Capítulo 6
1811 - Noviembre
— Mírele usté a la alzada de Josefa Cohene —, chusmeaba una joven llamada Juana, a otra muchacha, mientras paseaban por la plaza y veían a la mencionada, sonriente al lado del apuesto Fernando.
— Dicen que ya pidieron fecha en la iglesia, pero que el hombre aún no se decide solo para no cumplirle como todo don juan —, dijo la otra chismosa como si realmente supieran lo que ocurrían entre la pareja.
— ¿Qué les pasa a ustedes jovencitas? —, reprochó Catalina, que las escuchó al llegar detrás de ellas, e iba en dirección a la joven Josefa —, vayan a tirar su veneno a otra parte — Sentenció.
Las muchachas hicieron desaire retirándose del lugar como si nada. Catalina dejó escapar un suspiro y negó con la cabeza mientras se dejaba llevar por sus pensamientos, creyendo que tal vez, ese joven realmente no cumpliría con su palabra.
Ese día tenían acordado un almuerzo familiar, en la residencia Cohene y Aguayo. La familia De la Mora ya se había adelantado en ir en la carroza que le perteneció al difundo Don Fernando, pero Josefa se encontraba con Catalina supuestamente ayudándola con el mandado que faltaba para ese almuerzo. Era un pretexto para poder salir de la casa y así encontrarse con el apuesto joven que había robado su corazón.
— Las acompañaré, disfrutando de la caminata en su compañía —. Dijo Fernando al ver acercarse a Catalina, no iba a dejar que la señora se vaya sola. Ante todo, él era un caballero.
— Es usté muy amable, Don Fernando —, dijo Catalina sonriente, adelantándose un par de pasos para dar un poco de espacio a la pareja de enamorados.
Fernando tomó la mano derecha de la joven, depositando un tierno beso sobre ella, le guiño el ojo y no la soltó hasta llegar a la residencia de la joven. Cuando ingresaron, fueron recibidos por la señora Tomasa, quién alegremente los llevó hasta la mesa donde todos se encontraban presentes. Tomaron asientos, saludaron felizmente y comenzaron conversar mientras Catalina servía el almuerzo, con la ayuda de Dominga, una mestiza que también trabajaba para la familia Cohene.
— De la Mora, me contó mi hija que ha tenido que redactar varios tratados nuevos para con la provincia de Buenos Aires —, expresó Don Manuel orgulloso del hombre que sería esposo de su hija, pero sin demostrárselo, para que este cumpliera fielmente en su palabra de hombre.
— Así es, Don Manuel, pero nos han puestos travas en el comercio del tabaco, y han aumentado el impuesto de la yerba—, respondió el joven seriamente.
— Al parecer aún les cuesta aceptar nuestra independencia‒afirmó Don Manuel renegando por la falta de aceptación de los bonaerenses.
— También estamos tratando de que absolutamente todos los barcos que habían sido retenidos, sean puestos en libertad. Yegros ha estado ejecutando una valiosa labor para lograr ese objetivo—, comentó Fernando aún preocupado por las actividades futuras entre Buenos Aires y Paraguay.
— Tengo entendido que también el general Artigas, está contribuyendo a que todo llegue a buen puerto—, agregó Rafael, hermano menor de Fernando.
— Oh, también he oído de eso —, dijo Don Manuel.
— Sí, sí, así mismo —, afirmó Fernando asintiendo con la cabeza. — Ambos están logrando el cumplimiento del tratado elaborado, de igual manera, personalmente me encargaré de la creación de documentos que avalen nuestros derechos.
Satisfechos de oír esa respuesta, los comensales iniciaron el almuerzo, en armonía y dicha. Mientras se había dado esa conversación, las mujeres respetaron el tiempo de los caballeros sin interrumpirlos, porque era la costumbre de esa época, más la señora Tomasa sabía que su hija, en cualquier momento sacaría a relucir su bendita personalidad, esa que se impone ante cualquier circunstancia y que por alguna razón estaba apaciguada cuando ese joven estaba cerca de ella.
En ese entonces las mujeres no sabían leer, pero por insistencia y con complicidad de su madre, Josefa había conseguido que su padre le enseñara, fue así como desde pequeña demostró tener capacidad absoluta de discernir y al ser hija única, conseguir salirse con la suya, siempre. Fernando se había dado cuenta de que era una mujer culta, entendida, y para nada sumisa, era lo que más le atraía de ella. Pues ese espíritu revolucionario que sabía ella poseía, encajaba con la de él como si fuesen dos almas, unidas desde mucho antes de conocerse. Como si hubieran estado destinado a estar juntos desde vidas pasadas, hasta en esta, en la cuál por gracia de Dios padre y arte del destino, pudieron coincidir.
Tentado en muchas ocasiones, a estar completamente solo con esa hermosa joven, se prometió que sería el mejor de todos para que juntos, lograran cumplir el sueño de estar unidos bajo las leyes de Dios. Y ese amor que nació con tan solo mirada, era suficiente para saber, que todo aquello que está destinado a suceder, sucederá, sin que nada, ni nadie lo impida.
Diciembre
Fernando se encontraba junto con Don Manuel, frente a una distinguida residencia, con vistoso espacio verde, ventanas y puertas de maderas macizas, pilares alrededor de un corredor que rodeaba la infraestructura, era una de las pocas residencias lujosas de Asunción, no todos tenían la suerte de haber nacido en familia de alta alcurnia. Y en el pueblo todos se conocían entre sí, sabían que la familia De la Mora, y Cohene, eran una de las familias con más prestigio y buen pasar económico.
Esa tarde, el padre de Josefa había ido junto a Fernando y, le había pedido que lo acompañara a esa casa. Se encontraba un poco más distante de la Catedral del Cabildo, y de Asunción, pero era un hermoso lugar. Era un legado familiar. Y Don Manuel deseaba entregar esa vivienda como regalos de bodas para su hija.
— Me gustaría que usté y mi hija, pudieran construir la vida de casado, en este lugar —. Expresó el señor con esperanzas, dando un paso adelante para ingresar a la casa.
— Es un gran gesto de su parte, Don Manuel, sobre todo una ofrenda muy valiosa, pero me temo que no podré aceptarlo. Nada me complacería más, que poder otorgarle a Josefa la casa que merece, pero por mis propios medios —, dijo Fernando sorprendido ante las palabras de Don Manuel, mientras lo seguía para recorrer el interior de la vivienda.
— Esta casa era de mi abuelo, le heredó a mi difunto padre, ahora es de mi familia. Y me gustaría que mi hija, herede esta propiedad. Por favor acéptelo, Don Fernando, sé que usté es un buen hombre, confío en su palabra, sé que no me defraudará. Comprendo que también está en derecho de ver por su propio medio la casa donde vivirán, pero no rechace esta petición. Es una herencia familiar, donde desearía poder ver crecer a mis nietos, en el mismo lugar donde yo crecí.
Fernando no sabía que responder a esas palabras, sintió que después de lo que Don Manuel le dijo, no podía rechazar esa casa. No podía negarse a esa petición, no cuando estaba seguro de que su futura esposa, también desearía lo mismo. Pensando en ella fue que cambió de parecer, comprometiéndose con su suegro, al asumir el derecho de esa ofrenda.
— No me negaré nuevamente, Don Manuel, pero tenga por seguro, que no solo cumpliré con mi palabra, sino que, además, honraré con hechos el bien estar de su hija. Le brindaré el hogar que juntos forjaremos, manteniendo el respeto, la armonía y protección. Con el amor que le juraré bajo la ley de Dios, deseando nunca dejar escapar nuestra dicha.
El padre de Josefa quedó complacido por la aceptación de Fernando, respecto a la casa. También, deseó haber podido un hijo varón como él, seguro, aguerrido, caballero, idóneo. Don Manuel se sentía muy orgulloso de ese hombre, como si fuera su propio hijo.
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