Capítulo Treinta y Cuatro

(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: )

#PenúltimoCapítulo


SHASSIL

EL ROSTRO DE LA CRUELDAD

༻⠂⠂⠁꧁࿈꧂⠁⠂⠂༺




                    La primera y última vez que Shassil había puesto un pie en Diamubraas fue poco después de casarse con Cobhan, cuando llevaba apenas una semana siendo Reina de Mercibova. La ciudad no le resultaba particularmente atractiva. Era más desorganizada que la capital, con sus calles abarrotadas y bulliciosas, donde los gritos de los mercaderes se entremezclaban con los rumores en múltiples lenguas. Las fachadas de los edificios eran una mezcla ecléctica de estilos arquitectónicos, reflejando las diversas culturas que convergían allí.

          —Ha sido una ganancia bastante grande para mí y mi familia, majestad —comentó lord Randar, observando su nueva adquisición desde tierra firme, sus ojos saltando de un lado a otro mientras que estibadores sudorosos descargaban las telas y especias exóticas del barco mercante de los Coffyn, mientras los capitanes de los barcos discutían con los agentes de aduanas.

          —Espero que sepa manejarla y controlarla mejor de lo que lo hizo ese señor anterior —contestó Shassil, su voz neutra y desinteresada.

          —Claro que sí, mi Reina —dijo el hombre con rapidez. Si se sintió ofendido por sus palabras, no lo demostró—. Combinaremos las potencias comerciantes con los contactos que tenían los Coffyn. Es obvio que más de una vez tuvieron la oportunidad de hacer negocios con otra gente, y no necesariamente siguiendo las reglas de aduanas.

          Dicho eso, paró a uno de sus hombres y agarró un rollo pesado de una tela azul de destellos blanquecinos que resaltaban bajo la luz del mediodía. Era áspera al tacto y parecía que podía desgastarse con facilidad.

          —Esta tela no es de Thorp —dijo el consejero—. Proviene de Alysion. Baja calidad pero impresionante a simple vista. Aseguraba el flujo de compra constante.

          —Hmm, sabía hacer sus negocios.

          —Engañar a las personas, majestad —señaló el hombre negando con la cabeza y devolviendo el rollo al trabajador para que siguiera con su labor.

          —Eso no quita lo uno ni lo otro, lord Randar —contestó Shassil echando un vistazo a su alrededor.

          Los puertos, el corazón palpitante de Diamubraas, eran un hervidero de actividad constante. Barcos de todos tamaños y formas, provenientes de reinos lejanos y exóticos, se alineaban en los muelles, descargando sus mercancías y tripulaciones. Las velas de colores vivos y los mascarones de proa tallados con esmero daban un toque de extravagancia a la escena, mientras que el olor a sal y pescado fresco impregnaba el aire.

          La presencia de la guardia de la ciudad, bajo el liderazgo del lord protector de occidente, era notablemente densa en los puertos. Soldados patrullaban con paso firme, sus armaduras reflejando la luz del sol, vigilando atentamente cada rincón para prevenir cualquier altercado o acto de contrabando.

          El caos organizado de Diamubraas contrastaba fuertemente con la serena y majestuosa capital de Mercibova, donde Shassil se sentía más en control. A pesar de la vitalidad y el dinamismo del puerto, la Reina no podía evitar sentirse incómoda. La mezcla de culturas y la constante afluencia de extranjeros hacían que Diamubraas pareciera un lugar menos seguro y más propenso a la traición. Cada rostro desconocido le recordaba que, aunque ostentaba el título de Reina, siempre había elementos fuera de su control.

          Hoy, la Reina se sentía particularmente desconfiada de las personas a su alrededor. Mantuvo una actitud discreta, eligiendo un perfil bajo durante su viaje a la ciudad costera. La acompañaba un pequeño grupo de guardias, así como lord Randar y Synter, cada uno con su propio contingente reducido de protección. Su hermano mayor no estaba presente en el puerto, ya que habían acordado reunirse en las ruinas de la mansión.

          —Yo me iré retirando, milord. No espero pasar mucho tiempo aquí y usted tampoco debería. Mañana es la coronación de la princesa Sylvenna.

          —Claro que no, majestad. Me aseguraré de pasar todos los bienes a mi flota y nos encontraremos en las afueras de la ciudad.

          Shassil asintió y se despidió del diamubreno con un gesto formal. Se volvió y caminó hacia los guardias que la esperaban al pie de la calle, con los caballos listos para partir. Recibió ayuda para montar su yegua y, una vez con las riendas firmemente en sus manos enguantadas, emprendieron el camino por las calles de la ciudad.

          No se interesó en lo más mínimo en observar el paisaje de las calles coloridas de Diamubraas, absorta en las preocupaciones y deberes que rondaban su cabeza. Aun así, notó por el rabillo del ojo que la pobreza no era extrema como en otras ciudades o pueblos; sabía que era una ciudad costera próspera, un lugar donde las personas tenían más facilidad para encontrar trabajo. A medida que se alejaban del puerto, los caminos se volvían más tranquilos y las casas dejaban de estar abarrotadas unas sobre otras. El aire parecía circular con mayor libertad, lo cual agradecía, dado que el olor a mariscos comenzaba a revolverle el estómago.

          No tardaron en llegar a las zonas altas de Diamubraas, conocidas por ser preferidas por las familias más pudientes de este lado de Mercibova. Las casas eran grandes, con terrenos espaciosos y jardines envidiables.

          A menudo, apenas se podían ver los tejados de las propiedades debido a la distancia desde el camino. Las colinas, aunque no eran muy pronunciadas, marcaban una clara diferencia con las zonas cercanas a la costa. Aún se veían rastros de arena blanca o gris, un recordatorio de la proximidad al mar. Los caminos eran tranquilos y bordeados de árboles frondosos, proporcionando sombra y un aire fresco que contrastaba con el bullicio y los olores del puerto.

          —La colina del fondo, majestad —anunció Funteyn, uno de sus guardias alzando el brazo para señalar hacia su diagonal izquierda.

          Shassil alzó su vista y notó las ruinas de inmediato. Aquella debió ser una mansión formidable para que desde esa distancia se pudieran notar los pocos muros que quedaron de pie.

          Aumentaron la velocidad de la marcha y, en pocos minutos, cruzaron las puertas dañadas de la propiedad. Mientras avanzaban por el camino, la Reina observó su entorno. Debía admitir que el lugar había sido bien escogido para mantener un perfil bajo. Con los vecinos a varias leguas de distancia y en una zona poco habitada, cualquier evento podría ocurrir sin que nadie lo notara. Cualquiera podía llegar sin ser detectado por el resto de los diamubrenos.

          Vio los caballos de Synter y de los otros guardias atados a lo que supuso eran los establos. Esa construcción estaba en mejor estado que la casona principal, que parecía haber sido destruida por algo más que fuego. La zona quemada estaba negra, con cenizas esparcidas por todas partes, aunque el área parecía extrañamente luminosa incluso ese día. Un círculo de suelo quemado rodeaba lo que alguna vez fue la mansión.

          Shassil observó que la propiedad había sido construida parcialmente en piedra, lo que le hizo preguntarse cuán peligroso habría sido aquello que se desató en ese lugar para poder derretir la piedra de esa manera. Había decidido no volver a establecer contacto con la hechicera. El trato estaba hecho, y se había llevado a cabo antes de que Vaelerya pudiera resguardarse con los Malyrea en Porteblanc. Lo que sea que haya sucedido aquí era cosa del pasado, y no le concernía si había sido su hijastra o Blanche la autora del caos.

          —Hagan un recorrido de los alrededores —dijo la fémina con firmeza—. No quiero a ningún curioso cerca, y en caso de que encuentren algún sobreviviente vagando cerca, mátenlo.

          Funteyn dio órdenes a sus hombres, y Shassil detuvo su caballo para desmontar. Le entregó las riendas a uno de sus guardias y se dirigió hacia las ruinas de la mansión. La estructura estaba en su mayoría desnuda, con un techo casi inexistente y el segundo piso derrumbado. Al subir los escalones de la parte trasera, la madera se quejó bajo su bota, pero fueron unas voces masculinas las que la detuvieron antes de atravesar unas puertas que alguna vez parecieron haber sido de vidrio.

          —Ha funcionado mejor de lo que esperaba, milord.

          La Reina frunció el ceño al reconocer la voz de Bourn Casán. No sabía que el veterano estaba en Diamubraas, mucho menos que se reuniría con su hermano Synter. Consideró entrar de inmediato, empero algo en su interior le insistió que esperara tan solo un momento más. Procuró no pasar su peso de un pie a otro en caso de que el suelo volviera a rechinar. Miró hacia atrás, mas solo encontró algunos caballos olisqueando la tierra. Sus guardias se habían retirado para cumplir con sus órdenes y, por lo visto, varios optaron por ir a pie.

          —Tenía que funcionar. Se protegían los intereses de la corona y se forjaba la alianza como fue prometido —contestó Synter, haciendo que Shassil se volviera a concentrar en la conversación.

          —¿Lo sabe la Reina?

          —Su majestad me confirió a mí liderar la reunión con los Radicales en el Obelisco de Aquus, y cumplí con los tratos establecidos. Aunque lamento la muerte de sus hombres... Jahan y Devlin, ¿verdad?

          Al escuchar esos nombres, Shassil se quedó de piedra, tratando de comprender qué estaba sucediendo. Su corazón comenzó a latir con fuerza, incredulidad y desespero llenando sus venas. Fue un esfuerzo monumental no producir ningún sonido. Apoyó sus manos sobre la pared negra que todavía permanecía en pie y ocultaba su figura de los dos hombres que hablaban al interior de la casona destruida.

          —Sabían los riesgos desde que aceptaron infiltrarse entre los Leales —contestó el señor Casán. Su tono de voz era despreocupado.

          —La marca lo hizo creíble. La Reina sigue convencida que todos los que atacaron el castillo eran Leales que apoyan a la princesa Vaelerya.

          Las risas bajas y burlonas fueron dagas heladas que se incrustaron en la espalda de Shassil.

          —Y ahora sus decretos hacen el trabajo sucio por nosotros. Ya será cuestión de semanas antes de que la facción de los Leales sea solo un recuerdo. Estoy seguro que su líder, Gwendal, no tardará en salir de su escondite al ver a su gente masacrada injustamente, pero como ha dicho su majestad, la justicia es su palabra. Se la ve bastante dispuesta a asesinar al pueblo llano gracias a lo que usted planeó.

          —Los sacrificios son necesarios para mantener el control. La Reina lo sabe, pero sigue siendo una mujer y sus emociones la controlan. Tenía que sacar provecho de eso.

          —Es usted un hombre bastante astuto, lord Synter —alabó el señor Casán—. Estoy seguro que el reino quedará en buenas manos.

          Su respiración se atascó en la garganta y su corazón trastabilló en el pecho. Abrió la boca como si fuera a inhalar una gran bocanada de aire, pero Shassil no pudo hacerlo; su mandíbula inferior temblaba de forma descontrolada. Parecía querer gesticular algo, intentando encontrar sentido a lo que acababa de escuchar, pero de sus labios no salió ni un solo sonido.

          La traición la golpeó como un rayo en un cielo despejado, transformando la claridad en oscuridad en un instante. Su mente se inundó de preguntas y recuerdos. Cada interacción pasada, cada palabra y gesto se reexaminaron bajo una nueva luz traicionera. La confusión se mezcló con una creciente sensación de ira y desolación. Comenzó a sentir el cuerpo entumecido mientras intentaba procesar la información, lo que su hermano, su sangre, había hecho para asegurar una alianza que ella misma dejó en sus manos.

          Se sumió tanto en su cabeza que no escuchó cómo alguien salía de la mansión. Para el momento en el que alzó la mirada de la pared, era demasiado tarde.

          —Majestad... —murmuró Bour Casán, sus ojos abiertos de par en par y su rostro teñido de rojo, ya fuera la vergüenza o el enojo.

          Detrás del veterano apareció Synter.

          —Maldición, Shassil —gruñó el hombre apenas sus miradas conectaron. Se pasó una mano por el rostro con exasperación—. No tenías que escuchar nada de esto, joder.

►          La Reina permaneció inmóvil, una ola de náuseas la invadió, como si su estómago rechazara la amarga verdad. Sentía las piernas débiles, incapaces de sostener el peso de la revelación. Sus manos enguantadas se aferraron a la pared, apenas reaccionando con un jadeo cuando el gemelo del difunto Lace desenvainó su daga. En un solo movimiento, la hundió en el cuello del señor Casán, sin dudar ni un instante, sin que un ápice de remordimiento se reflejara en sus oscuros ojos.

          El veterano emitió un gorjeo ahogado y, en un instante, se desplomó en los escalones. La madera chamuscada cedió bajo su peso inerte. Shassil se aferró a la pared con fuerza, apenas logrando mantener el equilibrio.

          —Mira lo que tengo que hacer para protegerte —se quejó el Synter, agachándose para limpiar su daga en la ropa del hombre que se supone había sido su aliado.

          Ante esas palabras, Shassil de alguna manera logró salir de su estado de estupefacción y encontró la fuerza suficiente para encarar a su hermano.

          —¡¿Protegerme?! ¡¿Y es que acaso también estabas intentando proteger a mi hija cuando enviaste ese grupo de Leales falsos a atacar el castillo?!

          —No todos eran Radicales —apuntó el heredero de lord Kerlos, haciendo un mohín.

          Descargando su dolor y frustración, Shassil se lanzó hacia adelante y empujó a Synter con todas sus fuerzas, provocando que el hombre trastabillara hacia atrás. Su acción hizo que ingresaran a la sala. En medio de su discusión, la mujer no reparó en los cadáveres calcinados que llenaban la estancia.

          —¡Casi violan a Sylvenna! —chilló con todas fuerzas.

          —¡Bien! —contestó Synter con un bramido—. Si eso es lo que hace falta para que tu hija finalmente deje de creer en la bondad de Valerya, si finalmente funciona para que esté del lado de su familia, ¡entonces deberían haberlo hecho!

          La Reina se quedó pasmada una vez más, mirándolo como si no lo conociera en absoluto. Los ojos le ardieron de repente al intentar contener las lágrimas. La garganta se le cerró, las palabras se quedaron atrapadas en un nudo de amargura y tristeza. Un frío glacial se apoderó de su columna vertebral de nuevo, una sensación que penetró hasta sus huesos, helando su alma.

          Aquel rostro le recordaba tanto al hermano por el que había llorado y amado tanto, pero aquel rostro la había traicionado.

          Actuó sin pensar. Desenfundó su propia daga, que era mucho más pequeña y práctica que la de Synter, parecida a una corta cartas. Sin dudarlo ni una inhalación, se abalanzó sobre él para atacarlo, pero el Defensor del Cruce alcanzó a reaccionar y Shassil tan solo logró cortar su mejilla izquierda.

          La sangre acudió a la herida de inmediato y Synter tocó su rostro para luego observar sus dedos manchados de carmesí, incrédulo. La Reina no retrocedió. Con su respiración fuerte y su cuerpo tenso, no dejó de empuñar el arma blanca con fuerza desmedida, pero eso no le ayudó cuando su hermano la golpeó con esa misma mano ensangrentada.

          El torrente de dolor se expandió por todo su rostro y perdió el equilibrio, cayendo al suelo y la daga escapó de su mano. El sabor metálico de la sangre llenó su boca casi al instante, mezclándose con la saliva y creando una sensación nauseabunda. El corte en la parte interna de su mejilla ardía con intensidad. La sangre caliente goteaba por la comisura de sus labios, un recordatorio tangible de la violencia del golpe.

          La sensación de haber vivido algo similar la invadió con una impotencia abrumadora y un profundo desespero. Se arrastró por la oscura madera del suelo, intentando alcanzar su daga. El dolor era intenso, como aquella noche en que Jahan le propinó un golpe devastador, pero no era tan desgarrador como la verdad sobre lo que Synter había hecho.

          El hombre se movió con agilidad y pateó el arma fuera de su alcance. Shassil soltó un jadeo, sintiendo cómo su cuerpo temblaba, mientras su hermano se agachaba y la ayudaba a levantarse con un movimiento brusco.

          —¡Aléjate de mí, carajo! —escupió la Reina, salpicando el rostro del heredero de Arferazv con sangre y saliva—. ¡Jamás te perdonaré esto! Lo que hicieron, ¡lo que pudieron haber hecho a mi hija!

          Se apartó de un manotazo, golpeando la mejilla cortada de Synter, lo que le valió un gruñido de dolor. Intentó alejarse rápidamente en busca de la salida, pero no avanzó mucho antes de sentir un tirón brusco que la hizo perder el equilibrio, cayendo de espaldas al suelo. El aire fue arrancado de sus pulmones, impidiéndole defenderse cuando recibió otro abofeteo.

          —¡Estoy haciendo esto por ti! ¡Por la familia, maldita sea! —rugió Synter encima de ella, teniéndola contra el piso por los hombros, haciendo presión hacia abajo hasta que la Reina lanzó un grito de dolor.

          —¡No, no, no! —chilló y se sacudió con desespero.

          Comenzó a gritar el nombre de sus guardias, pero pronto se dio cuenta de que su llamado sería en vano. Ella había ordenado que mantuvieran la vigilancia en las afueras, lejos de las ruinas, y aquellos que eran leales a su hermano ignorarían sus súplicas.

          Irritado más allá de la razón por el escándalo de Shassil, Synter alzó el dorso de su mano y la estampó contra su mejilla con fuerza, el sonido del impacto resonando en el aire tenso y cargado de miedo.

          La mujer gimoteó, su cabeza girando hacia un lado por el golpe, y su respiración se volvió forzada y entrecortada, como si cada inhalación le costara un esfuerzo monumental. Dejó de luchar por un momento, abrumada y arruinada, su espíritu desgastado por el dolor y la desesperanza.

          —Siempre... siempre debe... haber un Delorme en la silla de plata —dijo, su voz apenas más fuerte que un murmullo roto. Las lágrimas finalmente rozaron sus sienes una tras otra.

          Synter se inclinó más cerca a ella hasta que la madre de la Nueva Legítima pudo sentir su aliento sobre su mejilla hinchada.

          —Nadie va a seguir ni a arrodillarse voluntariamente ante una niñita de dieciséis años, Shassil. Métete eso en la cabeza.

          Con esas crudas palabras dichas con dureza en su rostro, Synter asestó el golpe final.




NOTA DE AUTORA

¿Acaso no lo viste venir?.jpg

La manera en que estos últimos capítulos todo se ha pusido un desastre me encanta muajajajaja Ya solo falta uno para coronar esta locura :)

¿Qué creen? ¿Que Shassil recibió lo que merecía o fue peor?

No olviden dejar sus maravillosos votos y nos leemos en el último capítulo.

¡Feliz lectura!

m. p. aristizábal

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top