Epílogo
Epílogo
1838 – Arroyos y Esteros – Cordillera, Paraguay
Rafael había conseguido comprar una pequeña quinta en la ciudad de Arroyos y Esteros, a base de mucho esfuerzo, y con muchas trabas por culpa del dictador. Le había costado muchísimo, el poder obtener el permiso de su parte para esa adquisición y trabajar sobre esas tierras, con la agricultura y ganadería. Le había costado tanto, porque Rodríguez de Francia seguía sin permitir que otros tuvieran más que algunos. Pero el hecho de que el rubro y principal objetivo era el ganado vacuno, lo había aceptado. Sin embargo, algunas tasas a favor del gobierno, que Rafael debía de pagar, habían sido impuestos por el dictador supremo. Lo había aceptado con resignación, porque si esa era la condición para seguir prosperando, lo haría. Y lo haría por su familia, que tenía puestas las esperanzas en él, que era el principal sostén de todos, y porque seguía creciendo, un integrante más, se sumaba ese año a la familia De la Mora.
Feliz y orgulloso, Rafael se dirigía en dirección a la quinta, estaba montado sobre una carreta con dos caballos que lo movilizaban, era una sorpresa para Rafaelito, su primer hijo con Josefa. Seguían llamándolo de esa forma porque así, también, los demás lo distinguían de Rafael padre, y Rafael hijo. La sorpresa en realidad era para todos, pero principalmente para su primogénito porque había dicho que quería ayudarlo con el trabajo en las tierras, y con eso, podrían hacer mucho.
Ingresó a la vivienda, paró el movimiento de la carreta ordenando a los caballos a no seguir, ejerciendo presión con las riendas y bajó. Sus hijos salieron a recibirlo, Josefa, ya en su último mes de gestación, los seguía detrás. Todos felices de ver a su padre, con semejante adquisición.
— ¿Qué dicen? ¿Les gusta? —, preguntó Rafael, con una sonrisa en el rostro y señalando la carreta.
Todos parecían haberse puesto de acuerdo, respondieron al unísono, entusiasmados, y sin perder el tiempo, subieron a la carreta como aguardando a que su padre, los paseara de una buena vez.
—Creo, que es el momento exacto para que les muestres el tajamar de estas tierras. Y de paso, me traen un poco de esas mandarinas que están al final de nuestra propiedad —, dijo Josefa acariciando su panza y sonriéndole a Rafael —El bebé quiere comer eso de nuevo—. Finalizó pícara, sabiendo que era el pretexto perfecto para saciarse de ese antojo.
—¿El bebé otra vez? —Preguntó acercándose a ella, sin poder evitar sonreír también —Pues creo que tendremos que traer unas buenas cantidades —, la secundó en su picardía, la besó y luego fue junto a sus hijos.
Tal y como había pedido Josefa, recorrieron casi todo el final de la propiedad, jugaron unos instantes alrededor del tajamar, recogieron las mandarinas para ella, y regresaron ya después del mediodía, sin dejar de hablar, reír y mencionar que ya tenían hambre. Joaquina seguía con ellos, había hecho el almuerzo y, para cuando llegaron nuevamente a la casa, la mesa ya estaba servida. Unas albóndigas de carne con arroz blanco, era el plato del día a petición de Josefa, pues sabía que era el plato preferido de Rafael. Y como su cumpleaños sería en dos días, quería ir agasajándolo mientras estuvieran en la quinta.
***
Dos días después, justo un par de días antes del cumpleaños de Rafael, Josefa se encontraba extendiendo la ropa recién lavada, en el patio de la casa. Sus hijos estaban cerca de ella, disfrutando del día soleado y hermoso. Mientras tanto, el jefe de familia había ido a marcar algunos ganados con su ayudante Amaru, un indio que había conocido en la ciudad y era muy confiable. La esposa del indio también trabajaba con ellos, ayudando a Joaquina en la casa, se llamaba Jerutí y era muy buena con los niños.
Para cuando llegó con la intención de colgar la quinta ropa, Josefa sintió un estirón en la espalda y un dolor fuerte bajo vientre. Provoco que se encorvara llevando una mano sobre su panza y la otra hacia su espalda.
—¿Qué pasa mamá? —, preguntó Rafaelito cuando nota que su madre casi cae al suelo.
—Tu hermanito ya viene —, respondió segura de que ese bebé era un niño. Porque una noche antes de tener a ese bebe, lo había soñado —, será mejor que me ayudes a entrar a la casa —. Finalizó.
No solo Rafaelito la ayudó, los demás también. Joaquina sería la encargada principal de ayudarla a dar a luz, y Jerutí las ayudaría con todo lo hiciera falta. Ese bebe en verdad era muy especial para Josefa, porque cuando lo soñó, aquella noche, fue el mismo difunto Fernando de la Mora, quién en sus sueños, le había dicho que tendría un varoncito. Cuando eso ocurrió, Josefa había despertado con lágrimas en los ojos y no sabía cómo explicar lo ocurrido. Simplemente se excusó diciendo que estaba sensible y nada más.
La labor de parto había tomado aproximadamente unas cinco horas, Rafael ya se encontraba en la casa, aguardando con los demás, en la sala. Estaba muy nervioso porque no quería que nada malo le pasara tanto a la madre como al bebé, los quería sanos y salvos. De pronto un llanto incesante se escuchó en toda la casa, era el más claro aviso, de que el bebé ya había nacido.
Jerutí ayudó a limpiar a la criatura y a cortar el cordón umbilical, luego lo arroparon y lo acercaron a Josefa. ella lo tomó en brazos, con una sonrisa en el rostro y un par de lágrimas adornando sus mejillas. Acaricio suavemente la pequeña carita de su bebé y susurró unas palabras.
— Bienvenido a la familia, Fernando —, su hijo se llamaría así, en honor a ese hombre que llegó hasta en sus sueños, para seguir recordándole cuanto la amaba.
Un par de minutos después, Rafael ya no pudo con la espera y la angustia, e ingresó al dormitorio apenas vio salir a Jerutí. Joaquina seguía allí para terminar de ayudar a Josefa, felicitó a los padres por la nueva criatura, pero prefirió dejarlos solos un momento y luego regresar.
— Tendremos que esperar a que cumpla tres meses, y luego iremos a Asunción para que la familia lo conozca —, dijo Rafael sentándose a su lado.
—No será necesario —, le respondió Josefa —Tu madre me ha enviado una carta, dice que vendrán para el día de tu cumpleaños. No quería decírtelo para que fuera una sorpresa, algo así como regalos de cumpleaños.
—Pues este ha sido el mejor regalo de cumpleaños —, le dijo Rafael besándole la frente.
***
Efectivamente, la familia había llegado para el cumpleaños de Rafael, y, además, llevándose la sorpresa de que el nuevo integrante ya estaba en brazos de su madre. Cuando Doña Ana preguntó como lo llamarían, no pudo evitar emocionarse. Ella sabía que a su hijo Fernando, le hubiese encantado poder tener un hijo varón que llevara su nombre. Y cuando vio al bebé, supo que era como ver dos gotas de agua. Era la copia fiel de su hijo mayor, cuando lo recibió al mundo por primera vez. Sintió que Dios le devolvía una parte que había perdido, que sus esperanzas se materializaban y que tal vez, solo tal vez, podría ser su propio hijo reencarnado en esa pequeña criatura que había llegado.
— Quiero que mi nieto lleve con él, esta medalla, cuando sea grande —, le dijo Doña Ana a Josefa, cuando quedaron solas en la habitación —, era de Fernando, pero lo tenía guardado, porque cuando fue de comisionado a Buenos Aires, se había olvidado en la casa.
— Gracias —, respondió Josefa tomando la medalla —No sabe cuánto valoro esto, Doña Ana, se lo daré cuando cumpla los dieciséis años.
— Me parece bien —, le dijo la señora, colocando una mano sobre la de Josefa, a modo de cariño.
Conversaron un poquito más, pero luego Josefa se sintió un poco cansada y, aprovechando eso, la dichosa abuela se encargó de cuidar mientras tanto a su nietito. Cuando Rafael ingresó de nuevo a la habitación, su mujer ya se encontraba dormida, su madre meciendo en brazos a su hijo, y eso lo llenó de sosiego. Era tan feliz como Josefa se lo había prometido, y el poder honrar a su hermano como se lo merecía, de su parte, también era algo que el deseaba, por la misma razón, quedó satisfecho con la elección del nombre de su hijo.
— Estoy segura de que tu hermano, los está cuidando desde el cielo, che memby —dijo, su madre en voz baja para no despertar a al bebé, ni a su nuera.
—También lo creo, mamá —, respondió Rafael, acercándose a su madre para apoyar una mano sobre el hombre izquierdo de ella —Creo que nos ha bendecido, con esta hermosa familia. Y estaré eternamente en deuda por ello.
Rafael suspiró recordando a su hermano, una parte de él, creía que en verdad lo había ayudado a permanecer al lado de Josefa, formando la familia que tenían. Sobre todo, que había sido su guía durante todos esos años, para lograr buenos acuerdos económicos en el negocio. Porque esos logros que iba cosechando ahora, no eran únicamente de él, sino también de Fernando.
1840 - Ciudad de Limpio
Hacia ya un año de que todo había mejorado progresivamente para los de la Mora, esa mañana, todos se encontraban ayudando para poder finalizar los preparativos del almuerzo. Era la primera vez en muchos años, que nuevamente volvían a reunirse como lo hacían antes, como cuando Fernando estaba físicamente con ellos. El almuerzo de ese día, no solo era importante porque toda la familia estaría reunida para celebrar, y para agradecer que tenía, salud, amor y prosperidad. Sino que también, celebrarían el cumpleaños numero uno de Fernandito.
Doña Ana estaba presente, así como Rosa, su esposo e hijos. Vicencia también estaba con su familia, Juana, la mayor, la que había vivido en Buenos Aires, ya no se encontraba con ellos, había muerto aproximadamente hace cuatro años atrás. Ña Tomasa seguía cerca de su hija Josefa, era su sostén para seguir adelante. En cuanto a los hijos de Josefa, ese día, la primera en llegar había sido Jovita, ya casada por segunda vez y tres hijos. Le siguió Ana con su esposo y sus cuatro hijos, después llegó Ángel Joaquín, todo un hombre, ahora acompañado de una mujer bellísima.
Absolutamente todos los hijos de Josefa, estaban ahí. Rafaelito, Nicolas, Miguel Mauricio, todos ellos, felices de recibir a sus hermanos más grandes. Y a sus sobrinitos, que, aunque pequeños, también jugaban con ellos. Mientras ellos disfrutaban en el patio enorme de esa vivienda que parecía tener mucha más vida, que antes, Josefa se encargaba de poner la mandioca caliente en una bandeja, Jerutí y Joaquina la ayudaban con lo demás, y Ña Tomasa cuidaba a Rafaelito en compañía de Doña Ana.
Las tías y tíos, conversaban de casi todo un poco, ya sentados en la mesa, y sirviéndose un poco de vino, agua, o jugo, había muchas variedades de bebidas y comida ese día. Rafael se excusó un momento con la intención de ir por más vino, Ángel atento a eso, aprovechó para seguirlo y de esa forma poder hablar con él, sin que nadie los interrumpiera.
—Don Rafael —, se refirió a él como si no tuviera derecho a llamarlo tío —¿Puedo hablar con usté?
— Por supuesto —, dijo Rafael, sorprendido a que Ángel le hablara —Sabes que podés llamarme solo por mi nombre, o decirme tío, pero aceptaré la forma en que prefieras hacerlo, si con eso te sientes cómodo —, decía mientras iban a la sala para que nadie los interrumpiera.
— Siendo así... Creo estar muy seguro, que me gustaría llamarlo tío —, expresó ángel extendiendo la mano hacia su tío, como si presentaran por primera vez.
Rafael sonrió y aceptó feliz esa mano, para luego abrazarlo como nunca había podido hacerlo. Le dio un par de palmadas por la espalda, posteriormente se sentaron para iniciar la conversación.
—Quiero pedirte disculpas, por todos los años en que me sentí con el derecho de juzgarte —, comenzó Ángel Joaquín —No lograba entender, porque de pronto tenías que ocupar el lugar de mi padre. Tal vez, realmente nunca logre comprenderlo por completo. Sin embargo, ahora, viendo a mi madre, a mis hermanos, se que nunca hubiera habido mejor hombre que vos, el que estuviera en ese lugar.
— Gracias —dijo Rafael, conmovido ante las palabras de su sobrino.
—Gracias a vos, por no desampararnos, por habernos cuidado cuando niños, por habernos dado una oportunidad. Y más que nada, por querer a mi madre, respetarla y protegerla de la sociedad hipócrita en la que vivíamos rodeados.
Las palabras parecían no poder salir de la boca de Rafael, estaba completamente sorprendido por todo lo que escuchaba de parte de Ángel, creyó que nunca pasaría algo así y, que ese joven lo odiaría hasta su muerte. Fue imposible no poder contener los sentimientos, siguieron conversando para lograr de alguna forma, exteriorizar todo lo que habían callado por tantos años. Cuando la conversación finalizó, volvieron a estrechar las manos, para luego ir junto a los demás que ya lo esperaban para iniciar oficialmente el almuerzo.
Antes de que se unieran a la mesa, Josefa había ido a buscarlos, pero al escuchar de lo que hablaban, prefirió no interrumpirlo. Le fue imposible no derramar una lagrima, apenas salió al patio, observó el cielo, sonrió como si alguien la viera, y agradeció internamente, lo que tanto había anhelado. Que su hijo, al fin los perdone. Porque estaba segura de que, si perdonaba a Rafael, también la había perdonado a ella.
Entre risas, alegrías y anécdotas divertidas, compartían una mesa llena de amor, respeto, sinceridad y unión. Esa era la familia que les habían privado ser, que habían dejado sin un padre, era la familia que arrebataron sus sueños e ilusiones con la injusticia de un hombre tirano. Ahora eran, la familia que renacía con más fuerzas, con más seguridad, con la bendición y guía del protector, que estará por siempre en sus corazones.
La protección del hombre que había sido el padre de esa familia, del hombre que es el padre de la independencia de nuestro Paraguay. Un hombre cuya gallardía lo hacía ser, un hombre temerario. El prócer DR. FERNANDO DE LA MORA.
Muchísimas gracias por leerme en esta aventura literaria, soñadores. En estos días, subiré el epílogo desde el punto de vista de Josefa y el glosario para los que no conocen el guaraní.
Ha sido un honor para mi, desempeñar mi papel de investigadora en todo este proceso, este proyecto y es un placer, poder compartir con ustedes, los lectores.
Hasta una próxima historia.
Con cariño.
Pati C. Ramos
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