Capítulo 2
Capítulo 2
1810
— ¡Doña Ana! ¡Doña Ana! ¡ha llegado esta carta! —. Gritaba Joaquina con un sobre entre las manos, mientras caminaba a prisas por el corredor de la casa para llegar hasta donde se encontraba su patrona.
— ¡Por Dios! che mondýi Joaquina, no grites así, ¿qué ocurre? —. Dijo sorprendida doña Ana, con la mano derecha puesta en dirección al corazón. Ni bien depositaba con la otra mano su bastidor para bordar, sobre la mesita redonda que tenía frente a ella, solía utilizar parte de su tiempo de la siesta para crear bellísimos bordados sobre mantelitos o pañuelos. Ya se levantaba del sillón para cuándo Joaquina se situaba delante de ella, entregándole la carta. — No vuelvas a gritar de ese modo, aimete amano del susto.
— Es que llegó esta carta, y parece que es importante. Porque vino Juan, dijo que esto envían de parte del Gobernante y, que solicitan que el joven Fernando lo lea cuánto antes.
— Esperaremos a que llegue para poder entregársela. No creo que demore un par de días más, estoy segura que para cuándo esta carta toque sus manos, esta vez sí se quedará en Asunción —. Dijo doña Ana esperanzadas porque así sea, mirando con ilusión el sobre en sus manos.
Esa noche parecía la más larga de todas, tardo el sol en esconderse como también en posarse nuevamente al día siguiente. Bajo el tercer canto de aquel gallo de la vecina Doña Pabla, las personas iban despertándose antes de que siquiera el cielo empiece a mostrar su bellísimo color azul celeste de la mañana. , el indígena que trabaja para la familia De la Mora, desde que su padre lo llevó junto a él, se levantó para ensillar su caballo y luego ir a servirse el desayuno antes de salir al centro del pueblo. Tenía el encargo de poder conseguir las mejores hierbas medicinales para cuando su patrón, el Dr. Fernando de la Mora llegase a Asunción.
La cocina olía a azúcar quemada y las personas de esa casa, ya estaban reuniéndose en la mesa para empezar el día con un buen mate cocido, y tortillas recién hechas. Doña Ana salió de su habitación con una sonrisa en el rostro, tenía la corazonada de que ese era el día en que su hijo regresaría definitivamente.
— Joaquina, esta tarde me ayudarás a preparar arroz con leche. Cuando terminemos con el desayuno, te encargarás de ordeñar la leche y traer para la cocina, tengo el presentimiento de que buenas noticias llegarán.
— Si, che patronita, no se preocupe.
Joaquina asintió con la cabeza, siguió sirviendo el desayuno y, al terminar sus labores dentro de la cocina, fue a cumplir con la orden asignada por la patrona de la casa.
Todos parecían intuir algo ese día, pero lo que no imaginaban, era que vestirían de luto porque el vecino Don López daría su último suspiro ese día. Fue así como doña Ana olvidó realizar el postre que se había prometido hacer. Y mientras se dirigían a ofrecer los pésames correspondientes, madre e hija conversaban.
— Rosa, no quiero ver que estes cerca de ese abogado Martínez ya otra vez. No hasta que se presente como debe ser acá en la casa, y este presente tu hermano.
— Mamá, pero si ya se presentó cuando fuimos a la iglesia el domingo anterior.
— No como debe ser mi hija, tus hermanos aún no lo conocen, además, su familia siempre anda en boca de todo el pueblo. Francisco, tu hermano, me contó que la hija menor de sus parientes, es una bruja. Es prima de ese abogado.
— Pues será una niña consentida, y malcriada. Sin embargo, no entabla conversación con casi nadie, siempre anda con su madre, o su abuela. Pero no importa, usté no se preocupe, que tendré cuidado mamá.
— Eso espero, hija. Eso espero.
Llegaron a la casa de los López, una familia respetable, tradicional al igual que los De la Mora. De hecho, el hijo, era amigo y colega de Fernando y juntos tenían en común esta militancia revolucionaria, que trabajaban por el crecimiento de la patria. La tarde había trascurrido de ese modo, y para cuando regresaron a su hogar, el miembro tan esperado por la familia De la Mora, había llegado. Ya no era aquel joven estudiantil que soñaba por ser un defensor de los necesitados, no. Ahora era el hombre, que cumplió con ese sueño, que combatió en batallas y, que seguiría luchando por su querido Paraguay. Le pusieron al corriente de todo, hasta del supuesto pretendiente de su hermana, más la carta que había llegado para él, aún no le habían entregado.
La noche iba cayendo, las velas estaban encendidas, algunas antorchas afuera de la casa y un par más, en la cocina donde terminaban de hacer la cena. La casa estaba llena nuevamente y eso inflaba el corazón de doña Ana, de mucha felicidad. Volvía a estar rodeada de todos sus hijos.
Cenaron en calma, entre algunas risas, y relatando anécdotas de todo lo que habían pasado, entre batallas, viajes, aventuras. Antes de que la casa quedase en silencio absoluto, el sobre que había llegado, fue entregado a la persona correspondiente. Pero debido a la noche, no fue abierto sino hasta al día siguiente. Día en el que fue designado regidor del Cabildo de Asunción, eso significaba que de ahora en adelante no solo se desempeñaría como regidor, sino que también como abogado, ejercería su profesión como lo había estado esperando, y no solo eso, también lo haría en su ciudad natal. Apenas culminó de leer esa información, esa solicitud, ese llamado enviado por medio de esa carta, comunicó a su familia el cargo que tendría a partir de ahora, y estaba demás decir, que su madre fue la más agradecida con esa noticia.
Ya llevaba un par de semanas ocupando el cargo asignado, trabajando en Asunción y, al mismo tiempo sin dejar sus obligaciones patriotas, seguía pendiente de cualquier enfrentamiento político que pudiere ocurrir. Fernando de la Mora era un hombre de muy buen ver, apuesto, educado, de buena familia, y con bastos conocimientos. Podía tener a la mujer que quisiese, de hecho, eso nunca había sido un inconveniente para él. No en suelos bonaerenses, dónde hasta posiblemente, en su época de estudiante pudo haber dejado descendientes, pero este no los había reconocido.
— Esta noche tendremos una partida de escoba, habrá apuestas ¿Usté también irá? —, habló el señor Bogarín quién también trabaja en la función administrativa en la cámara del Obispo, y en ocasiones iba por el Cabildo.
— No me lo perdería por nada, Fray Bogarín. No deja de sorprenderme usté, que, siendo un hombre de fe, le guste estar bajo la sombra de los juegos de azar —, le preguntó De la Mora con mucha intriga.
— Todos tenemos secretos, De la Mora. Algunos más graves que otros, pero secretos que al fin y al cabo nos condenaran el día de nuestra muerte ‒ respondió el Fray dejándolo con dudas.
Se encontraban en el Cabildo de Asunción, terminando de firmar unos documentos, y conversando con el Fray Francisco Javier Bogarin. Tenían algunos puntos de vistas en común y otros no tantos. Lo misterioso de ese hombre era que decía ser un hombre de fe, un siervo de Dios, sin embargo, sus acciones en ocasiones distaban de sus palabras.
— Tal vez tenga razón, pero mientras tanto no perdamos la oportunidad de que la vida nos siga sorprendiendo ¿no le parece? —. Dijo Fernando mirándolo a los ojos.
— Aproveche eso, que mañana no sabremos si seguiremos por el mismo camino. Aprovéchelo, Don Fernando ‒—, respondió Bogarín realizando un pequeño asentimiento con la cabeza para luego despedirse y marcharse.
Fernando de la Mora mantuvo la vista un par de segundos en dirección a donde se había marchado aquel hombre, lo que le había dicho era verdad, nunca dejaba de sorprenderlo. Y esas palabras de que tal vez los errores se cobren el día en que la muerte venga a buscarlos, podría ser tan certera como la traición de un amor que juró permanecer en la posteridad.
Esa misma noche un grupo de hombres, entre ellos, Bogarín, se reunieron clandestinamente para jugar a las cartas, hacer algunas apuestas y beber con gusto a riendas sueltas.Solían hacerlo a modo de diversión y, en otras ocasiones inclusive, hasta sedivertían con mujeres de escasa reputación. Pero todo esto bajo la oscuridad dela noche, cuando el pueblo dormía, las almas en penas vagaban por las calles yningún cristiano pudiera juzgarlos.
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