Capítulo Quince


SHASSIL

EL HERIDO, HIERE

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                    La declaración tan inesperada de la reina sumió al Gran Salón en un caos ensordecedor. Murmullos, exclamaciones y gestos de incredulidad se propagaron entre los presentes, mientras que algunos nobles se levantaban de sus asientos en un alboroto creciente. Los cortesanos intercambiaban miradas de asombro y consternación, incapaces de procesar la noticia que acababan de escuchar. Entre el tumulto, la princesa Sylvenna permanecía en silencio, sorprendida por la repentina revelación que cambiaría su destino para siempre.

          Pero eso no fue lo único que sucedió en aquella noche estrellada que había marcado un antes y un después en la vida de dos princesas.

          La noche rugió acompañada de un batir de alas y el chillido de un ave. Asientos cayeron al piso, gritos brotaron de bocas y cuerpos chocaron entre sí o contra el suelo y demás objetos que obstruyeron sus movimientos, buscando protección o simplemente abandonando el salón. Escapaban. Huían despavoridos luego de haber presenciado la salvaje entrada de un águila, cuyo tamaño anormal alimentó el pánico que inició una vez que Vaelerya gritó su nombre y el viento fue quien respondió a su llamado.

          —¡Shassil!

          La que anteriormente había sido la heredera de la silla de plata, nunca antes se había visto menos humana que en aquel instante. La reina lo pudo ver demasiado cerca. El fuego en su mirada, las venas marcadas en su pecoso rostro, refulgentes, letales, y el águila haciendo un trayecto directo en el aire hasta llegar a un lado de la pelirroja. La mesa se había sacudido bajo su peso, y las copas regaron su contenido sobre el mantel hasta que el vino goteó sobre la piedra. Las plumas crispadas ya no parecían tan suaves y los ojos ciegos traspasaron su ser con una sola mirada, marcando una sentencia mortal.

          Vaelerya no pareció haber advertido su presencia en primera instancia, pero luego su rostro giró a su izquierda. Shassil estuvo convencida de que ni siquiera la hija de la Reina Olvidada supo qué fue lo que pidió del ave, no obstante, en cuanto el animal batió sus alas y se volvió a alzar en vuelo, ella pudo ver sus garras demasiado cerca, enseñando su filo y obligándola a verse reflejada en el brillo de sus plumas.

          Los guardias ingresaron al salón, abriéndose paso a través del gentío alarmado, el Capitán lideraba el grupo y gritaba órdenes. Shassil no pudo moverse ni siquiera cuando el águila se alejó de ella a pocos centímetros de rozarla. Solo reaccionó cuando sintió a Sylvenna tomar una de sus manos y obligarla a bajar los tres escalones con ella. Su cuerpo siguió el movimiento por inercia, empero sus ojos se clavaron en el rostro de Vaelerya.

          La pelirroja no se había movido de su lugar, el rey ya era escoltado por sus guardias y se dio cuenta que hombres uniformados la rodeaban a ella y a su hija. Vio a sir Hengrik Agelyn acercarse a su hijastra, su acción firme y carente de miedo. A pesar del revuelo, la postura de la ex-heredera se mantuvo cual montaña en contra del huracán. Cuando la espalda de uno de los soldados interceptó su campo de visión, la reina se giró hacia Sylvenna y abrazó sus hombros, siguiendo los apresurados pasos de los hombres que las acompañaban de manera segura fuera del Gran Salón.

          Ahora aquellas imágenes se habían convertido en un recuerdo para nada lejano, grabado a fuego lento en su mente. Shassil no había temido por su vida al interior de Mercinor, pero en ese momento, águila y princesa luciendo listas para atacar, se preguntó qué tan dolorosa y lenta habría sido su muerte.

          Lo hecho, hecho estaba; curiosamente, no se arrepentía. Cuando apostó por sus acciones y palabras días atrás, sabía que el riesgo era grande, como de igual forma sabía que dejar que Vaelerya tomase la corona sería incluso más devastador.

          —¡¿Qué es lo que has hecho?! —exclamó Cobhan una vez dejó cerrada la puerta de la Cámara del Consejo. Los dos se encontraban agitados luego de lo sucedido en el banquete, sus respiraciones rápidas y ligeras.

          —Lo que tú no hiciste —respondió con simpleza, su vista clavada en el bosque que se extendía al norte del castillo. La ventana estaba cerrada. Mentiría si dijera que temía que el águila ciega regresara a terminar lo que Shassil aseguraba, eran los deseos de su hijastra.

          —No podía ser hoy, ¡no debía ser hoy!

          La mujer se giró a verlo al rostro. El rey se había quitado la corona de la cabeza y se pasaba la mano por el cabello. Respiraba con fuerza y las sombras que se proyectaban en su rostro marcaban aún más sus rasgos cuadrados, pues el único candelabro encendido proporcionaba muy poca luz a la estancia. El hombre le daba la espalda a las puertas recién cerradas. El bullicio de afuera había disminuido, amortiguado por las paredes y ventanas cerradas. Las cosas no pasaron a mayores gracias a la rápida reacción de un hombre que ella indirectamente había intentado asesinar.

          Lo único que pedía esa noche es que Sylvenna no presenciara cómo la P'hark las separaba.

          —Tarde o temprano se iba a enterar. El documento ya está redactado, la tinta de tu firma se secó y esta noche enseña que lo hecho fue lo correcto.

          —No lo entiendes. —Su esposo negó con la cabeza—. Aquel no fue un anuncio ni buena nueva. Insultaste su derecho al trono, su derecho de nacimiento y lo hiciste ante La Corte e invitados foráneos —recalcó alzando la cara para enfrentarla—. Vaelerya nunca perdonará ni olvidará esto y va a desafiar el nuevo puesto de Sylvenna.

          Tragó saliva y parpadeó varias veces seguidas, su cuerpo poniéndose tieso ante la verdad en las palabras de Cobhan. Ya habían discutido tal posibilidad antes, sin embargo, luego de lo sucedido, temió de las habilidades tan extrañas y desconocidas que su hijastra iba dejando al descubierto poco a poco. El águila ciega, su rostro convertido en una imagen letal inhumana que heló su sangre por un momento.

          —Tenemos el respaldo del Consejo y de las familias más poderosas del reino. En algún momento tendrá que aceptarlo.

          «Está sola», quiso agregar, pero se guardó sus palabras.

          El rey soltó una amarga y casi ahogada risa apenas la escuchó. Shassil frunció el ceño y se acercó a la larga mesa en medio de la habitación hasta tomar asiento. El silencio fue pesado luego de que ambos quedaron en silencio, mirándose mutuamente, la mesa larga de la cámara entre ellos como un obstáculo imposible de atravesar. Se puso a meditar cómo un pedazo de madera pulida asemejaba a la perfección todo un abismo entre ellos dos.

          —Eres optimista, pero jamás ingenua —dijo el hombre apoyando sus manos sobre la lisa y oscura superficie. Inclinó su cuerpo hacia adelante, en su dirección, La reina lo observó en silencio—. Concreté el ascenso de Sylvenna para proteger a Vael, pero no te confíes, Shassil... quien tiene la corona, nunca está a salvo. Esta noticia no tardará en salir de Mercinor, mucho menos de la capital y el reino.

          —Sabemos lo que estamos haciendo: conocemos a nuestros aliados, vigilamos a nuestros enemigos y mantenemos a los amigos cerca —dijo con suma tranquilidad, aunque su interior estaba demasiado inquieto. El rostro de Vaelerya volvió a estar presente en su mente, las venas refulgentes con un poder y odio incontenible—. Siempre sospechamos lo que podía pasar una vez tu hija se enterase de su destitución como heredera.

          —Viste lo que pasó en el Gran Salón, con un solo movimiento y mirada...

          La frase quedó en el aire, dando así tiempo para que los dos pudieran recordar lo que sucedió e imaginaran lo que pudo haber pasado si las cosas hubiesen sido distintas. Si Vaelerya hubiera tenido suficiente convicción y hubiera sabido exactamente qué hacer al respecto, Shassil dudaba estar sentada en ese lugar en esos momentos.

          Control o confusión, algo detuvo a su hijastra y solo el tiempo dirá qué fue en realidad.

          La reina era consciente de las creencias y animosidad de La Corte y el resto de mercibonenses. Señalaban con supersticiones lo que era diferente y ella aprovechó aquel impulso a su favor. Tomó ventaja del colectivo temor a lo desconocido como si su propia historia, el mismo reino, las tierras que cultivaban y la sangre que reinaba no tuviera su lado lleno de criaturas malvadas, demonios y magia ancestral. La Era de las Furias era tan antigua que se creía mito.

          Se tenía que esforzar mucho más en ignorar y restar importancia al hecho de que un águila acudió a la princesa en dos momentos críticos. Fuese por magia o fé, la línea se vio comprometida y difuminada. Tenía que estar atenta cuando las aguas se calmaran y los merciboneneses comiencen a ver más allá del físico de Vaelerya y trajeran a colación hechos que podían llegar a ser considerados sagrados. Las mentes de la multitud varias veces resultaban sencillas de manipular, sin embargo, bajar la guardia sería su perdición.

          La hechicera todavía debía cumplir con su parte del trato, pues Shassil había sido bastante clara en la última reunión, mientras que terminó de impedir que la encerraran en las mazmorras. Sin embargo, la hija de la medio elfa aceleró su cometido sin saber. No tuvo control de lo que era y se lo enseñó a todos en un arranque de enojo planeado. Desafiara o no a su hija, Vaelerya Delorme estaba total e indudablemente sola en su reclamo al trono.

          —Sé que mis palabras fueron crueles y de seguro llegan a un corazón sordo —cedió Shassil con fría cortesía, haciendo recuento del baile que compartieron la segunda noche del festival primaveral—. Sin embargo espero que entiendas que lo que trato de hacer aquí es protegerla de lo inevitable, sobre todo si permites que se siente en la silla de plata.

          —Me tachas de sentimental cuando ignoras el hecho de que he logrado mantener la paz por más de diez años al interior de Mercibova —dijo su esposo con severidad y rencor—. Ha sido frágil, pero el reino y el pueblo han estado protegidos, al igual que nosotros.

          —Pero estabas dispuesto a romper esa paz para convertir a Vaelerya en reina.

          —Y tú lo acabas de hacer con tu atrevimiento, porque ahora, si la palabra no es suficiente para Vael, nos estaremos enfrentando a una posible guerra civil —sentenció el hombre endureciendo su expresión y enderezándose en su sitio.

          —¿Acaso no estás escuchando lo que digo? Tu hija no tiene el apoyo ni respaldo de nadie.

          —Mi hija trajo un águila ciega a Mercinor, ¡dos veces! —recalcó, casi gritando. Su rostro se puso rojo y las venas de su cuello se hincharon. Shassil nunca lo había visto así de enojado.

          —No podemos darle importancia a eventos aleatorios, Cobhan —insistió la reina con firmeza.

          —¿Aleatorios? —repitió el hombre con incredulidad—. Puede que todo haya sido un caos pero no creas que no hubo nadie que no haya visto la manera en que el ave fue a parar a un lado de Vaelerya.

          —¡Eso no significa nada! —repitió ella, alzando el tono de voz también, luchando por mantener el control de una manera que al instante no tuvo más opción que arrepentirse. Mostrar emoción era mortal para cualquier persona, y ella más que nadie lo sabía.

          El rey la observó desde su lugar al otro lado de la mesa, su expresión sombría a pesar de que Shassil todavía podía sentir su enojo y frustración latiendo bajo aquella capa fina de tranquilidad. El peso de la situación amenazaba con resquebrajar todo a su paso, algo que se negaba a dejar que pasara. No importaba lo que Cobhan dijera, ella ya tenía asegurada la resolución de las cosas, sobre todo porque su hijastra acaba de hacerle el favor de comprobar que siempre tuvo razón.

          Vaelerya Delorme era un peligro inminente. Tarde o temprano iba a suceder.

          No obstante, no había estado preparada para las siguientes palabras de su esposo.

          —Tu participación en el Consejo y sus decisiones serán evaluadas. A partir de ahora, tu presencia en las reuniones será restringida.

          —¡Cobhan! —Shassil se levantó del asiento con rapidez, incapaz de ocultar en su tono y rostro la sorpresa e incredulidad a lo escuchado.

          Ni siquiera alcanzó a sentirse ofendida. Tan estupefacta se encontraba que apenas pudo reaccionar ante las puertas abriéndose de golpe, seguido del sonido metálico de armaduras pulidas y voces desconocidas. Sus ojos oscuros se dirigieron hacia la fuente del bullicio al tiempo en que el rey se giró de sopetón, también sorprendido por la interrupción tan repentina.

          Allí, en todo el umbral, se encontraba Vaelerya. Miembros de la Guardia de Plata, incluyendo al Capitán Agelyn y al príncipe Tabard, estaban a pocos pasos detrás de la joven. Todos lucían listos para reaccionar a algo que nadie supo nombrar. La incertidumbre del encuentro reinó.

          Shassil estaba acostumbrada a recibir todo tipo de miradas, pero con creciente amargura tuvo que aceptar que no había estado preparada para la de su hijastra. Un odio imperdonable brillaba en aquellos iris moteados con violeta. La postura de la joven era firme, no obstante, había también cierta vulnerabilidad, porque tanto la reina como los demás presentes, sabían que una parte de la identidad que mantenía a Vaelerya íntimamente atada con Mercibova había sido arrebatada.

          La ex-heredera parpadeó y por fin apartó sus ojos de Shassil, solo para centrarlos en el rey.

          —Que cuando empiecen a considerarte un monstruo, será lo único que pensarán de ti —dijo la princesa. Sus primeras palabras que, para sorpresa de la reina, no fueron dirigidas a ella—. Eso fue lo último que le dijiste a mi madre antes de que partiera sola hacia Diamubraas. ¿Por qué?

          La pelirroja mantenía los puños apretados a ambos lados de su cuerpo, los hombros tensos denotando impaciencia, sus rasgos tensos que cada vez le parecía a Shassil más inhumanos. Su cabello cubría sus orejas, las ramificaciones brillantes que habían adornado la piel pecosa de su rostro momentos antes, se habían desvanecido. Aún así, la ira persistía en sus ojos claros.

          Aquella imagen aparentemente controlada le preocupó. Sus dedos buscaron con rapidez el anillo que colgaba de su cadena y lo sostuvo, jugueteando con el sencillo accesorio de hierro, contrastante con las lujosas joyas de una reina.

          Cobhan no contestó de inmediato. A medida que pasaron los segundos, la reina pudo ver con claridad la manera en que la princesa empezó a impacientarse.

          —¡Por qué! —exigió la princesa.

          El rey se acercó a su hija mayor para hacerle entrar del todo a la cámara, cruzó unas cortas palabras con su hermano. Solo alcanzó a ver cómo Tabard asintió con la cabeza y emprendió camino lejos de ahí, seguido de sus propios guardias, aunque el Capitán Agelyn permaneció afuera junto a sus hombres. Una vez su esposo cerró las puertas y estuvo seguro que solo ella y la princesa iban a escucharlo, fue cuando habló:

          —Un monarca debe saber escoger qué batallas ganar y cuáles perder.

          La reina lo miró de repente. ¿Acaso él...?

          Le pareció imposible. El único amor que ella conocía del hombre con quien alguna vez compartió lecho era el que profesaba por Waley. Él no pudo haber permitido... si Cobhan hubiese estado con su mujer en ese entonces, habría hecho de todo para impedir su muerte. Shassil sabía que él tuvo que quedarse con Valerya ese día en que la medio elfa fue asesinada en Diamubraas.

          —No has ganado ninguna batalla porque lo único que haces es ceder —dijo Vaelerya acercándose a su padre. A pesar de que Cobhan le daba la espalda a Shassil, ella podía ver a la perfección las expresiones de su hijastra—. Temes luchar porque temes perder sin darte cuenta de que ya lo has hecho. ¡Todo este tiempo has estado perdiendo y esperas que yo sea igual a ti!

          —Vaelerya... —Trató de hablar Shassil.

          —Yo soy la legítima heredera —le interrumpió con veneno rebosando su tono de voz. La miró a los ojos con firmeza—. Y esa es la batalla que debo escoger.

          A pesar de que sabía que la pelirroja estaba sola, no se atrevió a subestimar su voluntad ni lo sucedido. Sería demasiado estúpido de su parte.

          —Hay cosas difíciles de entender y muchas otras que deberás saber —dijo el rey, yendo a posar una paternal mano en el hombro de la pelirroja, sin embargo, ésta lo esquivó y se alejó sin mirarlo.

          —No tienes idea del número de veces que he escuchado esas mismas palabras —murmuró la joven—. Le dijiste a mi tío que mi madre murió para que yo pudiera vivir, para que yo cumpliera con mi deber: heredar tu lugar. ¡Sylvienna es solo una niña!

          —Ésta es una conversación que debemos tener a solas, mi rey —intervino Shassil entonces, atrayendo la atención de los dos. Si la hija de la Reina Olvidada quería hablar de la situación y usar el nombre de su hija, entonces lo harían bajo sus propios términos.

          —Shassil....

          —Está en lo cierto —concordó la princesa sin mirar a su padre—. No veo ninguna otra razón por la que todo esto haya sucedido, si no hubiese sido por mi querida madrastra.

          Sus palabras habían sido certeras y cortaron con la misma fluidez que una daga recién afilada. Shassil sonrió de todas formas.

          —El pueblo necesita escuchar unas palabras conciliadoras por parte de su Rey.

          El hombre dudó varios segundos, observándolas a ambas con una expresión de lejana confianza y desasosiego. Ella notó que los ojos de su esposo se clavaron con mayor insistencia en la cabeza de su hija mayor, su máscara firme resquebrajándose alrededor de las comisuras de sus labios. Vaelerya no le devolvió jamás la mirada.

          La reina le dirigió una mirada tranquilizadora, sus labios ligeramente curvados para presentar una tenue sonrisa. Lo conocía demasiado y sabía que no se iba a oponer a lo pedido, porque Cobhan era uno de los pocos en el reino que respetaban las decisiones o peticiones de una mujer sin sentirse ofendido o cuestionarlo.

          Las puertas volvieron a ser abiertas, el sonido de las personas en los corredores colándose con rapidez hasta sus oídos. Asimismo como llegó, fue amortiguado una vez que las dos quedaron encerradas en la la Cámara del Consejo, a solas.

          —¿Quisiste matarme? —inquirió directamente, volviendo a tomar asiento.

          Vaelerya hizo lo mismo al otro lado de la mesa. La miró en silencio por varios segundos, seguramente buscando alguna mentira que no tendría sentido intentar decirla. Shassil esperó con paciencia su respuesta.

          —No lo sé... Tal vez lo pensé por un segundo, lo suficiente como para haber querido que algo pasara, que el ave hiciera... algo —aceptó, sin desviar los ojos de los suyos.

          De alguna manera, Shassil agradeció la sinceridad. Le daba ventaja sobre cómo tendría que pensar de su hijastra en el futuro cercano.

          —¿Qué te detuvo? —Casi murmuró. La cámara amortiguaba demasiado bien los sonidos externos, por lo que alzar la voz no tenía sentido. Casi podía jurar escuchar la controlada respiración de la pelirroja.

          —Sabía que eso no solucionaría todo. —Se encogió de hombros y tragó saliva visiblemente—. No deseo lastimar a nadie, no es correcto, incluso si esas personas son las que me han hecho daño a mí.

          —Todos los reyes o reinas se convierten en asesinos en algún momento de sus vidas, Vaelerya. A veces se esconden tanto detrás de sus soldados y verdugos que es incluso normal que olviden lo que es la muerte.

          —Entonces... ¿eso es lo que quieres para Sylvenna?

          —¿Qué cosa? —La pregunta la sorprendió, más no dejó que la contraria lo notara con facilidad.

          —Convertirla en una asesina mientras le vendas los ojos.

          Sus palabras fueron una puñalada directa a su pecho, le robó el aliento y enrojeció sus mejillas con cólera. Ningún sonido fue expulsado de sus labios, pues tuvo increíble fuerza para contenerse. Sus manos que antes habían estado relajadas sobre su regazo, ahora estrujaban la tela de la falda de su propio vestido. La mesa ocultaba tal gesto, pero la rigidez en su cuerpo o la tensión en su semblante era imposible de ocultar..

          —Sylvenna no estará sola y mientras yo esté ahí, evitarlo será posible.

          Esta vez Vaelerya fue quien sonrió. Shassil había perdido y las dos lo sabían.

          —Es inevitable —señaló la pelirroja levantándose de su lugar. El enojo parecía haberse esfumado de su tono de voz, empero seguía ardiendo en su mirada—. En ocasiones será más sencillo recurrir a la muerte que al enfrentamiento, así como tú lo hiciste, ¿verdad?

          —¿Qué dices?

          —Que esperabas que el mercenario enmascarado te ahorrase este momento y te diera las excusas perfectas para poner a tu hija en la silla de plata.

          El mercenario... ¿Qué había estado haciendo Vaelerya en los niveles bajos del castillo ese día? ¿Será por eso que su cometido para con el Capitán Agelyn no había sido completado? Ni siquiera la daga que ella misma había proporcionado había regresado a sus manos, aunque aún si su hijastra la tuviera, no existía manera de que conectaran lo sucedido con ella, ni siquiera con Axelle. Solo estaba la prueba de las palabras de la pelirroja, quien seguía convencida de que Shassil la quería muerta.

          —A diferencia tuya, yo nunca había deseado tu muerte. Supongo que, gracias a eso, ahora sé por qué nunca aprendí a querer a la hija de otra mujer —dijo, su tono de voz burlesco al igual que su expresión en la cara.

          El rostro de la princesa decayó con lo dicho. Shassil se sentía tan molesta con la astucia en sus palabras, que aquello solo la animó a seguir atacando. Había perdido la batalla, pero la guerra apenas iniciaba.

          —Y yo nunca quise otra madre, pero Sylvenna sí es mi hermana —declaró a sabiendas de que esas palabras serían otro golpe para la reina—. Tu odio hacia mí no lo va a cambiar para ninguna de nosotras dos.

          La lenta sonrisa que curvó sus labios produjo un efecto confuso en la ex-heredera. Por fin había algo que ella no acertaba y de lo que alcanzaba a sentirse orgullosa.

          —No te odio, Vaelerya. Lo que he hecho jamás ha sido personal en tu contra —confesó relajando sus manos y soltando su vestido. Alisó la tela y entrelazó sus dedos encima de la mesa, enseñando sus manos relajadas, una imagen perfecta de control—. Si la punta de tus orejas, el color de tus ojos y tus dientes pequeños y parejos no existieran, que mi hijastra reinase no sería el problema.

          La pelirroja frunció el ceño y se cruzó de brazos, viéndose cohibida y bastante ofendida. Shassil sabía lo que sus palabras causarían en la joven y lo pudo ver a la perfección. Lo único que hacían en esa improvisada reunión era hablar con la verdad, una verdad que no era absoluta, pero sí insensible, helada y mortal. Hasta lord Kerlos estaría orgulloso de ella si tan solo la escuchara en ese instante, provocando heridas no visibles en su enemigo, que para bien o para mal, era su hijastra.

          No iba a admitir derrota, no podía hacerlo.

          —Pero así es como soy.

          —Exacto. Y no es tu culpa —matizó solo para culminar con una última estocada con las palabras más afiladas que sabía que le dolería a Vaelerya—: Lo que tu padre le dijo a tu madre, es verdad. A ti te consideran uno desde que naciste.

          —¡Porque no me han dejado opción! —explotó dando un golpe fuerte a la mesa con su mano izquierda, que incluso Shassil se sorprendió y se tuvo que recostar del todo en el espaldar—. Desde el principio decidieron lo que soy sin siquiera dejarme hablar o decidir al respecto.

          Apretó la mandíbula. Lo que antes le había parecido un abismo entre ella y su esposo, ahora se veía más como un pedazo de madera insignificante que su hijastra tal vez podría mandar a volar. Se preguntó cuánto tardaría el águila en volver a terminar con los deseos de la hija de Waley.

          —Pero estás tan decidida a verme así que no importará lo que diga o haga, siempre seré el monstruo que crees que soy —presagió la princesa carente de emoción.

          —No soy la única que piensa de esa manera y lo sabes.

          La manera en que el cuerpo de la princesa se sacudió con un temblor que de seguro no pudo contener a tiempo, fue respuesta suficiente para dejarle saber a la reina que esa era una preocupación constante.

          —El puesto de Sylvenna como heredera será retado. —Vaelerya dio media vuelta para salir de la cámara y cerró las puertas con un estruendo.

          Shassil soltó un pesado suspiro, se levantó de la silla y caminó de nuevo hacia la ventana, contemplando la negrura de la noche que se cernía sobre el castillo. Por más que se encontrara sola en esos momentos, no fue capaz de relajar su mandíbula ni la expresión de su rostro.

          Toda la noche estuvo segura de que lo que hizo estaba bien, confiada en que la resolución de las cosas seguirían inclinándose a su favor. Para eso se había tomado la molestia de mover tantos hilos, de aceptar delante de la hechicera lo que de verdad deseaba que sucediera con la ex-heredera. Aún así, todo ese tiempo lo pasó subestimando la determinación de Vaelerya.

          «¿Qué es lo que he hecho?»

          La verdad era un arma de doble filo, uno con el que nunca pensó llegar a estar tan cerca de cortarse.




NOTA DE AUTORA

AAAAAAAAAAA QUÉ INTENSIDAD POR EL DIOS Y TODOS LOS MENORES

Esto se pone cada vez más bueno e interesante, ¿no creen?

Y no sé ustedes, pero aquí vi a dos reinas luchar con palabras, porque con espada <<<<<

Espero que les haya gustado el capítulo, no olviden dejar sus maravillosos votos y comentarios. Déjenme saber qué les ha parecido el capítulo, porque me encanta y anima mucho leerles.

¡Feliz lectura!

Instagram y TikTok: andromeda.wttp

m. p. aristizábal

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