Capítulo 25

El convoy se detuvo bruscamente en la plaza, levantando una nube de polvo que hizo toser a los pocos que no habían logrado esconderse a tiempo. Del primer vehículo, un blindado de líneas robustas y decorado con el símbolo de los Caballeros Eternos, descendió un hombre alto, envuelto en una armadura negra y reluciente. Su casco tenía una visera que destellaba con un brillo rojizo, y en su pecho lucía una insignia que indicaba un rango alto.

El pelinegro soltó un suspiro, cruzando los brazos mientras veía al caballero avanzar hacia él con paso decidido, rodeado de un grupo de soldados que apuntaban sus armas.

-¿Así es como reciben a los nuevos vecinos? -dijo el pelinegro, rompiendo el silencio con una sonrisa burlona-. Debo decir que esperaba un poco más de cortesía.

El caballero, sin responder, alzó una mano para que sus soldados se detuvieran. Luego, con una voz que resonaba fría y mecánica debido al modulador de su casco, habló:

-¿Eres tú quien golpeó a uno de mis hombres?

El pelinegro inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera pensando en su respuesta.

-¿Era el tipo que le apuntaba con un arma a un niño? Si es así, sí, fui yo. Aunque, para ser justo, no golpeé tan fuerte. Es culpa suya por tener un casco tan frágil.

Las palabras parecieron encender una chispa en el caballero, quien apretó los puños mientras daba un paso más cerca.

-¿Sabes quiénes somos? Somos los Caballeros Eternos. Representamos la ley y el orden en este mundo. Tú, un vagabundo insignificante, no tienes derecho a interferir.

El pelinegro rió entre dientes, desenroscando lentamente la cruz de su espalda y dejándola caer al suelo con un pesado clang. La cruz se desplegó ligeramente, revelando bordes afilados y un diseño que parecía más una herramienta de combate que un símbolo religioso.

-¿Ley y orden, dices? -respondió, su voz ahora más seria-. Pues tus métodos no parecen muy distintos a los de un matón con un arma grande. A menos que apuntar a niños sea una nueva forma de impartir justicia.

El caballero no respondió. En cambio, levantó una mano y señaló al pelinegro.

-Deténganlo. Vivo. Quiero enseñarle qué significa desafiar a los Caballeros Eternos.

Los soldados comenzaron a moverse en formación, rodeando al pelinegro. Este, en lugar de retroceder, dio un paso hacia adelante, agarrando firmemente su cruz.

-Si vamos a hacer esto -dijo, dejando caer su voz en un tono peligroso-, espero que ustedes den lo mejor. No me gustaría aburrirme.

Uno de los soldados fue el primero en atacar, cargando hacia el con una porra electrica. El pelinegro giró su cruz con maestría, bloqueando la espada de energía con el filo reforzado de su arma improvisada. El caballero negro atacaba con fuerza bruta, cada golpe resonando como un trueno al impactar contra la cruz. Sin embargo, el pelinegro no retrocedía; sus movimientos eran calculados, ágiles y llenos de precisión.

-¿Eso es todo? -provocó, esquivando un corte descendente que dejó una grieta en el suelo-. Pensé que los Caballeros Eternos eran más temibles.

El caballero rugió de furia y arremetió de nuevo, esta vez intentando un barrido lateral. El pelinegro saltó, girando en el aire, y aprovechó el impulso para golpear con el extremo de su cruz el casco del caballero, haciéndolo tambalearse.

-¡Maldito insolente! -gritó el caballero, recuperando el equilibrio. Activó un mecanismo en su espada, y la hoja comenzó a brillar con mayor intensidad, emitiendo un zumbido amenazante.

El pelinegro sonrió levemente, levantando su cruz en posición defensiva.

-Eso ya suena más interesante.

El caballero cargó con una velocidad sorprendente, su espada dejando un rastro de energía rojiza en el aire. El pelinegro bloqueó el ataque, pero la fuerza del impacto lo empujó varios metros hacia atrás, sus botas raspando el suelo. A pesar de todo, mantenía la calma.

Aprovechando la proximidad, el caballero intentó un ataque directo al torso, pero el pelinegro giró su cruz, desviando la hoja hacia un lado y lanzando un rápido contraataque: un golpe ascendente que impactó en la armadura del caballero, dejando una abolladura visible.

El caballero retrocedió, jadeando, su furia transformándose en algo más oscuro: duda.

-¿Quién diablos eres? -preguntó, tratando de recuperar su postura.

El pelinegro inclinó la cabeza, su sonrisa burlona regresando.

-Solo un hombre con una cruz muy pesada y poco respeto por los tiranos.

Sin darle tiempo para reaccionar, el pelinegro avanzó, girando su arma como un torbellino. El caballero intentó defenderse, pero la velocidad y precisión del pelinegro eran demasiado. Con un movimiento final, desarmó al caballero, lanzando su espada varios metros lejos. Luego, colocó la cruz en el cuello del caballero, obligándolo a arrodillarse.

-¿Eso es todo lo que tienen los Caballeros Eternos? -preguntó el pelinegro, inclinándose hacia él-. Porque, si lo es, me temo que están en graves problemas.

El caballero intentó hablar, pero antes de que pudiera decir algo, un grupo de soldados apareció al final de la calle, apuntando con sus armas. La situación se complicaba.

El pelinegro suspiró y retiró su cruz, dejando caer al caballero al suelo.

-Hoy no tengo ganas de una masacre -dijo, girándose hacia la salida más cercana-. Pero recuerden esto: si vuelven a apuntar a un niño, no seré tan amable la próxima vez.

Sin esperar respuesta, caminó hacia uno de los callejones, desapareciendo entre las sombras antes de que los soldados pudieran reaccionar. Los habitantes de la ciudad, que habían observado todo desde sus escondites, intercambiaron miradas asombradas. Por primera vez en mucho tiempo, alguien había enfrentado a los Caballeros Eternos... y había ganado.

El pelinegro se detuvo en la penumbra del callejón, respirando profundamente mientras sus sentidos se ajustaban al silencio. El eco de la confrontación aún resonaba en su mente, pero no se permitió relajar. Sabía que esta victoria, aunque significativa, era solo una parte de un juego mucho más grande.

Escuchó los pasos apresurados de los soldados, pero ya estaban demasiado lejos como para alcanzarlo. El peligro no era inmediato, pero la noticia de su enfrentamiento con los Caballeros Eternos pronto se esparciría por toda la ciudad, y con ella, vendría una respuesta. No sería la última vez que lo buscarían.

Se giró, alzando la vista hacia el cielo gris, como si buscando respuestas entre las nubes. ¿Por qué siempre tenía que ser él quien se interpusiera en el camino de esos tiranos? La cruz sobre su espalda pesaba más que nunca, pero no podía dejar que el peso lo aplastara. No mientras existiera una chispa de resistencia.

De repente, una figura emergió de la oscuridad a su izquierda. Era una mujer de cabello oscuro, vestida con ropas sencillas pero de movimiento ágil. No llevaba armas visibles, pero su postura y la forma en que lo observaba indicaban que sabía pelear.

-Impresionante espectáculo -comentó, su voz suave pero llena de admiración.- Pero no es suficiente.

El pelinegro no reaccionó de inmediato. Reconoció la mirada de desafío en sus ojos, pero no hizo ningún movimiento. Él, al igual que ella, sabía que en esta ciudad la aparente calma era solo un respiro antes de la siguiente tormenta.

-¿Y tú quién eres? -preguntó finalmente, sin girarse hacia ella, pero consciente de cada uno de sus movimientos.

La mujer sonrió, y aunque sus labios no se curvaron hacia una mueca, su mirada denotaba un aire de confianza.

-Alguien que también tiene cuentas pendientes con los Caballeros Eternos -respondió. -Y veo que tú no eres tan indiferente a su tiranía como pensaba. ¿Un aliado, entonces?

El pelinegro la miró de reojo, evaluando sus palabras. La idea de una alianza con alguien desconocido no le agradaba, pero la situación en la ciudad era cada vez más peligrosa. Los Caballeros Eternos no olvidarían fácilmente lo sucedido hoy, y cada vez quedaba menos tiempo para prepararse para lo que estaba por venir.

-No soy de hacer aliados fácilmente -dijo, finalmente girándose hacia ella con una mirada evaluadora-. Pero si eres realmente tan hábil como pareces, puede que nos sea útil.

La mujer dio un paso adelante, como si la invitación estuviera dirigida a algo más que a palabras.

-Entonces, tal vez podamos ayudarnos mutuamente. Este es solo el principio, ¿no lo ves? Ellos no se detendrán hasta que todo esté bajo su control. No se trata solo de un niño o de ti, se trata de todos.

El pelinegro la observó en silencio, sintiendo cómo la conexión de sus palabras resonaba en lo más profundo de su ser. Era verdad. La ciudad estaba a punto de enfrentar una guerra, y si quería que algo cambiara, tendría que involucrarse mucho más de lo que había planeado inicialmente.

-¿Qué propones? -dijo al fin, la decisión sellada en su tono.

La mujer asintió, como si hubiera anticipado su respuesta. Se acercó un paso más, su mirada fija en él, y en sus ojos había una mezcla de determinación y pragmatismo que él reconoció inmediatamente.

-Los Caballeros Eternos no solo están en esta ciudad. Están en cada rincón del mundo, controlando, manipulando, extorsionando. Si queremos hacer algo real, tenemos que golpearlos donde más les duele: en su poder. Y su poder no solo está en sus armas o en su ejército, sino en las personas a quienes sirven.

El pelinegro frunció el ceño, procesando sus palabras. No era la primera vez que escuchaba algo similar, pero la manera en que ella lo decía le hizo pensar que tenía un plan más concreto de lo que él había considerado.

-¿Y cómo planeas hacer eso? -preguntó, sin ocultar su escepticismo. Había enfrentado a los Caballeros muchas veces en el pasado, pero cada victoria personal había sido un acto aislado. Hacer una diferencia real era algo mucho más complicado.

La mujer levantó una mano, señalando hacia el horizonte donde la ciudad se extendía más allá de las murallas.

-La resistencia, aunque fragmentada, está aquí. No somos muchos, pero tenemos los recursos. Sabemos cómo operar en las sombras, cómo desestabilizar sus suministros y su influencia. Necesitamos alguien como tú: alguien que pueda darles un golpe directo, visible, que los haga temer, que les recuerde que no son invencibles.

El pelinegro miró hacia donde ella señalaba, notando las luces titilantes en el horizonte, como pequeñas estrellas de esperanza entre la oscuridad. Su vida siempre había sido un ciclo de enfrentamientos y huidas, pero la idea de algo más grande, de una causa, despertó algo en su interior.

-No me interesa ser el símbolo de una resistencia -respondió, su voz firme. -Nunca lo he sido. Soy un hombre con un propósito, no un líder de rebelión.

La mujer sonrió con una leve burla, como si ya hubiera anticipado su respuesta.

-No estás aquí por un símbolo, lo sé. Pero la lucha no tiene por qué ser solo en las sombras. Si golpeamos al caballero, si hacemos que la gente vea lo que los Caballeros realmente son, algo se encenderá. No me malinterpretes, no te estoy pidiendo que seas su figura heroica. Solo... que hagas lo que haces mejor. Y que hagamos esto juntos.

El pelinegro pensó en sus palabras, la idea comenzando a germinar en su mente. No le gustaba la idea de unirse a un grupo, no confiaba fácilmente en nadie. Sin embargo, el mundo estaba cambiando, y él también lo hacía, aunque no quisiera admitirlo. Quizás, solo quizás, este era el momento adecuado para algo más grande.

Suspiró, mirando de nuevo a la mujer.

-Bien -dijo finalmente, su tono grave-. Pero quiero una cosa clara: no me sigas. Si vamos a hacer esto, lo hacemos a mi manera.

Ella asintió, una sonrisa satisfecha cruzando su rostro.

-Eso es lo que esperaba escuchar. Nadie quiere que cambies tu estilo. Pero si te unes, veremos qué podemos hacer. Juntos, podemos darles la guerra que tanto temen.

Sin más palabras, la mujer dio un paso atrás, dispuesta a alejarse.

-Nos encontraremos en el puerto. Hay un lugar allí donde podremos reunirnos con los demás. Será nuestro punto de partida.

El pelinegro la observó desaparecer entre las sombras, sintiendo cómo la tensión en sus hombros se aliviaba un poco. Su decisión estaba tomada, y aunque sabía que el camino por delante no sería fácil, había algo que lo impulsaba a seguir adelante. Quizás este era el momento de dejar de ser un solitario.

En silencio, volvió a cargar su cruz sobre su espalda, sus ojos fijos en el horizonte. No podía predecir lo que vendría, pero por primera vez en mucho tiempo, se sentía listo para enfrentarlo.

El viento comenzó a soplar con fuerza, llevando consigo el murmullo lejano de la ciudad. Ya nada volvería a ser igual.

-Volvere por mi auto, si ire a "la resistencia" no pienso dejar a mi bebé aquí ni en ningún otro lado-

Este empezó a caminar hacia donde había estacionado su automóvil, Pero este se detuvo en seco mientras se quitaba las gafas de sol con una mirada asustada

-N-no, no puede ser-

Se pudo ver cómo dónde antes su auto estaba solo quedaba chatarra el auto estaba destruido, aplastado y por sorprendente que parezca también estaba desmantelado, por lo que esté callendo de rodillas levanta la cabeza junto con ambos brazos al cielo y puños cerrados

-¡Me tienes que estar jodiendo!-

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