Capítulo 14
1923 – Febrero
Josefa y su familia se encontraban en su casa de la ciudad de limpio, celebrando el cumpleaños número tres de su cuarta hija, Jovita Beatriz, quién había nacido prácticamente en la Catedral de Asunción, hace tres años atrás. Cuando habían ido a la iglesia, un domingo, para la misa de las tardes y, había sido una total conmoción. Pero ese hecho quedó para anécdotas familiares. Ahora, Anita ya jugaba tranquilamente con sus demás hermanos, pues ya tenía diez años, Ángel Joaquín ya tenía seis, Saturnina Rosa, tal y como había predicho Ña Tomasa, fue la tercera niña y había nacido cerca de los abuelos, ella, ya tenía cuatro años. Mientras ellos jugaban corriendo por todo el campo, las abuelas se encontraban cocinando chipá, y algo de cordero.
Los almuerzos familiares entre ellos, eran siempre a lo grande, siempre tenían comida como si se tratara de un festín. Pero en esa ocasión, todo fue como si de algo pantomimas se tratara. Más bien, Josefa solo procuraba estar bien por sus hijos, a los ojos de los demás, ella una mujer alegre, fuerte y segura, pero a escondidas, era solo la sombre de lo que algún día fue.
Aunque este año la calma se había instalado en la política, con permiso especial, Rafael De la Mora había regresado a Paraguay. Pero aún no permitían ver a Fernando, ni a Don Manuel Cohene, y llegaron a escuchar que cuando lo habían apresado, habían sido azotados, torturados, y que no dejaban en paz a los supuestos conspiradores hasta que se confesaran culpables. Inclusive algunos decían que eran atados de manos y pies, acostados bajo el suelo, con la espalda despejada para recibir la horrible tortura de los azotes. Cuando llegó eso a oídos de Josefa, quiso salir corriendo nuevamente a enfrentar a ese dictador, pero, su madre, la convenció de no hacerlo, por sus hijos. Fue el único motivo por el cual procuro mantener la serenidad y cordura.
Para entonces ya no encarcelaban ni fusilaban a los enemigos políticos, sin embargo, para Rodríguez de Francia, Fernando de la Mora seguía siendo una amenaza que no podía dejar de tener su bajo control.
— No sé si podré seguir, así. No me permiten ver a mi esposo, y aún lo consideran conspirador. No lo dejarán libre hasta que confiese. ¿Y que pretenden que confiese? ¿Algo que nunca hizo? ¿Algo de lo que no es responsable? ¿Por qué no creen en sus palabras? Ese señor se ensañó con él, solo está tomando venganza por algo que ni siquiera le consta a ese dictador —, dijo de pronto Josefa dejando soltar un suspiro, mirando jugar a sus otros hijos en el jardín.
— Lo sé, che memby —, dijo Doña Ana, tomando la mano de su nuera. —A veces la ley del hombre es la más injusta. No entiende de razones y no quiere ver la verdad, aunque se la ponga en frente. Pero estoy seguro de que vos, vas a salir adelante, sos una mujer fuerte y no estás sola. Nosotros siempre estaremos contigo —,procuró tranquilar a Josefa, apoyándola como lo hacía siempre.
— Creo que deberíamos irnos por un tiempo, aquí la cosa para nosotros está mal, ese hombre sigue poniendo trabas para Fernando y toda mi familia. Y mi madre me dijo, que no le permitió hacer la siembra fuera de sus terrenos. Deberíamos pedir permiso para salir de Paraguay y marcharnos. —, dijo Rafael De la Mora cuando se acercó a ellos y escuchó lo que decían.
—No, no puedo dejar a mi esposo, no lo haré —, respondió angustiada a punto de soltar algunas lágrimas, mientras mecía a su bebé inquieta entre sus brazos.
— Tranquila, Doña Josefa. Insistiré una vez más, para hablar con el dictador y nos permita ver a Fernando. Haremos lo que se deba de hacer —, finalizó Rafael, a sabiendas de que tal vez no se les dieran permiso.
Rafael sabía que Josefa no quería dejar a su esposo, pero mientras más lo pensaba, llegaba a la conclusión de que eso podría ser lo mejor. Tal vez en la provincia de Buenos Aires encuentren a alguien, a algún político que este a favor de Fernando, y los ayude a liberarlo. El inconveniente que tenían encima, era que el dictador había cerrado las fronteras, y para ese momento nadie salía, nadie entraba sin su autorización.
Todo posible camino de solución, parecía no tener salida alguna. Pese a que la conspiración fue reprimida, el dictador ya no tenía ningún oponente en el país. Eso influía para que pudiera solicitar permiso de salir del país, además, el tránsito fluvial seguía bloqueado, el Paraguay debía de autoabastecerse en todos los ámbitos. por la misma razón, era quien autorizaba el sembradío en los terrenos, cosa que le fue negada a don Manuel, hacerlo en su quinta. Al menos, en ciertas parcelas de su propiedad.
Pese a que la destilería de la familia De la Mora seguía funcionando, el dictador solía poner travas comerciales, eso ponía mucho más complicada la situación de todos ellos. Se notaba aún más, el desprecio por la familia, cuando el dictador daba preferencia a las creaciones de tela de algodón, y las fundiciones de hierro.
Ante todo, esto, para las demás provincias, Paraguay demostró ser un país autosuficiente. Y Rodríguez de Francia no tuvo opción que hacer que el país, fuera la primera provincia que ese independizara de España, objetivo que logró gracias al cierre de las fronteras y aislamiento total del Paraguay.
***
Ese mismo año, las obras de delineamiento y empedrado de las calles de la ciudad de Asunción, iniciaron de la mano del mismo Karai Guasu como lo llamaban en todo Paraguay. Era implacable con los que decía eran sus enemigos, y para con la gente pudiente, pero para el pueblo, para con los de clase baja, era otra versión. Mandó construir casas nuevas, que habían sido afectadas y quedaron fuera de línea de las calles, para la familia humilde y las familias que eran adineradas, les hacía correr con esos gastos de la reconstrucción de sus hogares. Doña Ana fue una de las afectadas, la mujer, ahora, solo contaba con sus hijas, y su hijo Rafael, la mayor, al estar en la provincia de Buenos Aires y con las fronteras cerradas, no pudo regresar, prefirió quedarse en la provincia vecina. Y su hijo Fernando, el pobre hombre privado de su libertad, nada podía hacer por él, mucho menos por su madre.
La petición de ver a Fernando, había sido negada nuevamente. Lo peor, la salud de Don Manuel se había deteriorado estando preso. Pero a petición de Doña Tomasa, Josefa iría a la provincia de Buenos Aires, con sus hijos y con Rafael. Decidió que eso era lo mejor para su hija, y fue lo que le había encargado al hermano de Fernando. Que solicitara el permiso correspondiente y la ayudara para que lo que hoy estaban viviendo, fuese de alguna manera compensada con el hecho de estar lejos. Porque creía que, si su hija se enteraba de todo lo que sufrían su padre y esposo, en esa prisión, la tristeza terminaría por matarla.
— He solicitado esta mañana los permisos a Karai Guasu, espero que usté esté de acuerdo con todo —,dijo Rafael mientras se giraba en dirección a Josefa para mirarla.
Se encontraban en la casa de Doña Ana, los niños se habían quedado con la abuela Tomasa, y la bebé, estaba dormida en un pequeño moisés puesto sobre el sofá que Josefa tenía delante suyo. Aunque ella no estaba del todo de acuerdo, por insistencia de su madre y su suegra, había optado por ir a Buenos Aires, tal vez después de todo sea lo mejor, pensó. Con temor a equivocarse, pero sin otra alternativa.
—Si, he hablado con su madre y la mía, creen que eso ayudará un poco, que será venidero para los niños —, respondió Josefa intimidada ante la mirada de Rafael.
Él la miraba de una forma que sentía que todo lo que esa mujer le provocaba, debía de ser un pecado, algún castigo, o alguna maldición. Porque no era posible que viera de otra forma a la mujer de su hermano. Sin embargo, parecía algo mucho más fuerte que él, cuando esos labios le sonreían, se dirigían a él, o simplemente estaban en silencio. Despejó su mente, tragó saliva y continúo hablándole como si no estuviera afectado por su presencia.
— Opino igual —carraspeó Rafael — Tal vez... Debería de acompañarla hasta su hogar, será mejor que tenga listo sus cosas y la de sus criaturas. Si nos otorgaran el permiso, deberíamos partir pasado mañana —, expresó procurando alejar esos pensamientos de su cabeza.
El karai guasu había dado permiso de que la familia fuera a Buenos Aires, no vio razón alguna de negárselos, y, además, creyó que así dejarían de insistir con ver a Fernando de la Mora. Allá fueron recibidos por la hija mayor de Doña Ana, mientras ellos se instalaban en la provincia vecina, en Asunción seguían sin conceder la libertad a los presos que aún no habían sido encontrado culpables.
En el cuarto de justicia se seguían llevando a cabo las torturas, aunque no en demasía como en mil ochocientos veintiuno, en ese entonces se sabía que serían fusilados, Yegros y Caballero estaban en el grupo de los que terminarían así. Por la misma razón, Pedro Juan Caballero se suicidó, ahorcándose él mismo. Antes de colgarse por una viga, tomando esa decisión, se produjo una corte en la mano, dejando escrito por la pared, con su propia sangre "Yo se bien que el suicidio es contrario a las leyes de Dios y de los hombres, pero la sed de sangre del tirano de mi patria, no se ha de aplacar con la mía". Los que estaban en la misma situación que él, se habían enterado de ese hecho, Fulgencio Yegros había sido fusilado.
Fernando de la Mora solía rezar porque contara con la misma suerte de Yegros, porque vivir día a día con las torturas, con las privaciones, con no poder ver a su familia, con no poder ser libre, era como vivir en el infierno y morir de una forma cruel y despiadada, sin dignidad ni honor. Prefería ser fusilado, morir con valentía y ser recordado como un hombre que luchó por su patria.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top