Capítulo Treinta y Uno
(Escuchen la canción que está multimedia cuando vean esto: ►)
#ÚltimosCapítulos
VAELERYA
FRÁGIL ES LA CONFIANZA
༻⠂⠂⠁꧁࿈꧂⠁⠂⠂༺
Una voz rugió su nombre a través del salón.
El techo comenzaba a caer, y el fuego creciente era un obstáculo insuperable que la mantenía atrapada dentro de las lenguas de las llamas que amenazaban con alcanzar el cielo estrellado, carente de luna. El calor era insoportable, mas Vaelerya no estaba segura si en verdad era por el incendio provocado o lo que recorría cada centímetro de su cuerpo, una oleada de fuerza inexplicable más intensa que la anterior.
Pero ahora le resultaba desgarrador.
Los músculos empezaron a engarrotarse con un dolor sordo y constante. Sintió las piernas como si estuvieran hechas de plomo, y su corazón, que momentos atrás había estado latiendo tan rápido, no pudo seguir el ritmo del poder que la consumía. Intentó centrar su mirada a su alrededor con mayor consciencia y control del que había poseído instantes atrás, pero la luz intensa y el calor distorsionaba las formas.
«¿Qué hice?»
«¿Yo lo hice?»
«¿Cómo lo hice?»
► Concentrarse en una sola tarea comenzó a requerir un esfuerzo monumental, y sus pensamientos se volvieron confusos, atrapados en una bruma densa. Apenas tuvo tiempo de girarse hacia los cuerpos que fueron tragados por el fuego, sus figuras tan solo una sombra negra en medio del rojo y naranja, casi irreconocibles, antes de que fuera arrojada al otro lado del salón y al exterior. Su cabeza se estrelló contra los escalones del jardín y se formaron estrellas en su visión. El impulso y empujón obligaron a los dos cuerpos a girar uno sobre otro, dos, tres veces.
Todo volvió de sopetón a través de la neblina del golpe contra su cráneo. Una mansión desmoronándose. El grito del viento a través de las hojas de los árboles azuzando el fuego. Protestas de ayuda, aullidos de batalla. El silbido del metal contra el metal. La canción del caos y la muerte.
Y, sin embargo, un zumbido latía en su cabeza, hipnotizante y letal, manteniendo viva la fuerza mágica en sus venas.
Le tomó un momento moverse bajo el peso que la sujetaba antes de darse cuenta de que era el cuerpo de Hengrik el que la tenía inmovilizada contra la hierba quemada. El pánico se reflejaba en sus rasgos mientras intentaba contenerla, mantenerla firme contra el suelo por miedo a algo que ella no podía explicar.
Luego, su cabeza se alzó solo lo necesario para lograr mirar detrás del guardia, justo cuando el incendio hizo de las suyas y derrumbó las paredes, consumiendo la mansión de maneras que parecían casi imposibles de creer. Vaelerya comprendió finalmente que ella había causado todo eso. Que en algún lapso de tiempo se perdió a sí misma y se dejó consumir por algo que no lograba nombrar, pero lo podía seguir sintiendo bajo su pulso, como si las llamas y ella pudieran ser una sola.
—Maldita sea, ¡maldita sea!
Vael regresó su mirada al rostro masculino.
—Hengrik...
La forma en que la miraba, con agonía y pánico, le provocó un miedo inquietante en el estómago. Era peor que saber que lo había quemado sin querer, dejándole cicatrices permanentes en el pecho. De alguna manera, esa mirada era incluso más devastadora que ser consciente de lo que acababa de hacer: matar a esos hombres con un solo toque y reducir una gran propiedad hasta los cimientos.
Vael nunca lo había visto así, tan capaz de hacer algo notablemente estúpido, como lo fue el haberse lanzado al fuego para alcanzarla a ella.
Entre la destrucción y sus respiraciones agitadas, mezclándose entre sí, el Capitán se inclinó y la besó en el pómulo; sus labios y su barba apenas rozaron su piel pecosa en lo que parecía una agonizante súplica de perdón. La princesa Vaelerya se quedó quieta bajo su toque, como si despertara de una pesadilla en la que ni siquiera sabía que había estado atrapada. Estaba paralizada en ese único momento en el tiempo; él era todo lo que podía sentir. El peso de su cuerpo sobre el de ella. Sus manos manteniéndola segura en el suelo y contra él, los dedos presionando su cintura. Infinito y aún así no le pareció suficiente.
Fue sólo cuando él se apartó que ella cayó en cuenta, observando sus ojos mieles, su agitación. Esta pelea fue una derrota, solo que no entendía si habría sido por obra suya o no.
—Está aquí. La hechicera está aquí.
Un repentino dolor punzante en su cabeza le hizo cerrar los ojos, incluso cuando sir Hengrik se movió y la obligó a ponerse de pie.
—Quédate conmigo, tengo que sacarte de aquí. —La orden era clara en su tono de voz.
Vael hizo lo que pudo para mantener sus ojos abiertos, pero el cansancio repentino, combinado con el dolor en su cabeza eran abrumadores. Sintió los brazos del caballero apretarse a su alrededor para mantenerla lo más erguida posible.
—¿...Qué hice? —susurró, todo su cuerpo tratando de luchar contra la gravedad repentina que quería obligarla a enterrarse en el suelo.
—Tenemos que irnos antes de que la hechicera te encuentre —insistió el hombre con el ceño fruncido, antes de acunar el rostro de la princesa para obligarla a alzarlo y conectar sus miradas—. Te prometo que no dejaré que llegue a ti, ¿está bien? Pero necesito que saques fuerza de donde creas no tenerla para poder escapar, ¿me oyes, princesa?
—¿Blanche? —balbuceó la pelirroja, parpadeando varias veces seguidas, tratando de mantener su mirada en la ajena lo mejor que pudo en ese momento.
—Fue ella —contestó el castaño dorado con un asentimiento de cabeza, una expresión de culpabilidad y urgencia dominando su rostro manchado de cenizas, sangre y sudor—. Ella es quien trajo a los centinelas y mercenarios, la reina Shassil debió haber dado la orden, y los Coffyn debieron saberlo desde el principio. Engañaron al príncipe Tabard y a todos nosotros, pero te juro que no dejaré...
—¡Capitán, tenga cuidado! —escuchó que alguien advertía, pero Vaelerya lo sentía demasiado lejos y no fue capaz de apartar sus ojos cansados de los de Hengrik Agelyn—. Tiene que alejarse de esa cosa.
Sir Hengrik se tensó por completo. Vael podía sentir y escuchar el fuerte latido del corazón del caballero en su pecho, y aun así, los pulgares del hombre trazaron un patrón delicado en sus pómulos antes de girarse para enfrentar a los recién llegados.
—¿Cómo carajo la llamaste?
—¡No tenemos tiempo antes de que vuelva a atacar! —gritó otro. A Vael se le hizo que sonaba demasiado parecido a sir Joen.
—¡Es cierto, señor! —vociferó el primero que habló, pero a ella le costó reconocerlo en un principio—. Vi cómo calcinaba a un mercenario con un solo toque. ¡Ella es la causa de todo esto!
—No voy a permitir que la acusen por defenderse —gruñó sir Hengrik, posicionándose frente a Vael como si pudiera ser una muralla de defensa contra todo.
—Capitán, una cosa es defenderse, y otra regocijarse por cruelmente exterminar al enemigo.
—¿De qué mierda estás hablando, sir Dailson?
Apenas tenía energía para mantener los ojos abiertos, mucho menos para usar la fuerza mágica que ni siquiera sabía que tenía, pero que la había controlado de todos modos. Sin embargo, en el fondo supo, de alguna manera, que estos hombres ya no entrarían en razón. Ya no querrían hacerlo.
Los mismos guardias que habían estado tan comprometidos en protegerla hace apenas unas horas, ahora se volvían contra ella sin necesidad de persuasión. Sin importar las palabras que intentara pronunciar en su defensa, ahora creerían cualquier excusa para descartarla como un monstruo.
El monstruo que su madrastra siempre le aseguró que en realidad era.
—Yo la vi —insistió el segundo al mando de la Guardia, dando un paso al frente, más cerca a sir Hengrik—. Estuve ahí cuando comenzó a incendiarse todo, cuando de su rostro brotaron ramificaciones y sus ojos cambiaron por completo. Vi cómo asesinó a sangre fría y estaba sedienta por más. Nunca confundiría esa mirada en ninguna persona.
La expresión de Agelyn se relajó, aunque sus ojos permanecieron endurecidos.
—Eso es imposible.
—¡Ni siquiera reaccionó cuando la apunté con mi espada! —presionó el contrario y dicho eso, la señaló por un lado del cuerpo del Capitán.
Todas las miradas cayeron sobre ella y Vaelerya bajó su mirada de inmediato a su pecho, encontrando la herida de la punta de la espada en todo el centro, el cuello de su camisa de lino ensangrentado. Como si eso fuera hecho suficiente, la discusión no hizo más que escalar en intensidad. De repente fue consciente que estaban casi todos a su alrededor, exceptuando su tío y el sanador. Clyen se encontraba a un lado de sir Dailson, aunque no decía ninguna palabra, pues se le veía demasiado cansado y asustado como para siquiera abrir la boca.
—¡¿Intentaste asesinarla?!
—¡Intentaba detenerla!
—¡Perdimos a sir Wadham y a sir Geoff por su culpa! —acusó sir Joen entonces, apoyando a su compañero.
Antes de que la princesa pudiera siquiera pronunciar palabra para intentar explicarse, unas manos ásperas y desconocidas se cerraron sobre su cuerpo. Ni siquiera tuvo la oportunidad de defenderse. De un solo jalón, fue arrancada del costado de Sir Hengrik en un abrir y cerrar de ojos. Se encontró de cara con el abrazo extrañamente cálido de la tierra quemada, y se obligó a mantener los ojos abiertos para ver cómo los propios hombres del Capitán lo rodeaban, sujetándole los brazos mientras intentaba abrirse camino de regreso a ella.
De repente, una cuerda le rodeó las muñecas y las ató apresuradamente sobre su la espalda; el material áspero se hundió en su carne y la quemó. Vael gritó cuando la piel se le pellizcó bajo las ataduras y sus músculos debilitados fueron tirados en ángulos agonizantes.
—¡¿Qué están haciendo, joder?! —bramó el líder de la Guardia, entre tanto sir Dailson, sir Joen e incluso sir Osbert, luchaban por arrastrarlo lejos de Vaelerya—. ¡Suéltala, Barnard!
—Yo vi cómo terminó con cada vida de esos hombres como meras moscas en su camino, ¡y estuvo a punto de hacer lo mismo conmigo! —discutió sir Dailson, prácticamente gritando a la cara del Capitán Agelyn.
—¡No es posible! ¡Mírenla! ¡¿Acaso les parece un endriago capaz de causar todo esto?!
—¡Entonces estás ciego!
—¡Y tú estás cruzando el límite, soldado! —rugió sir Hengrik, aún retenido entre sir Osbert y sir Joen, aunque estaba claro que les costaba mantener a su Capitán bajo su agarre.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Vael mientras tiró débilmente de las ataduras, tierra y ceniza manchándola por completo. Logró ponerse de rodillas con dificultad, y miró a los hombres que una vez juraron protegerla y ayudarla a reclamar su legítimo lugar en el trono de Mercibova. Pero ya no había rastros de respeto y entusiasmo por la justicia en sus rasgos. En cambio, lo que quedaba era un miedo y un odio desenfrenados hacia el monstruo que ahora creían que era. Ese mismo miedo sería su fin. Un hombre asustado era más peligroso que uno ignorante.
Y ella estaba rodeada de ellos.
¿Era esto para lo que siempre debió prepararse? ¿Lo que su padre y su madrastra sabían que sucedería? ¿Era su culpa no saber nada de sí misma, y su castigo, destruir todo a su paso?
Sin embargo, Vaelerya sabía que nunca le dieron la oportunidad de conocer su pasado. La culpa era de todos como de ella, pero al haber sido sus manos las armas que quemaron todo a su paso, a la única persona que señalarían sería a ella. Porque no era humana y acababa de demostrarlo con creces.
—Ella estuvo dentro del fuego por mucho tiempo. Ningún ser humano podría haber sobrevivido a eso —advirtió sir Barnard, quien no dudó escupir en su dirección. La baba húmeda y pegajosa de su saliva aterrizó en su mejilla y goteó a lo largo de su mandíbula.
Vael sollozó, asqueada y estupefacta, mientras su cerebro luchaba por procesar la situación. El dolor era como una cuchillada ardiente que se retorcía en su pecho, mientras la desolación se extendía como una sombra fría, sofocante, que consumía su esperanza. La traición era un veneno amargo que se filtraba lentamente, dejando un regusto metálico en su boca y un vacío helado en su estómago. Su cuerpo temblaba, cada sollozo resonaba con la intensidad de un corazón roto, incapaz de encontrar consuelo en medio del torbellino de emociones que comenzaba a agobiarla.
—Es cierto, Capitán —murmuró entonces el cuñado del príncipe Tabard—. Bajo las armaduras broncíneas no había más que huesos calcinados. Yo estuve al lado de sir Dailson cuando la vimos transformarse. Sus ojos... eran el reflejo de dos abismos de oscuridad y muerte que no debería pisar esta tierra.
Si la princesa alguna vez tuvo un ápice de esperanza, este desapareció con la expresión de desagrado y disculpa que adoptó el rostro joven de Clyen.
—Deberíamos haber sabido que algo andaba mal con ella desde un principio —espetó sir Osbert con enojo, manteniendo un agarre firme sobre Agelyn—. ¡Hasta su propia familia la había abandonado!
—¡Arriesgamos nuestras vidas cuando ella solo nos ha llevado a la muerte! —gritó sir Joen, el rostro rojo de la frustración.
—Deberíamos dejar que esa hechicera llegue a ella —sugirió Clyen, apartando la mirada de la princesa, sus labios torcidos en una mueca de desagrado.
La princesa se estremeció cuando todos afirmaron en respuesta, sus ojos temerosos escudriñaron su entorno en busca de cualquier rastro de vacilación, de humanidad que no encontraría. No otra vez. No después de ceder a lo que no había podido controlar.
—¡SUFICIENTE! —bramó Agelyn logrando quitarse de encima a los hombres que le sujetaban los brazos—. ¡No la tocarán más! —ordenó sir Hengrik, con la furia de su voz tan concentrada como el violento crepitar de las llamas detrás de todos ellos—. Soy el Capitán de esta Guardia y yo decidiré qué hacer con ella. Si realmente es lo que dicen, se la tratará como corresponde. ¿Entendido?
—Será mejor que nos deje a nosotros encargarnos de esto, Capitán.
La seductora voz femenina, fácilmente transportada por el implacable viento de la noche, llegó a oídos de todos y se giraron, encontrando a Blanche de Aninthaia emergiendo del camino del frente de la mansión destruida. Detrás de ella, había al menos dos docenas de mercenarios con armaduras de bronce, listos para atacar a la mínima provocación. Al lado de la hermosa mujer, había un hombre vestido de cuero negro y capa roja como la sangre, cuyos rasgos eran demasiado familiares para Vaelerya, pero aún no podía identificar de dónde.
La princesa, todavía de rodillas manos atadas, sintió que el aire no era suficiente para sus pulmones, su cabeza palpitaba de dolor y la presión en sus sienes demandó ser sentida con cada latido de su corazón. Giró su rostro de regreso al Capitán Agelyn, pero este nunca más volvió a corresponder su mirada.
Había esperado, quizás ingenua y con desesperación, que sir Hengrik pudiera ver más allá de esa parte de su linaje que no escogió por voluntad propia, que no cambiara la suave calidez que reflejaban sus ojos al mirarla. Pensó con repentina ilusión que los momentos compartidos pesarían más que esta pesadilla.
Pero el caballero hizo un gesto de afirmación, tan tenso y rígido que pareció costarle horrores hacerlo. Sin embargo, el daño estaba hecho. La primera fisura se abrió camino a través de su pecho y se clavó en su corazón, más dolorosa y sangrante que la herida en su piel.
Sir Barnard no perdió otro segundo y la obligó ponerse de pie, jalando de la soga que mantenía las muñecas de Vael cruzada en la parte posterior de su cuerpo débil. La pelirroja se mordió el labio para evitar gimotear de dolor, pero no agachó la cabeza. Caminó obligada, prácticamente de espaldas, sin apartar su mirada de los demás guardias y Clyen, mas su vista se clavaba con mayor insistencia en el rostro del sir Hengrik, pero este último no pudo mantener su mirada, pues cuando menos lo esperaba, el castaño dorado se giró para darle la espalda.
—¡Por lo menos tenga la convicción de mirarme a los ojos, Capitán Agelyn! —dijo la princesa Delorme con firmeza, a pesar de sentirse desvanecer cuando llegó al lado de Blanche y el hombre de rasgos conocidos.
No obstante, el Capitán jamás se dio la vuelta, ni siquiera cuando sir Barnard Evaes la empujó lejos de sí con asco y trastabilló hacia el suelo para luego caer en su retaguardia. Tampoco lo hizo cuando los mercenarios la rodearon y la hechicera se agachó a su altura y mostró que sostenía un collar que nunca antes había visto.
—Elarae nol aetherium, vairëan caelith ormen*.
Indefensa, asustada y enojada, Vael no supo reaccionar cuando el metal iridiscente que desprendía destellos azules y plateados se cerró alrededor de su cuello. La sensación de frialdad y opresión que la consumieron fue devastadora y aún más cuando entre medio de los mercenarios, pudo ver cómo la Guardia de Plata y Clyen Malyrea no hicieron más que alejarse de ahí sin mirar atrás.
A veces, el mayor acto de traición es dar la espalda.
Frase: "Elarae nol thalassium, vairëan caelith ormen."
Traducción: "Con la fuerza del aetherium, calma el caos desatado."
NOTA DE AUTORA
Bueno, esto fue intensamente doloroso je
¿Qué les ha parecido el capítulo? Una terrible continuación directa del anterior que no hizo más que empeorar en picada. ¿Qué creen que sean los planes de la hechicera para con Vael? Fue un golpe bastante bajo el haberse quedado desinformados y desconectados del mundo exterior en la mansión :( Y quisiera recordarles que Blanche sabe del paradero de Vaelerya desde que estuvieron a orillas del río Gelial, so...
Por otra parte ¿dónde está Tabard y Elan? ¿Creen que sus presencias habrían continuado igual de leales o se habrían revelado en contra de Vael como lo hicieron los demás?
Como siempre, muchas gracias por acompañarme hasta aquí. No puedo creer que ya falta tan poco para terminar la primera parte de la saga :O
¡Feliz lectura!
m. p. aritizábal
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top