Capítulo Trece


SYLVENNA

CORAZÓN INCENDIADO

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                    Sylvenna abrió con premura la puerta pesada que conducía a un patio interno de Mercinor, un lugar casi olvidado. Como era de esperarse, se encontró con un escenario desolado y silencioso. El suelo de mármol, una vez majestuoso, mostraba ahora signos de deterioro, marcado por el paso del tiempo. Las formas abstractas y divinas de los dioses, representadas en colores que alguna vez estuvieron vibrantes, se extendían por el suelo y se entremezclaban entre sí, haciendo difícil discernir dónde empezaba uno y terminaba otro, con Lyravaia en todo el centro. El aire, denso y cargado de historia, susurraba antiguos secretos y leyendas olvidadas, envolviendo el patio en un aura misteriosa y melancólica.

          —Solo hay que correr esas viejas tablas y cortinajes de los ventanales y verá que todo se iluminará —avisó la princesa al tiempo que comenzó a caminar hacia el más cercano.

          —¿Siempre supo que este patio estaría vacío? —preguntó Jendring mientras miraba con cierta sorpresa y curiosidad a su alrededor. Se notaba a leguas que el espacio no era usado en años, quizás décadas.

          —Me gusta explorar el castillo —contestó Sylvie con voz forzada. Estaba intentando correr una de las pesadas tablas que tapaban la entrada de la luz natural del sol. Tenían suerte que hoy fuese otro día despejado—. Además, Mercinor es una de las más antiguas fortalezas del continente, tiene demasiados lugares que son poco explorados.

          En cuanto terminó de decir eso, por fin pudo tumbar la tabla al suelo, produciendo un estruendo que hizo eco. El polvo se levantó en una densa ola amarillenta al mismo tiempo que la luz solar se filtró cual rayo al interior del patio. Siempre a media tarde, el sol parecía estar en la perfecta posición para iluminar la zona abandonada. Satisfecha y, sin importarle de haberse ensuciado las manos y el vestido, se giró con una expresión de satisfacción al príncipe aninthaio.

          —Le dije que encontraría el lugar perfecto para mis primeras lecciones —le recordó con una sonrisa brillante—. Muy pocas veces los guardias recorren los pasillos de afuera y, con todas las actividades que hay en Lyriton y los jardines de Mercinor, nadie va a asomarse a estas zonas, ni hoy ni mañana ni... en general —añadió encogiéndose de hombros.

          —Es un buen lugar —concordó Jendring asintiendo y le dedicó una pequeña sonrisa a la joven princesa—. ¿Entonces nadie se daría cuenta si algo o alguien intentara ingresar al castillo por esa puerta de allá?

          Sylvenna se giró de inmediato cuando lo vio apuntar con la mano derecha al otro lado del patio interno. Era un muro, y parecía incluso mucho más vieja que todo lo demás, que eran columnas y ventanales empolvados, sin embargo, la piedra que seguro alguna vez fue blanca, todavía tenía aquellos visajes pequeños blanquecinos por ahí. Siempre le llamó la atención el diseño intrincado de roscones que parecían tener su origen en la puerta de madera oscura y hierro negro, pues ninguna otra parte del castillo tenía tal diseño tan curioso.

          Ladeó la cabeza hacia su lado derecho y encogió los hombros una vez más. Se le hizo algo extraña la pregunta de Jendring, pero decidió no pensar tanto en ello, ya que estaba emocionada e impaciente por iniciar su primera lección. Además, el aninthaio ya también le había prometido responder a todas sus dudas sobre los hechiceros, por lo que podría preguntar más sobre Blanche, lo que pasó en la Noche Plateada, e incluso tal vez la razón por la que la morena lo acompañaba en sus viajes.

          —Los muros externos de Mercinor son impenetrables —respondió con tranquilidad—. Esa puerta no sería de preocupación, no solo por los muros o torres de vigilancia, sino porque casi nadie la conoce y fue sellada hace muchos años atrás.

          El príncipe asintió mientras caminaba para acercarse a Sylvenna. En su mano izquierda sostenía dos espadas cortas de madera, y estaba vestido con una túnica simple de lino, ligera y color hueso, mientras que sus pantalones parecían ser de algodón. Sylvie no pudo hacerse con un par de pantalones para ella, por lo que tuvo que optar por el vestido más viejo y sencillo que Axelle encontró. Sabía que si era muy específica con lo que necesitaba, su madre no demoraría en saberlo y pondría el grito en el cielo.

          —Se nota que nadie sabe que usted se escabulle por estos lares del castillo, princesa —comentó Jendring, luciendo entretenido—. Ni siquiera sus guardias personales.

          —Jossech y Riev son muy lentos —murmuró con cierta timidez. Cuando él lo decía de esa manera, en verdad le hacía parecer como si fuera una niña rebelde, consentida y que se pasa los días aburrida, lo que la lleva a hacer esas pequeñas escapadas. Tal vez eso fuera verdad, pero no le gustó que sonara menos interesante de lo que a ella le había parecido antes.

          —O usted es muy astuta —agregó el príncipe, a lo que Sylvenna se sorprendió, solo que esta vez fue de manera muy diferente.

          —¿Eso cree? —preguntó mirándolo con atención, sus ojos fijos en los verdosos de él.

          —Claro que sí. —Asintió y dio un paso atrás. Dirigió su mirada de regreso a la puerta sellada del otro lado—. Aunque poco observadora, a no ser que su educación en la historia haya sido limitada con respecto a esa puerta, de lo que está hecha y quienes la construyeron.

          Que él pareciera saber tanto sobre la historia de Mercibova le pareció curioso, y se quedó pensando por un momento si lo que sabía Jendring, un extranjero de un reino al otro lado del mar, en verdad podía saber tanto o más que ella. Aún así, Sylvie arrugó la nariz, preguntándose cómo es que alguien la podía halagar y luego decirle que tenía poca educación con respecto a una simple puerta, que de seguro sumaba más años de vejez que ellos dos juntos.

          —No entiendo a dónde quiere llegar con eso —dijo estrechando los ojos mientras los dirigía al mismo punto que él. Se preguntaba qué tanto estaba viendo en esa vieja puerta o muro.

          —Vaya, en verdad no tiene idea. —Por la manera en que alzó ambas cejas, oscuras y pobladas, Sylvie pudo saber sin duda que en verdad estaba sorprendido.

          —Bueno, si es tan curioso un muro y una puerta de madera con hierro negro, ¿por qué no mejor me dice usted algo que yo no sepa? —El desafío en su tono de voz era más que obvio, junto con la manera en que cruzó los brazos y alzó el mentón.

          Jendring se giró a verla una vez más, sus ojos brillando con diversión. La princesa creyó que la luz que se filtraba por la ventana le hacía los ojos ver más lindos y claros, aunque debía concentrarse en lo importante. Además, él quería cortejar a su hermana mayor. Ella solo estaba sacando una mínima parte de provecho en ese trato que hizo con él el primer día de festival, que era aprender el arte de la espada corta por ejemplo.

          Y eso la llevaba a su lado del trato que casi no logra realizar. Con todo lo sucedido en tan poco tiempo, no había tenido la oportunidad de hablar sobre Jendring con Vaelerya, al menos no hasta ayer en la tarde, cuando los reyes y el Consejo estuvieron reunidos. No obstante, ahora sabía que el aninthaio iba a dar un paseo por los jardines con su hermana mayor al día siguiente y, como ya había cumplido con su parte del trato, no dudó en presionar al príncipe para recordarle sobre sus lecciones. Aunque ahora parecía que iban a ser sobre una puerta bien vieja.

          Observó cómo el príncipe dejó las espadas de entreno apoyadas contra el ventanal y luego se quitó el cinturón de cuero de la cadera en donde tenía su propia espada corta envainada, aunque no era como las mercibonenses. En realidad era un sable, mucho más usado en el continente Otsie, con una hoja de un solo filo y ligeramente curvada. Sylvie había visto a muy pocos competidores participar con ese tipo de arma en el torneo, sin embargo no dejaba de resultar interesante para ella.

          Una vez libre, el aninthaio se enderezó y extendió una mano hacia ella. La princesa se sintió nerviosa de un segundo a otro, como pocas veces le sucedía a menos que tuviese que presentarse sola frente a muchísimas personas. Al principio, no comprendió por qué dudaba tanto en tomar la mano ofrecida. Ella no era alguien de analizar demasiado las acciones de los demás, incluso, muchas veces, ni siquiera paraba a pensar en las suyas propias.

          ¿Por qué ahora parecía querer leer entre líneas un gesto tan simple? ¿Por qué a ella le importaba tanto y sentía que el corazón amenazaba con saltar a su garganta?

          —¿Princesa?

          Reaccionó parpadeando varias veces seguidas, como si la voz de Jendring acabara de despertarla o traerla devuelta al presente. Respiró hondo y decidió dejar de sobrepensar las cosas, por lo que deslizó su mano en la de él sin esperar otro segundo. Sintió cómo la mano masculina se cerró en torno a la suya y, por más que intentó no sentirse fascinada ante el contacto, le gustó sentir la piel cálida y algo áspera, de seguro por los callos de años de entrenamiento, contra la suya. Se preguntó si ella también ganaría sus propios callos de trabajo y dedicación en sus manos. La idea le volvió a emocionar y no pudo evitar echar una última mirada a las espadas de entreno, para luego dejar que el príncipe la guiara hacia el otro lado del patio.

          —Aunque parezca una puerta como las cientos que hay en Mercinor, esta es diferente, princesa —comenzó a explicar Jendring a medida que se fueron acercando. Sylvenna logró comenzar a distinguir la madera oscura y casi tan naturalmente negra como el hierro oxidado de las bisagras. Los roscones comenzaron a parecer mucho más protuberantes que los de un diseño típico de muro.

          —¿Pero por qué?

          —La madera no está podrida, alteza —señaló él con su mano libre y Sylvie esperó que no se tuvieran que soltar una vez estuvieran justo en frente de su nuevo objeto de curiosidad.

          —Eso... eso es verdad, pero no entiendo qué tiene de especial. —Sinceramente, ella no veía nada raro aparte de... nada.

          —¿Y logra distinguir los roscones que salen de los bordes? —Sylvie asintió y él hizo el mismo gesto—. Fue construida por elfos negros.

          —Ah, entiendo. —Tan solo pasó un segundo hasta que por fin pudo registrar en su cabeza lo que Jendring le acababa de revelar—. ¡No, espera! ¿Qué dice? ¡Elfos negros! ¡¿Elfos?! ¿Y negros?!

          Fue ella quien se terminó soltando, el corazón latiendo fuerte en su pecho mientras cerró la poca distancia que quedaba en un trote. Sus ojos bien abiertos y atentos observaron la puerta como si fuera la primera vez que la veía en su vida. Y es que se sentía así. Por mucho tiempo visitó ese patio e ignoró esa puerta cuando en realidad estaba hecha por una raza que se creía extinta ahora, una raza que fue mágica y conocida por sus largas expectativas de vida.

          El príncipe la alcanzó en pocos segundos y estiró una mano para apoyarla sobre la madera. No hubo ningún sonido y Sylvenna se aventuró a hacer lo mismo. Jadeó impresionada cuando deslizó su mano sobre la madera y el sonido del roce fue inexistente. Luego hizo lo mismo con sus uñas y nada, no escuchó nada, pero sí sintió como si acariciara seda y algodón, la madera perfectamente lisa y suave como nada de lo que ella hubiera tocado antes. Ni siquiera sus propios vestidos más finos eran de una calidad tan impecable.

          —No sabía que esto había sido hecho por... por elfos. Creí que todo lo relacionado con ellos había sido eliminado en todas partes, luego de la Guerra de Razas —murmuró con fascinación, preguntándose en su interior si Vaelerya sabría de la existencia de esta puerta y lo que podría significar para ella. A los pocos segundos se giró para mirar a Jendring de frente—. ¿Cómo supo que fue hecha por elfos negros?

          —Lo delatan los roscones —contestó el príncipe—. Se dice que los elfos negros eran grandes arquitectos, y que podían construir cualquier cosa imaginable como...

          —¡Las Mercanaes! —interrumpió Sylvie con ambas cejas alzadas, sintiéndose cómo se comenzaba a aclarar el mundo que ya conocía pero que, a su vez, parecía ser que en realidad desconocía—. Solo he visitado una y queda al sur, por las montañas al occidente de Rhodasaea. Es una estructura enorme que pareciera que puede tocar el cielo, construida sobre terreno irregular y que ahora dicen que es inestable, pero la torre se ha sostenido allí por más de quinientos años.

          Recordaba a la perfección la Torre Alta que visitó. Se alzaba majestuosa entre las escarpadas montañas, erguida como un testamento a la grandeza de tiempos olvidados. Tan alta que su cúspide se perdía entre las nubes, como si pudiera desafiar al mismo firmamento. Construida con una elegancia y una precisión que solo los elfos podrían lograr, la estructura parecía fusionarse con el entorno natural que la rodeaba, como si hubiera crecido de la misma tierra que la sostenía.

          Su antigüedad se revelaba en cada grieta y cada enredadera que se aferraba a sus muros de piedra, testigos mudos de Eras. A pesar de los estragos del tiempo, la torre aún emanaba una sensación de poder y misterio, como si guardara secretos ancestrales en sus pasillos y en sus altas estancias. Era un monumento a la habilidad y la gracia de aquellos que la habían construido, un recordatorio de un pasado glorioso que se desvanecía lentamente en la niebla del tiempo.

          Pero también recordaba los roscones que parecían formar caminos entrecruzados y gigantes en la tierra y en la piedra de las montañas. Aunque estuvieran mayormente ocultos por la naturaleza y maleza, tenían sin duda algo parecido con las formas onduladas en el muro ante ellos.

          —Hmm, veo que la princesa sí tiene buena memoria —comentó el aninthaio y le dio un pequeño empujoncito con su codo—. Y que pone atención en sus lecciones de historia.

          —Eso parece, sí —aceptó Sylvie riendo un poco, sintiendo algo de calor en sus mejillas. Bajó la mirada un momento al suelo—. Aunque sigo prefiriendo la acción en vez de la historia.

          —Eso pensé —resopló Jendring sonriendo también—. ¿Entonces ya querrá su alteza iniciar con su primera lección de entrenamiento?

          —¡No, espera! Tengo muchas preguntas —gimoteó con una expresión suplicante en su rostro—. ¿Cómo es que tú, el príncipe de un reino que queda al otro lado del mar Zealade, sabe tanto de la historia de este reino?

          —¿Tal vez porque Mercibova es el origen de todo? —contestó con otra pregunta. Miró a Sylvenna con atención y luego se relamió los labios para seguir hablando—. Estamos pisando el suelo de los héroes, estamos sobre la cárcel; en esta tierra se derramó sangre mágica.

          Por puro impulso, Sylvie volvió a mirar al suelo unos segundos y pasó su peso de un pie a otro al tiempo que una sensación extraña la comenzó a invadir. Se secó la palma de sus manos contra la falda de su vestido al notarlas frías y sudorosas.

          —Pero esas son solo leyendas... y ocurrieron hace cientos de años.

          —¿Leyendas? —cuestionó el príncipe, inclinando su cuerpo un poco hacia adelante para acercarse a ella—. ¿Estaríamos viendo esto si fueran solo leyendas? —preguntó y apuntó hacia la puerta—. ¿Las Mercanaes existirían? ¿La princesa Vaelerya...?

          Pero antes de que pudiera finalizar su frase, Sylvenna alzó la cabeza de sopetón para mirarlo con el ceño fruncido y se cruzó de brazos. Jendring dejó la frase en el aire y apretó la mandíbula, para luego asentir una sola vez con su cabeza.

          —Perdóneme, no creí que eso fuera a ser algo ofensivo, alteza.

          —Mi hermana... Ella no ha hecho nada, fue la hechicera —dijo con una convicción ferviente.

          No despegó su mirada de la figura de Jendring mientras que este se giró para mirar al otro lado del patio, donde había dejado las espadas de entreno junto con su sable. El silencio se asentó entre ellos y fue bastante incómodo, pero Sylvenna se negó a ser la primera en romperlo. Se quedó quieta en su lugar sin decir ni una palabra, algo que era bastante extraño en ella, dado que quedarse callada le era difícil. Le fue inevitable caer en cuenta que defendería a Vael a como diera lugar, incluso si era enfrentarse al príncipe que le gustaba.

          ¡Un momento! Jendring Sentjohn no le gusta para nada, por supuesto que no. Solo le parece lindo, talentoso en la lucha como él lo demostró en la ronda del Torneo Primaveral de Maestría, hace unos días, pero nada más.

          —Mi hermano mayor fue quien recibió la invitación para venir a los festivales hace unos meses —comenzó a contar el aninthaio, sus hombros algo encorvados—. Pero algo surgió y fui yo quien decidí tomar su lugar. Quería venir a Mercibova porque no quería dejar pasar la oportunidad de conocer al reino del que tanto se habla en todas partes y porque... —Tragó grueso y se volvió hacia la princesa—. Había escuchado que la heredera al trono era un monstruo de orejas puntiagudas, ojos sin pupila y sierras por dientes.

          Sylvie sintió un nudo en la garganta ante las palabras escuchadas. Tensó sus brazos cruzados como si esa fuerza fuera suficiente para protegerla de haber escuchado tales cosas. Estaba tan metida en la manera en que ella misma miraba su alrededor, que dejó pasar por alto cómo los demás pensarían de Mercibova, de todas las leyendas e historia. De su hermana.

          Por el dios y todos los menores. Vaelerya era preciosa y aún así rumores enteramente falsos llegaban tan lejos. Toda la realidad distorsionada de maneras que nunca había esperado.

          —¿Y ahora ? —inquirió casi en un susurro, temiendo la respuesta de antemano—. ¿Qué piensa de todo ahora, príncipe Jendring?

          —Que muchas leyendas pueden ser reales, y aunque pensé que sentiría mucha curiosidad por la princesa Vaelerya, me encuentro más intrigado por usted.

          Por un instante tuvo la sensación que todo se tambaleaba hacia un lado, su mundo inclinado hacia una nueva dirección que no había anticipado en absoluto.

          La sensación de tener las manos frías y sudorosas se intensificó, aunque ahora podía asegurar que la razón era muy distinta a la anterior. Observó al aninthaio con atención, esperando descubrir algún indicio de burla detrás de sus palabras, buscando en sus ojos alguna señal que le indicara que estaba bromeando y que podrían seguir adelante como si nada hubiera ocurrido. Sylvie ya era capaz de distinguir y reconocer varias expresiones en Jendring, y con ese nuevo descubrimiento, se encontró en un estado de confusión emocional.

          —¿Por qué?

          Como si fuera posible, la mirada de Jendring fue incluso más suave y abierta que antes. Sin apartarla ni un segundo de la de ella, él dio un paso hacia la princesa, pero mantuvo una distancia respetuosa. Inevitablemente algo había cambiado entre ellos con el tiempo compartido y el futuro se había vuelto mucho más incierto. Sylvenna tenía planeado todo lo que iba a hacer en su parte del trato cuando él le expresó que quería conocer y estar más cerca a Vael.

          Pero ninguno de los dos pudo prever esto.

          —Porque eres un soplo de aire fresco, sincero y vulnerable, Sylvenna —contestó Jendring, tuteándola por primera vez—. Porque creo que tu emoción por las cosas más simples es hermosa, tu curiosidad me atrae y tu amabilidad parece ser inagotable. Incluso cuando estás molesta eres tierna, pero no por eso me permito dudar de tu capacidad de ser increíblemente valiente.

          —Jendring... —susurró Sylvie, nerviosa, conmovida, confundida. Ni ella misma lograba poner orden a sus pensamientos y emociones en ese momento. Quizás su corazón, latiendo con locura en su pecho fuera respuesta suficiente para ello, pero no supo comprender el mensaje y se quedó callada.

          —Sé que no es correcto y que probablemente estoy siendo muy injusto —se apresuró a decir, comenzando a lucir algo alarmado. Frunció su ceño al tiempo que alzó sus manos. Por un momento a la princesa le dio la impresión de que tal vez habría querido alcanzar a rozar sus brazos cruzados, pero nunca lo sabría con exactitud, ya que él las dejó caer luego—. Lo siento, princesa.

          Sylvenna solo pudo observar con creciente desconcierto al aninthaio girarse, para luego apresurarse a llegar al otro lado del patio interno para recoger las cosas. Él no se giró de regreso para mirarla en ningún momento, sus movimientos ágiles, pero cargados de la tensión que ahora los envolvía a los dos.

          Descruzó sus brazos y buscó recargar su cuerpo contra el muro. No le importó sentir la piedra irregular contra su espalda, solo necesitó un apoyo en ese instante, mientras que su mente y corazón se comenzaron a llenar de más preguntas sin respuestas. Se quedó sola en el patio interno, su mirada perdida en la nada y escuchando el eco de los pasos de Jendring alejarse cada vez más.

          ¿Cómo podrían haber cambiado tanto las cosas? ¿En qué momento? ¿Por qué?

          Sylvie cerró los ojos y dejó escapar un suspiro pesado, permitiendo que las palabras del príncipe resonaran una vez más por su mente. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios, mientras que un cálido rubor se extendía sobre sus mejillas. Aunque intentó reflexionar sobre la conversación de manera tranquila, su corazón continuaba dando saltos extraños en su pecho.

          Se suponía que Jendring Sentjohn quería intentar acercarse a su hermana. Pero también se suponía que Jendring Sentjohn no le gustaba nada.




NOTA DE AUTORA

¡Feliz día, mujeres!

A veces los personajes hacen lo que se les de la gana hacer y yo solo puedo seguirles la corriente.

¿Creen que Jendring haya sido sincero o quiere jugar con Sylvie? :o

Cada vez se van conociendo más cosillas del universo y me encanta. Para lxs que ya me han leído en otras historias, saben que no doy información a la loca, y que si lo hago es por algo muy importante ^^

En el apartado de información pueden ver el mapa y encontrar las Mercanaes. Por el momento, solo se muestra la parte del reino de Mercibova, por lo que Aninthaia no aparece. En este apartado también hay una nueva sección y es la de los elfos (: Por ahora, solo estará disponible la de los Elfos Negros, pero ya saben, a medida que avance la historia, ese apartado se irá actualizando.

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¡Feliz lectura!

m. p. aristizábal

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