Capítulo Veintisiete
SYLVENNA
EL AQUÍ Y EL ALLÁ
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Corrió por los pasillos de Mercinor, golpeando, empujando y pateando puertas, pero ninguna se abría ni cedía bajo su insistencia. Podía escuchar las risas y las voces cada vez más cerca. El olor a sudor y a cerveza de caña podrida la alcanzó, y las náuseas no tardaron en atacarla.
Reanudando su marcha, se abrazó el estómago con un brazo, incapaz de erguirse por completo, por culpa del malestar. El corredor oscurecido parecía estirarse y volverse interminable entre más avanzaba. Sylvie quería alcanzar la esquina, volver a sus viejos aposentos, tenía que huir de ellos. No podía permitir que la tocaran. No otra vez.
Pero al igual que las veces anteriores que intentó escapar, nunca alcanzó a llegar.
Las manos se cerraron en torno a sus brazos y tobillos, haciéndola tropezar y caer de bruces al suelo. En vez de chocar contra la piedra fría del pasillo, cayó sobre una alfombra. Predominaba el color mostaza, aunque distinguía los tejidos que representaban las hazañas de los héroes de la Era de las Furias, bordados en hilos granates que, en ese momento, se le parecieron demasiado al color de la sangre. ¿O tal vez era su sangre lo que creí ver sobre la alfombra?
Con la mejilla pegada a la tela gruesa y áspera, Sylvenna no podía girarse, pero supo que ahora sí estaba en sus viejos aposentos. Mas la sensación de alivio y seguridad que había creído llegar a encontrar ahí se desvanecieron por completo. Veía la sombra del hombre moviéndose sobre el entapizado, percibía su peso y su calor, el aliento putrefacto en la nuca. Cerró los ojos y gritó.
—¡No, no no! —sollozó la princesa sacudiéndose, tratando de quitarse al hombre de encima—. ¡Mamá!
—¡Sylvenna!
—¡Déjeme! ¡Suélteme! —gritó intentando liberarse para dar manotazos al aire, pero la sombra del hombre era mucho más rápida y fuerte que ella. Nunca lograba detenerlo. Él siempre ganaba.
—¡SYLVENNA!
—¡NO!
Un tirón la hizo abrir los ojos de golpe, y la sombra desapareció, retirándose a las esquinas oscuras y recónditas de su memoria. La princesa jadeó, su mirada aterrada enfocándose en la mujer que la sostenía por los hombros con un agarre de acero.
Sudor frío cubría su rostro y cuello, y su cabello lacio se pegaba como una segunda piel. Las sábanas de la cama estaban revueltas y arremolinadas en un extremo. El largo camisón que llevaba puesto estaba arrugado y empapado de sudor, al igual que los calzones largos de seda y algodón que usaba debajo. La joven no soportaba volver a sentirse tan expuesta usando solo un vestido, por lo que la reina se encargó de mandar a confeccionar tantos pares de ropa interior como fuera posible en el menor tiempo.
—Mírame, cariño, mírame —murmuraba Shassil repetidas veces, acunando su rostro con firmeza maternal—. Estás bien. No pasó nada.
Pero Sylvenna no contestaba. Las palabras y el aire se le atoraban en la garganta, y la presión le impedía emitir otro sonido que no fuera un sollozo ahogado. Su madre la abrazó con fuerza, como si fuera la primera y última vez que lo hacía, como si con ese gesto pudiera hacer que la princesa volviera al presente, como si se le fuera la vida sosteniéndola entre sus brazos.
Y es que la princesa sospechó que tal vez le quedaba tan poca vida, que quizás su madre no tendría que pasar tanto tiempo abrazándola así.
—Estás a salvo, mi vida —susurró la reina, su voz baja y suave, mientras apoyó con cuidado el mentón sobre la cabeza de su hija.
La princesa heredera apenas lograba conciliar el sueño por unas horas antes de que las pesadillas la atacaran. Siempre era la misma, con pequeñas variaciones, pero en esencia, era igual cada vez, igual que esa noche. Apenas habían pasado poco más de dos días.
En el instante en que Sylvie sintió que sus manos comenzaban a temblar, las aferró al vestido de su madre, empuñando la tela con fuerza, mientras lo sucedido llenaba su mente acompañado de una espiral de culpabilidad y terror. Sintió un ardor en la palma de su mano; el corte se había vuelto a abrir, pero no fue consciente de la sangre que comenzó a emanar de la herida una vez más.
No podía dejar de pensar en Jendring, la puerta negra, el ataque a Mercinor, y los Leales. Cada rostro que su mente conjuraba llevaba consigo una sombra de peligro y traición. Cada recuerdo de acciones pasadas se transformaba en una condena silenciosa.
Quería ponerle orden a sus pensamientos, quería hablar. Pero no lograba hacer ni lo uno ni lo otro.
Unos golpes en la puerta la sobresaltaron, y Sylvenna estuvo a punto de gritar. Sus impulsivos movimientos para separarse fueron detenidos por los brazos firmes de Shassil, que la mantenían abrazada. Incluso cuando el cuerpo de la princesa se tensó como la cuerda de un arco a punto de disparar una flecha, la mujer se negó a soltarla.
—Shh, estás bien —susurró la reina con ternura, cuidando de no molestar la herida en la cabeza de Sylvie—. Adelante.
La puerta se abrió, solo lo suficiente para que Axelle, la doncella asignada a la princesa, pasara. Sylvie no dejaba que nadie más que su madre y la sirvienta ingresaran a la habitación, y así había sido después del ataque al castillo, luego de que la hechicera se hubiera encargado de ellos.
Tampoco había sido capaz de tomar un baño desde entonces. El agua caliente le hacía recordar demasiado la sensación de la sangre empapando su espalda. Nunca sabría exactamente qué sucedió cuando Blanche de Aninthaia llegó, solo sabía que los asaltantes estaban muertos, incluso cuando sentir el cuerpo inerte cayendo sobre ella era un recuerdo del cual no lograba deshacerse.
Así que el hecho de que estaban muertos tenía que ser suficiente. Aunque las pesadillas opinaran lo contrario y no dudaran en visitarla en los momentos en creía lograr conciliar el sueño.
Axelle tuvo que limpiarla con paños húmedos y fríos, con ayuda de la reina. El frío parecía ser la única cosa que lograba que Sylvie estuviera en el presente y reconociera que estaba sentada o de pie, y no atrapada entre el suelo y una figura corpulenta, viva o muerta.
—Buenos días, majestad, alteza —saludó la doncella haciendo una reverencia. Procuró quedarse siempre en el campo de visión de la princesa, quien aún envuelta en los brazos de su madre, la observaba con reticencia.
—Qué ha sucedido, Axelle —dijo la reina, apenas dirigiendo una corta mirada en su dirección. Con una mano, comenzó a desenredar con gentileza el cabello de su hija.
—La hechicera ha anunciado que ya conoce el paradero de la princesa Vaelerya —informó la joven, sin dar un paso más cerca ni lejos.
Aquello llamó la atención de Sylvenna, quien a pesar de todavía no pronunciar palabra alguna, pareció tratar de enderezarse en ese momento. Sus ojos se abrieron un poco más y sus labios temblaron, como si quisiera hacer el intento de separarlos para hablar. Mas ningún sonido brotó de ella.
Aún así, eso fue suficiente para Shassil, quien hizo un mohín con la boca e inhaló profundamente. Sylvie pudo percibir la tensión en el cuerpo de su mamá, y su primer instinto fue ayudar, pero no supo cómo. Sabía que su progenitora estaba demasiado enojada con su hermana, pues con solo ser nombrada, parecía como si todo el peso del continente cayera sobre la reina.
Además, Sylvenna era consciente que no estaba en ninguna posición para ayudar a nadie en nada. Las marcas de caricias y roces aún impregnaban su piel, y la sensación de miles de gusanos trepando por sus piernas la atormentaba. El recuerdo del calor en la parte posterior de su cuerpo la azotó, dejándola ofuscada. Se removió, empujando a la reina para que la soltara. Su madre lo hizo, permitiéndole tomar distancia y acurrucarse casi al otro lado de la cama por su cuenta.
Sylvie evitó su mirada y procuró juguetear con el borde del camisón. Shassil soltó un suspiro pesado y cansino, pero giró para poner toda su atención en Axelle. De reojo, la mujer mayor alcanzó a ver la sangre emanando de la mano de Sylvenna. Frunció el ceño ligeramente, pues era la cuarta vez que se abría el corte y que la princesa apenas lo notaba.
—Que la dejen ir —contestó la reina con un tono de voz trémulo—. No quiero que mi hijastra vuelva a poner un pie en Mercinor. Y si quiere venir a atacar con otro ejército aparte de solo Leales, que sepa que estaremos listos para defendernos y aplastar sus espadas y hombres.
—La hechicera no mencionó que la princesa Vaelerya hubiera estado con Leales —comentó Axelle, turnando sus ojos de la reina a la heredera.
—Eso no importa ahora. No pienso gastar hombres en esa búsqueda cuando los necesitaremos a todos para proteger el castillo y a mi hija —remarcó Shassil, su voz tan tensa como sus hombros—. El Comandante Mortin regresó esta mañana de su misión, pero ya le he ordenado desistir. Vaelerya es una persona no grata, exiliada de la corte.
La Nueva Legítima alzó la cabeza para mirar a su madre, la preocupación pintando cada uno de sus rasgos jóvenes y drenados de vitalidad. «¿Qué tiene que ver Vaelerya con lo que sucedió anoche?», se preguntó Sylvie mientras observaba a su madre dar nuevas instrucciones a la sirvienta. «Mi hermana nunca sería capaz de hacer algo que pudiera lastimarme. Ella no pudo hacerme esto.» Pero, por más que Sylvenna trató de expulsar la semilla de la duda, esta se plantó en su pecho ante la firmeza decisiva de su madre respecto a lo que sucedería si Vael decidía regresar.
«No, Vaelerya no hizo nada de esto», determinó la princesa en silencio, volviendo a agachar la cabeza. «Fui yo quien le mostró una entrada a Jendring. El príncipe de Aninthaia, o quienquiera que sea ese extraño, era un Leal también, sin duda alguna. Me usó, me lastimó, y todo porque yo decidí confiar en él.»
—Quiero centinelas en cada metro del adarve que rodea al castillo —ordenó la reina—, al igual que en las torres de vigilancia del muro. ¿Hay alguna noticia del rey?
—No, majestad. Los sanadores aseguran que ya está fuera de peligro, pero no ha despertado —respondió Axelle con respeto, sus palabras llenas de tacto a pesar de que las noticias no eran ni buenas ni malas.
Shassil asintió pensativa y permaneció en silencio unos cuantos segundos más antes de volver a hablar: —¿Encontraron más delincuentes tratando de salir del castillo?
Axelle lanzó una mirada significativa a la princesa, pero esta última no la correspondió, demasiado ensimismada como para escuchar con la atención debida que estaba teniendo con Shassil.
—No, mi reina. Solo otros muertos que no portaban túnicas moradas, cerca a la biblioteca —contestó—. Lya Albea asegura que intentaron saquear la sección prohibida, pero todavía están investigando si falta algún pergamino o tomo.
—Esas también debieron ser obras de mi hijastra. Se encontró un libro en sus aposentos que debió haber sido quemado hace más de un siglo —murmuró la reina, su ceño cada vez más fruncido. Resopló con molestia y negó con la cabeza, poniéndose de pie—. Retírate y trae una tijgan para Sylvenna. También algo ligero para comer.
—En seguida, majestad.
Dicho eso, Axelle volvió a hacer otra reverencia y salió de los aposentos de Shassil en completo silencio. El click de la puerta al ser cerrada pareció ser por fin el único sonido que logró que Sylvie volviera a alzar la cabeza. Sus ojos estaban bien abiertos y los fijó con intensidad en la madera pulida.
«Me usó, me lastimó, y todo porque yo decidí confiar en él», repitió en su cabeza una vez más. «Y los monstruos me tocaron.»
—Fue mi culpa.
Su voz sonó ronca y baja, tan baja que por poco y su madre no logra escucharla. La espalda de la reina pareció endurecerse aún más bajo los delicados ropajes de satín, y la forma en que giró la cabeza para mirarla desde el otro lado de la cama, pareció ser un gran esfuerzo. Sylvie no fue capaz de corresponder su mirar más tiempo y sollozó, agachando la cabeza para después agarrarla con fuerza innecesaria, enredando sus dedos entre las hebras oscuras hasta que tiró de ellas. El gesto era desesperado, descuidado, un grito de auxilio.
—Sylvenna, detente —jadeó la reina y se afanó por llegar a su lado—. Para, no te hagas daño.
La princesa trató de alejarse, sin soltar su cabello, pero la mujer ya había visto venir esa acción. Shassil estrechó a su hija contra ella, presionando su frente contra la ajena, y sosteniendo sus manos para que no pudiera jalarse el pelo.
—Cariño, por favor —susurró la reina—, no fue tu culpa. Jamás será tu culpa.
—Sí, sí es. Mi culpa. Fue mi culpa. Me usó, me lastimó, y todo porque yo decidí confiar en él. Y los monstruos me tocaron —bisbiseó una y otra vez, todavía sonando ronca, sin aire y cansada.
Shassil negó repetidas veces con la cabeza sin dejar de presionar sus frentes juntas.
—No, mi vida. No fue tu culpa, jamás será tu culpa.
Una vara ardiente comenzó a presionar contra su pecho, dificultando aún más cada intento de inhalar. Sylvenna se sacudió. Una necesidad desesperada de moverse, de escapar de la opresión que lo envolvía, de encontrar una salida, cualquier salida, se volvió insoportable.
«Me usó, me lastimó, y todo porque yo decidí confiar en él. Y los monstruos me tocaron.»
—Sylvenna, detente, para, por favor.
Oía a su madre repetir eso, pero no lograba tener control de su cuerpo, de su respiración, ni de sus acciones. Sus uñas se clavaron en el cuero cabelludo, sintió el ardor en un lado de su cabeza, pero no fue suficiente. Forcejeó contra la reina para liberarse, comenzando a agitarse de manera brusca, cada vez más y más fuerte.
—Mi vida, por favor, tienes que...
—¡Déjame! —chilló la princesa, tratando de a Shassil a como diera lugar.
—¡Guardias! ¡Al sanador! ¡Llamen al sanador! —gritó la reina, luchando por mantener a su hija entre sus brazos para evitar que se siguiera lastimando.
—¡Me usó! ¡Me lastimó! ¡Porque yo decidí confiar en él! ¡Y ellos me tocaron!
«Me usó, me lastimó, y todo porque yo decidí confiar en él. Y los monstruos me tocaron.»
«Me usó, me lastimó, y todo porque yo decidí confiar en él.»
«Me usó, me lastimó.»
«Me usó.»
NOTA DE AUTORA
Alguien tenía miedo de llegar al POV de Sylvie luego de lo que pasó y pues... aquí está lo que tiene que estar. Me da mucho pesar y lit se me aguaron los ojos en varias partes, aunque admito que soy lágrima suelta y pues que Syl es mi hijita je
Bueno, este fue un capítulo como de transición, pero no fue nada tranqui :( #SylvieProtectionSquad a la cargaaaaa
Muchas gracias por leer, votar y comentar.
¡Feliz lectura!
m. p. aristizábal
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