Capítulo Veintitrés
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SHASSIL
UNA VERDAD QUE LLAMA A LA DESTRUCCIÓN
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No había persona más peligrosa para el reino que una que recordaba el pasado, sobre todo si ese alguien, esa persona que seguía atada a lo que ya no era más, llevaba el nombre de su hijastra; Vaelerya Delorme. Y si tuviera que poner en consideración siquiera un rumor, entonces debía creer que la primogénita de Cobhan estuvo esa tarde con la reina Waley, poco antes de que esta última muriera asesinada.
Aquel desenlace fatídico para la primera esposa del monarca construyó el primer escalón del final del levantamiento. Acuerdos fueron hechos, documentos fueron firmados, indultos fueron concretados y concedidos. Su hijastra ni siquiera tenía diez años cuando ocurrió todo eso. Hoy ya no era una niña. Y las heridas, incluso con el transcurrir del tiempo que resultó insuficiente, ahora demostraban tener el terrible destino de volver a sangrar.
Shassil era muy consciente de los riesgos que había tomado, que las precauciones nunca estaban de más y que mostrar un frente poderoso era necesario. No obstante, había esperado demasiado. Las cosas se estaban saliendo de control y eso era algo que verdaderamente no podía seguir permitiendo. No hacer nada al respecto era poner en riesgo su propósito, su hija, su vida. Así que, compartiendo una significativa mirada con su padre, comprendió que iba a tener que cargar en sus hombros con las consecuencias de su decisión.
Y tomar nuevas decisiones a espaldas de su esposo y Sylvenna.
—Se llevó a todos los miembros de la Guardia de Plata —le recordó lord Kerlos, sentado a su derecha—, hombres juramentados de por vida para proteger la corona. Y cuatro consejeros.
—Yo no me voy a preocupar por ninguno de los traidores; recibirán el castigo que sus errores merecen —decidió Shassil, masajeando sus sienes con las yemas de sus dedos. Desde que le dieron la noticia de que Vaelerya había logrado burlar sus precauciones, sentía la cabeza pesada y cansada—. Con la ayuda de sir Sibast formaremos una nueva Guardia, con hombres exclusivamente leales a nosotros. Si son sureños, mejor. Además, todavía hay miembros importantes que representan los terrenos cardinales de Mercibova aquí, todos también juramentados.
—Juramentados a ella —recalcó el lord de Rhodasaea.
La pregunta se quedó atascada en su garganta. ¿Qué habría sido más efectivo, la Ceremonia de Lazos o la de Juramentos? Tal parecía que solo el tiempo y la reacción del pueblo podría definirlo, pero ella sabía que dejar eso a la suerte y fuera de su alcance era un error garrafal.
Ella ya no era la jovencita soñadora que pisó los suelos de Mercinor con el corazón hinchado de emociones, ni tampoco la joven mujer que rechazó propuestas ventajosas de matrimonio para cumplir el único objetivo por el cual permaneció en La Corte más tiempo del que era considerado normal. Era la reina y, a pesar de tener gran poder en sus manos para manejarlo a su antojo, la arrolladora sensación que azotó su cuerpo estuvo lejos de representar la seguridad que tanto se convencía de poseer.
Y es que tal vez ese era el problema. Que ya creía tener lo que necesitaba y quería.
A Sylvenna lista para sentarse en la silla de plata.
Aún así el miedo persistía, arraigado en sus entrañas. Porque el miedo le pertenece a quien tiene más que perder.
¿Qué le quedaba a Vaelerya aparte de luchar? Había perdido a su madre por culpa de una rebelión racial, asperezas de otrora que vinieron a ensombrecer su existencia; perdió su derecho de nacimiento y el mismo rey le dio la espalda al respecto. ¿Acaso la cuarterona revestirá su cólera en valentía, mientras que su propio instinto protector madre y reina reina podría ser interpretado como debilidad?
—Los Malyrea escaparon junto con sus hombres también. Tienen toda una compañía escudando a la princesa —dijo Synter de repente, sacándola de sus pensamientos. Shassil se giró a mirarlo y lo vio cruzado de brazos, apoyado contra el muro adyacente a una ventana. La noche se percibía seca y tranquila desde allí, pero ella podía percibir la tormenta que se avecinaba—. Solamente nos quedan unos viejos ataviados con túnicas, los Tesrid y los Griem.
—El rey —agregó Karon a la diagonal izquierda de la fémina. Todos llevaron las miradas hacia él—. Tenemos al rey. Y más personas sedientas por un pedazo de tierra más grande.
—No podemos arrebatarle los hogares ancestrales a las demás familias —intervino lord Kerlos con molestia, dirigiendo una mirada severa a su hijo menor—. Una vez la corona convoque a reunir un ejército, si se repartieron las sentencias, los más pudientes se revelarán en contra. No vinimos aquí para empezar lo que tratamos de evitar.
Rebelión. Guerra. Muerte. Otra vez.
Lace pereciendo en Diamubraas. La ejecución de todos los Agelyn, excepto uno.
Ella misma fue el bálsamo forzoso que se encargó de ocultar la traición.
Las palabras del Visionario nunca fueron tan claras para ella como esa noche, pues un vínculo más allá de la sangre, con la muerte surgió. La P'hark había llegado y la tierra de azul se tiñó. Aunque Shassil no pudo descifrar qué vida perdida fue la que marcó aquella profecía de antaño, pues tres nombres tuvieron la fuerza suficiente como para inclinar la tierra mercibonense: Tyron, su hermano Lace o la reina medio elfa.
Una vez más, Agelyn, Rhyzard y Delorme.
Y los Radicales y Leales con su propia agenda.
—Debemos centrarnos en no dejar que mi hijastra se instale en una fortaleza con más de tres mil hombres a su disposición. —Shassil apoyó sus codos sobre la mesa y entrelazó los dedos de sus manos—. ¿Hay alguna manera de interceptar su camino antes de que crucen el puente a Porteblanc?
—Depende de si fueron por el puente norte o el del este, y hay una Mercanae de paso. Si logran reunir más soldados en el camino, puede ser complicado... —comenzó a explicar el heredero de lord Kerlos.
—Se puede o no —interrumpió la reina.
Antes de que cualquiera de los presentes pudiera contestar su exigencia, unos golpes contundentes sonaron sobre las puertas cerradas de la Cámara del Consejo. Los Rhyzard giraron sus cabezas en dirección de la fuente de sonido. Tanto el lord protector del sur como sus hijos Synter y Karon, apoyaron sus manos sobre las empuñaduras de sus espadas. La madre de la Nueva Legítima se enderezó en su asiento y exigió que la persona de afuera fuese reconocida.
—Sir Sibast Mortin, su majestad —anunció el hombre al otro lado.
Hizo una seña y Karon, quien estaba más próximo a la entrada, fue quien se encaminó a darle ingreso al comandante del ejército de la corona.
—¿La encontraron? —preguntó la reina, una pequeña llama de esperanza haciéndose un lugar en su pecho con el regreso del fiel soldado.
El uniformado negó con la cabeza luego de haber hecho una reverencia. A sus espaldas, el hermano de la mujer volvió a cerrar las puertas y recuperó su sitio en total silencio. Synter resopló, sus ojos pardo como los de Shassil centelleando con creciente molestia. Desde que se supo que Vaelerya dejó el castillo, él había sido el primero en ofrecerse a liderar una búsqueda que se asemejaba más a una caza. De no haber sido por las palabras de su señor padre, la reina estaba convencida de que no habría podido hacer nada para evitar que él saliera de Mercinor.
—Tengo otras noticias urgentes, majestad —dijo el Comandante Mortin agachando un poco la cabeza, la expresión en su cara severa y preocupada.
El tono de voz usado provocó que todos los demás se pusieran tensos en sus sitios. La mujer inhaló profundo, preparándose para la nueva información que sería lanzada en su dirección. No podía ni quería dar señales de debilidad, mucho menos en frente de su progenitor y hermanos, cuyo sexo parecía ser la fuerza suficiente para sobrepasar su poder y dominio como reina. Al menos, así parecía ser que ellos estaban esperando hacer.
—Estoy seguro que tales noticias nos quitarán el sueño esta noche, sir —comentó lord Kerlos alzando una ceja. Shassil procuró no fruncir el ceño ni lucir impasible.
—Se han reportado violentas revueltas en la capital, la gente que se ha capturado por haber sido señalada de dar inicio a los altercados ha demostrado apoyar a la princesa Vaelerya —informó el comandante—. El Santuario de la D'oun fue tomado por el pueblo y tengo la gran sospecha que hay Leales entre ellos. Varios de mis hombres perecieron y sus cadáveres fueron saqueados.
—Está queriendo decir que tenemos lyritanos trabajadores, sin un ápice de habilidad para las armas, que fueron más competentes que sus soldados —vociferó Synter acercándose a la mesa con rapidez. El subtono de su piel enrojeció, dando cuenta así de lo airado que se encontraba en esos momentos.
—Synter —murmuró Karon con el ceño fruncido, mientras que lord Kerlos se quedó en silencio, su mirada oscura y su expresión estoica, más la reina reconocía la manera en que su progenitor curvaba sus labios hacia abajo, denotando su creciente hastío con todo lo que está sucediendo.
—Sir Sibast nos está informando que el número de fanáticos sobrepasó a los once guardias que custodian las puertas del templo —intervino Shassil poniéndose en pie y mirando a su hermano mayor—. Será mejor que salgas a tomar aire.
La mirada que recibió como respuesta le produjo un efímero escalofrío. Le recordó tanto a Lace en sus últimos días antes de partir a la ciudad para luchar en contra de la corona. Su sed de justicia, aquella que creía que poseían solo sus palabras y las de nadie más. Sin embargo, Synter era bastante diferente y ni siquiera los años fueron suficientes para aplacar su impulsividad. Él no era un líder, era un soldado y, a pesar de que quería que estuviera de su lado en buenos términos, sabía que soltar la correa no era una buena opción.
Lo sucedido después de la ceremonia y el escape exitoso de su hijastra, junto con los lyritanos que parecen querer defender el puesto de Vaelerya, estaban sacando a relucir la impaciencia de Synter Rhyzard.
—Majestad —gruñó el heredero de Arferazv, quien luego hizo una rápida reverencia para luego salir de la Cámara a toda prisa sin mirar atrás.
Una vez que las puertas volvieron a estar cerradas, Shassil dirigió una mirada serena hacia sir Mortin.
—¿Cuántos hombres cree necesitar para aplacar a los rebeldes y recuperar el templo?
—El rey ya se está encargando de eso, majestad. Ha salido de Mercinor con dos caballerías ligeras antes de que intentáramos apresar a la princesa Vaelerya.
Shassil sabía que Cobhan no era ingenuo. Estaba segura de que su esposo era consciente de lo que su intervención para restablecer el orden provocaría en el gentío que se había reunido en las calles de Lyriton, negándose a bajar sus antorchas, horquetas y espadas probablemente robadas. Desde su balcón, ella observaba la capital y los incendios causados por los mercibonenses que todavía no eran apagados, una clara muestra de apoyo a una princesa que los había abandonado a su suerte. Y ella estaba preparada para usar ese último hecho a su favor.
Se acomodó mejor el albornoz de algodón sobre sus hombros y le dio la espalda a la noche para ingresar a su habitación. Dejó ajustadas las puertas que daban al balcón y corrió los cortinajes, de modo que una fresca brisa se colaba al interior de la instancia, moviéndolas en ondas fantasmales. Se dirigió a la puerta y salió hacia el pasillo. Sin perder tiempo, emprendió camino hacia los aposentos de Sylvenna, quien ya no residía en los que eran contiguos al suyo desde que cumplió los dieciséis.
Sus hebras castañas ya no estaban recogidas en su habitual peinado y las ondas descansaban libres sobre sus hombros, moviéndose con su andar. Más con cada paso dado, el martilleo de su corazón aumentaba, amenazando con subirse por su garganta para ser expulsado por su boca. Una vez se detuvo en frente de las puertas, le dio la orden a uno de los soldados que las custodiaban para quitar el seguro y abrirlas.
No obstante, antes de que su orden pudiera ser ejecutada, el sonido característico de numerosos pasos dirigiéndose al pasillo en el que se encontraba la alertaron. Los guardias personales de su hija, Jossech y Riev, no dudaron en ponerse alertas, pero pronto se relajaron cuando vieron al rey Cobhan, todavía con la armadura puesta, aunque el yelmo lo cargaba en su mano izquierda..
► Shassil apenas tuvo unos pocos segundos para observarlo con dicha armadura, hecha con el acero de más alta calidad del continente, con incrustaciones de oro y plata que resaltaban al águila en el peto. Su esposo tenía la piel de su rostro enrojecida, sudor perlando sus sienes. Sin embargo, lo que la tomó desprevenida fue el ceño fruncido de su rostro y la mandíbula tensa, mientras que su mano libre se encontraba empuñada. La reina no recuerda un momento en el que su marido estuviera tan enojado antes, ni siquiera luego del banquete del cumpleaños de Sylvenna.
—Dos carretillas en el patio sacando por lo menos una docena de cadáveres de Mercinor —escupió Cobhan, deteniéndose a tan solo tres pasos de Shassil.
—Mi rey —pronunció ella con suavidad, plenamente consciente de que no estaban solos, y dar un espectáculo en frente de los guardias no era su plan.
Pero antes de que pudiera decir algo más, el rey volvió a hablar: —Qué fue lo que hiciste.
No le agradó para nada el tono de voz que su esposo utilizó, mucho menos cuando tenían una audiencia a su alrededor. Shassil tragó grueso y controló su expresión, procurando mantenerse firme y pasiva. Entrelazó los dedos de sus manos en la parte anterior de su cuerpo e inclinó la cara ligeramente hacia arriba. Sin apartar su mirada de la de Cobhan, contestó con toda la simplicidad que sabía que lo iba a encolerizar.
—Lo que tú no tuviste el valor de hacer.
Los ojos cafés de su marido parecieron resplandecer con ira apenas contenida, justo como ella ya había sospechado que sucedería. Su enojo era tan palpable que Shassil pudo percibir su calor, al igual que los guardias más próximos a ellos, que eran los que estaban custodiando las puertas de los aposentos nuevos de Sylvenna. El par se removió, de seguro deseando encontrarse en otra parte y no ahí, viendo como su rey y reina discutían a mitad del pasillo.
—Será mejor que hablemos en privado, mi rey —sugirió la reina, haciendo un pequeño gesto hacia el otro lado del pasillo, que era el camino hacia un estudio cercano.
Pero a Cobhan poco le importaba si tenían privacidad o no, y lo demostró haciendo la pregunta que la madre de la Nueva Legítima temió tener que enfrentar en ese instante.
—¿Dónde está Vaelerya?
Le resultaba difícil respirar con la tranquilidad que aparentaba en ese momento. Reconocía que la única culpa que sentía era no haber llegado a su hijastra antes de que ésta escapara del castillo. Ya no sabía si su falta de remordimiento por el trato que, sin duda, habrá recibido la pelirroja, por parte de los hombres del Comandante Mortin, era preocupante.
Sin embargo, no pudo responder a la pregunta del rey. Después de todo, el paradero de la ex heredera era un misterio para ella. La princesa podría estar refugiada en algún lugar de Lyriton, en el Pabellón de Caza, o incluso en la mansión de campo. Si el Capitán Agelyn y el príncipe Tabard eran lo bastante astutos, podrían transportarla de un lugar a otro sin ser detectados, utilizando distractores. Así fue como sir Sibast no logró encontrar a Vaelerya antes de que el rey regresara al castillo.
—No lo sé —murmuró la reina, sintiendo la garganta seca de repente.
—Cómo que no lo sabes —bisbiseó el monarca, dando un paso más cerca a ella—. ¡¿Qué hiciste, mujer?!
—¡Controlar el desastre que ocasionó tu hija! —respondió de vuelta, no pudiendo evitar alzar el tono de voz también.
De reojo, pudo notar cómo los guardias que llegaron con el rey y los que estaban en las puertas se miraron entre sí, tan inquietos como se sentía ella. Su corazón martillaba en su pecho, pesado y necio, impulsándola a enfrentar el hecho de que ella misma decidió tomar la justicia por los cuernos y de alguna manera tratar de enterrarla en su hijastra.
—¿Controlar? —El rey Cobhan frunció el ceño, la furia chispeando en sus ojos—. ¿Es eso lo que llamas control?
Shassil respiró hondo, tratando de recuperar su compostura. —Lo que hice fue necesario para mantener el orden —dijo con una voz más firme, aunque la inseguridad se asomaba en sus ojos—. Vaelerya se convirtió en una amenaza. Su presencia solo provocaba caos.
Su marido se acercó aún más, su rostro a solo unos centímetros del de ella. La batalla entre sus miradas era tan salvaje como la que se libraba entre sus voluntades.
—Si algo le ha sucedido a mi hija, Shassil, te aseguro que enfrentarás las consecuencias. —Su voz era baja, pero cada palabra estaba cargada de una promesa peligrosa.
La reina mantuvo su mirada, con la espalda recta y tensa, sus manos apretándose entre sí de la misma manera en que sentía su corazón estrujarse. En ese instante comenzó a darse cuenta lo lejos que estaba dispuesta a llegar con su cometido, por su hija, por el reino, incluso cuando todo indicaba que haría de su marido su enemigo.
—Haz lo que debas, Cobhan. Pero recuerda que nada de esto habría sido necesario si hubieras controlado mejor a tu hija desde el principio. Ese ha sido tu error.
El silencio que siguió fue tenso, roto solo por las respiraciones entrecortadas de ambos. Los guardias permanecieron en alerta, sin saber si intervenir o esperar. Finalmente, el rey se alejó, dando un notorio paso hacia atrás. La miró como nunca antes había hecho, como si de repente el velo cayera de sus ojos y el reconocimiento y respeto que ella antes había logrado ver en la mirada de Cobhan desaparecieron por completo.
En su lugar, un vacío frío de desolación e ira le devolvía la mirada, y Shassil se sintió caer en el abismo al comprender que lo había perdido por completo.
—No. El error fue creer que casarme contigo protegería al reino y a mi hija —dijo el rey, su tono de voz bajo, tan tranquilo que por tercera vez en su vida, la reina sintió indicios de un extraño desespero asentándose en su pecho—. El error eres tú, Shassil.
La reina mantuvo la compostura exterior, pero su pecho pareció estrujarse de maneras que ella no sabía que podían ser posibles. Quiso volver a hablar, más no encontró manera de formular ninguna frase, tal vez alguna excusa, cualquier cosa para evitar que su esposo la siguiera viendo de esa forma. Pero se mantuvo callada, dispuesta a no ceder y a pagar el precio.
Mientras su corazón amenazó con ceder al peso del desconsuelo, su mente se afiló en una resolución oscura y firme. Cobhan ya no era solo un obstáculo, sino una amenaza a todo lo que estaba construyendo.
NOTA DE AUTORA
aaaaaaaa Cobhan está furioso ok, no se guardó pero nada :O ¿Qué creen que Shassil vaya a hacer ahora?
Pues todo va a seguir de mal en peor tbh, y eso que ya les ando avisando jajajajaj
¡Feliz lectura!
m. p. aristizábal
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