Capítulo 17
Capítulo 17
Asunción – Principios de 1831
—Nunca, les he dicho hasta que sangren sus oídos, nunca me declararé culpable —, decía Fernando de la Mora a uno de los soldados que permanecía junto a él como su verdugo.
—El Karai Guasu dijo que, si usté no confiesa, mañana por la tarde, lo fusilarán —,esto provocó una risa amarga en Fernando, cada día que pasaba le decía lo mismo.
—Ya solo mátenme —, las torturas fiscas y psicológicas que había pasado dentro de la cárcel, lo habían matado de una forma lenta y dolorosa durante el correr de los años—, ande, métame una bala ahora mismo, hágalo usté, no sea cobarde. Máteme y acabe conmigo de una vez —. Finalizó instando al soldado a hacerlo el mismo.
— No puedo, si por mi fuera, estaría ya libre con su familia, pero el dictador dice que a un traidor como usté, hay que tenerlo cerca hasta que confiese su culpabilidad o demuestre lo contrario —. Expresó el soldado.
— A ese hombre, ni con mil pruebas se podrá demostrar nada, porque prefiere creer lo que se le plazca, a su conveniencia y parecer—. Finalizó Fernando.
Eran finales del año mil ochocientos treinta, su salud iba volviéndose frágil. Cada tortura que le fue propinada, cada sometida a penurias, había hecho de él, un hombre triste, gris, sin esperanzas. Había llegado a sus oídos que su esposa se había vuelto a enamorar, que más descendientes De la Mora habían llegado, y que no había podido conocer a su último hijo, ese que tuvo con ella antes de ser apresado. Nunca supo si fue niño o niña, que ahora otro ocupaba su lugar, que era otro el que cuidaba de sus hijos, e que amaba a su mujer, el que ocupaba su cama. Y juró, la vida sabe que juró, que él más que nadie deseaba, que Josefa realmente lograra ser feliz, pero entre el deseo y el saber de eso había sido posible, lo llevó a un abismo mental, no supo en momento examante dejó de sentir.
De sentir que era un buen hombre, un buen hijo, un buen hermano, un buen padre, un buen esposo, ahora creía que ya nada de eso era así, porque solo sentía que era un pedazo de carne que la vida se olvidó de recoger para que los gusanos se lo comieran. A esas alturas ya ni eso creía que fuese capaz de suceder. No sabia realmente, si murió el día en que supo que Josefa había vuelto amar, o si murió al saber que su mujer, ahora era de su hermano.
Ese dolor lo consumió a tal grado de querer pensar, de acabar con su vida con sus propias manos, sabía, claro que sabía que iba en contra de las leyes de Dios y, la cobardía aún se había apoderado de él. Pero de algo estaba seguro, cuando la muerte viniera por él, ya nada podría llevarse. Porque si la muerte buscaba un alma para su colección, su alma ya había desparecido, y no por victoria de la parca, porque había sido lenta en llegar hasta a Fernando. Y para el momento en que lo hiciera, ya sería demasiado tarde.
***
Para finales del año pasado, cuando un nuevo emisario de Buenos Aires había llegado a Paraguay, había hecho un trato con el dictador supremo. Todos desconocían sobre ese tratado. Se Suponía que hubo un acuerdo para limar las asperezas entre naciones. Y ya para ese entonces, se firma un pacto de ayuda mutua entre las provincias del litoral argentino.
Para ese mismo año, se había realizado, además, un censo de la población, obteniendo así un total de trecientos setenta y cinco mil habitantes en la república del Paraguay, sin contar los habitantes de la región del Chaco.
En el mes de mayo, se prohibió la exportación de ganado vacuno, esto siguió afectando a la familia De la Mora, ya que ahora, Rafael se encargaba de dar el sustento, y con eso sus posibilidades de progresar económicamente disminuían.
Los hijos de la familia De la Mora, asistían a una escuela de Asunción, y el guaraní era uno de los idiomas que usaban, una tarde, Nicolás y Rafaelito, jugaban a ser soldados, cantando el primer himno guaraní, que fue compuesto por el poeta paraguayo Anastasio Rolón. Su abuelita Ana los escuchaba cantar, sin poder evitar soltar un par de lágrimas al recordar a su hijo Fernando.
—¿Y eso lo aprendieron en la escuela? —. Preguntó a sus nietos.
—Si, papá dice que, si aprendemos el significado de esa canción, también aprenderemos a defender nuestra patria—, respondió Nicolás.
—Tenemos que aprender a defender nuestra patria, aun si no sabemos esa canción —, agregó Rafaelito, que, aunque llevara el nombre de su padre, el carácter lo tenía igual al tío.
—Bueno, si quieren sigan cantando, que les sale bien —, finalizó Doña Ana regalándoles una pequeña sonrisa.
Hace mucho ya, que su abuelita Ana, no sonreía. Los niños se daban cuenta, pero solían decir cuando jugaban, que al menos no era una vieja bruja. Porque por mas seria que estuviera, para con ellos, siempre había amabilidad, paciencia, comprensión y cariño. Doña Ana no dejaba de rezar por las noches, rogando por la liberación de su hijo, que le habían contado que pasaba por inimaginables mal tratos. Ese hombre tirano, dictador, nunca llegó a formular ninguna acusación real en contra de su hijo. Como madre, sufría muchísimo al saber que nada podía hacer por Fernando, ese despótico gobernante, ya tenía encerrado a De la Mora por once años. Y se preguntaba ¿Hasta cuando señor? ¿Hasta cuándo Dios mío, me alejaras de mi hijo? Se lamentaba cada noche con las mismas palabras. Nunca llegaría a entender, a comprender si quiera como es posible que una madre experimentara tal dolor.
Hasta la comunidad indígena parecía intuir sobre la desgracia que había caído sobre la familia De la Mora, pues adelantados a su época, la comunidad que había sido liberada por el mismo Fernando, cuando partió incontinenti al pueblo de Belén y al paso del río Ypané, donde estaban establecidos los indios guanás. Y luchó por la liberación de los mismos, ahora llevaban en su honor, el nombre De la Mora.
No solamente la familia extrañaba al gran héroe paraguayo, luchador de grandes batallas, valiente hombre de peligrosos y arriesgados enfrentamientos, y victorioso en sus combates, sino que también, las personas que lo conocían, que lo conocieron, seguían necesitando de él. Añorándolo, recordándolo y queriendo tener de nuevo junto a ellos, a su glorioso salvador.
***
1833 – Diciembre
Rafael seguía trabajando incesantemente, ahora de lleno en la agricultura, lugar donde pudo encontrar ventajas económicas para mantener a la familia, sin estar en contra de las reglas del dictador. Porque se había sentido impotente, al ver como denigraban a su familia, a las mujeres de su hogar, cuando la orillaron a vivir de la compasión y caridad. Si bien ahora seguían sin nada, sin sus bienes, ya sin la destilería que había sido de ellos de generación en generación, procuraba mantenerse firme, para demostrarle a todo el mundo, que él, también era un De la Mora, que nunca se dejaría vencer, ni lo derrotarían fácilmente.
Había solicitado de nuevo permiso para que le permitieran ver a Fernando, esa mañana debía de reunirse con el dictador supremo del Paraguay para conversar con él, de frente. Por la misma orden de Rodríguez de Francia, estaba citado para presentarse esa mañana. Bajó de su caballo, lo amarró para dejarlo en un lugar seguro, y posteriormente fue anunciado para que ingresara junto al dictador. Las personas tenían prohibido mirarlo directamente a los ojos, la mayoría siempre agachaba la cabeza, se doblegaban ante ese hombre tirano. Y pese a los terribles nervios que sintió mientras se acercaba al despacho de Rodríguez, se mantuvo sereno, procurando mantener la calma. Tocó la puerta alta de doble hoja, hecha de madera maciza, tallada a mano, con bisagras de hierro fundido. Cuando oyó la voz déspota decir, adelante, así lo hizo.
— Buenos días, su Excelencia suprema, estoy aquí frente a usté, como lo ordenó —, fue lo primero que dijo, al entrar. Más no agachó la cabeza, no se dejó amedrentar.
—Buenos días, señor De la Mora. He recibido sus innumerables peticiones para ver su hermano —, respondió el dictador, mirándolo fijamente a los ojos — ¿Me gustaría saber si usté realmente quiere verlo?
— Por supuesto que sí, señor. Es mi hermano, sangre de mi sangre. Hace años que no sabemos nada él, mi madre ya no puede con el dolor de haber perdido un hijo —, expresó Rafal, sintiendo un estruje en la boca del estómago.
— ¿Y cree usté, que él, si quisiera verlo? —. Volvió a preguntar Rodríguez, provocando que Rafael frunciera el ceño, inseguro de esa pregunta.
— No comprendo su interrogativa ¿Por qué mi hermano no querría verme? —, preguntó Rafael, inquieto ante el escrutinio del hombre que tenía frente a él.
— Dígame algo, señor De la Mora —, decía Rodríguez mientras se levantaba de su asiento y comenzaba a caminar detrás de Rafael, con las manos cruzadas detrás de la espalda — ¿Cree usté que su hermano, preferiría ver a un hombre que lo traicionó en sus batallas, o escogería ver al hombre, que lo traiciona con su propia mujer?
Rafael había quedado completamente mudo, con la quijada a punto de romperse de tan fuerte que lo presionaba. Sabía que el dictador, no era de los que perdonaba una traición, que siempre se sentía con el derecho de juzgar a los demás, que su vara de igualdad y equidad no era justa, y que lo que sentenciaba, siempre lo cumplía.
— Permítame responder por usté —, siguió Rodríguez, ahora posicionándose frente a Rafael, con los brazos a los costados ‒ Un hombre que merece el respeto y la honra de su hermano, jamás escogería verlo, si este ocupa ahora, su lugar. —Rafael podía jurar que, si el desprecio tuviera voz propia, esta era la del mismo dictador.
— Se que mi hermano merece mis respetos, y se los daré hasta el día de mi muerte. ¿No cree usté que tal vez este ocupando su lugar, porque usté ha sido injusto con nosotros? —respondió Rafael enfrentándolo.
—¿Como se atreve usté, a decirme a mí, a mí que soy el gobernador absoluto del Paraguay, que he sido injusto con ustedes? —, dijo altaneramente Rodríguez —Se que su hermano participó en el complot que hubo en mi contra, sé que, si hubiese sido por él, estaría muerto. Como sé, que todo hombre merece morir con dignidad. ¡Por la misma razón, no permito que nadie vea a los reos! A los culpables, ¡a los que infringen mi ley! —, decía levantando la voz, señalándole con el dedo a Rafael — Tenga por seguro, que he sido misericordioso con usté y, toda su familia, al permitir que sigan propagándose —. Aseveró con asco el dictador.
— Pues en ese caso, quién podrá juzgarlo, será nuestro señor Dios —, expresó Rafael, sintiéndose aún más miserable de lo que alguna vez creyó ser.
—No vuelva a poner un solo pie, por aquí. Si lo hace, será considerado peligro para el gobierno supremo. Y no olvide, que cumplo con mi palabra—, finalizó Rodríguez de Francia.
Rafael asintió lentamente con un pesar en medio de su pecho, que parecía no dejarlo respirar. Se retiró del lugar, saliendo en busca de su caballo, lo montó, ejerció presión, y el animal comenzó a tomar velocidad como si de una carrera se tratara. Minutos después, llegó a un descampado ya con lágrimas en los ojos. Si decían que los hombres no lloran, estaban completamente equivocados, porque lo que Rafael hacía en ese instante, era llorar como un niño necesitado del amparo de su madre. Paró al animal, permaneció quieto por unos instantes observando hacia la nada, mientras el llanto seguía. Luego bajo, dejó a un lado a su caballo y se desahogó con un grito desgarrador, por todo lo que la vida le había obligado a hacer.
— ¡AHH! ¡¿Por qué Dios mío?! —, sintiéndose responsable de las desgracias que les tocó vivir — ¿Por qué? —, se repetía una y otra vez, queriendo encontrar respuestas, y consuelo para su dolor.
Pero cuando la vida es injusta, una sabe que no puede jugar a ser la víctima, que el miedo, y el pesimismo, no pueden ser más fuertes. Que un guerrero se levanta con coraje, esfuerzo y trabajo. Porque un verdadero hombre, debe ser, sobreviviente de las injusticias.
***
1834 – Junio
— Si tengo que morir, lo haré sin miedo. Porque siempre le he dicho, que soy inocente de toda culpa que me adjudica. Y si sigo sin someterme a sus intentos de doblegarme, para que acepte algo que nunca aceptaré, es porque jamás me verá con la cabeza agacha frente a usté.
Decía Fernando de la Mora frente al dictador supremo del Paraguay, este había sido llevado al despacho de Rodríguez, porque quería verlo y saber si por fin, confesaría su crimen. José Gaspar Rodríguez de Francia, no había dado lugar alguno, a la duda de que tal vez, dejaría de cumplir con lo que había prometido un día. El de que Fernando se secara y terminara pudriéndose en una prisión. Al contrario, su único fin, era que ese hombre preso, inculpado, sometido a infinitos maltratos durante su encierro, contundentemente terminara seco, y sin vida, en la prisión.
— Es usté muy valiente, al decirme las cosas de frente —, dijo Francia sin moverse de lugar, frente a Fernando de la mora, quién se encontraba hincado, con las manos engrilladas detrás de su espalada.
— Siempre supo a quién se enfrentaba —, expresó Fernando sin dejar de mirarlo con todo el odio que podía sentir.
—¿Sabe por qué inicié con la eliminación de su figura, en la Junta Gubernativa, en mil ochocientos doce? —, preguntó sin obtener respuestas, y continuó —Porque usté siempre era quién me llevaba la contraria, sostenía que el límite del poder debe ser la Ley, sustentaba la necesidad de establecer leyes para que el Estado sea fuerte, sea garante de la propiedad. Su visón era completamente diferente a la mía, porque mientras usté pensaba eso —, seguía diciendo el dictador, sin detenerse— yo trabajaba en un poder absoluto, en un gobierno donde la igualdad de los ciudadanos prevalezca con el autoabastecimiento de nuestro país. Laborando con nuestras propias manos, sobre la tierra, sin la necesidad de depender de otros países.
— ¿Y a dónde lo llevado actualmente? Paraguay dejó de tener la posibilidad de exportar, de generar ganancias con las ventas al exterior, fuimos saqueados en diferentes ocasiones, nuestros barcos han sido robados, las flotas siguen varadas, y terminaran oxidándose sin haber sido trabajadas —, alegó Fernando, permaneciendo de rodillas.
— Y es por eso que he cumplido con mi palabra, de mantenerlo en prisión ‒ Dijo Rodríguez sin tener en cuenta lo que Fernando decía —Usté pretendía que nuestro gobierno se asentara en leyes extranjeras, que no nos beneficiaban para nuestra independencia. ¿Y que sentido tendría nuestra liberación en ese entonces, si al final, nuestras cadenas ya no pertenecerían a los españoles, sino a los porteños? Se que veló por el bien de nuestra patria, que quería, al igual que yo, gobernar libremente. Más, su actuar visionario, sus ideales, lo transformaban en un hombre peligroso para mis fines con nuestro país. Lo terminó convirtiendo, en un hombre temerario.
— De ese modo me recordará entonces, hasta el final de sus días. Siendo un hombre temerario, que nunca se rindió ante usté —, finalizó Fernando.
Fue así como la conversación entre esos dos hombres, rivales de toda acción política, culminó, sin haber llegado a ningún acuerdo entre ambos. Fernando fue devuelto al cuartel San Francisco, pero con la satisfacción de que aquel hombre, nunca lo verá vencido. Porque el obtendría su justicia, sin haber sido juzgado realmente, por ese hombre que creía ser su vencedor.
Al llegar al lugar donde lo encerraban, con la ayuda de un trozo de carbón, que tenía a los pies, escribió en el muro "Independencia y República" como si fuera su firma final. Como si de alguna manera, dejara un legado para alguien. Pues si su final llegara en cualquier momento, quería que al menos vieran, que él, era un luchador hasta la con la última gota de sangre.
***
Rafael llegaba a la casa ya con sosiego, disimulando de alguna forma la tristeza en sus ojos. Sus hijos lo recibieron, las niñas también, pero Ángel, permaneció sentado en la sala sin dirigirle la palabra. El hermano de Fernando sabía que su sobrino, tenía cierto rencor contra él. Que tal vez nunca comprendería, ni aceptaría las razones que lo llevaron a tomar el lugar de su padre. Pidió a los demás que fueran al jardín a jugar, mientras conversaba con el hermano mayor de sus hijos. Se situó en la sala, tomó asiento frente a Ángel Joaquín, y comenzó a hablar.
— Un día, tu padre y yo juramos, que protegeríamos siempre a nuestra familia. Pasara lo que pasara —. Expresó ante la atenta mirada del chico —Él juró que, si algo malo llegara a pasarme a mí, él sería el único responsable de cuidar, de amar, de velar por la familia. Y si pasaba lo contrario, si algo malo llegara a pasarle a él, sería yo, el único responsable —. Dijo con las manos cruzadas sobre su regazo e inclinándose un poco hacia Ángel —No espero que logres entenderme algún día, hijo, porque para mí, vos sos mi hijo. Pero anhelo enormemente, que alguna vez, llegues a perdonarme por no haber podido devolverte a tu padre.
Rafael no esperó a que Ángel, le respondiera. Él más que nadie sabía que la ausencia de un padre generaba rabia en el interior de uno, y cierta enemistad con la vida. Porque un hijo es sangre y carne propia, se lo protege, y si el destino se encargase de alejar a un padre de su hijo, siempre le tendrá preparado un amparo protector como el de un tío, que lo querrá como suyo propio. Solo deseaba que, en verdad, alguna vez, Ángel lo viera así.
Mientras Rafael terminaba de dejar la sala, una pequeña lágrima se asomaba sobre la mejilla deese muchachito que ya tenia diecisiete años. Y muy pronto se alistaría para la milicia,porque quería seguir los mismos pasos que su padre, quería ser él, quién velarapor su madre y hermanos, creía que, de esa forma, su tío ya no ocuparía el lugarque no le correspondía. Sin embargo, una parte de él, la que quería a su tío, sabíaque ese atrevimiento de tomar no lo que no era suyo, había sido la única posibilidadpara que ellos pudieran subsistir, ante la tiranía de gobierno que los dejó huérfanosde padre.
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