaron a los uniformados con capas azules, aunque todavía reacios y atentos a las acciones de los demás. Las respiraciones agitadas fueron los únicos rastros de lo recién acontecido.

           Pero la tensión seguía palpable en el ambiente. La tregua momentánea era demasiado frágil y cualquier cosa, tan mínimo como una palabra o gesto, era la gran amenaza para detonar el desastre.

          —Qué está haciendo, su alteza —exigió el Lyro, dirigiéndose a Vaelerya.

          —Lo que debo hacer —respondió la pelirroja con simpleza, sin moverse de su sitio.

          Cobhan no parecía tener la paciencia suficiente ese día para cualquier otro acto de rebeldía por parte de su hija mayor. El Rey se acercó a Vaelerya sin ninguna clase de impedimento, apretando la mandíbula y con los hombros increíblemente rígidos. El rostro del monarca se mostraba igual de tenso y enojado que el del lord señor y protector de las tierras sureñas de Mercibova. Se plantó en frente de Vael y no se molestó en susurrar sus siguientes palabras:

           —Verterás tu sangre en el recipiente y acabaremos pronto con esto.

           Sylvie admiraba la resiliencia de su hermana, pero en ese momento en específico deseó que desistiera. Temía en verdad qué tan lejos la llevaría su terquedad, si sería más cerca de un terrible castigo o la revocación de todas las decisiones tomadas que los arrastraron a todos hasta ese día. Sylvenna sospechaba que las acciones de la primogénita rozaban los límites y que el Rey tan solo podía hacerlos flexibles hasta cierto punto. Doblar reglas era una cosa, romperlas...

          —De la única manera en que los Rhyzard me verán sangrar hoy es si ellos mismos se atreven a cortarme; si tú te atreves —espetó alzando el mentón.

          Cobhan se alejó de repente como si tales palabras acabaran de abofetearlo.

           —Vael... —murmuró Sylvenna, aterrada, pero su llamada e insistente mirada cayeron en sentidos sordos y ciegos.

          —Esto ya ha ido demasiado lejos —dijo Shassil caminando hacia su esposo para posar una mano en el brazo del mismo—. Llévensela.

Sir Hengrik se removió en su sitio, más no hizo ningún otro movimiento para cumplir la orden de la Reina. Sus hombres, leales a él, lo miraron en busca de alguna instrucción pero al ver que no llegó ninguna, permanecieron atentos en sus lugares. El Comandante Mortin es entonces quien decidió llevar a cabo las órdenes de la madre de Sylvenna. Cruzó el espacio que dividía a los presentes en dos grupos con largas zancadas, sin embargo, antes de que pudiera siquiera mirar en dirección a Vael, el Capitán lo detuvo cortando su camino con su propio cuerpo.

          —¿Está desafiando las órdenes de la Reina, sir Hengrik? —cuestionó el hombre, airado y llevando su mano dominante a la empuñadura de una daga envainada en el lado derecho de su cinturón.

          —La Reina es quien ha decidido desafiar las órdenes de los dioses y las señales del Visionario —contestó el Capitán.

          Lord Kerlos y sus hijos parecían estar a tan solo una palabra más de ordenar la ejecución de Agelyn.

          Tanto Alvos como Lyro se hicieron a ambos lados de Sylvie, quien no supo hacer nada más que permanecer congelada en su sitio. Buscó la mirada de su madre, pero Shassil estaba demasiado ocupada hablando en susurros con Cobhan, quien no parecía para nada contento con lo que su esposa le decía. Desesperada por no saber qué hacer, sus piernas contestaron por ella y la obligaron a comenzar a bajar los escalones, empero Dernal Zabten la detuvo.

          —Son solo leyendas y este es un asunto real e inmediato —contestó después Shassil, con el mentón en alto, un gesto que resultó demasiado parecido al de Vaelerya, cuando este última retó a su padre a cortarla—. Después de todo lo que la corona ha hecho por usted, Capitán...

          —Está volviendo a manchar su nombre, Capitán —comentó Synter cruzándose de brazos con una sonrisa ladina, seguramente en aras de sacar más reacciones negativas por parte del castaño dorado.

          —Dejaron de ser solo leyendas desde la primera vez que el águila ciega recurrió a la princesa Vaelerya.

          Tanto reyes como soldados y nobles se giraron hacia el dueño de la voz. El príncipe Tabard se adelantó, no obstante, el abismo ya había sido creado y la posición del príncipe demostró qué lado decidió apoyar. Todos se quedaron en silencio, sopesando la situación, si valdría la pena derramar sangre o no. Sylvenna no pudo hacer más que quedarse en medio y sola. Agachó la mirada hacia el suelo despejado que tenía justo enfrente de ella, carente de alfombrado y enseñando la piedra áspera del suelo.

          —La ceremonia se cancela —anunció el Rey, como si decir esas palabras aclarara aún más lo evidente desde que Vaelerya rehusó mezclar su sangre con la de los demás presentes.

          —Su majestad, podemos proseguir con el rito, solo se debe...

          —¡¿Es que acaso no escucharon?! —gritó Cobhan interrumpiendo así a lord Kerlos—. ¡Todos fuera!

         La primera lágrima resbaló por la mejilla de Sylvenna mientras observó en silencio la manera en que Vaelerya se giró y emprendió camino hacia las grandes dobles puertas del Gran Salón al otro extremo. Tanto Tabard como la Guardia de Plata y los Malyrea, entre estos últimos Clyen, cuñado del príncipe, la siguieron de cerca y le abrieron las puertas.

          La Reina entrelazó sus manos en la parte anterior de su cuerpo y asintió hacia su padre y hermanos, a lo que estos contestaron con una reverencia y salieron también del salón. Sylvie pudo notar la manera en que su madre luchaba por mantener la postura, cualquier visaje de control que le permitiera no retrasar la ceremonia que había logrado adelantar, gracias a la luna nueva de esa noche.

         —Tú permitiste esto, Cobhan —dijo Shassil—. Si tan solo cumplieras con tus propios decretos...

         —Qué estás insinuando que haga, Shassil —interrumpió el monarca girándose hacia ella—. ¿Que destierre a Vaelerya? ¡¿Que sentencie a muerte a mi propia hija?!

         La mujer no le contestó de inmediato, pero su silencio fue respuesta suficiente. Cobhan se alejó de ella y subió al trono, pasando al lado de Sylvie sin siquiera dirigirle una mirada. Ella siguió a su padre con la suya, acompañada de pensamientos confusos, palabras atoradas en su garganta y expresiones en busca de guía. Con ayuda del Alvos y el Lyro, los tres hombres volvieron a correr la silla de plata a su lugar, cerrando así la entrada misteriosa que protegía.

          —Sylvenna —la llamó su madre y se giró a mirarla—. Andando. —Extendió una mano en su dirección.

          —Necesito hablar con Sylvenna. Puedes retirarte.

         Shassil frunció el entrecejo con molestia y dejó caer la mano. Sin decir nada más, salió en completo silencio del Gran Salón. Sylvie soltó un tembloroso suspiro y dio media vuelta para acercarse al Rey, cada paso más inseguro que el anterior.

          —Sabe que existe la posibilidad de excluir a la princesa Vaelerya de la ceremonia, su majestad —consideró el Alvos Lyotard, ganándose una mirada de desagrado por parte del soberano.

          —Es una Delorme. Su sangre es necesaria —cortó con cierto desagrado el Lyro, haciendo entrega de Alada en las manos de su actual dueño.

          —No sabemos lo que su sangre podría ocasionar... no es humana del todo —discutió el terco hombre.

         Tanto Sylvenna como Cobhan se mostraron cansados de la insistencia por completar el rito, pero a diferencia de la hija de la Reina Olvidada, la Nueva Legítima se quedó callada.

          —¿Qué gran diferencia cree que tendrá? —cuestionó el Rey—. Tal vez deba avisar a la academia que elijan un nuevo Alvos supremo que sí cumpla con su deber, bajo toda circunstancia, justo como deben jurarlo.

          Zabten y Granae se inclinaron ante el Rey y caminaron para bajar los escalones del trono. Al pasar cerca de la princesa, también hicieron una marcada reverencia y se retiraron del Gran Salón. Cuando las grandes puertas fueron cerradas tras su salida, Cobhan exhaló con fuerza y caminó hacia ella. Sylvenna tragó saliva y trató de dirigirle una pequeña sonrisa a su padre, pero estaba casi segura que lo único que logró hacer fue una mueca.

          El hombre le indicó que lo acompañara y cuando menos lo pensó, ambos estaban sentados en los escalones, mirando a la nada. Sylvie puso sus manos en su regazo y jugueteó con sus dedos sin saber qué decir ni qué esperar del contrario. Muy pocas veces se encontraba a solas con su progenitor. Se sentía algo sorprendida por el cambio de ambiente y sabía que el silencio era bienvenido para los dos. Le dolía el cuello y la cabeza. De seguro Cobhan se encontraba igual o peor.

        —Ya no oigo quejas de tus doncellas ni de parte de sir Sibast sobre esos dos soldados que te fueron asignados —comentó el Rey al cabo de un tiempo.

         La joven se sonrojó y abrazó sus rodillas a su pecho para apoyar el mentón sobre ellas, cuidando aun así que la falda de su vestido siguiera en su lugar. Si su madre la viera de esa manera le haría corregir tal postura, pero se sentía tan cansada, confundida y triste, que poco le importó.

         —Jossech y Riev —los nombró con suavidad—. Ahora tengo el doble de responsabilidades —dijo a modo de respuesta y su padre giró la cabeza para mirarla.

         Ella le correspondió y pudo distinguir el gran peso que había detrás de un rostro que debía mostrarse siempre firme. Temió que aquel fuera su futuro y que ella careciera de tal fuerza que tanto caracterizaban a las personas de su alrededor. Tenía solo dieciséis años recién cumplidos y había pasado más de la mitad de su vida preparándose para no ser Reina. Aquel no había sido su destino.

          Correr por los diferentes pasillos de Mercinor, escalar árboles y ensuciar su vestido con su yegua perdieron su gracia cuando los deberes y preocupaciones crecieron tan de repente. Ni siquiera pensar en aprender a usar la espada era tan emocionante cuando debía concentrarse en la administración de todo un reino.

          Cobhan se acercó y retiró la vetusta capa vieja que todavía portaba la princesa hasta que quedó amontonada a un lado de su cuerpo. El hombre la detalló con el triste brillo del abatimiento, mostrándose más padre que nunca en aquel momento.

          —Vaelerya ocupando la silla de plata es peligroso —dijo con lentitud, como si le pesara la voz al decir eso en voz alta.

          —¿Crees que ella es peligrosa? —preguntó Sylvie en un murmullo, por miedo a escuchar una respuesta que no le agradaría.

          —No. —Negó también con la cabeza.

          —Yo tampoco —se apresuró a agregar, enderezándose un poco. Se sentía aliviada porque no todos pensaran tales cosas.

          —Necesito que seas fuerte, Sylvenna —pidió el Rey posando una paternal mano sobre su hombro derecho—. Tu madre y yo lo necesitamos, Vaelerya también incluso cuando no quiera aceptarlo. Soy muy consciente de que no naciste para heredar la corona y aún así ha caído sobre tu cabeza.

          Sylvie asintió desganada e inhaló hondo para hablar:

          —Ella nunca será aceptada como Reina, ¿verdad?

          —Es complicado para un buen hombre ser Rey, pero para ser una Reina... sea buena o no, será juzgada y su poder será puesto en duda. —Alejó su mano del hombro femenino y miró al frente. La castaña oscura pudo ver la manera en que los anchos hombros retomaron su tensión.

          —¿Por ser mujer? —inquirió frunciendo el ceño a lo que Cobhan negó.

           —Por no ser completamente humana —respondió—. Debes entender que gobernar va mucho más allá de ejercer el control sobre un reino, que la silla de plata es el lugar más peligroso y vulnerable de todos.

          Volteó la cabeza de repente para observar el trono que pronto le pertenecería. Casi pudo distinguir las malas hierbas que trepaban por las patas del asiento y sus constantes esfuerzos por arrancarlas de raíz. El metal precioso del que estaba hecho la silla perdió su brillo y Sylvie solo fue capaz de visualizar las numerosas espinas sedientas por rechazar su presencia.

          Regresó la mirada hacia el monarca encontrando los ojos oscuros ya mirándola de vuelta. Quiso llorar en ese instante y ser consolada, sabiendo muy bien que la oportunidad no volvería a presentarse, pero no pudo. Fue raro y confuso. Tal vez aquel momento ya había pasado y ella no supo distinguirlo.

          Lo único que sí sabía era que una niña asustada no era lo que necesitaba Mercibova ni su familia. Incluso cuando eso era todo lo que percibía de sí misma.




NOTA DE AUTORA

La primera bomba estalló. Puede que no se haya formado una batalla campal (aún), pero les quiero recordar que la única que sí sangró en este capítulo fue Sylvie, y pues... obvio eso ha marcado algo muy importante jijijiji

Que alguien sea presidentx de los #SylvieProtectionSquad y #VaelProtectionSquad

¡Feliz lectura!

m. p. aristizábal

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