Capítulo 7
Holis. No sé si ya leyeron mi anuncio, pero les cuento por acá: Mi laptop está fallando, no quiere cargar y he vuelto a escribir en el celular, si bien será más rápido que entregue capítulos al tenerlos a la mano, pueda que tengan más fallos o que los guiones cambien constantemente, así que porfis paciencia, lo arreglaré pronto.
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Mañana saldrá otro cap 🙈 uno que creo les va a gustar... espero 7u7.
Por ahora, ojalá les guste este, es cortito, pero tiene cosas que recordarán en próximos capítulos jeje.
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THERINE
Tras la primera semana completada aquí, creo que ya conozco lo básico de Agustín.
Que es un amargado, principalmente, pero el desgraciado se sabe divertir. Que le encanta comer pescado capeado y tomar su café cargadísimo. Eso lo descubrí ayer que le robé un sorbo sin que me viera, me arrepentí toda la tarde. También que, a pesar de odiar su trabajo, es un maniático del control y ha estado hablando por video llamadas sobre trabajo con su amigo Dylan quien también descubrí que es quien está cuidando a su perro.
Yo soy muy poco sociable, no obstante, no he sido capaz de demostrarlo, es extraño, pero al menos con este sujeto no se me ha parado la boca, además de que busco molestarlo cada que tengo la oportunidad.
Salgo del jacuzzi, enredándome la toalla para secarme. Estoy por cambiarme pero me doy cuenta que de nuevo olvidé mi ropa en la cama y para mi desgracia, esta vez Agustín está en la habitación. Está hablando con Dylan de nuevo, no lo puedo interrumpir par que me pase mi ropa.
Suspiro. No me queda de otra, tengo que salir.
De puntitas, logro llegar a la habitación, pero se me cae la toalla y la recojo acelerada. Giro mi cabeza para ver si Agustín no se dio cuenta de eso. Casi pego un grito cuando lo veo verme con una ceja alzada, ya terminó de hablar con Dylan y justo volteó en ese segundo.
No puede ser. ¿Por qué esta habitación no tiene puerta?
—Tienes bonitas nalgas —dice, cuando acalorada me voy a un punto ciego de la habitación, luego de tomar mi ropa de la cama.
—Qué fijón eres. —Me pongo mi ropa interior más rápido que como nunca lo he hecho.
—Yo no tuve la culpa de que se te cayera la toalla al momento en el que giré a ver qué hacías.
—¿Te importa lo que haga? —Me meto el vestido playero y salgo. Con un valor que no sé de dónde me salió, me siento frente a él para dar por terminada la discusión—. Hoy duermo en el sofá, se suponía que la intercambiaríamos cada noche.
Veo que teclea algo en la computadora cuando me dice que no.
—Se me hace injusto —agrega y me ve de nuevo—. Estás embarazada, el sofá es muy incómodo, si llegas a rodar, te vas a caer.
—Yo no ruedo. —Comienzo a cepillar mi cabello con mis dedos—. Además, no creas que es muy cómodo tener el espejo en el techo y verme cada noche.
—Pues otra opción es dormir juntos, porque ni sueñes que te dejaré dormir en el sofá.
—Vale, me parece mejor —lo acepto porque es algo que no me da problema, la cama es lo suficientemente grande para los dos—. Voy por algo de comer, ¿quieres que traiga algo? El de recepción me da cupones cada que me ve, hay que aprovechar.
Me mira como si lo que digo estuviera en otro idioma.
—¿Te acabas de dar cuenta de que aceptaste que durmiéramos juntos? —Cierra su computadora y me ve, luego se cruza de brazos—. ¿No dijiste que jamás pasaría?
—Hablaba de tener sexo. —Pongo los ojos en blanco y me levanto para ir por mi bolso, donde tengo todos los cupones de comida—. Dormir en la misma cama no es de regla acostarse con la persona, ya deja de pensar en sexo. ¿O prefieres dormir en el sillón del amor?
—No he tenido sexo en dos meses, ¿qué quieres que diga?
—Que te lo crea tu abuela, te encanta tener sexo con desconocidas, me quedó claro cuando te conocí, siempre has de tener una fila.
—Eso lo estás asumiendo, prometida, aun te falta conocerme.
—Claro, eso ya lo sé, perdón. —Desde la puerta, le vuelvo a ofrecer traerle algo pero me niega—. Vale, tú te lo pierdes.
Salgo de la habitación directo al ascensor. Hoy me siento bien, al menos por ahora porque desayuné bien y tomé mis medicamentos, incluso el que la cuñada de Agustín nos dijo, supongo que eso de verdad me sirvió para el vómito. Esas pastillas hacen magia.
—Hola, buen día. —En la entrada del restaurante, me intercepta una chica con un vestido playero y una corona de flores. Incluso lleva en la mano izquierda algunas, de los cuales me coloca una desprevenida. Me entrega un folleto después—. Está cordialmente invitada a nuestra fiesta de playa por la caridad. Habrá premios, muy buen ambiente y se hará una colecta voluntaria.
Sin más por agregar, se va justo para donde ve a una pareja. Yo le doy un vistazo al folleto y el mentado evento es en dos semanas. A mí no me agrada estar rodeada de demasiada gente, por supuesto que no podría ir, mucho menos con esto de la caridad, no tengo dinero y para empezar yo estoy aquí por la caridad de Agustín.
Llevo la comida de vuelta al ascensor, leyendo nuevamente el folleto. No me interesa en lo absoluto, pero pude que a Agustín le pueda interesar.
Pese estar tranquila luego de hablar con mi familia y que se creyeran lo de por qué me quedaré más tiempo, a ratos siento que la ansiedad no me deja estar cómoda. Nunca he tenido una relación en toda regla, más bien, mis relaciones no duran lo suficiente como para decir que tengo una buena o completa experiencia. Fingir que lleve tres años de un empedernido y oculto romance con un desconocido es una locura, pero no tengo otra salida por el momento. Al menos hasta que crea conveniente decirle la verdad a mis padres, la cual aun sigue en un baúl sin la posibilidad de que salga, por supuesto.
Agustín sigue en el sofá, pegado a su teléfono. Sin decir una palabra le dejo el folleto en la mesita y me voy a comer a la habitación y a revisar los demás cupones que me dio el señor de recepción, hay algunos de atracciones que desecho porque igual son muy bruscas para mí. Hay muchísimos de comida gratis y bebidas, ese hombre se debe sentir en serio mal por lo que pasó.
Llama a mi atención uno que es de una tarde de pesca en un yate y una sonrisa ilumina mi cara.
A mí y a Tadeo nos gustaba ir a pescar. Antes de que se casara con Montserrat, íbamos de vez en cuando junto con unos amigos, incluso con ella hasta que años después se incluyeron mis sobrinos y poco a poco dejamos de ir porque el más pequeño salió enfermizo.
—¿Quieres ir a pescar? —Agustín me saca de mi burbuja. Lo miro con el ceño fruncido. Está recargado en el arco de la puerta—. Digo, ese cupón te ha hecho sonreír, supongo que te gusta.
—Sí, me gusta. —Aclaro mi garganta, apenada—. Pero no quiero hacer nada riesgoso, algo que pueda poner en peligro al bebé.
—Para eso voy a ir yo contigo, yo te cuido.
—¿Entonces me está invitando a pescar? Creí que solo preguntabas si me gusta. —Dejo el cupón en la cama.
—No he hecho nada divertido desde que estoy aquí, y he de suponer que tú tampoco. Estamos juntos en este plan, ¿por qué no pasar un rato amable juntos? Ándale, termina de comer y vamos, yo lo pago, tira ese cupón.
—Vale, acepto, ¿cómo negar cosas gratis?
Agustín se ríe fuerte.
—Te espero en la recepción.
Lo veo salir y solo apenas me doy cuenta que está justo vestido para la ocasión, como si ya lo hubiera planeado.
O a lo mejor solo estoy alucinando, qué sé yo.
Bajo a recepción, Agustín me espera justo en la entrada.
—Pedí un taxi —dice—. Ya debe estar esperándonos, vamos.
Todo me resulta tan extraño, sin embargo, cuando llegamos al muelle, prefiero prestar atención al señor que nos ofrece un yate. Agustín le dice que queremos pescar y no sé qué le dice el señor porque me distrae diciéndome que me vaya subiendo. Unos cinco minutos después, zarpamos junto con el señor, otro hombre y una mujer que nos ofrece bebidas o algo de comer. Creo que es parte de la “atracción”. Las veces que llegué a pescar con Tadeo, fueron en un bote rentado, así que me siento un poco desubicada.
—Ven aquí —Agustín me señala su lado en la punta. El señor va preparando las cañas y el otro va por la carnada.
—Aquí hay buena pesca. —El señor nos deja solos.
—¿Ya has pescado alguna vez? —Va preparando una caña cuando me habla.
—Sí, en bote, con mi hermano —Le cuento. Me pasa la caña para que yo la sostenga y se prepara otra mientras pone atención a lo que digo—. Íbamos de vez en cuando, solos o con mi cuñada. A veces con amigos, lo que pescabamos, mamá lo cocinaba cuando regresábamos.
Me cuenta que él no suele hacer eso, solo le ha tocado pescar un par de veces pero porque algunos socios cierran sus negocios celebrando ya sea con una elegante cena o idas a lugares extraños para él. Nos reímos de chistes que no entiendo, pero me río porque me contagia.
Nuestra conversación de pausa cuando mi caña comienza a titubear.
—¡Picó! —Grito, emocionada, y comienzo a halar y roer el hilo. Lo hago con fuerza, escuchando a Agustín y al hombre decirme que procure no dejar ir el hilo.
De repente, se va soltando sin poder evitarlo. Todo pasa tan rápido. Esa cosa me hala a grado de que casi me golpeo el vientre con la baranda, de no ser por el par de brazos de Agustín que me sostienen desde atrás. Del susto suelto la caña, dejando que se vaya.
—Oh, Dios —Lo escucho decir cerca de mi oído. Me sostiene fuerte, pero no me aprieta el estómago—. Por poco te lleva, ¿estás bien?
Giro mi cabeza solo para encontrarme con su cara. Ver la preocupación en su rostro me hace sentir algo extraño en la panza y el pecho.
No puedo hablar, por alguna extraña razón, pero sé que asiento.
—¿Te alcanzaste a golpear? —Se separa un poco y toca mi estómago, tanteando algún dolor que cargue.
Le niego.
—La caña se fue. —Mi voz suena atorada. ¿Qué me acaba de pasar?
—A la mierda la caña, Therine, se la pagaré al hombre. ¿Segura que no te hiciste daño?
Esto es muy raro, ¿qué le está pasando a él?
Estoy confundida.
—Mejor dejemos ahí, es peligroso.
—Estaba desprevenida. —Aclaro mi garganta cuando noto que está pasando, lo que sea que está pasando, me siento rara—. Por eso logro irse, no seas exagerado.
—Eres mi prometida embarazada, mujer, ¿cómo no quieres que exagere? Pudiste haberte golpeado.
Las piernas me tiemblan y siento un cosquilleo en la pelvis.
Vale, esto es estúpido, ya sé lo que pasa, y por supuesto que voy a ignorarlo por completo.
—Bien, tranquilo, estaré bien, ¿sí? Volvamos a intentarlo.
No voy a permitir que mis hormonas me traicionen.
Al regresar a la habitación de hotel, ya está anocheciendo. Nos quedamos un par de horas en el yate, logré pescar dos peces y Agustín solo logró pescar un resfriado, todo el camino venía estornudando, incluso su voz suena congestionada cuando me habla.
—Dormirás sola en la cama, seguiré en el sofá. —Toma su almohada del sofá y la apretuja en su pecho antes de sentarse.
Cuando estornuda de nuevo, niego con la cabeza.
—Estás enfermo, dormir incómodo no es una opción, levántate y vamos a dormir.
—Vale, solo por hoy. —Se cubre con la sábana a su lado y camina hacia la cama. Se tumba y lo escucho bufar de dolor—. En el baño hay un botiquín, tráeme una pastilla, ¿sí? También llama a recepción y pide un té. ¿Puedes ver si tengo temperatura alta?
Pongo los ojos en blanco y me río.
—Qué mandón eres, cuando mi hijo nazca, le enseñaré a que te diga “millonario mandón”.
Me acerco a él a tocar su frente. Sí tiene algo de temperatura. Deben pegarle muy fuerte los resfriados.
—¿Seré parte de la vida de tu hijo? —Pregunta y suelta una risita en medio de un quejido—. Vaya, no sabía que tú y yo seríamos amigos.
—Ya quisieras ser mi amigo.
—Soy tu prometido falso por los próximos meses, tal vez la que querrá que sea su amigo vas a ser tú.
—Ya duérmete —Lo cubro con las demás sábanas—. Descansa, Agustín Margo.
—Igual tú, prometida.
"Prometida".
Suspiro. Creo que no he analizado lo suficiente este asunto, no obstante, aún me quedan semanas para pensarlo mejor.
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