Capítulo 15


Cambio de vida

— Si necesitan algo, solo hágamelo saber, yo me encargaré de que no le falte nada —, decía Rafael —No quiero que a usté le falte nada —, le decía aproximándose a ella.

Josefa no se había percatado de la cercanía del hombre porque se encontraba de espaldas, guardando las últimas cosas de sus hijos. De pronto sintió como respiraba sobre su nuca, dejándola la piel de gallina. El estiró su brazo sobre el de ella, acariciándole suavemente aun estando detrás de ella. 

—¿Qué hace? —susurró Josefa con un poco de temor.

—Admirándola —, respondió Rafael girándola hacia él. La miró a los ojos, y le acarició su mejilla suavemente —Es usté hermosa, quiero que sepa, que yo velaré por usté a partir de ahora —, depositó un beso sobre la mejilla de la mujer y salió dejándola con el alma en un hilo.

¿Qué había sido eso? Se preguntó Josefa. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué no lo había alejado de ella? Dios la castigaría, sabía que debía de alejarlo. Y así procuró hacerlo durante los días posteriores, pero parecía que el destino se empeñaba en juntarlos cada vez que podía. Una noche, cuando se disponía ir a su habitación, había pasado frente a la de él, a la que usaba mientras se quedaba en su residencia, en la ciudad de Asunción, y sin querer vio como este se desvestía. Hizo la señal de la cruz y salió corriendo sin que nadie se diera cuenta. Llegó a su cama con el corazón acelerado como si hubiese sido encontrada culpable de algo, dejo escapar un suspiro preocupado, apago la vela que tenía encendida y se dispuso a dormir, tratando de olvidar lo que había sentido.

***

La última noche que pasarían en Asunción, traía consigo una garúa silenciosa que parecía vaticinar el final del mes de agosto. Todos ya se había ido a dormir, Josefa se encontraba contemplando el exterior desde la ventana de la sala. De pronto Rafael se presentó frente a ella, y la acompañó en silencio. Mirándola, deseándola, esperando a que ella le regalase una mirada.

— No puedo creer que así tenga que acabar mi matrimonio —, soltó Josefa esas palabras, sin mirar a Rafel, aun observando hacia el jardín —Me siento culpable de no poder hacer nada más.

—Nadie es culpable de eso, todos hicimos algo para poder salvarlo. El único responsable aquí, es el dictador. Que se la trajo jurada con Fernando, por ser su enemigo político —, dijo Rafel acabando con la distancia que había entre ellos —por favor, permítame ser quién la cuide, ahora, quién la quiera —, finalizó con apenas un milímetro de distancia de los labios de ella.

— No ... —, murmuro Josefa mirando los labios de él, sin saber que decir.

Rafael no pudo contenerse y la besó, sintió que la esa noche estaba a su favor para dar una declaración de amor. Tal vez siendo un pecado, tal vez siendo un castigo. De pronto Josefa pareció despertar de una ensoñación, lo alejó y con prisas de dirigió a su recamara, quiso cerrar la puerta, pero fue impedida por la mano de él.

— No huya de mí, no lo haga —Rafael ejerció un poco de fuerza y abrió la puerta ingresando al dormitorio. Una vez adentro, cerró la puerta rápidamente y luego la tomó de los hombros —Sé que sintió algo, pude percibir al tocar sus labios, lo sé —se sentía desesperado porque quería amarla en todos los sentidos.

La penumbra de la habitación era lo único que los acompañaba, no tenían más testigos que eso. Rafael volvió a besarla acercándola hacia la cama marcando la sentencia con la cual cargarían a partir de ahora.

— Dudo que, si le dijera algo más, mi palabra pudiera convencerla. Tal vez ni siquiera sea suficiente para convencer a nadie, pero permítame hacerla olvidar, comenzar de nuevo ‒—expresó Rafael al mismo tiempo que caían sobre la cama.

Complacido con el silencio de Josefa, inició el recorrido sobre su cuerpo, con sus manos, con su boca, queriendo ser quién borre todo su pasado. Ella siempre le había parecido hermosa, pero no se atrevió a decirlo, más cuando fue su hermano mayor quién se había adelantado a eso. La había visto en incontables ocasiones, con el velo sobre su cabeza, sus rizos pelirrojos escapándose sobre su frente, sus mejillas sonrojadas, sus manos frágiles y su piel nívea. Era como tener un ángel frente a él.

Nunca fue consciente si esos sentimientos eran correctos o no, simplemente creía que mientras permanecía lejos de ella, todo estaría bien. Hasta entonces, hasta esa noche que se atrevió a acariciarla y mirarla más allá de su dulce figura. Mientras seguía inmerso a todo lo que creía un sueño hecho realidad, Josefa derramaba una lágrima por su mejilla, sintiéndose culpable de sentir lo que sentía, como era posible que pudiera amar a un hombre y querer a otro. No lograba comprender. Nunca lo entendería. Creyó que su dolor, su angustia desaparecerían si se dejaba guiar por esas manos, que ahora tocaban su cuerpo. Quizás si no pensaba en nada, si no traía recuerdos a su mente, si no estaba presente en ese instante, quizás no sería una pecadora y sería absuelta y, perdonada algún día.

Y poco a poco, ya nada les impedía entregarse mutuamente, él la hizo suya con el mayor de los cuidados, con lentitud, con locura, con pasión con todos esos sentimientos con lo que uno puede llegar a amar. Ella sentía que nunca se había pertenecido a sí misma, era del primer hombre a quién entregó su corazón, era del hombre a quién entregaba su cuerpo. Tan de ellos, que nunca regresaría a ser aquella joven que obtenía lo que se proponía con ímpetu, seguridad y soltura. Aquella joven con pensamientos, actos y voz propia, porque estaba a medias. Y vivir a medias, era no vivir como había soñado alguna vez.

Provincia de Buenos Aires

Enero - 1924

Ya se encontraban instalados en la ciudad de Buenos Aires, después de aquella noche, Rafael se sentía responsable de los hijos de su hermano, y de Josefa. Quería ofrecerle todo lo que le hicieran falta, al igual que a ella. Estando lejos de la ciudad de Asunción no podrían juzgarlos, no ahora que otro hijo venia en camino.

Era el mes de enero, Josefa se encontraba sentada frente al jardín costado de la casa donde vivían actualmente, tenía seis meses de embarazo. Acariciaba suavemente su panza, tarareando una canción de cuna, sus hijos se encontraban adentro con la tía, comiendo arroz con leche. Rafael se encontraba de reuniones en reuniones para lograr encontrar algún aliado, y conseguir la libertad de su hermano, y al mismo tiempo más posibilidades de seguir negociando para acrecentar los bienes de familia.

Las cosas entre Josefa y él, se desarrollaban de una manera natural, como si hubieran sido ellos, los que contrajeron nupcias en mil ochocientos doce. De alguna forma, sentían que era mejor permanecer de ese modo, para que la culpa no los ahogara llevándose por completo sus vidas.

Ella clavó su mirada en el cielo azul celeste, que parecía brillar con todo el poder del sol esa mañana. Y una sonrisa se asomó en su rostro, sintiéndose libre de equipajes, los que cargaba sobre sus hombros, por tan solo unos momentos. La brisa del viento erizó su piel y respiró profundo, ahora cerrando los ojos dejándose llevar por la tranquilidad y el silencio. Una silueta ensombreció de pronto sobre ella, pero ese olor a tabaco la hizo saber de quién se trataba.

— Se ve radiante esta mañana, diría que el sol posee celos cuando la ve —, soltó Rafael en un suave murmullo al verla así, tan quieta, tan serena.

— Gracias, pero es la magia del día lo que le hace ver ilusiones —contestó ella sonriéndole.

— Lo dudo, más bien creo que usté tiene que ver con que el día sea así de bonito —dijo sentándose a su lado y tomando la mano de la mujer que ahora era suya.

Permanecieron un buen rato allí, hasta que los niños llamaron a la madre, para contar las travesuras que habían hecho con la tía Juana. Para ellos comenzaba a volverse costumbre, ver al tío Rafael acompañando a su madre como lo hacía su padre. Y para los demás, para ellos, no hacía falta explicaciones. Cada quién vivía su vida su manera, como podían, como querían.

***

Los meses habían pasado,ellos seguían en la provincia de Buenos Aires, parecía marchar todo sin ningúncambio contundente. En Asunción, el dictador seguía gobernando y ya habíallegado a otras provincias, la denominación que usaban para con él, siendoconocido como dictador supremo del Paraguay. Los De la Mora, los que quedaronen Asunción, que fueron las mujeres, aún tenían difícil la situación desobrellevar la vida, el dictador las denigraba solo por poseer más que otros,cosa que se encargó de que no volviera a ser así, al confiscar todos los bienesy las joyas, tanto de la familia como de los Cohene.

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