Capítulo Treinta y Dos
#ÚltimosCapítulos
SHASSIL
ALIMENTAR UNA VENGANZA
༻⠂⠂⠁꧁࿈꧂⠁⠂⠂༺
—Se encontraron rastros de sangre, pero ninguna señal de que la puerta haya sido abierta, majestad —le informó el Comandante Mortin cuando Shassil salió a su encuentro, justo afuera de los aposentos de Sylvenna.
—¿Está seguro? Mi hija dice que la puerta no había estado cerrada la noche que Mercinor fue atacada.
—Puede que la princesa haya creído verla abierta. Todo fue un caos y un shock para ella —dijo Karon, quien había ido a investigar el patio abandonado con sir Sibast. La Reina ya no confiaba lo suficiente en Synter como para haberlo enviado con el comandante y su hermano menor, mucho menos para compartir con él las confesiones o sospechas que su hija tenía sobre el príncipe.
—Alguien debió haber logrado abrirla. Probablemente pudo ingresar a la fortaleza sin ser detectado, para después darle paso libre a ese grupo de Leales que atacaron.
Los dos hombres intercambiaron miradas serias, pero al final terminaron negando con la cabeza, uno con más seguridad que el otro.
—La estrategia de confusión puede ser bastante factible —concedió el Comandante del Ejército.
—No, la puerta sigue sellada como lo ha estado por siglos —dijo Karon, negando con la cabeza de nuevo—. Su alteza pudo haber estado... confundida.
La mujer tensó la mandíbula y lanzó una mirada severa hacia su medio hermano, una clara advertencia de que tuviera cuidado con la forma en que se refería a su hija en esos días. Sylvenna no había mostrado mayor mejoría en casi dos semanas; prefería recluirse en su habitación en lugar de recorrer los pasillos del castillo como solía hacerlo, trepar árboles o quejarse de sus lecciones con Lya Albea. Le dolía admitir que la Sylvenna de espíritu gentil y ávido de aventuras comenzaba a desvanecerse bajo el peso del trauma.
—Respecto al asunto con Aninthaia —comenzó a decir el Comandante—, todavía no hay manera de saber si en verdad el príncipe Jendring estuvo involucrado, como su majestad sugirió hace unos días.
Shassil respiró hondo y asintió en silencio, recordando que había otro asunto pendiente que debía resolver. Después del episodio en el que su hija intentó volver a abrirse las suturas de la cabeza, había dicho muchas cosas. El príncipe invitado a los festivales había sido mencionado, pero la Reina sabía que no podía culpar abiertamente a un miembro de la realeza de otro reino. Las complicaciones internas eran demasiadas, y necesitaba manejar ese asunto con la máxima discreción.
Con un gesto, indicó a los hombres que la siguieran.
En tanto el trío se retiró de las puertas cerradas, los guardias apostillados en el corredor para la seguridad de la heredera tomaron sus lugares. Los anteriores guardias de la princesa habían resultado gravemente heridos en batalla. De hecho, según le habían informado, uno de ellos parecía haber perdido una mano, por lo que había sido relevado de su cargo.
Caminaron a lo largo del pasillo hasta llegar al fondo, donde una solitaria ventana ofrecía vistas al bosque hacia el norte. Con un vistazo al exterior, pudo ver las nubes grises que llenaban el firmamento, prometiendo otra tarde de lluvias de verano. Giraron a la derecha y descendieron al siguiente nivel para reunirse en la Cámara del Consejo. Al menos seis guardias adicionales la acompañaban, además de sir Sibast y los guardias personales de Karon.
—El príncipe Jendring fue visto por última vez la mañana siguiente que partió hacia su reino. En estos momentos ya debería haber zarpado de Diamubraas, cruzando el Zealade —informó su medio hermano.
—Algunos de mis hombres confirmaron su ayuda y la de sus guardias para defender la fortaleza de los atacantes —añadió el Comandante.
La Reina volvió a asentir en silencio, caminando rápidamente hacia la Cámara. Se mostraba firme y contenida, aunque en realidad no sabía qué decir al respecto. Se negaba a creer que su tesoro había perdido la cabeza esa noche, hasta el punto de no poder distinguir espejismos de la realidad. Sylvenna estaba lúcida, asustada y frustrada, pero entonces, ¿por qué diría esas cosas sobre la puerta negra y el príncipe de Aninthaia?
Las puertas de la estancia fueron abiertas por dos de sus guardias y los tres ingresaron de inmediato. Al interior del lugar, lord Kerlos ya ocupaba su puesto en la mesa larga, al igual que lord Zansius, lord Randar, el Alvos y el Lyro. Incluso Synter se encontraba ahí, ya que no era una reunión del Consejo Privado. Lya Albea había considerado mejor quedarse con la princesa, algo que le pareció bastante oportuno a Shassil.
—Buenas tardes, caballeros —saludó la Reina al tiempo que todos se pusieron de pie para darle la bienvenida a la regente. Cuando llegó a su puesto a la cabeza, tomó asiento y los demás presentes hicieron lo mismo—. ¿Hay algún nuevo asunto del que debamos discutir antes de pasar al tema principal de esta reunión?
El Alvos Granae se enderezó en su lugar y se aclaró la garganta, inclinándose hacia adelante para apoyar sus manos sobre la superficie lisa de madera. Parecía haber estado esperando justo esa apertura para hablar.
—La cuestión de la caza a los Leales y sus afiliados y conocidos está alzando graves protestas en la capital, majestad —informó el hombre—. Me temo que cada vez son más los que claman inocencia al respecto.
—¿Y? —interfirió Synter con su habitual altanería—. Están mintiendo.
—Los procesos van a continuar sin ningún cambio —cortó Shassil con acritud, para nada afectada por las noticias—. Por culpa de uno deben pagar todos y el mensaje queda claro. Si hay que exterminar por completo ese grupo rebelde, ya que su líder se niega a establecer diálogo, entonces se hace y ya.
—Mi Reina, toda esta situación pone en mayor peligro a la corona. El pueblo se puede volver en contra de nosotros en busca de su justicia —dijo el Lyro Zabten con tono conciliador.
—Si es que no lo han hecho ya —agregó el Alvos entre dientes.
—Tal vez sea mejor detener las persecuciones por unos cuantos...
—No —cortó la mujer, su mirada fija en el sacerdote supremo.
—Muchas personas inocentes morirán por proteger a sus seres queridos, majestad —señaló lord Randar, quien con su barba frondosa llena de canas aparentaba una edad mucho más avanzada de la que en realidad tenía.
Reconocía la verdad entretejida en sus palabras, una realidad de la que ella era consciente, pero el sentimiento de culpa fue inexistente. «Nada se interpondrá en mi camino para cuidar de mi familia, ni siquiera mi consciencia», pensó ella fervientemente. Había algo en la ira cegadora que hacía de lo imposible, posible.
—No son inocentes si obstruyen el deber de las autoridades —contestó el Comandante Mortin, una mueca de molestia y desagrado en su rostro curtido por el sol y las batallas.
—¿Entonces la solución es ejecutar a diestra y siniestra? —cuestionó el Alvos.
—La solución es proteger al reino y la corona a toda costa. Si mostramos debilidad luego de un ataque a Mercinor, los mercibonenses no solo pierden la fe en el sistema, sino que también dudan de nuestra capacidad para proteger y castigar a los que lo merecen —respondió la Reina, aunque no alzó la voz en ningún aspecto. No estaba dispuesta a discutir sobre una decisión que ya fue aprobada por este mismo Consejo, solo porque el juez real se empezaba a acobardar al respecto.
—¡Inocentes morirán! —insistió el Alvos.
Synter, Karon y sir Sibast parecieron a punto de levantarse de sus asientos para aprehender a Lyotard Granae, pero Shassil alzó una mano a tiempo para detenerlos, con sus ojos fijos en el hombre que llevaba días expresando sus preocupaciones sobre la caza de los Leales y cualquier persona sospechosa de estar aliada a la facción.
—Nadie es inocente y usted muy bien lo sabe, Granae. Puede que no hayan alzado armas físicamente contra nosotros, pero su culpa es la misma por no haber hecho nada al respecto cuando su gente decidió atacar el castillo. —Bajó su manos y entrelazó sus dedos sobre la mesa—. Le aconsejo dejar el tema, Alvos Granae. Recuerdo muy bien su aprobación al respecto hace seis días.
—Majestad —intervino lord Kerlos y todas las miradas cayeron sobre él de inmediato—. Es verdad que las ejecuciones y las torturas están sembrando miedo y odio entre los ciudadanos. Aconsejo preparación en caso de que se logre desencadenar una revuelta a gran escala.
—Estaremos listos, milord —contestó sir Sibast con solemnidad.
—Y en cuanto a aquellos que ya están bajo nuestra custodia —continuó Shassil, su voz un susurro helado—, quiero que se utilicen todos los métodos disponibles para obtener información. No importa lo que cueste. Ese tal Gwendal saldrá de su escondite tarde o temprano.
El Consejo estaba en completo silencio, atrapado entre el miedo a una madre cuya determinación por defender a su hija estaban conociendo poco a poco, y la creciente revuelta del pueblo. Shassil se levantó con gracia letal, su vestido negro ondeando a su alrededor como un manto de sombras. Se dirigió hacia la ventana, mirando hacia el horizonte donde el sol permanecía oculto bajo una capa de nubes cada vez más oscura. Sus pensamientos volaron hacia Sylvenna, cuya inocencia había sido amenazada. El simple recuerdo de la expresión horrorizada de su niña se había grabado en su cabeza a fuego lento, con el recordatorio cruel de su falla como madre.
—Mi pueblo puede maldecirme, puede odiarme —murmuró Shassil, más para sí misma que para los demás—. Pero mientras la heredera esté a salvo, no importa el precio que deba pagar.
El silencio en la sala era pesado, cargado de tensión y miedo. Shassil, sin embargo, solo sentía una determinación fría. Haría lo que fuera necesario para proteger a su hija, incluso si eso significaba convertirse en la tirana que todos temían. La guerra silenciosa que había desgarrado su tierra había llegado a su propia puerta una vez más, y ahora, como Reina estaba decidida a hacer que sus enemigos pagaran con sangre. No iba a correr ni a volver a estar indefensa cuando Leales o Radicales se volvieran contra ella y su familia nuevamente.
—Pero, Majestad —intervino el nuevo consejero de minas y desarrollo rural, tratando de sonar conciliador—, debemos considerar las consecuencias a largo plazo. La gente ya empieza a vernos como opresores. Si seguimos este camino...
Shassil clavó sus ojos en lord Zansius, su mirada era un reflejo de la tormenta que rugía en su interior.
—Las consecuencias a largo plazo ya están aquí —dijo con un siseo venenoso—. La traición de los Leales ha dejado cicatrices en nuestro reino que no se curarán con palabras amables ni con paciencia. Ellos hicieron su tumba.
El silencio en la sala volvió a ser absoluto, roto solo por el crepitar de las antorchas. Nadie se atrevía a desafiar la voluntad de la Reina en ese momento. Shassil, satisfecha con la sumisión de su Consejo, regresó a su asiento. Se sentó con una dignidad regia, pero en sus ojos ardía una llama de odio difícil de apaciguar. Proteger a su hija justificaba todos sus actos terribles, y nada la detendría en su camino hacia la retribución.
En ese momento, el consejero de territorio y moneda se puso en pie. La mujer se dio cuenta que en sus manos sostenía un pergamino amarillento. El sello ya había sido abierto, por lo que no demoró en desenrollarlo, y luego lo depositó en todo el centro de la mesa larga.
—Aquí está el edicto oficial, redactado por el Alvos, junto con la firma del Rey y de los miembros del Consejo anterior, que especifica que la princesa Sylvenna Delorme es la heredera al trono de Mercibova. Sin embargo, está el tecnicismo de que este es un nuevo Consejo y que el rey Cobhan se encuentra incapacitado.
—La coronación de la Nueva Legítima no va a ser pública por temas de seguridad —aclaró Shassil—, no obstante, las familias más importantes del reino, junto con las demás más influyentes deberán asistir para jurarle lealtad; también se formará una nueva Guardia de Plata, donde sir Sibast Mortin será el nuevo Capitán, mientras que Rampston será nombrado caballero y el nuevo Comandante del Ejército. Ese mismo día se hará la ceremonia de la sangre bajo la silla de plata.
—¿Cuándo se realizará, majestad? —preguntó lord Randar.
—En dos días —respondió lord Kerlos, volviendo a tomar asiento—. Así que todos dejarán su firma en el nuevo edicto del nuevo Consejo. La Reina regente dará la última aprobación y legalmente, la princesa Sylvenna es la heredera indiscutible de Mercibova.
—Quien intente negarlo, será aprehendido y castigado, al igual que cualquiera que intente interponerse —advirtió Synter.
El pergamino pasó de mano en mano entre los miembros reunidos, cada uno dejando su firma al pie de los largos párrafos que justificaban la anulación de la princesa Vaelerya como heredera. Shassil sabía bien que el nuevo documento contenía los crímenes de su hijastra, destacando su inhabilidad como gobernante y su traición al reino y a su sangre. Cuando el pergamino llegó a sus manos, ni siquiera se molestó en leerlo por completo; solo se aseguró de que el nombre de su hija como la Reina legítima estuviera claramente especificado.
Con dedos ágiles, agarró la pluma con su mano derecha, mojó la punta en el tintero y firmó. Luego dejó caer la cera azul medianoche en la esquina del pergamino y sacó la cadena que llevaba al cuello, de la cual colgaba el anillo del Rey. Como le quedaba demasiado grande y se deslizaba fácilmente de sus dedos, lo llevaba como collar. Presionó el anillo sobre la parafina, dibujando con claridad el águila a punto de remontar el vuelo.
Sylvenna sería Reina de Mercibova en dos días.
La reunión concluyó una hora después, cuando se ultimaron los detalles de la coronación y la ceremonia. Se aseguró de que sus órdenes de los últimos días se siguieran cumpliendo y, cuando se sintió satisfecha con lo discutido, despidió a todos, excepto al señor protector de occidente. Sir Sibast fue el último en partir, cerrando la puerta tras de sí para otorgarles privacidad, no sin antes recordarle a la Reina que tres sospechosos aliados de los Leales habían sido traídos a Mercinor la noche anterior y aguardaban en los calabozos por su turno para confesar el paradero del líder que dio la orden, o para morir por una causa que de todas maneras se negaba a dejar vivir.
—¿Ha obtenido nuevas noticias de su ciudad, milord? —le preguntó, poniéndose de pie para acercarse a la mesa redonda en la esquina más cercana. Se sirvió una generosa copa de vino y le ofreció al hombre, mas este la rechazó con un gesto amable.
—Los guardias de la ciudad me informaron de un terrible incendio en las zonas altas de Diamubraas, aunque no hubo ningún sobreviviente —contestó lord Randar con seriedad—. La mansión de un comerciante, creo. No conocí personalmente al hombre ni a su esposa, y tengo entendido que no tenían hijos ni otros familiares. Si tenían una gran fortuna, se quemó con el resto de sus pertenencias.
Shassil asintió en silencio y tomó un sorbo de vino, quedando pensativa durante unos segundos mientras sopesaba cuánto revelar al lord. Al final, decidió no hacerlo, prefiriendo extraer toda la información posible del consejero de relaciones exteriores sobre lo sucedido en la ciudad.
—Estoy segura de que usted y su familia podrán aprovechar el espacio que esa familia ha dejado. Sus barcos siguen atracados en las costas del Zealade, llenos de telas y especias provenientes de T'Shanti, la capital del reino de Thorp.
Lord Randar asintió con una sonrisa calculadora, viendo las posibilidades que se abrían ante él. Mientras, Shassil ocultaba su satisfacción tras una máscara de serenidad. Nadie, ni siquiera su padre o sus hermanos, tenía conocimiento del trato secreto que había hecho con la hechicera Blanche. La Reina había cumplido su parte del acuerdo, dejando todo en manos de Blanche para encontrar a la princesa exiliada y hacer lo que tuviera planeado con ella, asunto que no le incumbía en lo más mínimo.
Con la noticia del incendio y la ausencia de sobrevivientes, Shassil sabía que Blanche había reclamado el pago prometido. La hechicera de Aninthaia había despertado la magia élfica en la ex heredera, y ahora Vaelerya de seguro estaba lejos de Mercibova.
—Será interesante ver cómo se desarrollan las cosas en Diamubraas —dijo Shassil, rompiendo el silencio—. Confío en que su familia prosperará con esta nueva oportunidad, lord Randar.
El consejero asintió una vez más, agradeciendo las palabras de la Reina antes de retirarse de la sala. Shassil lo observó marcharse, sus pensamientos aún en la joven princesa que ahora sería coronada y el incierto destino que le aguardaba.
Cuando la puerta se cerró tras lord Randar Griem, Shassil se permitió un momento de reflexión. Tomó otro sorbo de vino, su mirada perdida en la distancia, mientras la sombra de sus decisiones pesaba sobre ella. Sabía que el camino que había elegido era peligroso y lleno de incertidumbres, pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para proteger su reino y consolidar el poder de su sangre en la silla de plata.
Y así, con la tranquilidad superficial de la cámara vacía y el crepitar del fuego en las antorchas, Shassil se preparó para los desafíos que aún estaban por venir.
NOTA DE AUTORA
Shassil sigue queriendo guerra y parece que está dispuesta a tocar fondo cueste lo que cueste :O
Espero que les haya gustado el capítulo. Mil gracias por su apoyo tan maravilloso que me ha motivado todos estos meses a seguir y no rendirme. Se le aprecia montones ^^
¡Feliz lectura!
m. p. aristizábal
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top