Capítulo Diez

(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: )


SYLVENNA

LA JAULA DE UN PÁJARO

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                    El patio real del castillo era un espacio amplio y bullicioso, pues resonaba con el trotar de caballos, el crujir de las ruedas de carruajes y carretas, al igual que las conversaciones y gritos de las personas alrededor. Los muros de piedra que lo rodeaban eran altos y conferían una sensación de seguridad y grandeza de antaño, que hasta hoy día se lograba conservar. Las torres de vigilancia se alzaban imponentes en las esquinas y otras dos rodeaban las puertas principales, abiertas de par en par para permitir la entrada y salida de cortesanos y comitivas.

          A lo largo del espacio empedrado, tanto sirvientes, transeúntes y guardias se movían con diligencia, preparando los carruajes y asegurando que todo estuviese en orden para salir de los terrenos de Mercinor hacia la capital. Los caballos, relinchando y pisoteando el suelo, parecían también impacientes mientras los guiaban hacia la salida. Pero de seguro aquellos animales no estaban tan impacientes como la princesa Sylvenna.

          Ella sentía tanto calor que su cabello liso y castaño se pegaba a su sienes y cuello por el sudor. A pesar de que las mangas largas del vestido que llevaba puesto eran notoriamente más delgadas que las del de ayer, le pesaban. Justo hoy el cielo tenía que estar despejado casi que por completo con solo unas pocas nubes, casi deshechas, cortando con el azul infinito del firmamento.

          Resopló mientras bajó los escalones de piedra gris luego de haber salido del castillo. Se estaba dirigiendo hacia su carruaje correspondiente, acompañada de Axelle, cuando pudo notar el estandarte terracota con una pantera por el rabillo del ojo. Sin siquiera notarlo de manera consciente, sus pasos cambiaron de dirección, cada uno más firme y decidido que el anterior.

          Sylvenna consideraba que la distracción de las actividades de hoy le daría las oportunidades perfectas para tratar de husmear donde tal vez no debía. O de hacer preguntas demasiado directas y con tonos poco propios de una princesa.

          —¿Por qué la hechicera atacó a mi hermana?

          El príncipe de Aninthaia casi pierde el equilibrio, debido a que la pregunta de Sylvie lo atrapó desprevenido, a medio camino de montarse a su caballo. Como ella, él también estaba a punto de partir hacia la plaza de Lyriton, pues hoy era el segundo día de festivales y el Torneo Primaveral de Maestría continúa, por órdenes de los reyes de Mercibova. Los guardias personales de Jendring estaban en posición también, pero claramente la hechicera que había venido a Mercinor en su comitiva no se encontraba ahí.

          Las armaduras de los guardias aninthaios eran color bronce y brillaban aún más bajo la luz de un sol ardiente. La pantera, un felino imponente que habitaba más allá de la isla de Timatand, tenía sus garras a la vista. Ciertamente no la percibían como una amenaza, dado que ninguno de ellos se inmutó en cuanto Sylvenna se plantó a un lado de su príncipe.

          Jendring Sentjohn, por su parte, lucía una túnica larga y ajustada, confeccionada en telas finas de terciopelo, adornada con ribetes dorados, además de un broche bastante vistoso sobre su pectoral izquierdo que denotaba su rango noble. Sylvie no había visto antes aquella forma curiosa de broche, pues ella misma poseía decenas de prendedores que ajustaba sus capas. Sin embargo, el del príncipe casi parecía una letra o una runa extraña.

          —Princesa, eso no fue lo que sucedió —contestó Jendring con amabilidad y a Sylvie le irritó su actitud hacia ella en ese instante. Ella ya no era una niñita a la que tenían que proteger de la verdad.

          —¡Eso explica por qué estaba con mi hermana cuando de repente todo quedó a oscuras! —exclamó, sintiendo el rostro acalorado, de seguro sus mejillas rojas de frustración—. Además, Vaelerya se desmayó, algo que no había pasado antes.

          Se cruzó de brazos. ¿Por qué nadie le quería decir nada?

          Pero en vez de hacer enojar al príncipe, este solo la observó desde su puesto sobre el caballo con cierta diversión. Sylvenna se sintió más frustrada y endureció su mirada hacia él, refunfuñando. Poco le importó ser consciente de que los guardias, tanto de Aninthaia como de Mercibova, estuvieran observándola, de seguro con la misma expresión relajada y divertida que Jendring. Tal vez no ayudaba mucho su estatura, o sus rasgos todavía suaves de la juventud, mucho menos el diseño del vestido que llevaba puesto ese día. No se veía ni la mitad de intimidante de lo que a ella le gustaría en realidad.

          —Estamos listos para partir, alteza. —Escuchó que Axelle le avisaba desde la puerta del carruaje en el que la acompañaría, a varios metros detrás de ella en el patio.

          —Estoy en medio de un interrogatorio —contestó Sylvie sin apartar la mirada del aninthaio. Ya sabía que la esperaban, pero ella no iba a poner ni un pie dentro del transporte hasta que recibiera alguna reacción o respuesta que fuera útil en su investigación.

          —Creí que estaba entusiasmada por el segundo día del torneo, princesa.

          Arrugó la nariz. Claro que todavía se sentía así por ver las justas y demás actividades. Llevaba esperando por eso mucho tiempo. Por primera vez, no se tenía que quedar en el castillo bordando y haciendo otras cosas aburridas durante los festivales, solo para después escuchar las hazañas de parte de los demás. Esta vez ella sería la espectadora y la narradora.

          Y cuando Jendring cumpla su promesa sobre enseñarle el arte de la lucha, sería la protagonista de tales historias.

          —Sí —contestó y achicó sus ojos—, pero primero lo primero: ¿por qué la hechicera atacó a mi hermana?

          —No lo hizo —insistió el príncipe con paciencia—. Pero tiene razón.

          —¡Exacto! Espera, ¿qué quieres decir con eso? —Ladeó la cabeza hacia su derecha sin quitarle los ojos de encima, incluso cuando él se enderezó en la montura—. Sé que tengo razón, pero lo estás aceptando... ¿Por qué?

          —Ojo, princesa, solo he aceptado que tiene razón con respecto a que todo quedó a oscuras y su hermana cayó inconsciente. Blanche no hizo nada.

          —Eso no tiene sentido —murmuró Sylvenna con creciente molestia ante las palabras y la actitud rara de Jendring.

          —¿Qué habría hecho a comparación de sus padres, princesa?

          Bueno, al menos eso no necesitaba ni siquiera pensarlo.

          —¡Apresar a la hechicera y enviarla a las mazmorras! —apuntó con suficiencia. De algo le debían servir las aburridas lecciones de Lya Albea—. Cualquier clase de daño a un miembro de la familia real se puede considerar traición. Muchas veces se condena a muerte.

          —Tan propensa a la violencia —comentó él, pero parecía demasiado entretenido y para nada molesto con su respuesta.

          —Eso no es violencia, aunque para algo debe de servir —contestó Sylvie mientras se encogió de hombros. Bueno, tal vez su Lya no esté tan orgullosa si la escuchara hablando de esa manera.

          Jendring soltó una corta risa, baja y ronca. En cualquier otro momento, ella se habría sonrojado y lanzado en su mente un puño al aire por haber logrado sacar tal reacción de él. Lástima que ahora no era ese el momento, y que tal vez ella todavía le debía una parte del trato, que era ayudarle a acercarse más a Vaelerya. Sin embargo, si él decidiera colaborar más en responder de manera directa a su pregunta, en vez de irse por las ramas y distraerla, saldrían de cuentas mucho más pronto.

          —Princesa, lo que voy a decir es a modo de consideración —dijo el aninthaio y se inclinó sobre su caballo para acercarse a ella. Sylvie procuró no ponerse nerviosa—. No hay manera de que un humano pueda aprisionar de verdad a un hechicero. A no ser que sepa su nombre de nacimiento.

          —¿Y qué se supone que significa eso? —inquirió Sylvenna, ofendida. Seguía sin obtener la respuesta que necesitaba... ¿o la respuesta que quería?

          La risa de Jendring fue mucho más animada y relajada esta vez. A la joven princesa no le gustó lo que el sonido hizo con sus mejillas, y tampoco la manera en que su corazón ingenuo trastabilló en su pecho.

          —Contestaré todas sus preguntas sobre los hechiceros, pero con una sola condición.

          Sylvie sintió que todo su cuerpo se puso en alerta ante la idea del aninthaio. Tuvo que morderse la lengua para no aceptar de inmediato sin antes escuchar la dichosa condición. Si él estaba dispuesto a ser la única persona que le contaría sobre la magia de las palabras y sobre los tocados por Aquus, no podía desperdiciar tremenda oportunidad.

          —¿Cuál es esa condición? —preguntó y descruzó sus brazos. Le fue imposible ocultar la curiosidad en su tono.

          —Que todo el tiempo que vayamos a pasar en la plaza viendo el torneo, no habrán preguntas aparte de...

          —O sea que no quieres que respire —se quejó. Le estaba pidiendo algo imposible y de seguro él lo sabía más que nadie en estos momentos.

          —Aparte de lo que tenga que ver con las armas, técnicas y demás cosas que quiera saber. Sobre eso y solo eso —terminó Jendring como si ella no le hubiera interrumpido.

          Era... complicado. Y aún así le parecía un trato justo, sobre todo porque sabía que tendría preguntas de antemano sobre el torneo de maestría. Sylvenna soltó un pesado suspiro y sopesó sus palabras, estirando una mano para acariciar al caballo. El animal movió sus orejas en cuanto sintió el tacto gentil de ella.

          —¿Lo promete? —preguntó con suavidad, claramente cediendo.

          Jendring se enderezó una vez más y afianzó su agarre en las riendas. Una extraña expresión cruzó su rostro, pero fue muy fugaz como para que la princesa pudiera notarla. No obstante, el aire entretenido de hacía unos segundos amainó en él y se mostró un poco más serio, sus ojos verdosos dirigidos hacia ella. Sylvenna sintió que eso le daba seguridad.

          —Por supuesto.

          Sylvenna no había esperado que el segundo día del festival pudiera superar al primero. Había creído que la emoción y la adrenalina que sintió recorrer su cuerpo cuando estuvo viendo el torneo, serían casi imposibles de superar. Tanto así, que estaba bastante segura que ya había explotado la paciencia de Jendring, quien tuvo que aguantar sus insistentes peticiones sobre empezar su entreno con tiro con arco. No sabía qué tan terrible sería su puntería, pero ella era hija de Cobhan Delorme, la sangre del Rey Visionario corría por sus venas.

          La visión de las águilas era perfecta, y ella era una. O al menos esperaba serlo.

          Además, si los rumores que rondaban entre los invitados y el resto de La Corte eran verdad y un águila ciega visitó a su media hermana mayor la noche anterior, aquellas eran buenas señales. ¿Quién más sería sino el espíritu de Vawdrey? Sin embargo, no logró comprender la expresión incómoda de su madre cuando le preguntó al respecto, y el silencio de su padre le demostró que no tenía deseos de reconocer ni verificar lo que a voces se contaba.

          Nunca le agradó el misterio y cada vez era más consciente de que parecía ser lo único que rondaba en su familia. Se guardó las otras preguntas que tenía en la punta de la lengua y disfrutó el resto de la jornada, justo como había acordado con el príncipe aninthaio.

          Así que, a pesar de lo anterior, ahora no existía forma alguna de que alguien menguara su ánimo ese día. Tampoco podía esperar otro segundo para contarle a Vaelerya cómo ella misma hizo entrega de la guirnalda al finalista, comió pastel de nueces hasta hartarse e incluso probó por primera vez aquel vino frutal tan popular de Agrion.

          Tal vez narrar su grandioso día fuese el primer paso para animar a la pelirroja y que así no tenga ganas de volver a perderse otra actividad por el resto de la semana. Sylvenna sabía muy bien lo mucho que le impulsaba dejar la cama estando enferma al escuchar cómo los demás se divertían. Asimismo, también necesitaba contarle a alguien sobre su futura participación en el campeonato del año entrante, esperando convencer de paso a la heredera, de permitir a las mujeres alzar armas si así lo deseaban.

          Llevando un corazón emocionado en la manga, se dio cuenta que no podía esperar al festín. Tenía que contarle todo en ese mismo instante. Jendring le prometió una vez más que respondería a todas sus dudas, y en medio de la emoción inocente, Sylvie no tuvo razones para dudar de él.

          En cuanto llegaron al patio real, prácticamente se abalanzó fuera del carruaje sin esperar la ayuda de la doncella Axelle y dejando atrás a sus guardias, los cuales apenas pudieron reaccionar y perseguirla al interior del castillo.

          —¡Nos vemos en el banquete! —avisó la princesa a Jendring apenas pasó corriendo a un lado de él. No esperó respuesta ni miró para atrás, siguió corriendo y no pararía hasta llegar a Vaelerya.

          Los sirvientes se apartaban de su camino con costumbre y los invitados observaban el revoleo con curiosidad y escándalo, pero a Sylvie poco le importó. Atravesó el gran recibidor, recogió las faldas de un vestido menos pesado que el de ayer y subió los escalones. Su marcha hacia los aposentos de la pelirroja fue seguida, sin interrupción y rápida como ella había querido, empero su impulso para ingresar se perdió cuando escuchó la voz de alguien más detenerla.

          —¿Dónde están sus guardias, alteza?

          Sylvenna se giró de sopetón, a tan solo unos pocos pasos de las puertas de aspecto nuevo y lúcidos tallados, que ahora no eran el único obstáculo que le impedían entrar a la habitación. Se encontró con el Capitán de la Guardia de Plata. El hombre tenía el yelmo puesto, pero le fue sencillo distinguirlo con su capa azul oscura acompañando su armadura. Solo él y los comandantes de mayor rango tenían aquel uniforme, como sir Sibast Mortin, que había sido el encargado de acompañarla a ella y a sus padres el día de hoy en la plaza de Lyriton.

          —¿Jossech y Riev? Eh... de seguro ya me alcanzarán —contestó encogiéndose de hombros para quitarle importancia, aunque no pudo evitar notar que el hombre se mostró descontento con su respuesta.

          Sonrió. No había ninguna forma de que ella quisiera contarle a alguien más sus propios atajos al interior de Mercinor. Horas interminables de aburrimiento y escapes de sus lecciones le dieron la oportunidad de encontrarlos. Todavía necesitaba dar con los que se seguro le darían un camino más directo a los aposentos de la heredera.

          —Ahora no es buen momento para andar sin sus guardias. La voy a escoltar a sus aposentos.

          Cuando vio que el castaño dorado dio un paso hacia ella, reaccionó con rapidez, acercándose a la puerta de la habitación de Vaelerya. Tomó la manija dorada con su mano izquierda.

          —No será necesario. Vengo a hablar con mi hermana.

          —Su alteza real está indispuesta en estos momentos —excusó el caballero con rapidez—. Por favor, después de usted. —Indicó haciendo un leve gesto con la mano hacia el fondo del pasillo, en dirección oeste a la siguiente torre.

          —Está bien, espéreme aquí —suspiró con exasperación al tiempo que abrió la puerta, sin darle tiempo a volverla a detener.

          —¡Alteza...!

          Pero Sylvenna dejó de escucharlo una vez comprendió lo que estaba viendo, la imagen que se presentó ante ella. Sobre la piedra plana del suelo yacía un vestido ensangrentado. Las llamas de la chimenea proyectaban sombras sobre la figura y oscurecían la tela húmeda, pero era demasiado sencillo reconocer el verdadero color de las manchas, sobre todo cuando las huellas de zapatos, también desechados a un lado, resaltaban con el característico color carmesí. Abrió la boca de la impresión, más ningún sonido brotó de ella. Nunca sabría qué pudo haber dicho en ese momento.

          El sonido de un mueble arrastrarse al fondo de la habitación llamó su atención y su mirada se dirigió con rapidez hacia la fuente de sonido. Frente a un tocador y espejo se encontraba Vaelerya, con un sencillo vestido de lino, descalza y sosteniendo contra la parte trasera de su cabeza un pañuelo. En cuanto sus miradas se cruzaron, la tela cayó al piso y la mirada de la castaña oscura siguió el objeto de manera automática. De inmediato distinguió más sangre manchando esa tela.

          Su garganta se cerró y un pesado nudo se asentó en su estómago. Tuvo que apoyarse de la puerta que no había sido abierta, pues casi podía jurar que acababa de recibir un golpe en el abdomen.

          —¿Qué pasó? —preguntó en un susurro, apenas pudiendo sacar las palabras, increíblemente temerosa de las posibles respuestas.

          No obstante, la pelirroja no le contestó. Apenas salió del inicial shock de ver que Sylvie había entrado a su cuarto, se levantó de su sitio y dio largas zancadas hacia ella. Sylvenna se paralizó observándola. Sus ojos comenzaron a picar entre más tiempo detalló el estado de su media hermana. El cabello enmarañado, la ropa manchada, el rostro cansado, las mejillas pecosas brillosas con lágrimas que quizás se detuvieron por su interrupción. Nunca la había visto así ni esperó hacerlo.

          Abrió la boca para volver a hablar, pero otra vez no pudo decir nada cuando fue agarrada de un brazo y obligada a adentrarse más a la habitación. Después de que su media hermana la soltó, pasó por su lado derecho para detenerse en el umbral. Sylvie no pudo hacer nada más que verla pasmada. La expresión de Vaelerya era de enojo, el cual habría esperado que fuese dirigido hacia ella, pero en realidad fue hacia el Capitán.

          Ella ya había visto la forma en que los demás solían acobardarse bajo esos irises azulinos y violetas, aunque el hombre no lo hizo en ningún segundo, ni siquiera cuando la heredera susurró unas palabras que ella no alcanzó a entender. Por el tono bajo y amenazante usado, estaba convencida que no habían sido para nada amables.

          Por un ligero instante se sintió culpable, pues no le hizo caso al hombre en el momento en que se ofreció a escoltarla hacia su propia habitación. No obstante, al segundo siguiente no le importó tanto. En realidad, necesitaba saber qué había sucedido con Vael.

          Dio un ligero brinco cuando la princesa heredera las encerró a ambas con un portazo. Parpadeó varias veces seguidas al notar que no veía mayor cosa con los ojos tan aguados y se encogió en su sitio, contrayendo pecho y bajando el mentón. No derramó ni una sola lágrima, aun cuando creyó que no sería capaz de contenerlas.

          Se relamió los labios y miró el resto del entorno que no había alcanzado a detallar antes. Se sintió fuera de lugar; no reconocía nada de ahí, tan diferente a su propia habitación. Quizás no había imaginado que le parecería más como otra biblioteca, por la cantidad de libros que descansaban en varias superficies. Sobre la mesa baja de la pequeña sala de estar, los estantes, el descanso de una de las ventanas, sobre la chimenea... en todas partes. Había cierta madurez en el espacio que llegó a intimidarla.

          Con amarga tristeza se dio cuenta que era la primera vez que estaba en los aposentos de su propia media hermana.

          —¿Está-tás bien? —inquirió en un murmullo. Vaelerya todavía no se había volteado a verla luego de haber cerrado la puerta con fuerza. Se había quedado mirando con fijeza la madera y Sylvenna ahora fue incapaz de apartar sus grandes ojos expresivos de la húmeda rojiza melena.

          —No puedes decirle a nadie.

          —Vaelerya...

          —Sylvenna —le interrumpió girándose a mirarla. Su expresión era firme, empero pudo distinguir aquellos atisbos de vulnerabilidad bajo la máscara. Supo que no quería ser tan dura con ella como lo fue con el Capitán—. Los reyes no pueden saber que me has visto así; tampoco tu Lya, las doncellas de Shassil ni tus guardias. Nadie, ¿me entiendes?

          —Pero el Capitán sí —señaló haciendo un leve gesto hacia la salida. Vael apartó la mirada ante lo obvio—. Qué pasó —exigió con un poco más de atrevimiento, aunque su voz siguió siendo suave y cercana a un susurro—. ¿Quién te hizo esto?

          —Ya está solucionado.

          —No te creo...

          Días antes no habría sido capaz de decirle algo así, empero la situación lo ameritaba. ¿Por qué estaba herida? Lo que sea que haya sucedido ya debería haber sido reportado a todos, a sus padres, el Consejo e incluso hasta Jendring debería saberlo por el simple hecho de que algo de tal magnitud no dura nada de tiempo oculto. ¿Dónde estaba el culpable? ¿Tendría un juicio o sería condenado de inmediato?

          En ese momento, recordó la conversación que tuvo esa misma mañana con el príncipe de Aninthaia. Cualquier acto de violencia perpetrado a cualquier miembro de la familia real era castigado. Vaelerya sangraba. Eso debía significar muerte, ¿verdad?

          —No importa si me crees o no —bisbiseó la heredera, alejándose de la entrada y de ella para volver a sentarse frente al tocador—. Lo único que en verdad importa es que no le digas a nadie... por favor —añadió al final con un suspiro, su tono quebrándose con esas últimas dos palabras.

          No supo muy bien porqué, pero asintió y Vaelerya pudo verla a través del reflejo..

          Todo quedó en silencio y solo se escuchaba el crepitar de las llamas en la chimenea. El ruido de afuera era lejano y fácilmente se dejaba tragar por los acelerados latidos de su corazón. Mientras que la mayor se agachó para recoger la tela manchada y humedecida, Sylvenna permaneció de pie en ese mismo lugar desde que Vael la empujó al tomarla del brazo.

          ¿Cómo podía tener su interior tan revuelto y permanecer tan quieta?

          No sabía qué hacer, así que dijo lo primero que recordó, totalmente distinto a lo que había planeado, a todo lo que había pensado desde que se acostó a dormir ayer, con dudas sobre hechiceros en su cabeza. Dijo lo que no tenía planeado decir porque no creyó que fuera a ser necesario alguna vez. Hasta hoy, hasta que vio la máscara firme de su media hermana mayor resquebrajarse bajo un peso que ella no lograba comprender del todo. Porque como todos los demás, se negó a darle respuestas a sus preguntas.

          A pesar de las dudas, de los miles de interrogantes arremolinados en su cabeza, de alguna manera supo que aquel no era el momento indicado para hacerlas. Ahora solo debía estar para Vaelerya; quería estar para ella.

          —Ayer prendí una vela para tu mamá.

          Vaelerya detuvo todo movimiento y sus hombros se tensaron notoriamente. Sylvie tragó saliva y caminó para acercarse, esquivando el vestido y los zapatos en el suelo, incluso las huellas carmesí casi secas, hasta que quedó justo detrás de la pelirroja. Sus miradas conectaron de manera indirecta a través del espejo y, al ver que la hija de la que llamaban la Reina Olvidada no tenía planeado girarse para enfrentarla, ni siquiera decir algo, decidió entonces que no importaban las grandiosas cosas que hizo ese día. La guirnalda, el vino, la celebración, los regalos, nada de eso le pareció sustancial.

          Pero la noche de ayer... La primera del festival era demasiado valiosa para todos los mercibonenses. Vael se la había perdido y hoy había resultado lastimada.

          —No le dije a nadie por quién era, pero pensé en ti y en lo mucho que te habría gustado hacerlo tú misma —continuó, su voz suave—. Estabas inconsciente y no me dejaron entrar a verte. No quise que te sintieras sola, mucho menos cuando fuiste tú quien me acompañó en mi primera presentación ante La Corte y los demás invitados.

          Sylvenna notó que, a medida que continuaba hablando, los hombros de su media hermana se relajaban, su mandíbula dejaba de tensarse y hasta su espalda parecía ceder ligeramente. Al ver que Vael no seguía limpiando su cabello, Sylvenna se permitió acercarse para tomar la tela, encontrando ninguna resistencia por parte de la otra. Luego la humedeció con el agua tibia de un cuenco sobre la mesa, exprimiéndola antes de volver a colocarse detrás de la heredera y apartar las hebras para inspeccionar mejor la herida.

          Se mordió la lengua con fuerza, obligándose a mantener la compostura cuando vio la lesión con claridad. Nuevas lágrimas se acumularon en sus ojos al percatarse de que no era solo un golpe; le habían arrancado el cabello. La herida en el cuero cabelludo mostraba una zona enrojecida e inflamada, con mechones de cabello arrancados y algunos rastros de sangre. La piel alrededor lucía irritada y sensible, evidenciando el dolor y la violencia del acto. Mandó una fugaz mirada hacia el espejo, solo para encontrarse con los ojos de Vaelerya completamente fijos en ella, pendientes de su reacción.

          Trató de recordar las numerosas veces que Elan cuidó de sus raspones o cortes por andar corriendo donde no debía, o por colgarse de estatuas y trepar árboles que difícilmente debieron haber soportado su peso. Comenzó a limpiar la sangre con toques suaves y complicados de mantener firmes por su nerviosismo. Fue profusa con sus disculpas en los momentos en que escuchaba que Vaelerya respiraba con fuerza o incluso se estremecía con una mueca en su rostro. No obstante, nada más fue dicho entre ellas.

          Al terminar, sin siquiera preguntar, agarró el cepillo y comenzó a desenredar la melena mojada. La pelirroja no se alejó. Si sus ojos no le mentían, Sylvie estaba casi segura que hasta se había relajado mucho más, hasta el punto en que fue cerrando los ojos poco a poco. Pasó el cepillo con sumo cuidado evitando las zonas más delicadas, las cuales atendió con sus propios dedos. Cuando se aseguró que ya no había ningún nudo, prosiguió a trenzarlo con suavidad, procurando que el peinado no estuviese demasiado tenso para no hacerle doler más la cabeza.

          —Ya está.

          Vael abrió los ojos y Sylvenna le sonrió. El gesto no fue correspondido y la castaña oscura se tardó unos segundos en darse cuenta que la heredera no la estaba mirando a ella. Tenía una expresión abstraída en su rostro, observando su propio reflejo en el espejo en total silencio.

           Sus orejas.

          En el instante en que la vio alzar sus manos, la detuvo sabiendo que querría esconderlas bajo el peinado.

          —Deberías dejarlas descubiertas —sugirió con rapidez, sosteniendo una de sus manos—. No hay nadie más aquí.

          —No me gustan. Son los rasgos de... de... de un...

          —Hay muchas cosas que tampoco me gustan de mí e igual siguen ahí por más que intente esconderlas —confesó encogiéndose de hombros, pero sintiendo el corazón pesado. Nunca esperó estar ante una presencia tan vulnerable de Vaelerya Delorme, a quien siempre vio tan perfecta, firme y ejemplar—. Tú... luces diferente, sí, pero un par de orejas no te hacen menos merecedora de ser vista por tu gente. O por tu familia.

          Conocía las reglas de la realeza, los códigos y protocolos de conducta o presentación. ¡Por el dios y todos los menores! Llevaba puesto un vestido otoñal en plena primavera para seguir la tradición de la víspera de sus primeros dieciséis años de vida. Sin poder evitarlo, fue mucho más consciente de la forma en que ella nunca entendería por completo cuál era el problema. Tampoco es que quisiera comprenderlo en su totalidad.

►          Tal vez dijo lo correcto. Tal vez no. Sin embargo, algo en sus palabras pareció terminar de destruir una presa de emociones que la pelirroja llevaba construyendo todo el tiempo desde que Sylvenna entró a los aposentos sin su permiso. Los rasgos de Vael se deformaron en una mueca desamparada y cuando menos lo esperó, la avalancha destrozó todo a su paso en forma de lágrimas y sollozos incontenibles. Cuando la pecosa se tapó el rostro con ambas manos, el resto de su cuerpo siguió temblando, dejando a la princesa más joven pasmada.

          Quiso pensar que la expresión en su propia cara era igual, pero tuvo que aceptar que no reflejaba lo que con tanta impotencia y frustración había enseñado Vaelerya en pocos segundos. Nunca lo haría, porque eran diferentes. Sin embargo, Sylvenna no carecía de empatía y su corazón estrujado lo terminaba de confirmar.

          Se arrodilló a un lado de su media hermana mayor y posó sus propias manos sobre las rodillas ajenas. Le proporcionó un ligero apretón, en señal de que estaba ahí con ella, que no estaba sola.

          La reacción a eso fue también inesperada.

          Vaelerya se descubrió el rostro y se dejó caer al suelo imitando su posición arrodillada, para luego atraerla en un muy necesitado abrazo. Ambas se sostuvieron por varios latidos, y Sylvie se dio cuenta que su presencia era lo único que mantenía despierta la cordura y esperanza de la pelirroja. El piso, las paredes y el techo se habían desmoronado para Vael, dejándola sin ningún lugar en el cual poder refugiarse y recuperar fuerzas.

          Sylvenna se prometió ser aquello para ella en ese momento.

          —Nadie sabrá de mi parte lo que sea que te haya pasado. Tienes mi palabra —prometió en un murmullo vehemente.

          La contraria solo asintió mientras continuó desahogándose. Aquella fue muestra suficiente para Sylvenna.

          Cerró los ojos y soltó un suspiro, acariciando con lentitud la espalda de Vael, casi meciéndose para aportar a la tranquilidad que tanto deseaba transmitirle. Los brazos de la heredera se cerraron con mayor firmeza a su alrededor.

          —Gracias.

          Si no hubiese sido por la cercanía, tal vez no habría podido escucharla, pues la voz había salido en un hilo quebrado, áspero y débil.

          Nunca antes había entrado a los aposentos de Vaelerya. Nunca antes la había visto tan frágil, mucho menos regar y desnudar su alma en gotas saladas. Nunca antes había tenido la necesidad de sentirse tan cercana y conectada a alguien más.

          A su hermana.




NOTA DE AUTORA

Un capítulo relativamente tranquilo en donde podemos ver la determinación de nuestra Sylvie  ^^ Espero que les guste (:

Por cierto, he creado un canal de difusión en WhatsApp, el link lo pueden encontrar en mi bio, para quien pueda interesarle. Los que estamos ahí podemos ver el proceso de escritura, sneak peeks, edits a medias, escena extras de esta historia o de mis fanfics. Así que anímense para que el chisme viva jajajaja

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Nombre del canal de difusión en WhatsApp: La Corte de los Sueños

¡Feliz lectura!

m. p. aristizábal

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