Final desde el lugar de Josefa




Para ti, lector:

Somos una vez en la vida, lo había leído alguna vez en un libro. Y era la frase que se me había marcado por completo. Porque no había sido casualidad que lo leyera un par de años después, de que me arrebataran al hombre al cuál que había entregado mi corazón.

Esa frase me hizo comprender, que había sido muy corto lo vivido con ese hombre maravilloso, sin embargo, todo lo que vivimos, había sido mágico, solo nuestro, solo único. Porque cuando uno se enamora, abre sus puertas a la felicidad con los ojos cerrados, atrayendo así, a la más pura y sincera felicidad, que la vida pueda dar.

Lo malo de eso, tal vez sea, que el tiempo en ocasiones se pone celoso de no poder abarcar todo, y de alguna manera, se lleva con él, lo que se ha podido vivir plenamente, tan solo una vez.

Este anónimo, del libro, decía, no hay una vez más. Esa una vez que fuimos. Y lo que mencionaba a continuación parecía describirme a mí, en mis momentos más memorables. Cuando fui, una vez en esta vida.

Nos conocimos cuando todo era nuevo y emocionante, y las posibilidades del mundo parecían infinitas. Y aún lo son, para ti, para mí, pero no para nosotros. En algún momento entre entonces y ahora, aquí y allá, no solo nos distanciamos, crecimos.

Cuando algo se rompe, si las piezas son lo suficientemente grandes, lo arreglas. Por desgracia a veces las cosas no se rompen, se hacen añicos. Pero si dejas pasar la luz, el vidrio hecho añicos, destella. Y en esos momentos, cuando la pieza de lo que fuimos, brillen con el sol, recordaré lo hermoso que fue. Lo hermoso que siempre será. Porque fuimos nosotros, y fuimos magia, por siempre.

Desde entonces, desde que había leído esas líneas, sabía que cuando quisiera rememorar cuando fui una vez en la vida, solo debía mirar al sol, ver la intensidad de su brillo, y recordar su rostro, su sonrisa, su mirada.

Porque allí estaba yo, allí estaba él, allí estábamos nosotros. Nuestra luz, nuestro amor, permanecerá por siempre en esa magia que fuimos.

De Josefa.

***

Cuándo yo comencé a escribir, lo hacía a escondidas, era una época en la que la mujer no tenía derecho escribir ni leer. Pero mi padre, mi máximo héroe, fue quién por exigencias mías, me lo enseñó. Y lo hizo feliz, sabiendo que su única hija aprendería de él.

Para la época en la vivíamos, si mi personalidad y carácter se hacían notar, era considerada una mujer de "libres pensamientos" en ese entonces, era considerada una amenaza para la sociedad machista en la que nos desempeñábamos como individuos.  Hoy , ahora, ya habiendo vivido por casi ochenta años, me atrevo a decir que le hubiese encantado poder escribir mucho más.

Como por ejemplo, más cartas de amor, a mi esposo, al hombre que me amó sin miedo a nada, que creyó en mí, que me regaló los hijos preciosos que tuvimos, y que gracias a Dios, lo vivido, será para siempre. Así como también me hubiese gustado podido expresar más abiertamente mis sentimientos, al hombre que me protegió, que me quiso sin condiciones y que en silencio, siempre esperó a que mis ojos lo vieran como veía a su hermano. Lamento sino fui lo que Rafael esperaba.

Tal vez se pregunten ¿Pero como pude hacerle eso a mi esposo, a Fernando? ¿Como estuve con Rafael sin haber sanado? ¿Como inicié una relación con él sin haberme divorciado de su hermano? La verdad es que, nunca nadie podrá entender, nunca entenderán que es posible que un ser humano puede albergar a dos personas al mismo tiempo. Puede amar a uno con el alma entera, y querer al otro con la vida misma. Porque fue como yo amé a ambos.

Si, yo morí el mismo día que me arrebataron a mi esposo, lo que teníamos como bien decía en aquel libro, fue una vez en la vida, pero esa vez, fue para siempre. Y morí con él desde su injusto encierro, desde que aquel hombre tirano nos juzgó sin razón alguna y nos condenó como si hubiera tenido el derecho absoluto de hacerlo. Mis hijos fueron mi motor para seguir, para luchar, para ver la esperanza al final del túnel, para sonreír y vivir día con día, como si estuviera en un proceso de rehabilitación. Mentalizando el "solo por hoy" Fue así como pude juntar mis pedazos e intentar recomponerme.

Sin embargo, Rafael, él, fue la mano que ayudó a no caer, que me ayudó a sanar con su paciencia, su cariño, su respeto, su protección. Él decidió aceptarme como su mujer, como su pareja, para ofrecerme su apellido y no estar desamparada ante el mundo, para entregarme su amor sin pedir nada a cambio. Y para cumplir con la promesa que le había hecho a su hermano, la promesa de que si Fernando llegara a faltar algún día, él cuidaría de nosotros, y así lo hizo, así lo cumplió.

Si de algo me arrepiento, es de que el tiempo tal vez nunca estuvo a mi favor o quizás el destino. ¿Quién sabe? Posiblemente los dos. Porque si yo hubiese tenido al destino a mi favor, no me hubieran arrebatado a mi esposo y nuestra historia sería otra. Tal ves ahora seguiríamos juntos. O si tan solo el tiempo hubiera apostado por mi, tal vez mi vida junto a Rafael también hubiera perdurado muchos años más. Pero como podrán darse cuenta, no tuve ninguno de esos factores de mi lado. El tiempo lastimosamente me separó de Rafael, murió hace años atrás, tomando mi mano y expresándome su infinito amor.

Y perdí al hombre a quién entregué mi alma, injustamente. Posteriormente, al hombre a quién entregue mi vida. Ellos se marcharon antes, pero sabiendo cuánto los amaba a los dos. De forma diferente, de manera distinta, pero amor al fin. Era lo que esos hombres maravillosos, me hicieron sentir. Algo de que estaré eternamente agradecida con Dios, por haberme regalado la oportunidad de conocer a esos hermanos maravillosos.

Nuestros hijos, los que tuve con Fernando, los que tuve con Rafael, son los frutos, de lo tan real y extraordinario, de absolutamente todo lo que vivimos. Sinceramente, nunca nadie podrá entender como fue posible, que yo amara a ambos. La mayoría de las personas solo juzgan, sin saber la historia, sin ponerse en el lugar del otro, sin detenerse a mirar que otros tres dedos, lo están sellando a uno mismo.

Cuándo perdimos nuestros bienes, cuando ese dictador nos confiscó, no me martiricé por esas cosas materiales, eso no me devolvía a mi esposo, al padre de mis hijos mayores.  Mucho menos la felicidad que nos despojó. Ese dictador, me robó mucho más que esas simples cosas materiales. Ese hombre tirano, además de privar de libertad a Fernando, mató a mi padre. Porque esas torturas y atrocidades que hacían a los reos en ese entonces, llevó a mi padre a abrazar a la muerte. De una forma indigna, amarga e inmerecida. Y de la misma forma, sucedió con mi esposo. Ellos no se lo merecían, sobre todo porque eran inocentes.

Fernando no merecía morir en esa prisión, no merecía haber sido privado de su libertad sin justificación alguna. Mucho menos ser tratado como si fuera un simple pedazo carne. No tuvo siquiera un juicio en su contra, ni se presentaron pruebas que demostrasen de lo que ese dictador lo acusaba. Sus derechos humanos fueron pisoteados de la manera más ruin, que en el mundo pueda existir.

En cuánto a mis hijos, eran muy pequeños para tratar de entender que era lo que había pasado realmente, no sabían porqué de pronto su padre ya no estaba con nosotros. Y cuándo fue el momento indicado, cuándo al menos, ya Ana y Ángel, podían comprender algo de todo lo que había sucedido, sentí durante ese proceso, perder también a mi hijo. Porque Ángel Joaquín, de algún modo, dejó de ser aquel chico amable y sonriente que era.

Hubo un tiempo en el creí, que me odiaría por siempre, que no quería que fuese su madre. Él se mantuvo distante y frío, por mucho tiempo. Y sentía que me odiaba por haber estado con su tío, cuando nos quitaron a su padre. Inclusive cuando le dimos cristiana sepultura a Fernando, mi hijo Ángel, mantuvo esa coraza que utilizaba como si se protegiera de que alguien le hiciera daño. Ángel Joaquín no lloró en la vigilia, no lo hizo cuándo nos enteramos de lo sucedido. Tampoco lo hizo durante los primeros días, esos fatídicos días cuando nos encontrábamos en la casa, con la esperanza e ilusión de que todo fuera una mentira. Ángel, lloró por primera vez, la pérdida de su padre, tres meses después. Lo hizo a solas, sin que nadie lo viera, solo yo estuve a su lado, me permitió abrazarlo, consolarlo, y se apoyó en mi hombro para expulsar toda esa tristeza que había acumulado.

Nunca creí que una persona pudiera sentir el alma rota, por más de una vez, pero ese día, esa vez que lloré junto a mi hijo sintiendo su dolor, su tristeza, su angustia, no hubo nada en mi, que no se sintiera absoluta y completamente roto. Ver a mi hijo de ese modo, no poder hacer nada y carcomiéndome la impotencia, es una experiencia que no se lo deseo a ningún padre.

Por eso, cuando después de mucho tiempo, cuando toda la familia pudimos reunirnos nuevamente, en el festejo del primer año de Fernandito, me sorprendió gratamente saber, que Ángel Joaquín, por fin nos había perdonado, ya no tenía rabia en su bondadoso corazón. Ese día fue memorable, mi hijo se encontraba hablando con Rafael, en la sala, ellos no me vieron, pero accidentalmente los escuché.

Cuando oí lo que decían, inevitablemente las lágrimas se me habían escapado. Pero recobré mi compostura, respiré profundo, sequé mis lágrimas y regresé a la mesa junto a los demás como si no hubiera pasado nada. Primero porque ese era el momento de Rafael y mi hijo, no merecían una interrupción, segundo porque era una bendición haber escuchado la conversación entre los hombres más importantes de mi vida, y ser testigo del cariño que se tenían. Eso lo llevé conmigo, en silencio, todo este tiempo. Nunca supieron que yo los había escuchado.

Luego de eso, el tiempo fue demostrándonos nuevamente su poder, una parte de nuestra vida logró equilibrarse, y otra gran parte, aún le faltaba mucho por cicatrizar. Mis hijas mayores iniciaron su vida amorosa, ya formaban su propia familia y, la familia iba siendo más numerosa, con la llegada de mis nietos. Mis hijos menores, eran los que nos robaban sonrisas con sus ocurrencias e inquietudes. Rafaelito, que ya era más grande que los demás, siempre estaba al pendiente de los más pequeños. Su carácter se parecía tanto al de Fernando, por más hijo de Rafael que fuera, era la copia fiel de su tío. Y no había manera de no poder dejar de admirar eso, en él. Inclusive, en varias ocasiones el mismo Rafael, me decía lo increíble que era que nuestro hijo se pareciera tanto a su tío. En su forma de ser, de pensar y actuar.

Cada uno de mis hijos, fueron la bendición más preciosa que Dios padre, me pudo dar. Y por eso, nunca me arrepentiré de las decisiones que tomé para llegar hoy día, hasta aquí. Se que el angelito que perdimos con Fernando, también algún día, estará a mi lado para llamarme mamá. Si hubiera sabido que algo malo tenía cuando nació, nunca hubiera permitido que nada malo le sucediera. Sin embargo, la ciencia, la medicina en esa época, no había avanzado lo suficiente como hasta ahora. Y nadie pudo advertirnos que nuestro bebito había llegado al mundo, muy frágil. Eso también fue algo que marcó bastante como mujer.

Fueron tantas las experiencias vividas, tanto recorrido realizado para mujer que solo buscaba la igualdad, la libertad de expresión y el derecho a escoger. Pero los caminos que el destino se encargó que yo recorriera, me privó de todo eso. Sin embargo, de algún modo, se que mi esencia sigue allí, en el fondo. Se que mi espíritu libre logrará romper las cadenas alguna vez. Y si no es en esta vida, será en la otra.

Por eso, querido lector, después de todo lo que he vivido, me atrevo a decirte que no tengas miedo. No te quedes desde ese lugar de querer hacer algo, o ser alguien y no trabajar por ello. Debes de hacerlo, esfuérzate, trabaja, lucha por tus sueños, por tus ideales, tus creencias. No permitas que te limiten, que te corten las alas, porque estoy segura de que todo lo que uno pueda soñar también se puede crear y, si puedes crearlo, puedes lograrlo.

Te lo dice alguien que no tuvo el valor de cumplir con eso, pero no porque no quisiera, sino porque mi época, fue distinta a la que te toca vivir ahora a vos, en el mundo actual, disponemos de muchas libertades y oportunidades. La limitaciones que me impidieron ser la mujer que yo quería ser, hoy por hoy, ya solo son excusas. No esperes a que sea tarde y el tiempo te pase la factura como lo hizo conmigo.

Tampoco dudes de tus capacidades, tus fortalezas y virtudes. Cada persona es diferente, así que no te compares con otros. No compitas por querer ser mejor otro, más, si ocúpate de superarte a vos mismo, día a día, con la mejor actitud, con constancia, no desistas nunca a mitad de camino, lee, lee mucho para siempre aprender algo y, sobre todo como dijo esta persona muy reconocida que no diré su nombre, pero todos lo conocemos, por sobre todo, nunca dejes de sonreír. Porque un día sin reír, es un día perdido.

Esto es algo que me gustaría que supieras. Aquí sólo estamos de paso, es por eso que no debemos de perder lo más valioso que el ser humano pueda tener : El tiempo.

Es por eso que cuando todo te parezca extraño, piensa que pueda pasar. Cuándo todo te haga daño, piensa que puede cambiar.

Porque nada es en vano, sólo el tiempo te ayudará. Porque todo es humano, sólo el tiempo te sanará.

Cuando todo tenga sentido, vive tu valentía. Cuando nada tenga olvido, vive tu alegría.

Porque nada es en vano, sólo tiempo te ayudará. Porque todo es humano, sólo el tiempo te ayudará.

Y no hay nada más certero y real que eso. Solo el tiempo.

Gracias por haberme permitido entrar a tu mente con estas líneas, que expresan algo de lo que yo viví, por haber leído la historia de mi esposo, de Fernando y por quedarte hasta el final de la historia, conociendo un poco más, sobre lo que pasamos en aquella época. Descubriendo sobre lo que pude haber sido, o algo de lo que fui, algo de Josefa Cohene. Mujer de alas rotas, pero con la esperanza de recuperarlas algún día.

Querido lector, nunca desistas. Al final, al final son esas cosas que no tienen vuelta atrás, las que te cambian  la vida, pero con la certeza de que la esperanza siempre estará a tu lado para un nuevo inicio.

Josefa.

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