Capítulo Nueve


VAELERYA

UN ROCE Y UNA MUERTE

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                    Abrió los ojos de golpe, tomando una bocanada de aire para luego llevar sus manos a su garganta y pecho, palpando con desespero y terror de encontrar una herida que no llegó a sentir. Se incorporó con rapidez para mirar a todos lados, el pequeño salón siendo solo un borrón de confusas figuras sin importancia, hasta que sus ojos pudieron centrarse en... dos hombres. Forcejeaban el uno contra el otro. Mientras el intruso de máscara negra se negaba a retroceder y alejarse de ella, el que se lo quitó de encima frustraba todos esos intentos.

          Vaelerya se comenzó a arrastrar hacia atrás con cierta dificultad. Le dolía la espalda y la cabeza; sentía las piernas demasiado débiles, que supo que no podría levantarse si llegaba siquiera a intentarlo. Sus ojos de tonos inhumanos no se despegaron ni un segundo de la pelea, observando con creciente desamparo cómo el mercenario tenía una notable ventaja en fuerza y energía en comparación con su salvador, quien ni siquiera contaba con un arma o armadura para protegerse.

          En cuanto los dedos de sus manos tocaron la pared, se apegó lo que más pudo a ella, volviéndose un ovillo. Apoyó su costado izquierdo contra la roca, escondió su cabeza entre sus manos y trató de ignorar los gruñidos de esfuerzo y el distintivo sonido de los golpes. No lograba pensar con claridad; en el fondo sabía que tenía que irse de allí, pero su cuerpo no reaccionaba a sus deseos de escape. Se balanceó hacia adelante y atrás en esa misma posición, tratando de que alguna idea clara cruzara por su mente para así poder actuar. Sin embargo, lo único que logró fue asustarse más.

          Un estruendo le hizo dar un respingo en su sitio, alzó la cabeza y su mirada cayó de inmediato sobre la mesa enana, destruida bajo el cuerpo del hombre que trató de salvarla. Luego sus ojos empapados en lágrimas de pánico, se centraron en la máscara negra del otro que ahora se acercaba a ella. Le fue imposible fusionarse con la pared por más que lo intentó. Lloriqueos desesperados salieron desde lo profundo de su pecho, el corazón trastabillando con latidos llenos de desesperación. Una ola de calor se apoderó de toda su anatomía y, sin siquiera saber porqué, alzó sus manos hacia el criminal al tiempo que sus sienes comenzaron a palpitar.

          Cuando el intruso alzó el arma, espesas gotas calientes fueron salpicadas en su rostro pecoso. La daga que sostenía el enmascarado cayó al suelo, una inhalación después también lo hizo él. Vael parpadeó confundida, agitada, y observó con una mueca la improvisada estaca de madera enterrada desde la nuca, la razón de la repentina muerte del desconocido. No habían pasado muchos segundos cuando un charco de líquido rojo oscurecido rodeaba el cuerpo desplomado a tan sólo un paso de ella.

          Se encogió todavía más, incapaz de apartar la vista de la imagen deplorable. Recogió su vestido, atrayendo la tela hacia sí para evitar que fuese manchada con la sangre, a pesar de que ella ya estaba sucia con la misma en el rostro y cabeza.

          Sus respiraciones eran cortas. Incluso cuando no había nada obstruyendo sus vías respiratorias, tenía la impresión de que ni siquiera todo el aire del continente sería suficiente para llenar sus pulmones, para calmar los latidos, para detener los temblores. Estaba atrapada en un torbellino de emociones y miedos que no parecía tener fin. Era demasiado. Se estaba ahogando.

          Internas alarmas de supervivencia se encendieron en su interior, por lo que mandó a su cuerpo a un estado de predisposición para huir, finalmente reaccionando. Tomó el impulso de alzarse, pero antes que siquiera lograr enderezarse, un par de manos grandes y pesadas la obligaron a quedarse en su lugar. Cuando comenzó a tratar de quitárselas de encima con marcado desespero, se dio cuenta por primera vez que le estaban hablando.

          —Tranquilícese, ¡alteza!

          —Yo no... no respiro, no puedo respirar —gemiqueó, ahora aferrándose a los brazos que la mantuvieron quieta en su sitio. Enterró sus uñas en la piel ajena, aunque no escuchó ninguna queja por parte del contrario.

          La presión en sus hombros fue firme, pero lejos de ser dolorosa. Aquellas manos desconocidas se convirtieron en su ancla a la realidad, una en la que estaba viva y a salvo. Agachó la cabeza hasta que su mentón casi estuvo tocando su pecho, dejando que la red dorada y destrozada que Meylin usó para tener recogido su cabello en su sitio cayera al suelo. No duró muchos segundos así, pues se arrepintió en cuanto sintió gotas recorrer su rostro, espesas y totalmente diferentes a las de sudoración. Liberó al hombre y tuvo el impulso de limpiarse con sus manos, pero no se atrevió a tocar la sangre, mucho menos a verla en sus dedos.

          El calor se había esfumado de su cuerpo, dejándola agotada, adolorida y... vacía. Sintió frío.

          —Está bien, está a salvo —escuchó que le repetían, pero ella no se sintió capaz de comprenderlo en el momento.

          Asintió en lugar de responder, soltó un suspiro pesado y levantó la mirada. Sus ojos encharcados con lágrimas contenidas se encontraron con unos mieles y lo reconoció de inmediato. Aceptó la mano que ya no la sujetaba y que esta vez se le ofrecía para ayudarla a ponerse de pie. Tal como había previsto momentos antes, sus piernas se sentían débiles y el resto de su cuerpo casi cedió ante la gravedad, si no fuera por el hombre que la sostenía y la ayudaba a alejarse del cadáver.

          A pesar del gran paso que dio para esquivar el cuerpo, la falda de su vestido no corrió con tanta suerte y la tela arrastró sangre con ella, dejando un desagradable rastro.

          —Gracias —murmuró alejándose de su salvador. Seguía temblando y la necesidad de irse a esconder a sus aposentos creció con cada segundo que pasó en silencio en aquella pequeña sala.

          —Sé que es demasiado pronto para abordarla con preguntas —comenzó a hablar el Capitán—, pero esta es una emergencia.

          —¿Qué? —jadeó la princesa y frunció el ceño. Medianamente había entendido a lo que Agelyn se refería.

          —Alguien intentó asesinarla, alteza —le recordó con el mayor tacto posible, aunque pareció hacer una mueca al verla encogerse por sus palabras—. Debo anunciarlo a los comandantes y reyes para empezar a tomar medidas.

          Él caminó hasta posicionarse a un lado del mercenario, se agachó y le quitó la máscara, pero por su expresión, Vael supo que no lo reconoció. Luego vio la manera en que el Capitán fue a por la daga que estuvo dos veces cerca de ella para matarla y tuvo que apartar sus ojos de la escena. Por un segundo se preguntó si Lyravaia llevaría su alma a P'hark y ella dejaría que pasara al otro lado del ala, incluso si su aparente misión hubiese sido terminar con su vida para alguna especie de beneficio de...

          Regresó la cabeza de golpe hacia el castaño dorado, quien analizaba el arma blanca pensativo.

          —No había planeado asesinarme —soltó ella al darse cuenta de algo. Sus palabras fueron tan extrañas que, en cuanto sus miradas se encontraron, la confusión y algo bastante cercano a la irritación fueron lo que encontró en los ojos ajenos.

          Sir Hengrik negó con la cabeza con suavidad y se enderezó. La princesa notó por primera vez lo cansado que se veía, que ni siquiera tenía puesto su uniforme, solo una túnica color crema mal puesta, pantalones oscuros y en realidad estaba incluso descalzo.

          —De seguro es el shock hablando, alteza. Será mejor que...

          —No. Yo sé de qué estoy hablando, Capitán —le interrumpió—. Antes de... ah... atacarme, dijo que nadie debería haber estado aquí; alguien debió haberlo mandado a asesinar a la hechicera de Aninthaia en las mazmorras.

          —Ella no está en las mazmorras —anunció él con cierta precaución.

          —Pero... —Cerró la boca de golpe y se mordió la lengua.

          —¿Qué más fue lo que dijo?

          Sin embargo, Vaelerya no le contestó, ni siquiera lo escuchó. Se quedó estupefacta observándolo desde su sitio, la espalda recta, el pecho contraído y la mandíbula tensa, pero sus ojos fueron los más expresivos ante lo escuchado. Buscaba respuestas que sospechaba, no podría encontrar ahora. Solo dos personas podrían contestar a sus preguntas, pero dudaba mucho que quisieran compartirlas con ella, de otra forma, lo mínimo que los reyes deberían haber hecho era encerrar a Blanche y programar una reunión con ella misma presente.

          No lo habían hecho. Tampoco tenía impresión que se estuvieran preparando para ello, puesto que estaban haciendo lo mismo de siempre: barrer los problemas bajo la alfombra. Y las ganas de volcar esa alfombra crecieron en Vaelerya.

          Al segundo se pasó una mano por el cabello para apartarlo del rostro, pero hizo una mueca de dolor al tocar la zona de la que el mercenario había jalado su cabello. La palpó con cuidado y descubrió que estaba húmeda, que comenzaba a hincharse y que el dolor ahora demandaba ser sentido.

          Le dio la espalda al hombre dejando caer el brazo sin energía y observó su entorno por primera vez con mayor atención. Abrió la boca para hablar, aunque se tomó su tiempo para hacerlo, puesto que se dio cuenta que había vuelto a temblar. La razón resultó desconocida para la pelirroja, porque el miedo no fue lo que se le cruzó por la mente cuando tuvo que empuñar las manos, ahora un poco manchadas de su sangre.

          Si Blanche no estaba allá abajo, ¿dónde más estaría? ¿Acaso fue demasiado ilusa al pensar que lo sucedido con ella la noche anterior era de importancia para La Corte? ¿Importaría lo recién acontecido? ¿Siquiera era la morena culpable de lo que pasó o lo era ella misma?

          —Nada —contestó con tono ausente—. No dijo nada más.

          Apretó los labios al tiempo que sintió la garganta apretada, la sensación de querer gritar llenando sus venas con cada segundo que pasó.

          Por supuesto que sí era importante. Era importante para Shassil desestimar lo que pasó y mover hilos entre los integrantes del Consejo. La dejaron encerrada con un animal salvaje luego de perder la consciencia de la nada, y ahora un hombre enmascarado, que había tenido planes de matar a quienquiera que estuviese en su camino, había rondado en Mercinor justo al día siguiente.

          El Capitán se enderezó en su sitio.

          —Quienquiera que haya enviado a este hombre por usted... o por cualquier otra persona —agregó cuando la princesa le miró de reojo—, lo hizo alguien con dinero. Un arma como esta no es empuñada por cualquiera.

          Vael asintió. En eso estaba de acuerdo totalmente. Se relamió los labios resecos y se giró para enfrentarlo. Al hacerlo, alzó el mentón y se obligó a mantener una postura firme y de autoridad, ignorando los dolores que se esparcieron desde su cabeza al cuello, espalda y el resto de su cuerpo. De repente se sentía demasiado agotada. Cuando el Capitán ladeó la cabeza y alzó una ceja, la princesa endureció su expresión lo más que pudo, pues sintió como si él la hubiera retado a tener... la oportunidad de mostrarse vulnerable luego de ese ataque.

          Pero ella no tenía tiempo para eso, solo paciencia, porque a pesar de tener tantas incógnitas por resolver, Vael sabía que no iba a saber más ese día. Su búsqueda por la verdad apenas había iniciado.

          —Le ordeno que no le diga a nadie ni una palabra de lo sucedido.

          Dicho eso, emprendió camino hacia las escalas que la había dirigido a ese lugar, empero Agelyn parpadeó incrédulo y resopló, provocando que ella se detuviera casi al frente de él para mirarlo otra vez.

          —¿Acaso no fui clara? —inquirió alzando el mentón otra vez.

          —¿Acaso me está pidiendo que esconda el cuerpo y finja que no ha pasado nada? —contraatacó el castaño dorado, luciendo más irritado de lo que ella nunca lo había visto antes.

          —¡No! Bueno, sí... —Cerró los ojos un segundo, sus hombros decayendo con algo de vergüenza—. Los reyes no pueden saber que salí de mis aposentos.

          —¿Qué? —Ahora el que lucía estupefacto era él—. Acaba de sobrevivir a un intento de asesinato y usted...

          —¿Podría dejar de repetir eso?

          —Al parecer es necesario, porque no parece comprender la seriedad del tema. Sus majestades deben saber esto, el Consejo también, y es mi deber alertar a la Guardia de Plata —enumeró con severidad mientras la observó con desaprobación—. Así que, le aconsejo que me acompañe de inmediato.

          El tono que utilizó sir Hengrik la hizo sentir como una niña pequeña que desobedeció las reglas. En cierto modo lo había hecho, pero no iba a dejar que él se quedase con la última palabra. ¡Ella era la princesa, por el dios y todos los menores! No tenía que hacerle caso si eso no era lo que deseaba y en esos momento le importó poco que fuera una actitud tan infantil.

          Cuando lo vio moviéndose con mayor agilidad de la que esperó de su parte, Vael tuvo que afanarse en llegar a él. Agelyn apenas había subido dos escalones cuando la pelirroja se aferró a la manga suelta de su camisa manchada.

          —No está presentable —le recordó. Si lograba que él volviera a donde fuera que había estado antes de salvarla, ella podría ganar algo de tiempo y evitar que hablase por el momento con su padre y madrastra.

          —¿En verdad eso es lo que le importa? —cuestionó, esta vez sin ocultar su irritación. Se giró y pareció sorprenderse de verla tan cerca.

          —Si sale a los pasillos principales así... casi sin ropa y detrás suyo está la princesa, ¿no cree que dirán cosas extrañas?

          El hombre la observó detenidamente, antes de apartar sus ojos de ella. Vael se convenció de que la pobre iluminación de las escalas era la culpable de haber escondido la expresión del castaño dorado, y que no fue ella la que también evitó su mirada con un ligero sonrojo en sus mejillas.

          —Está el cuerpo para comprobarlo; la sangre también —añadió el casi en un murmullo.

          —No tomaré el riesgo —determinó la princesa en un tono de voz bajo.

          Al darse cuenta que todavía lo sostenía de la camisa, lo soltó y dio un paso hacia atrás para darle espacio. Él bajó los escalones.

          —Quédese aquí —ordenó el Capitán, a lo que ella lo miró de repente con una ceja alzada—. Por favor —agregó entre dientes, casi torciendo los ojos con exasperación.

          Vaelerya asintió solo para tranquilizarlo, manteniendo su mirada en su rostro para que creyera sinceramente en su afirmación. Sin embargo, al siguiente segundo, sus ojos descendieron hacia el cuello y el pecho del hombre. Abrió la boca con lentitud, como si estuviera a punto de expresar algo, pero las palabras murieron en su boca. La túnica desgarrada revelaba un pecho ancho y musculoso, con vendajes corridos de su sitio que permitían vislumbrar la epidermis quemada, indicando un lento proceso de curación. La piel mostraba signos de reparación, aunque de seguro le iban a quedar cicatrices de por vida.

          La garganta se le cerró. Sin siquiera pensarlo, alzó una mano. Las yemas de sus dedos entraron en un contacto tan suave como el roce de una pluma con la piel ajena. Ignoró por completo la manera en que el Capitán se estremeció, quizás por su atrevimiento, quizás por algo más, pero notó que no dijo nada ni se apartó de ella.

          Sus rostros estaban casi a la misma altura, dado que Vaelerya era alta, más que la mujer promedio, igualando a su padre y sobrepasando a Shassil y Sylvenna. Aún así, no supo si él la estaba viendo a la cara o no hasta que alzó la cabeza. Sus ojos azules con moteados violetas conectaron con los de Agelyn, topándose con una tormenta de miel oscura que parecía bailar en compañía de las llamas opacas de las antorchas del pequeño salón comunitario.

          —Usted me llevó a mi habitación —concluyó al cabo de unos segundos, más no apartó su mano ni la movió de su sitio.

          El Capitán parpadeó varias veces seguidas para luego inclinar su cabeza hacia abajo. Vio la mano de la princesa casi con sorpresa, como si no fuera capaz de creer que ella lo estaba tocando en verdad. Ella tampoco parecía poder creer sus propias acciones.

          —Perdón —soltó Vaelerya con aflicción, sin contener el temblor en su voz. Se alejó y giró el rostro. Parpadeó y de inmediato una lágrima solitaria rodó por su mejilla, al tiempo que su mano cayó y rompió todo contacto.

          —Solo hice mi trabajo.

          Aquello solo hizo que la princesa se sintiese inexplicablemente avergonzada. No podía refutar lo dicho porque era verdad, no obstante, lamentaba mucho lo que le pasó a sir Hengrik. No sabía qué más expresar en palabras, aunque sí sabía que nada de lo que dijera borraría aquellas cicatrices ni el mal momento por el que él pasó.

          —¿Yo hice eso? —preguntó en un hilillo de voz. No recordaba qué sucedió anoche luego de haber llegado a los escalones de la torre. Había esperado descubrirlo al intentar buscar a la hechicera, pero la laguna seguía negra en su mente, carente de recuerdos.

          —No lo sé.

          No supo qué había esperado, pero era más que claro que no esa respuesta. Tan simple y tan sincera. El miedo y la duda amenazaron con arrasar con la poca fuerza que quedaba en ella en esos momentos, luego de que un enmascarado intentara acabar con su vida.

          No pudo dejar de pensar que debió haberse quedado encerrada, desde pequeña debió haber desaparecido para La Corte y los mercibonenses. Tenían razón en temerle, hasta ella misma se tenía miedo. ¿Cómo no? Parecía haber quemado a un hombre y no podía ni recordar bien cuándo o cómo lo hizo. Ella lo había hecho. Algo en su interior lo aseguraba.

          No lo hizo la hechicera de Aninthaia. Nadie más. Ella, ella, ella.

          En un acto de reflejo, enredó los dedos de sus manos en el cabello y trató de acomodarlo de manera que ocultase su orejas muchos más. Tenía las hebras tan enmarañadas que sus dedos se enredaban en aquella selva rojiza y le hacían doler la cabeza con su insistencia. Aunque eso no menguó su vergüenza por ocultar los rasgos que el hombre había tenido tiempo suficiente de detallar. Posiblemente también de odiar.

          Era su culpa.

          —Sé que no debería pedir esto, pero, por favor, necesito que esto no lo sepa nadie más.

          Y como si se tratase de un aviso, numerosos pasos hicieron eco a través de las escaleras, que los alertó de cercanas visitas indeseadas. Sir Hengrik dudó unos segundos, probablemente inseguro sobre cómo dirigirse a ella luego de verla en un estado de mayor vulnerabilidad de la que esperó. Vael lo supo con notable facilidad, aunque aquello no duró demasiado cuando el castaño dorado le agarró el antebrazo izquierdo con considerada firmeza y la guio hacia unos tapices viejos y desteñidos con la insignia de Mercibova en ellos. Estaban colgados a ambos lados de la chimenea apagada, casi al otro lado del salón, lejos del cadáver del mercenario y el desastre.

          —Quédese aquí —le indicó alzando el tapiz para que ella se escondiera entre la pesada tela y la pared.

          —Pero... —trató de objetar, poniendo resistencia antes que él pudiera soltar el tejido viejo.

          —Confíe en mí. ¿Puede hacer eso? —No le dejó opción de responder y dejó caer la tela sobre ella.

          Se quedó a oscuras y pegó su cuerpo a la roca de la pared. No estaba segura, seguía temblando de vez en cuando. Con los suaves y calculados pasos del Capitán por el salón, el resto del espacio estaba demasiado silencioso para su gusto. Cerró los ojos y las lágrimas por fin tuvieron el pase libre para rodar por sus mejillas. Sintió una opresión en el pecho que la incitó a sollozar, por lo que tuvo que taparse la boca con sus manos, pero su respiración fue fuerte. Al final tuvo morderse los nudillos y rogar a los dioses porque las imágenes grabadas en su cabeza dejaran de ser las de un enmascarado sosteniendo una reluciente daga sobre ella.

          —Hubo un intento de asesinato —escuchó que decía Agelyn.

          Vaelerya abrió los ojos con rapidez y sintió su estómago caer a sus pies. Empujó sus tormentosos pensamientos al fondo de su mente y se tuvo que obligar a concentrarse en la conversación.

          Lo último que podía hacer un gobernante era permitirse la dependencia de confiar en alguien más que no fuese sí mismo. Eso, y no ser tan odiada como para que le intenten matar. Vael todavía no ascendía al trono y ya había fallado en ambos aspectos.

          —¿A quién, señor? —preguntó un hombre, de seguro uno de los dueños de los pasos que alcanzaron a escuchar antes de que ella se ocultara bajo el tapiz.

          Ahí fue cuando apenas se dio cuenta que habían más personas en la sala, numerosas voces comenzaron a llenar el espacio con murmullos y choques de armaduras. A quien sintió más cerca a su lugar de escondite fue al Capitán.

          —A mí —contestó sir Hengrik.




NOTA DE AUTORA

Capítulos que me cuestan un ojo de la cara <<<<<
aka capítulos en los que sé qué quiero que pase, pero me cuesta mucho plasmarlo *emoji de carita derretida*

No sé ustedes, pero aquí hubo algo intenso y no me refiero al enmascarado solamente jijiji Espero que les haya gustado el capítulo, no olviden dejar su voto y comentarios que tanto adoro leer. Si se sienten algo confunfidxs, no se preocupen, de seguro se confundirán más, pero les aseguro que las respuestas llegarán ^^

¡Feliz lectura!

m. p. aristizábal

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