Capítulo 16


Capítulo 16

Buenos Aires – 1929

Era el mes de abril, y en pocos días más, el hijo de Josefa con Rafael, cumpliría cinco años de vida, el niño se llamaba igual al padre, le decían Rafaelito, pero ya no era el único hijo de la pareja, ahora eran dos. Pues Rafaelito ya tenía otro hermanito llamado Nicolás quién tenía tres añitos, ambos niños eran muy parecido al padre. Aunque este último, tenía el carácter del que alguna vez, pudiera haber sido su tío.

Rafael llegaba con el ceño fruncido ese día, a la casa. Tenía una mala noticia que entregar a Josefa, y sabia que esto sería otro golpe más para ella. Don Manuel Cohene había fallecido. Si bien, hace un par de años atrás, había sido absuelto de toda culpa, y puesto en libertad, su salud deteriorada le impedía ser el hombre que había sido. Eso influyó mucho cuando salió de la cárcel, y ya no podía valerse por sí mismo. Doña Tomasa ahora sufría la perdida de su marido, sabiéndose sola en Asunción.

— Las noticias que traigo, me temo, no son muy alentadoras —,dijo de pronto Rafael, al ver a Josefa en el comedor.

— ¿Qué ocurre? —dijo Josefa levantándose de asiento.

—Es su señor padre —, extendió un sobre hacia ella y se lo entregó—le darán la santa sepultura mañana. No llegaremos a tiempo si nos marchamos hoy, pero creo que es lo que usté hubiese querido ¿No es así? —, le preguntaba, queriendo darle un poco de consuelo.

Josefa no pudo contener las lágrimas, tomo nuevamente asiento y llevó una mano a su boca queriendo controlar su llanto. Sin embargo, el dolor abarcaba todo su pecho. Y se imaginaba que ahora, no solo sería huérfana de padre, sino también de patria. Al estar fuera del Paraguay.

—Solicitaré los permisos necesarios para regresar a Paraguay, lo que haga falta, yo me encargaré de proveerlo—. Tomó la mano de Josefa, besó sobre ella y la dejó sola para que pudiera procesar ese dolor.

Rafael sabía, siempre sabía que los ojos de su mujer, nunca sonreían de verdad. La felicidad no se lograba ver en esos ojos tan bonitos que tenía, pese a que nunca se generaban discusiones, diferencias o rencillas entre ellos. Y cuidaba de todos los niños de igual manera. Quería a los otros como quería a sus propios hijos.

Y tal vez esa espina que lleva clavado en él, sea su castigo por haberse fijado en la mujer prohibida, en el pecado, en lo ilegal. Porque, aunque la amara como nunca había amado, algo le hacia sentir que ella, jamás llegaría a quererlo como lo había hecho con Fernando, su hermano.

Cuando el llanto cesó, Josefa se serenó, abrió el sobre y comenzó a leer la carta que le habían enviado. Era una de su madre, donde decía lo que había ocurrido y, que, además, su esposo Fernando De la Mora, ya algún tiempo, se encontraba en el lugar que ahora era, el cuartel San Francisco, antes de ser un cuartel, había sido un convento que fue clausurado por el mismo Rodríguez de Francia. Incontrolablemente, las lágrimas volvieron, pues el saber que Fernando seguía sufriendo, mientras ella rehízo su vida, era como haber causado una herida más, en el corazón de ese hombre, que nunca jamás olvidaría. Porque él, su esposo, estaba impregnado en todo su ser, en su alma, en su sentir, en sus pesares, en sus suspiros, en sus hijos, en su vida entera. Lo que había dicho Rafael hace algunos instantes, era verdad, quería, no, necesitaba regresar cuanto antes a Asunción, acompañar a su madre en la vigilia de su difunto padre e intentar una vez más, la posibilidad de saber sobre Fernando. Tenía que hacerlo, se lo debía. Se debía a ella misma.

Por suerte, Rafael, había conseguido los permisos de ingresar a Paraguay por parte del dictador, este solo lo había otorgado para que la hija del fallecido pudiera llegar a la vigilia y acompañar a la madre. Pero la despreciaba igual que a las demás mujeres que creía eran indigna, solo por haber comenzado una nueva vida. Algo ese mismo hombre, había provocado. Gracias al padre de Fernando y Rafael, ellos tenían conocidos en el Cabildo porteño, como también algunos familiares políticos, de la misma provincia de Buenos Aires, y esto había sido un salvavidas para ellos, cuando fueron a parar allí. Pero ahora, era momento de volver al lugar donde se fue inmensamente feliz, y donde al final, el corazón fue extraído sin compasión.

Las horas se hacían eternas, parecían de nunca acabar, y se sentía como si nunca llegarían al lugar de destino. Josefa estaba sumamente nerviosa, no le importaba en absoluto lo que la gente pudiera decir, sino, el poder estar una vez más, en los mismos suelos donde conoció al amor. Como bien le había dicho Rafael, no llegarían para la santa sepultura, lastimosamente la distancia no les permitió, pero al menos, lograron volver para acompañar a Doña Tomasa.

Ni bien llegaron a Asunción, se encargaron de vestir adecuadamente a los niños, para que también acompañaran a la vigilia del abuelo. Ana y Ángel Joaquín ya más grandes, cuidaban de sus hermanos pequeños. Ellos no comprendían muy bien por qué su madre siempre se veía triste, pero Ángel, él intuía un poco, y solía pensar que cuando su padre regrese eso pasaría, sin embargo, los años seguían pasando y, Fernando aún no volvía.

Esto generó algo de conflicto en su interior, porque sabia que por culpa del dictador era privado de la figura paterna, más, algo en él, provocaba un poco de rabia hacia su padre por sentir que los había dejado. En parte creía que Fernando de la Mora los había abandonado, y en silencio lo culpaba por eso. Pero cuando llegaron ahí, cuando se encontraron en Asunción, en medio de la vigilia de su abuelo, logró ver a los lejos, a ese hombre que lo llamaban Karai Guasu, al dictador supremo, y el coraje de no poder enfrentarlo, hizo que un juramento se grabase en su memoria. El de luchar contra ese hombre tirano algún día y hacerle pagar por haberlos quitado a su padre. Un poco de esa rabia, a veces, también era dirigida hacia Rafael, no tenía nada en contra de sus hermanos pequeños, los quería a todos por igual, pero cuando veía a su tío Rafael cerca de su madre, en ocasiones no lo soportaba. Y se lo hacía saber, su tío sabía que tarde o temprano se enfrentaría a todo un joven hecho y derecho, solo que aun no llegaba el momento. Pero eso estaba destinado a pasar.

***

La tarde venía cayendo y las personas que habían asistido a la vigilia, ya iban despidiéndose. Doña Tomasa sentía que desfallecería en cualquier momento, le habían hecho diez posas a su difunto esposo, y su hija la acompañaba, permaneció al lado de ella en todo momento. Algunas personas susurraban el hecho de que Josefa había vuelto con otros hijos, que no eran de su marido. Solo Rafael había escuchado, había sentido esa opresión en el pecho una vez más, cuando oyó a una de las mujeres del pueblo decir, "No podrá ser feliz en esta vida" "Está condenado al haberse fijado en la mujer de su hermano" Se sintió un ladrón, un hombre desleal. Pero intentó hacer oídos sordos para no llevar más peso sobre él, el camino que recorría en la vida era difícil, y soñaba con que alguna vez fuera distinto.

Mientras la familia lloraba por la perdida de un ser querido, por la añoranza de otro, por las penurias económicas que el tirano dictador les ocasionó, en Paraguay otro escenario se vivía como país independizado. El comercio paraguayo era gravemente afectado por la guerra entre hermanos americanos, una donde Paraguay no participaría jamás. No se podía vender los productos paraguayos en trueque y las monedas de oro no servían para comprar mercaderías importadas, por el bloqueo de buques en el rio Paraná. Se sigue manteniendo el bloqueo de las fronteras, los barcos seguían anclados y algunos de ellos fueron saqueados por sus propios propietarios para subsistir ante el gobierno del dictador, dedicándose ya únicamente a la agricultura y a la ganadería.

Para este entonces los porteños celebraban su victoria en Ituzaingó contra el imperio del Brasil, entonces comenzaron a maquinar la manera de doblegar al Paraguay, mediante una guerra. A pesar de que al dictador no le interesaba participar en ninguna guerra, en caso de que lo hubiese, estaría listo para enfrentar a quién fuere y demostrar la capacidad de su patria.

***

Con todo lo acontecido, Josefa había decidido que era mejor permanecer en Paraguay, su madre la necesitaba, Doña Ana también. De haber tenido todo, ahora prácticamente estaban destinadas a vivir de la caridad, porque el hombre tirano, que llamaban dictador supremo, no les había dejado otra salida. Y el regreso a su patria, era de gran ayuda para ambas señoras, pues ahora estarían bajo el amparo de Josefa y Rafael.

Dos días mas tarde, un soldado se había presentado frente a la casa de Josefa, entregó un sobre sellado donde ponía como remitente "A mi querida esposa" El soldado no dijo para que iba, por órdenes de quién o con qué fin. Parecía haber sido enviado del cielo, porque cuando iban a servirle un poco de agua y, al regresar donde estaba este joven para dárselo, este ya no estaba.

Rafael no sabia de eso, Doña Tomasa tampoco, los hijos menos. Esa noche Josefa, no pudo conciliar el sueño, vagabunda de pensamientos, carente de alma, y ausente de valentía, atesoraba entre sus manos esa carta con el temor de abrirla y leerla. Sin embargo, agradecía menormente a su difunto padre, el que le haya enseñado a leer. Pues cuando encontrara el valor necesario y el momento indicado, así lo haría, lo leería, recordando la vida que tuvo junto a su esposo.

Carta de Fernando de la Mora a Josefa

A mi amada esposa:

Se que fuimos felices, que forjamos la vida que queríamos, que juntos alcanzamos la dicha de formar una familia. Y que todo lo que pasamos, estoy seguro, lo volvería a pasar, si nuevamente la vida me pusiera junto a ti.

Desde que vivo este encierro injusto, arbitrario e inicuo, estoy resuelto a vagar sin alma en este mundo, lejos de nuestros hijos, de mi familia, lejos de tus brazos, de boca, de tu aroma, de tu ser, lejos de ti. Y aunque ni si quiera me dejen tiempo para disfrutar de mis recuerdos, mis pensamientos siempre van hacia ti.

Nunca sabremos porque la vida ha sido tan injusta con nosotros, porque ha de separar a dos personas que se quieren tanto. Porque se empeña en que compartamos la desgracia de amar sin poder amarnos.

Atesoraré por siempre en mis recuerdos, nuestro último encuentro, nuestra última entrega. Procurando comprender la lección más dura que la vida ha impuesto, a un hombre como yo. Privándome de mi libertad, torturado para confesar algo que no hice, alejado de mi familia, y saqueado en el amor. Un hombre que lo único que buscaba era república independiente, libre y unida. Y vivir en paz con la mujer que escogió para amar.

El dolor de haberte perdido, siempre estará conmigo, te amé desde la primavera vez que te vi, te amo hoy, te amaré hasta mi último respiro. Cuida de nuestros hijos, diles que su padre los amó como amó a su madre. Que velaré por ellos, aún en la muerte. Mi apellido se quedará contigo, así sigas siendo madre natural, y otros niños vengan de ti, pese a no ser míos de sangre. Hónrame en tu memoria, que lo que dijimos que nunca acabaría, no se extinga y perduré por siempre jamás.

Abrázame con el pensamiento, bésame con los ojos cerrados, a la luz de la luna, nuestro único testigo de travesuras. Ámame en silencio, porque cuando nos volvamos a encontrar, suplicaré piedad al cielo para que no volvamos a separarnos. Para que la misma felicidad sea celosa de nuestra dicha y, el tiempo esta vez, esta vez esté a nuestro favor. Confabulado con la gracia de la eternidad.

Y como única vez podré escribirte, pongo la esperanza en Dios, para que me permita mi alma liberar, hubiese deseado escribirte mil cartas más, pero estoy seguro de que esta es suficiente, porque no alcanzarán palabras para describir todo lo que siento. Y todo lo que fuimos.

Mi amada Josefa, no olvides brillar como las estrellas lo hacen en la noche oscura, no dejes de ser la mujer con pensamientos libres y carácter fuerte, porque fue de esa mujer quién yo me enamoré, porque lo mío será recordarlo, porque lo tuyo será honrarlo, porque lo nuestro será, hasta siempre.

Con amor, tu esposo,Fernando

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