Capítulo Veinticinco

(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto:)
Advertencia: como ya está especificado en el primer apartado de esta historia, este es un libro dirigido a un público de 18 años en adelante. Sin embargo, soy consciente que no controlo lo que las demás personas decidan leer en la plataforma, así que no soy responsable del contenido que menores de 18 años decidan consumir en internet.

Este capítulo contiene escenas de violencia explícita, palabras malsonantes y alusiones a abuso. Queda bajo su responsabilidad proceder con la lectura.


SHASSIL

LAS GARRAS DEL MONSTRUO

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                    La reina quería pensar en otra cosa pero no podía. En su cabeza se repetía una y otra vez la matanza, primero la de aquel hogar cuyos miembros murieron atados a sus camas y quemados; luego, a su mente llegó la de otra familia, cuyas cabezas rodaron en la plaza y fueron pateadas hasta que las dejaron irreconocibles, los restos regados en las calles adoquinadas que se convirtieron en riachuelos de sangre y agua de lluvia. ¿Los cuerpos? Tirados al río como si fueran poco menos que fruta podrida o desechos.

          Recordaba que la cabeza de una niña había llegado hasta sus pies. Casi podía verla ante ella en esos momentos, con los ojos tristes o aterrados; sus recuerdos nunca logran decidirse. Los rizos rubios estaban enfangados y se pegaban a las mejillas rollizas. La piel había perdido el tono vivo y sonrosado. Se había convertido solo en una cabeza gris.

          Había querido levantarla. No podía soportar dejarla con el cabello y el rostro sucios. Pero no lo hizo. Shassil había retrocedido y luego se había echado a correr, porque había temido ser la siguiente.

          Sin embargo, esta vez no huyó. No retrocedió. Esta noche no dudó en correr hacia el fuego, gritando el nombre de la princesa, de su tesoro más preciado.

          Sintió los brazos de los guardias a su alrededor para detenerla, pero ¿quién tendría la fuerza suficiente para impedir que una madre intentara alcanzar a su hija?

          —¡No se encuentra ahí, su majestad! ¡La princesa Sylvenna no está ahí!

          Los gritos de uno de los guardias personales de la heredera logró sacarla parcialmente de su estupor. Shassil reaccionó poco a poco, dejando de arañar la armadura, que estaba caliente por el incendio, y también dejó de tratar de lanzar patadas a diestra y siniestra en un intento desesperado por liberarse. Sus ojos, grandes y desenfocados trataron de fijarse sobre el hombre uniformado. Lo había escuchado, pero una parte de ella no lograba comprenderlo del todo.

          —...¿Qué? ¿D...Dónde está mi hija? —preguntó. Había susurrado, o eso creyó en un principio hasta que pudo distinguir la mueca del guardia que estaba enfrente de ella. No tenía control sobre sí misma ni sus emociones, no cuando se trataba de Sylvenna.

          Necesitaba recuperar la calma para poder pensar con mayor claridad.

          —No lo sabemos, majestad.

          Su reacción fue inmediata. Se aferró como pudo a los bordes del peto de la armadura del soldado y lo empujó lejos de sí con toda la fuerza que pudo reunir. Una tormenta pesada y caótica se asentó en su pecho, mientras que sus latidos se aceleraron hasta que juró sentirlos en sus oídos. Su mundo en ese instante se estrechaba en un laberinto de posibilidades temidas y a una búsqueda desenfrenada de respuestas que no llegaban aún.

          Pero no tuvo tiempo de hacer más preguntas. Ni siquiera pudo seguir pensando en eso cuando una oleada de gritos y advertencias atravesaron el corredor, y llegaron a oídos de quienes estaban reunidos en ese pasillo.

          Sus alrededores se convirtieron en nada más que borrones de armaduras reflejando las llamas, cuando los guardias se posicionaron frente a ella. El brillo letal y el sonido metálico de las espadas al ser arrancadas de las vainas, hizo que retrocediera con confusión y creciente pánico.

          Le tomó más que solo unos pocos segundos para poder comprender qué estaba sucediendo, y cuando lo hizo, se sintió desvanecer. Estaban asaltando Mercinor. La fortaleza más antigua y fortificada del continente estaba bajo ataque, a mitad de la noche, horas después de que su hijastra escapó del castillo, cuando Shassil mandó al Comandante Mortin a retenerla.

          Incluso tan solo horas después de que un grupo de Leales causara estragos en El Santuario de la D'oun.

          —¡Debe irse, majestad! —gritó el guardia que estaba más cerca a ella. Todavía no se enzarzaba a pelear contra algún intruso, pero tenía su espada en alto y retrocedía poco a poco para obligarla a ella a hacer lo mismo.

          El incendió de los nuevos aposentos de Sylvenna se convirtió en una preocupación de segundo plano, cuando Shassil se giró y se echó a correr hacia la dirección opuesta del desastre letal. No se atrevió a mirar hacia atrás, ella nunca miraba hacia atrás. La decisión fue muy consciente esta vez, porque de inmediato dedujo quiénes habían penetrado el castillo.

          Leales.

          Y ella y su familia eran lo que se interponía entre esas personas y el trono que de seguro esperaban reclamar por Vaelerya.

          La reina sabía que esas acciones no eran más que el resultado del miedo: miedo a su hijastra, al pasado, a los dioses y la vieja profecía de Vawdrey. El miedo era tan letal como cualquier arma, un veneno que alimentaba la perversión, y tan maleable como la voluntad de cualquier ser humano aterrorizado por la incertidumbre de la voluntad de los entes divinos.

          Se siguió moviendo por el castillo. Incluso cuando, al girar cada esquina, subir o bajar cada escalón, y atravesar cada rincón, se encontraba con atacantes cuyas túnicas moradas seguramente escondían cotas de malla, ella no se detuvo ni un instante. No se detuvo cuando tuvo que retroceder para esconderse, ni luego de haber arrancado el escudo de armas de una pared para tomar dos espadas agujas.

          Habían pasado casi veinte años desde la última vez que empuñó una de esas, pero no se permitió dudar. Si algo caracterizaba a los Rhyzard, era su convicción. Se negaba a creer que había cometido un error, porque querer salvar al reino de sí mismo y a su hija nunca lo sería, incluso si estas personas no lograban verlo con la misma claridad. Así que, en ese momento, la única idea de Shassil fue vender su vida tan cara como le fuera posible.

          Corrió por el pasillo, pero no se lanzó a buscar refugio. No pidió ayuda porque sabía que un grupo de guardias a su alrededor llamaría demasiado la atención y se convertiría en un blanco obvio. No se sentía capaz de permitirse ni siquiera un ápice de sensación de seguridad, no cuando su hija no estaba a su lado.

          Alcanzó las puertas de sus aposentos. Esa zona de la torre todavía no era alcanzada por el caos de los atacantes y el silencio sepulcral que le siguió cuando entró al lugar le erizó los vellos de la nuca. Shassil se apresuró al tocador al lado de la cama. Su respiración era trabajosa, pero sabía que era más por la presión y la ansiedad de no saber dónde se encontraba su hija que por otra cosa.

          Abrió los cajones y volcó los contenidos en el suelo, donde pudo distinguir con facilidad unos papelitos de color morado. Eran tan delgaditos, casi transparentes, que con el calor de la habitación comenzaron a arrugarse con facilidad.

          La reina los agarró todos en su mano izquierda luego de haber dejado una espada aguja a un lado. «Por favor, por favor, que funcionen —rogó en su interior mientras se dirigió hacia la chimenea encendida al otro lado de sus aposentos—. Que encuentre a mi hija, que no la maten, por favor.»

          Tiró los papelitos arrugados al fuego. La ráfaga de calor fue repentina y potente, que le hizo retroceder unos cuantos pasos, mientras sus ojos observaron bien abiertos las llamas pintarse de lila unos pocos segundos, antes de que volvieran a su habitual color. Tragó grueso y reforzó su agarre en la espada que todavía empuñaba. Se giró hacia la puerta y comenzó a dirigirse a la misma, cuando escuchó unos pasos apresurados y el sonido de forcejeos, de alguien siendo arrastrado en contra de su voluntad.

          Se quedó tan quieta como pudo, sin respirar. Estaban por el pasillo... No, ya lo habían cruzado.

          El sonido de un portazo la sobresaltó y se giró por completo ahora hacia la puerta que daba al cuarto de baño, que había compartido con su hija hasta que ésta cumplió los dieciséis. Un escalofrío incómodo recorrió su espalda. Cada instante se convirtió en una espera tensa, una preparación constante para enfrentar lo desconocido.

          Pero no podía quedarse ahí. Necesitaba irse para buscar a Sylvenna, aunque ya con la esperanza de que la hechicera haya recibido su mensaje. Sabía que la aninthaia todavía no se había ido del castillo y que no lo haría por un largo tiempo, hasta que trajera de regreso a su hijastra a Mercinor.

          Shassil se volvió a girar y se dirigió a la salida de la habitación, a pesar del presentimiento inquietante que se arrastraba con lentitud por cada poro de su ser. Esperaba encontrar el pasillo vacío para poder irse sin ser detectada.

          —¿Así que esta es la nueva princesa heredera? Pero si es una jovencita preciosa.

          Aquel comentario dicho por alguien de voz ronca y gruesa que no pudo identificar, ahogado por las paredes que los separaban, le hizo detenerse de golpe. Su corazón, todo su mundo pegó un vuelco y se desmoronó.

          —Este sí que es el premio gordo, Jahan.

          —¡Déjenme ir!

          Shassil se cubrió la boca con la mano libre y apretó aún más la espada que sostenía con la derecha al reconocer el grito de su hija. «Son dos,» pensó con creciente angustia estrujando su estómago.

          —El lord dijo...

          —A la mierda con lo que haya dicho ese jodido noble. Estamos haciendo lo que pidió de todas maneras. Y no me voy a ir de aquí hasta probar esta flor.

          La reina se acercó a la puerta de baño y la abrió con lentitud, esperando que las bisagras no hicieran ruido alguno. Se asomó como pudo por la pequeña rendija que creó. Soltó un pequeño suspiro al ver que la puerta que daba hacia la antigua habitación de Sylvenna estaba cerrada. Se adentró al cuarto de baño y lo cruzó con rapidez hasta que estuvo a un lado de la otra puerta.

          —Apresúrate entonces. De seguro el rey está recuperando el castillo ala por ala.

          En cuestión de segundos, ella escuchó con mayor claridad el sonido de la puerta abriéndose y cerrándose, probablemente la que daba al corredor. Tomó una inhalación profunda. Solo tenía que sorprender a uno y matarlo antes de que pudiera hacerle algo a Sylvie, algo de lo que la reina no estaba segura si podría recuperarse.

          —¡Maldición! —exclamó el hombre de repente, y al segundo siguiente Shassil pudo escuchar el sonido distintivo de un golpe. Una bofetada. Su corazón se encogió ante el gimoteo lastimero de su hija—. Con que quieres morder, ¿ah, princesita? Ya veremos si aguantas cuando te la...

         —¡Aléjese de ella, malnacido! —gritó Shassil abriendo la puerta de golpe con la espada aguja en alto, no pudiendo aguantar ni un solo segundo más lejos de su hija en esos momentos.

►          Una expresión de rabia absoluta se formó en su rostro al ver a Sylvenna atrapada en el suelo con ese hombre de túnica morada sobre su figura, inmovilizada de brazos y piernas. Las facciones tiernas y suaves estaban deformadas en muecas de terror total. Tenía partes del vestido rasgadas y el labio inferior partido, un pequeño hilo de sangre corriendo por el borde de su boca entreabierta. También tenía una mano ensangrentada y el cabello de un lado de su cabeza se veía húmedo y oscuro.

          —Mamá...

          Tan solo esa súplica se necesitó para que Shassil cargara hacia adelante sin dudar, mientras que el hombre regordete alzó las manos en señal de rendición. Pero la reina no alcanzó a distinguir el brillo juguetón en los ojos masculinos.

          Sintió un par de brazos intentar encerrarse a su alrededor, pero con la adrenalina recorriendo cada centímetro de su ser, reaccionó con rapidez, logrando hacer una maniobra que su hermano Lace le enseñó años atrás. Antes de que el otro hombre la apresara, Shassil se agachó solo lo necesario y giró en su eje, la espada aguja apuntando su objetivo en diagonal.

          La enterró justo en la tráquea, por encima del cuello de la cota de la túnica. Piel y tejidos cedieron ante el filo letal, y de imprevisto el Leal cayó hacia adelante, sus manos inútilmente sosteniendo su cuello. Cayó sobre Shassil, provocando que la hoja de la espada se enterrara aún más y sobresaliera casi que por completo detrás de la cabeza de su víctima.

          —¡Jahan! —gritó el hombre que sostenía a Sylvenna y la reina supo que tenía que moverse pronto. No habían sido solo dos o uno. Eran tres. Tres hombres Leales, que habían llegado a su castillo para mancillar y asesinar a su hija y a toda su familia.

          Ignoró la sangre caliente que la empapó en esos momentos. Ignoró la sensación del puño de la espada contra el cuello del cadáver. Ignoró el dolor en su espalda y cabeza al no haber podido detener la caída. Empujó al hombre como pudo, lejos de sí para levantarse y recuperar su arma, pero las puertas se volvieron a abrir demasiado pronto, y esta vez no tuvo oportunidad.

          Solo pudo escuchar a su hija gritar por ella cuando el impacto llegó como un relámpago. Un estallido violento de dolor se propagó desde el punto de contacto hacia el resto de su rostro. Una mezcla ardiente de calor y frío pareció entumecer su piel al mismo tiempo que le quemaba los nervios. Su visión se nubló momentáneamente, y todo se convirtió en una mezcla de luces y sombras difusas.

          El sonido sordo del golpe cuando cayó al suelo le retumbó en los oídos, acompañando al dolor agudo que se intensificó y se extendió hasta el cráneo. Los dientes chocaron entre sí, enviando una vibración dolorosa a través de su boca, mientras un sabor metálico comenzó a impregnar su lengua.

          —Maldición, es la reina —gruñó el que al parecer se llamaba Jahan, el mismo que le propinó el golpe que la dejó aturdida.

          Su visión era borrosa mientras se giraba para quedar bocarriba. Parpadeó varias veces, tratando de enfocar su mirada, pero alcanzó a distinguir la cicatriz, la forma que se asemejaba a una Y, que representaba a los Leales. Cruzaba un lado del cuello, siguiendo la dirección del músculo y se dividía en la línea de la mandíbula, una parte casi llegando a los labios, la otra, rozaba al lóbulo de la oreja. A pesar de que era un hombre barbado, la marca era obvia, imposible de ocultar.

          —¡No importa! Todavía tenemos tiempo.

          —Déjala, Devlin, tenemos que irnos —insistió el contrario y pasó por encima de Shassil como si fuera poco menos que un saco de lino tirado en el suelo—. Si nos encuentran aquí con la reina y la princesa, ya nunca más saldremos del castillo.

          —No —gruñó el terco hombre y escupió al suelo—. Mató a uno de los nuestros. Le enseñaré a la reina perra a pensar antes de tratar de jodernos.

          —¡Mamá! —chilló Sylvenna cuando Devlin la agarró por el cabello y prácticamente la alzó, lo suficiente como para obligarla a voltearse y empujarla bocabajo.

          Shassil se apoyó en las manos, pero sus brazos temblaban y no lograban sostener su peso. El dolor en su rostro, aún palpitante, se mezclaba con una sensación creciente de desesperación. Abrió la boca llena de sangre y saliva.

          —¡Le juro que se arrepentirá si le pone una mano encima a...!

          No pudo terminar la frase cuando Jahan se giró hacia ella y no dudó en clavarle la bota en el estómago, expulsando todo el aire de sus pulmones con un jadeo ahogado. Shassil se encorvó, al principio sin poder respirar, su boca abriéndose y cerrándose por bocanadas de aire inexistentes. Volvió a caer al piso, encorvada en una torcida posición fetal. El sudor perlaba su frente, mezclándose con el polvo y la suciedad del suelo mientras luchaba por mantener la conciencia.

          Cuando pudo sentir el primer hilillo de aire comenzar a llenar sus pulmones, tosió, su cuerpo estaba tenso y temblando por la conmoción. Por fin alzó su mirada del piso, solo para ver a Sylvenna siendo forzada sobre la alfombra. El terror la paralizó, su mirada incapaz de apartarse de su hija, quien gritando y llorando, llamaba su nombre una y otra vez. La Nueva Legítima daba manotazos al aire, cada movimiento desesperado y brusco solo era un intento inútil de quitarse a la bestia de encima.

          Pero en el fondo las dos sabían que no sería posible.

          Shassil sintió su pecho comenzar a incendiarse en llamas. Apretó los puños con fuerza, clavándose las uñas en las palmas, tratando de contener el pánico que amenazaba con consumirla por completo. Las lágrimas corrían libremente por los rostros de madre e hija. El sudor, la sangre y la desesperación las envolvían como una segunda piel.

          Un sonido ahogado y forzoso salió de su boca entreabierta cuando intentó desplazarse hacia su hija, pero el hombre que la golpeó no dudó en hacerlo de nuevo. El corrientazo de dolor que se disparó en su costado no fue nada a comparación del terror al ver y escuchar cómo el vestido de la princesa era rasgado con violencia desesperada.

          Cayó sobre su costado, pero aún así no se detuvo. La reina continuó arrastrándose sobre la piedra fría, estirando sus brazos con impotencia hasta que la punta de sus dedos apenas pudieron rozar la alfombra.

          —Sylvenna —gimoteó con esfuerzo—. Mírame. Mírame, cariño. Solo a mí.

          Su voz, quebrada por la angustia, repitió esas mismas palabras una y otra vez, hasta que Sylvie pudo girar el rostro, su mejilla apoyada en la alfombra. La mirada de pánico absoluto en su hija atravesó el pecho de Shassil, una puñalada certera que alcanzó su alma y la desgarró por completo.

          Jahan se agachó a un lado de la reina para apresar sus brazos sobre su espalda. La cuerda raspó su piel, el ángulo le hizo doler los hombros y las muñecas, más no dejó que su hija apartara los ojos de los suyos.

          —Vas a estar —sollozó la reina—. Te lo juro, mi amor, vas a estar bien.

          Sin embargo, por el rabillo del ojo distinguió cómo Devlin comenzó a desamarrar sus pantalones.

          El grito que Shassil lanzó le desgarró más que la garganta. Su cuerpo se agitó con la misma fuerza que su voz, ahora rota, expresando la ira y la impotencia que amenazaron con quemarla viva.

          Finalmente, las puertas volvieron a ser abiertas.




NOTA DE AUTORA

Para las personas que siguen mi canal en WhatsApp (link en mi bio) me acompañan lit en todo el proceso, gracias al mundo de actualizaciones que comparto, además de que hago varios comentarios random con respecto al proceso de escritura. Desde que escribí el primer párrafo de este capítulo, siempre sentí que debía poner una advertencia al principio de este capítulo, porque sé que la violencia y el abuso son temas bastante delicados, y varias personas pueden sentirse bastante sensibles al respecto. En lo personal, me saltaron las lágrimas varias veces y me tuve que tomar tiempos para sacar el capítulo, aunque fluyó gracias a todo lo que tengo planeado para el futuro.

No, esto no ha sucedido porque sí. Para las lindas personitas que ya me han leído en otras ocasiones, saben que si algo sucede es por algo, y algo muy importante. Y por otra parte, todo está conectado, solo que tal vez no de la manera que empiecen a sospechar. Leo teorías al respecto *ojitos chismosos*

Como siempre, súper agradecida por su apoyo, somos pocxs lxs que nos hemos aventurado a esta segunda edición de ULR, pero sepan que les aprecio montones (:

¡Feliz lectura!

m. p. aristizábal

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