Capítulo 3

EMMA

Me despierto unas horas después de haberme quedado dormida luego de llorar hasta agotarme. No sé por qué le dije todas esas cosas si por supuesto que tiene razón al enojarse, seguramente le dio coraje que estuviera incluida en el testamento y acepto que no debía estar porque fui una perra con mi propio padre.

Me levanto de la cama dispuesta a comenzar a empacar mis cosas, solo saqué un poco de ropa así que es solo juntar eso e irme. Creo que mi única opción es humillarme con mamá y celebrarle el chistecito de que se va a casar con mi ex solo para no vivir en la calle al menos por esos seis meses que el notario dijo donde no puedo disponer del dinero que me dejó papá.

Quiero volver a llorar pero me aguando porque ya está empezando a anochecer y tengo que irme ya. Termino de empacar mis cosas y salgo de la habitación. Azariel no se ve por ningún lado así que agradecida salgo por la puerta principal sin inconvenientes.

Una vez afuera, miro la distancia que tengo que caminar para llegar al pueblo y así poder buscar algún taxi que me lleve a Hermosillo.

No me quiero ir. Sin embargo, no puedo quejarme porque esta ya no es mi casa, ya no es donde la Emma de cinco años se quedó a vivir sola con su padre, donde conoció a Inés y le pareció una señora muy amable, donde conoció a Azariel y donde se enamoró de él. Ahora es la casa de Azariel, el hombre que me odia por haberlo abandonado durante un berrinche infantil que no pude detener ni porque sabía perfectamente que mi padre estaba enamorado de una mujer que incluso me quería a mí como a una hija. Aunque claro, eso les dejé dicho a ellos, cuando por supuesto era una mentira.

La lágrimas esta vez salen sin detenerse y miro a todos lados en busca de un lugar para sentarme y pensar bien en lo que voy a hacer, no obstante, llama a mi atención un lugar que reconozco al instante: el granero donde Azariel y yo jugábamos, y donde también nos besábamos a escondidas cuando iniciamos nuestro noviazgo.

Camino hacia ahí, dándome la idea a mí misma de dormir en el lugar al menos por esta noche, total, ese sí cuenta como parte de mi propiedad, ¿no?

Vale, suena estúpido, pero definitivamente sí dormiré en el granero.

Llego ahí y abro. El olor a maíz me hace estornudar y para mi desgracia, llamo la atención de quien está dentro. Y sí, es Azariel.

—Dormiré en el granero —digo firme antes de que él me reclame o algo. Me doy cuenta que está acomodando algunos costales de alimento, pero cuando entiende lo que le digo, se detiene y me ve.

Se seca el sudor de la frente antes de hablar y solo así puedo darme cuenta que su rostro sigue siendo el mismo, pero ayer yo no tenía cabeza para analizarlo de pé a pá, sigue teniendo su curioso ceño.

—Tienes tu habitación, no necesitas dormir en este sucio lugar, no te hagas la indigna.

—¿Yo soy la indigna? Ah, claro, yo soy la que te odia luego de diez años, es verdad, ¿cómo no lo recordaba, hombre? —Mi sarcasmo lo hace rodar los ojos—. Yo decido dónde dormiré siempre y cuando sea algo de parte de las tierras, el granero está en ese terreno, aquí gobierno yo, déjame sola.

—Lo que dije...

—Lo que dijiste fue lo que sentías y yo también dije lo que yo sentía, no tenemos que debatir nada ni hablar, ¿no se supone que mutuamente no nos queremos hablar ni volver a ver? No seas bipolar, Azariel.

—Lo que dije fue muy grosero de mi parte, estaba intentando disculparme, Emma. —Se acerca a mí nos pasos pero no dejo ni que se me acerque cuando me muevo a un lado para buscar algún rincón aceptable del granero para poder dormir—. Regresa a la casa, a tu habitación, aquí no vas a dormir bien.

—Y ya he dormido aquí, no es tan malo.

—La última vez que dormiste aquí fue hace diez años y yo estuve contigo, ¿lo olvidas? Había cobijas y unas colchonetas, comida previamente preparada en la cocina, además.

Mis mejillas se calientan de manera inapropiada, porque recuerdo que esa noche por poco y tenemos sexo, pero nos detuvimos porque su madre llamó a la puerta para decirnos que estaba nublado y que en cualquier momento llovería, así que básicamente ni siquiera dormimos aquí.

—Entonces llévame a Hermosillo.

Ignora lo que le digo e insiste.

—No lo haré. Vete adentro, vamos a cenar y luego dormiremos. Mañana me voy a la ciudad y tú te vas a quedar, no es caridad, ¿vale? Tómalo como un préstamo, yo vendré de vez en cuando a atender los pedidos y desde allá autorizaré los pagos de los trabajadores.

—Vete a la mierda, Azariel Guerras. Tú y tu préstamo váyanse a la mierda.

Me dispongo a acomodar mis maletas en algún estante cuando oigo sus pasos e inesperadamente siento cómo me toma de la cintura y me inclina para llevarme en su hombro para dentro de la casa.

—¿Qué te pasa? ¡Bájame, cabrón!

Pataleo pero cuando vamos entrando a la casa, me aprieta de una nalga y yo hasta dejo de gritar de la impresión.

—Claro que te bajaré, pero cuando lleguemos a tu habitación, por ahora no te muevas mucho, vamos a subir las escaleras y no creo que quieras caerte.

Mis mejillas calientes incluso son las que definitivamente me mantienen callada hasta que siento cómo vuelve a doblarme pero esta vez para extenderme en mi cama. Azariel me deja delicadamente a tal punto que siento cada ligero roce de las sábanas.

Ahora estamos demasiado cerca.

—Perdón por lo que dije, quedé como un traumado —dice, sin moverse. Y de la nada, une su frente a la mía, yo no sé cómo tomar eso, pero estoy segura que mi cuerpo no tendría que reaccionar como lo está haciendo ahora.

—Supongo que tenías que sacarlo de tu sistema. —Inevitablemente vuelvo a analizar su rostro. Ahora tiene barba y su cuello se ve tan...

—Pero fue muy grosero de mi parte decírtelo de ese modo. —Su aliento en mi rostro lo pone más caliente que antes. No entiendo nada, pero del mismo modo, no hago nada, solo me pongo más cómoda. La cosa empeora cuando pone una mano en mi mejilla—. Debí decirte que te extrañé... que sí, me enojé y te odié, pero he madurado, que volver a verte me hizo recordarlo y volver a enojarme, pero no del mismo modo, que no creo que seas egoísta, que...

—Hablas demasiado, no te recordaba tan hablador —Lo interrumpo, para, de algún modo romper la tensión y aclarar mejor las cosas, pero eso solo provoca que aparezca una tensión completamente diferente y que solo debe desaparecer de un solo modo. Esa que solo se va después de una buena tanda de caricias en cama.

Miro sus labios, tampoco los recordaba tan carnosos y apetecibles.

—Bueno, antes hablábamos menos porque gran parte del tiempo lo invertíamos besándonos en el granero o en las caballerizas.

Desvío mi mirada, considero que ya es suficiente y que la conversación no tendría que ser de este modo.

—Estás insinuando que éramos unos calenturientos.

Suelta una risotada que me hace suspirar.

—Emma —me llama a modo de pregunta.

—¿Sí?

Siento que está más cerca.

—Te odio tanto.

Volteo, sigue teniendo en su cara una sonrisa que a mi parecer es triste.

—Ambos sabemos que no es cierto —suelto y sin pensar me inclino para estar más cerca.

Él de verdad hace lo que al parecer esperamos los dos.

—No, no es cierto. —Justo cuando termina de hablar, une su boca a la mía en un beso que lleva demasiados años de rabia, de tristeza, de odio, de despecho... pero también de amor. De uno inconcluso y raro.

Mis manos, las enredo en su cuello y las de él se van a mi cintura.

Tengo una gran lista de las razones por las que esto está muy mal, que no deberíamos estar haciendo esto, que no deberíamos besarnos, que no deberíamos de tocarnos así, pero esa lista está en otro idioma, uno que no conozco, por eso no la puedo leer ahora.

Mis manos abandonan su cuello y se van a su camisa. No las detengo para nada cuando estas le quitan los botones de uno por uno hasta que finalmente la quitan y la tiran en algún lugar de la habitación.

Azariel también hace lo debido con mi ropa.

¿Qué estábamos discutiendo antes de esto? No tengo idea, y ya no me importa, solo lo quiero dentro de mí y que sus manos estén en cada parte de mi cuerpo.

Cuando por fin sucede, retrocedo unos años atrás, al momento justo en el que nos tocamos en el granero, cuando me sentí una rebelde al sentir cómo rozaba sus inexpertas manos por mis pechos y mis piernas. Cómo le dije que me quitara la blusa mientras yo estaba tratando de quitar sus botones con las manos temblándome como gelatina.

Esta vez nadie nos interrumpió, nadie nos dijo que estaba por llover a cantaros poco después de que saliéramos del granero.

Ahora la lluvia de nuevo está afuera, ni siquiera recuerdo haber visto nubes, pero me da igual porque nosotros estamos muy juntos, como aquella noche lo planeábamos. Como lo deseábamos, como teníamos que estar.

Esto de verdad es único, tan único que por un momento olvido todas y cada una de mis desgracias y me recuesto en su pecho. Lo último que siento antes de dormir es un beso en la frente de su parte y un "Te extrañé, Emita" que respondo con un "Yo también, Azar".

***

—Buenos días, Emma —Me levanto de golpe cuando escucho la voz de alguien que reconozco como Antonia, la cocinera de la casa. Cubro cada parte de mi cuerpo al recordar que sigo desnuda—. Me mandaron a traerte el desayuno, no sabía que no estabas presentable, pero tranquila, cielo, no vi nada.

Ella siempre ha sido cálida y muy discreta. Tengo que admitir que la extrañaba.

—¿Y Azariel? —Cuando la pregunta sale de mi boca, me arrepiento completamente porque su expresión no me gusta. Es compasiva.

—Se fue en la madrugada a la ciudad, solo me pidió que procuráramos que no te fueras y que te alimentáramos bien.

No puedo esconder mi decepción, pero también me siento por completo una estúpida, nada de lo que he hecho en las últimas semanas ha estado bien y lo vengo a estropear más acá.

***

—Azariel te mandó cinco mil pesos —dice Ernesto, cuando estamos desayunando los cuatro en la mesa, él, Antonia, Julia, su nieta, y yo.

Dejo el tenedor a un lado y lo miro.

—No puede mandarme eso, está loco, el diario son ciento ochenta y cinco, solo he trabajado tres días.

—No te mandó paga del trabajo, ni siquiera sabe que estás trabajando, te lo mandó para tus gastos.

Suelto un bufido. Maldito Azariel Guerras.

—¿Dónde me puedo comunicar con él para agradecerle?

Me mira un segundo, dudando si decirme o no, pero al final me da el número de su oficina.

Cuando terminamos de desayunar, me preparo para ir a darles de comer a los animales, pero estando ahí me dice que por hoy ordeñaré a las vacas y, mientras me avisa que buscará los baldes de acero, saco mi teléfono para llamar a Azariel.

—Grupo guerras, ¿en qué puedo servirle? —A los dos timbrazos, una voz masculina que no es la de él me responde.

—Hola. —Tomo aire, pero eso no evita que mi voz suene enojada—. ¿Me puede comunicar con el señor Azariel Guerras? Necesito hablar con él.

—Una disculpa, señorita, él ahora está en una junta, soy Louis, su mano derecha, ¿gusta dejarle algún recado?

Vuelvo a tomar aire.

—Sí, gracias, Louis, ¿puedes decirle que no me mande dinero? Que por mí se lo puede meter por el...

—¡Emma! —Ernesto me interrumpe y eso me hace colgar la llamada de tajo. Me mira con desaprobación—. No te molestes con Azariel, mija, él sabe tu situación y hasta yo conociéndola siento que nosotros te tenemos que enseñar que puedes ver en nosotros apoyo, hasta una familia, te conocemos desde chica, mija, y te queremos mucho.

Las ganas de llorar, que he reprimido cada noche toda esta semana desde que se fue él, vuelven y esta vez ya no puedo dejarlas ir, me pongo a llorar. Ernesto me abraza, él sabe que estoy mal por papá, por Inés y por lo que me hizo mamá, se lo conté a él y a Antonia, quería desahogarme con las únicas personas que no me juzgarían ni se burlarían de mí. Les conté de mamá diciéndome que Fer siempre la había amado a ella, de mis amigos creyendo en sus mentiras, esas donde supuestamente yo hablaba mal de todos y me hizo quedar como la mala del cuento a tal grado que incluso Karen, mi mejor amiga, ni siquiera me quiso dar asilo desde que me echó mamá y tuve que apañármelas con el dinero que resultó del anillo de compromiso después de la venta. También les conté las prohibiciones de mamá para hablar con papá los primeros años y lo mal que me hizo sentir el hecho de que pude haber estado con mi padre en sus últimos suspiros y mamá jamás me dijo ni que habían tenido un accidente.

Ernesto me manda a dormir y esta vez le hago caso, no le he obedecido en los últimos días, pero hoy definitivamente me siento muy mal. Saber que Azariel de verdad cumplió lo que dijo de mandarme dinero mientras vivía aquí me hace sentir tonta, inútil, y por si fuera poco, una pobre diabla que no tiene a dónde ir.

***

Para cuando ya se cumplen las tres semanas viviendo en la finca, me siento como si dos camiones me hubieran pasado por encima. Cansada y enferma. Creo que he perdido tanto la práctica de la vida de campo que estos días incluso me ha caído mal la comida, porque la vomito toda. También me pasa que me marea el calor y el olor de los animales me resulta muy pesado.

Eso, y la frustración de saber que a Azariel le valió madres mi recado o el tal Louis ni se lo dio, porque la cuenta sigue subiendo, me manda dinero cada viernes, y lo peor es que me manda más cada vez y eso que solo lo ha hecho tres veces.

—¿Y si te llevamos al médico, mija? —Antonia me tiende un pañuelo para limpiarme la boca luego de mi vomito matutino.

—No, estoy bien, solo debió caerme mal la tortilla. ¿Necesitas algo antes de irme? Hoy estaré todo el día ayudando en la cosecha.

Antonia me mira con una cara de preocupación y reprenda, pero la ignoro y emprendo mi camino hacia el auto de Ernesto, quien es el que va a llevarme a mí y a varios trabajadores a las tierras.

Él también me muestra su desaprobación, pero no me dice nada y emprende el camino. Mientras llegamos voy viendo todo. Se mira más grande que como lo recuerdo y siento cómo la nostalgia me pega tanto que sin darme cuenta lloro. Creo que lloro por cualquier cosa. Claro, es que la soledad me está calando tan fuerte que la sufro diario. No me gusta estar sola, y pueda que eso sea un gran problema porque no tengo a nadie, porque de primer plano, Ernesto y Antonia no se pueden quedar conmigo para siempre y Azariel ya dejó bien claro que me odia, así que ni siquiera como hermanastro lo puedo ver porque al final del día ya no hay nada que nos una.

Y haber tenido sexo empeora más todo.

Suspiro y detengo mis lágrimas, ya llegamos. Bajo del auto de Ernesto, pero una punzada me pega en el estómago y me doblega un poco, luego la cabeza me da vueltas y solo siento que me voy cayendo directo al suelo, pero no siento el golpe porque creo que me desmayo.

Cuando recobro el sentido, estoy en una camilla de hospital, creo que es el hospital del pueblo.

Antonia está llorando a mi lado.

—Antonia.

—¡Ay! Gracias a Dios has despertado, mija, nos tenías con el Jesús en la boca, ¿cómo te sientes?

—Algo mareada, ¿qué pasó?

—Te desmayaste en el campo, Santiago te sostuvo y avisó a Ernesto, te trajimos rápido para acá, llevabas media hora inconsciente, mija.

—Es que no he dormido bien, Antonia, no había de qué preocuparse, prometo irme a dormir nada más volvamos a casa, ¿ya me puedo ir? ¿Qué dijo el médico?

Miro la intravenosa en mi mano. Esto es demasiado para un simple desmayo...

—Pues todo está en orden bajo el régimen. —Antonia evita la reprenda cuando escuchamos entrar al doctor junto a Ernesto al que le viene diciendo lo que pasa—. La prueba dio positiva, por lo que sus malestares se debían a eso, Ernesto, solo hay que procurar que tome sus vitaminas y se alimente bien.

—¿Prueba de qué? —Una vez que lo pregunto, el doctor se da cuenta de que ya estoy despierta y me sonríe. Yo voy a insistir pero me quedo callada cuando se me acerca a soltarme lo que dan mis análisis. Solo así noto que también tengo un algodoncito en mi brazo, indicio de que me sacaron sangre.

—El señor Ernesto dijo que habías estado con mareos y vómitos, lo primero que pensé fue que era una descompensación porque habías estado trabajando en el sol, pero en realidad...

—¿Estoy embarazada? —Lo interrumpo, alterada. Cuando asiente, siento que voy a volver a desmayarme.

Oh, Dios, no puedo creerlo, voy a tener un hijo de Azariel.

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