Capítulo 8
1813
Al poco tiempo de ser comisionado para dirigir una expedición punitiva contra los mbayá al norte de la Provincia; a finales de mil ocho cientos doce, Fernando De la Mora cumplía funciones en la Villa real de la Concepción, con orden expresa de recuperar el Fuerte Borbón, ocupado por los portugueses.
Durante los disturbios de la independencia; habiendo cumplido el mismo, le cupo organizar el Cabildo de Concepción, creado por Decreto de la Junta del doce de noviembre de mil ochocientos doce. Deliberación que se llevó a cabo desde Asunción. Los días pasaban y cada vez todo, parecía alejarlo más de su esposa y su familia. Se comunicaban por medio cartas, fue así como se enteró de que su mujer esperaba as u primer hijo, noticia que lo llevó a encerrarse toda una noche, procurando sentir compasión de propio dolor.
No solo le angustiaba el hecho de que su mujer estuviera en cinta, desprotegida de su amor, sino que, estando ausente De la Mora, durante su comisionamiento, no podía participar en las sesiones de la Junta que se realizaba en Asunción, casi todo el final del año mil ochocientos doce, el doctor Francia, se constituyó como el cerebro de la misma, regresando como gobernante por solicitud de Yegros y Caballero, en conocimiento de la diferencia de criterio con él, se había ganado una profunda antipatía.
Rodríguez de Francia lo acusaba de la intención de unir al Paraguay con Buenos Aires, además de extraviar secretos del Estado. Lo cuál era una completa mentira, solo por el hecho de no encontrar los documentos. En relación al artículo adicional del tratado del doce de octubre firmado en Asunción con el parlamentario Manuel Belgrano, del que se valió el Triunvirato de Buenos Aires para gravar en forma indebida al tabaco paraguayo; dicho convenio trajo diferencias con Buenos Aires.
Eran pocos, en quienes confiaba en ese entonces, Fernando, y uno de ellos era en su suegro, Don Manuel, y a través de una carta, le había pedido que no dijera nada a nadie, pero que este, debía de ir al Cabildo, a cierta hora de la noche, buscara en el despacho debajo del mueble donde tenían los archivos, un sobre con los documentos que creían perdidos. La llave de ese despacho se encontraba en una pequeña caja de madera, en la casa de Josefa y De la Mora.
Josefa ayudó a su padre, para poder proteger a su marido, ella nunca había sido una cobarde, y si tenía que arriesgarse, lo haría sin dudar. Pues esos supuestos, señalaban a su esposo como una eminencia gris dentro de la Junta Gubernativa. Acusándolo con sospechas de porteñismo, ocultación de documentos y de que Fernando tenía correspondencias con los portugueses.
Eran aproximadamente las once de la noche, cuando Josefa junto con padre y kunumi, se dirigían en total sigilo hacia el Cabildo. El indio era una de las pocas personas en quien confiaba Fernando, este los ayudó a distraer al guardia que se encontraba frente a la puerta del lugar. Haciéndole creer que debía de estar preparado por si karai pyhare se presentaba frente a él, le decía que debía de llevar consigo, siempre, un tabaco y dárselo como ofenda de paz. El soldado tenía una antorcha encendida cerca de él, para poder ver con claridad a su alrededor, más no vi cuando Kunumi había llegado, apareciendo de pronto delante de sus ojos.
— ¿Nde pico no kyhuje, karai? — preguntó kunumi al soldado, a sabiendas que si tendría miedo después de lo que le contaría.
— No, y no tené que estar acá, sino te pueden fusilar—, respondió tosco creyendo que así lo dejaría solo nuevamente, pero no fue así.
— Tené un tabaco por lo meno? —, insistió Kunumi, mostrando un tabaco entre sus manos, al soldado que lo escuchaba de igual manera. —Pombero co se enoja si no le das lo que quiere, puede golpearte tan juerte que ni vas a saber cuándo estes muerto. Aunque sea un cigarrillo tené que darle para que no te golpee—, insistía alejando al guardia hacia donde podía apreciarse el rio y escuchar los grillos cantar. Mientras que Josefa y Don Manuel aprovechaban la distracción del soldado, abriendo con mucho cuidado la puerta, para ingresar al lugar.
La muchacha llevaba en su mano una vela encendida, para de esa forma iluminar un poco el camino, su padre también lo hacía, pero sumándose las llaves que necesitarían para dar con lo que les urgía. Y aunque Josefa ya se encontraba en el último mes de embarazo, eso no le impidió acompañarlo esa noche, para colaborar con su marido. Ingresaron al despacho, Don Manuel se apresuró en buscar en el lugar indicado, más no lograban hallar los documentos. Y ante el silbido de aviso de kunumi, que escucharon, se apresuraron saliendo de allí sin haber encontrado lo que habían venido a buscar.
***
Esa madrugada, Josefa sintió un sudor frio que bajaba por toda su espina dorsal, supo de inmediato que el momento había llegado. Su bebe estaba por nacer. Su labor departo inició ya cuando el gallo iba anunciando el nuevo amanecer.
— No quiero hacerlo sin él —, se lamentaba Josefa sobre la cama a punto de dar a luz, con la ayuda de Dominga — ¡Ahh ¡ —, gritó de dolor ante otro pujón que se avecinaba.
Luego de media hora más o menos, daban la bienvenida al nuevo integrante de la familia. Fernando De la Mora mientras tanto, sin saber con certeza si su primogénito ya había nacido, o no, un día antes ya arribaba hacia Asunción. Eran las doce del medio cuando llegó a su residencia, siendo recibido por el señor Manuel, este le comunicó que su esposa se encontraba dormida por el esfuerzo que había hecho al parir, y lo felicitaba por convertirse en padre. El frio del invierno parecía apresurar los pasos de todos, y Fernando lo hizo aún más, cuando quiso ir a ver al bebé.
— ¿Qué fue? —, preguntó cuando vio a Dominga cargar en brazos, a una cosita tan pequeñita que ya pedía en auxilio, con llanto, un abrazo de su padre.
— PeteÏ mitakuñai, che patrón—, respondió entregándole a su primera hija.
Este, feliz y temeroso de cargarla, la recibió en sus brazos, pero con infinito amor. Con mucho orgullo, acercándose a los abuelos que también estuvieron presentes, dio a conocer el nombre de su primera hija.
— Se llamará Ana Josefa De la Mora Cohene—. Dijo a modo de presentación. La pequeña recién nacida parecía comprender que ya estaba bajo el cuidado por quién lloraba, porque se su llanto había cesado y durmiéndose plácidamente, su padre sonreía al mirarla con devoción.
Los días fueron pasando y, Gaspar Rodríguez de Francia, con intenciones de acceder al poder supremo de la nueva República Paraguaya y no podía hacerlo en la Junta, con la presencia de un civil prestigioso como el doctor Fernando de la Mora, hombre ilustrado y sagaz, por esa razón inició una acción eliminatoria en contra de sus compañeros de causa, comenzando con de la Mora, pues éste era el obstáculo principal para que Francia sea imprescindible, dada su condición de Doctor en Derecho.
Ajeno a todo esto, Fernando preocupado por su familia, convalecido ante una fuerte aflicción a consecuencia de la defensa del Fuerte Borbón, lo dejó en cama durante un par de semanas, sin poder acercarse del todo a su amada mujer y su pequeña hija tan solo meses de nacida. En ese entonces en Paraguay, se utilizaba mucho las sanguijuelas para realizar las sangrías que servían para curar ciertas patologías, recomendado por médicos alemanes que ejercían practicas holandesas. Las sanguijuelas se ponían en un vaso con medio dedo de agua, en donde se tenían por un espacio de una hora. Se lavaba la parte enferma del cuerpo con agua tibia azucarada; entretanto se colocaban las sanguijuelas en un lienzo limpio, y cubiertas con él se ponían sobre la parte donde se hayan de agarrar, procurando comprimirlas sujetando el paño para que no salpique por todos lados. Y así fueron practicando esto por el cuerpo del Dr. Fernando de la Mora, sobre las zonas afectadas.
Un mes después ya más recuperado, fortalecido y restablecido, vuelve a ser el hombre fuerte que Josefa había conocido. Pudieron compartir nuevamente esas reuniones familiares que habían quedado pendiente, era una tarde de invierno cuando Juan, quien era su secretario se presentó frente a él. El semblante del joven no era nada bonito, parecía traer noticias no tan gratas.
— Perdone usté, Don Fernando, pero supe por Kunumi que está mejor de salud, me alegra ver que es así. He venido a entregarle esta nota cuanto antes —, dijo el secretario pasándole una nota firmada por la Junta Gubernativa.
— Gracias, Juan —, respondió cortésmente tomando la nota para luego desdoblarla y leerla. —¿Qué sabes de todo lo que se me acusa? —, preguntó Fernando cuando terminó de leer.
— No sé mucho, Don Fernando. Lo poco que se, es porque he escuchado sin permiso. Y Don Rodríguez exigió su suspensión. Dice que esos documentos estaban bajo su poder y solo usté sabe dónde fueron a parar. Anda diciendo que está a favor de los porteños y que por eso no quiere entregar esos documentos.
De la Mora arrugó con rabia la nota que le habían enviado, se llevó una mano sobre la cabeza para luego intentar serenarse, el hombre que había venido a traer esa noticia no tenía culpa alguna, además, siempre se había mostrado colaborativo con él.
— Necesitaré de tu ayuda, Juan —, le dijo Fernando, ahora acercándose al joven y colocando una mano sobre el hombro del muchacho.
— Dígame Don Fernando, dígame que hacer, y yo lo ayudo —, respondió seriamente el hombre.
— Ayúdame a encontrar esos documentos, tienen que aparecer. Estoy seguro de que estaban bajo llave en mi despacho, no pudieron haber desaparecido, así como así. Soy inocente de lo que se me acusa, y estoy seguro que al presentar esos documentos intactos, a la Junta Gubernativa, les demostraré que están equivocados.
— Cuente conmigo, buscaré hasta debajo de las piedras si es necesario, pero yo lo voy a ayudar Don Fernando — afirmó Juna, recibiendo un apretón de manos de parte de, De la Mora.
Esto perjudicó enormemente a Fernando De la Mora, porque de eso se valió el Triunvirato de Buenos Aires para gravar en forma indebida al tabaco paraguayo; dicho convenio trajo diferencias con Buenos Aires.
Y ante su ausencia, De la Mora, luego de su regreso de Concepción, sin que pudiera defenderse, ni participar de la toma de decisiones en la Junta Gubernativa, se le informa que ha sido suspendido, por medio de la nota entregada por Juan. Y previniendo cualquier protesta de parte de Fernando, sustentaron dicha exigencia, con una cláusula escrita, aclarando de que, si los documentos no eran encontrados en el tiempo establecido de una semana, De la Mora no volvería formar parte de la Junta. En efecto esos documentos no fueron encontrados, ni entregados en el plazo establecido, ante una misteriosa desaparición.
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