Con una pequeña ayuda de mis amigos
Blanco. Todo era blanco, tan resplandeciente que los pies de Tony no supieron dónde pisaban, entrecerrando sus ojos con una mano para cubrirlos y ayudarse a ver mejor. Lentamente, comenzó a vislumbrar el sitio donde se encontraba, una suerte de infinita estación del tren. Blanco. Todo era del más puro blanco. El castaño rompió a llorar, porque supo que estaba muerto, ahí era el sitio de las almas que van al más allá, sus lágrimas se multiplicaron al ver una figura en túnica del más negro absoluto, un rostro calvo de facciones alargadas sin cejas o barba, tampoco orejas.
La Muerte.
Era la misma que se toparan los Tres Hermanos, la que siempre visitara a los magos y hechiceros buscando sus tres tesoros, en otra forma posiblemente, pero seguía siendo la Muerte. El muchacho siguió lamentándose de hombros caídos como su cabeza que inclinó, resignándose a su suerte. La figura caminó hasta estar a su lado, inclinándose con esos delgadísimos brazos cruzándose detrás de su espalda, la túnica ondeando por un viento inexistente. Tony pensó que lo mejor sería aceptar su partida con honor, no tenía otra cosa más, alzando su mentón con todo y lágrimas, saludando a la Muerte, hablando sin titubeos.
—¿Vienes por mí? Estoy listo.
—No, no lo estás, pero tampoco he venido por ti. Aún no es tu tiempo, Anthony.
—¿Qué? —frunció su ceño, confundido— ¿No estoy muerto?
—Podrías, pero no.
—¿Qué hago aquí?
—Te han salvado, me supongo. Un plan arriesgado, pero... ¿no se comenten locuras por amor?
—¿A-Amor? —parpadeó más desconcertado— Creí que ya debía haber muerto, ya sabes, cuando mi cañón...
—Esa noche, sí que estaba por llevarme a un joven, solo que de pronto el hilo de su vida cambió, se hizo fuerte y no pude cortarlo. Extraño, sí, porque es el mismo que te trajo aquí.
El castaño abrió sus ojos, boquiabierto. —¿Steve? ¿Cómo?
—¿No es raro? Solamente cuando estás frente a la Muerte es que eres capaz de apreciar lo que antes pasó desapercibido.
Un dedo flacucho tocó la frente de Stark, llevándolo a tiempos pasados cuando ingresó por primera vez a Hogwarts. Su despedida llorosa con Jarvis, limpiándose los mocos al unirse al resto de los niños subiendo las escaleras para ser recibidos por Neville Longbottom, quien les dio el discurso de bienvenida y los llevó a la Ceremonia del Sombrero Seleccionador. Tony se vio a sí mismo, tan pequeño, temeroso entre tantos desconocidos que lo empujaron al reconocerlo pues su rostro salía mucho en El Profeta por sus padres. El profesor Longbottom pronunció su apellido, caminando en medio de una fila que se abrió como si tuviera la peste, subiendo al banquito. Todavía no le colocaba bien el sombrero cuando este gritó ¡SLYTHERIN! Y todos rieron, se burlaron de él.
Fue a la mesa donde le recibieron entre quietos aplausos, sonrisas tristes. Vio esa primera noche cuando se le olvidó dónde quedaba la puerta de su sala, perdido en pasillos, chocando con unos chicos mayores de Hufflepuff, estos aventándolo al suelo entre groserías. Tuvo que dormir bajo el lavado de un baño abandonado, hecho ovillo, aunque no pasó frío. Un primer año muy duro, aprendiendo a esperar a que los demás entraran primero, él siempre al último. Levantando su mano en lo alto queriendo responder antes que los demás porque sabía ya las respuestas. Sollozando porque unos Ravenclaw le arrebataron a Visión, amenazando con congelarlo con sus varitas entre carcajadas. Ese día que se ganó muchos puntos en clase de Pociones, para luego ser arrastrado a un pasillo deshabitado por muchachos de Griffyndor que lo patearon por sabiondo.
Tony sintió que le picaron los ojos, llevándose una mano a su pecho donde su artefacto vibró, retrocediendo esas imágenes, repitiendo todo salvo por un detalle.
Cuando todos se rieron de que terminara en la pobre Casa de Slytherin, hubo un pequeño niño que no lo hizo, de cabellos rubios, ojos azules y un ceño muy fruncido cuya decepción fue enorme cuando el sombre gritó ¡GRIFFYNDOR! Mirando hacia su mesa con tristeza, porque había querido sentarse a su lado. El mismo mocoso mestizo que al verlo ahí durmiendo solito bajo el lavabo fue a conseguir velas para que no estuviera tan frío, trayendo cortinas y tapetes de donde pudo cerrando huecos y ventanas, sonriendo al ver que estaba mejor, pidiendo caballeroso a los fantasma merodeando que lo vigilaran, desapareciendo de ahí. Sí, era el mismo chiquillo que pisaba a sus compañeros para que se quedaran atrás y Tony pudiera entrar primero a su aula, el que dejó caer nieve a los dormitorios de esos Ravenclaw cuando estaban dormidos o que se lanzó a una pelea desigual con los jóvenes del Séptimo Año de su casa.
—¡¿POR QUÉ TE IMPORTA ESA SERPIENTE?!
—¡PORQUE ODIO A LOS ABUSONES!
El joven de Slytherin tembló, no creyendo eso, dándose cuenta de que Steve siempre estuvo ahí, haciendo todo para llamar su atención, peleando con medio Hogwarts para defenderlo. Si los profesores le habían dado tantos puntos no fue por su inteligencia o buenas notas, era porque ya lo habían visto plantarse frente a otros que le superaban en fuerza y magia solo por él. Convirtiéndose muy joven en capitán de Quidditch con tal de tener la oportunidad de pedirle a la directora un deseo por ser campeón de la casa.
—No permita que lo lastimen. Si lo van a castigar, yo recibiré el castigo.
Aquella fatídica noche, cuando fue a la Casa de los Gritos a darle vida a su cañón y activó la alerta de escape, Steve fue a preguntar a su sala por él, cuando Rumiko no le supo dar respuesta de su paradero, el rubio corrió para unirse al grupo de búsqueda, suplicando a McGonagall para que lo aceptara. Había salido hacia donde el Sauce Boxeador, al que observó por largo rato hasta entender algo, seguramente a dónde llevaba el pasadizo secreto del árbol, corriendo con fuerzas hasta la casa. Rogers ni siquiera titubeó cuando el estallido, lanzándose contra el destello azul, su mano izquierda estirándose para alcanzar una muñeca suya recibiendo la quemadura por el rayo de luz, logrando su cometido de desviar su caída mientras él terminaba del otro lado de la casa.
Por eso había terminado con el tatuaje, porque Steve lo salvó de terminar bien muerto por estacas de madera que lo hubieran atravesado.
A costa de su vida.
—Yo debía llevármelo consigo, sin embargo, fue su deseo por salvarte lo que desvió su destino. Estaba condenado a morir por el Sauce Boxeador, cuando se dio media vuelta, todo cambió. Podría afirmar que tú lo salvaste, Anthony.
—Steve...
—Me es imposible romper el hechizo que los envuelve, no quita el poderme acercar para ver.
—¿Qué hechizo? —Stark miró a la Muerte.
—El único que ni yo puedo destruir. El único que ni el tiempo puede destruir.
Con un jadeo, Tony cerró unos momentos sus ojos húmedos, no creyendo que tonto y egoísta había sido hasta entonces. Respiró hondo, palmeando su artefacto al que agradeció por la lección, abriendo sus ojos para hacer lo mismo con la Muerte.
—Gracias.
—Curioso objeto el que tienes ahí.
—Supongo que debo marcharme.
—Supones bien, nos veremos luego, Anthony.
—¿Pronto?
La Muerte pareció sonreír. —Todavía tienes sueños por cumplir y aun debes ayudar a los demás a alcanzar los suyos, solo entonces, vendré por ti.
—Hasta entonces.
—Buena suerte, Hombre de Hierro.
Rió al escuchar la traducción de su hechizo infalible inventado únicamente para lo que ahora tenía en el pecho. La Muerte desapareció en aquella blancura, dejándolo ahí por unos segundos antes de escuchar el claro sonido de unas llamas a sus espaldas. El castaño se giró, encontrándose con Visión envuelto en fuego.
—¡Visión! —se sorprendió ver detrás de su salamandra un portal de espiral de fuego, del otro lado se veía el castillo de Hogwarts— ¡Vamos!
—¡TONY!
Jamás le dio tanto gusto terminar estampado en los brazos de McGonagall como en esa ocasión, riendo entre lágrimas. Una mano acarició su cabeza, levantándola para ver a la directora.
—Estoy bien, Steve me salvó. ¿Dónde está?
Ella dejó caer su mirada. —En la enfermería.
Por luchar contra su monstruo que había desaparecido una vez que lo lanzó a esa suerte de limbo con la magia de su escudo, el capitán había recibido heridas. No eran serias, pero estaba inconsciente. Tony declaró que permanecería a su lado hasta que despertara, así aparecieran mil criaturas para asesinarlo. Strange solo rodó los ojos, dejando su capa mágica como vigía de ambos jóvenes. Luego de un par de horas fue que el rubio despertó con un hondo suspiro, queriendo sentarse al acto, pero quedándose recostado cuando lo empujó de vuelta con una sonrisa.
—Madame Pomfrey dijo que no.
—Tony... ¿estás bien? No supe si...
Ahora él lo calló con un beso, separándose tranquilo para verle, sujetando una de sus manos.
—Perdona, he sido muy idiota.
—¿Un Slytherin disculpándose con un Griffyndor?
—A veces suceden los milagros.
—¿Estás bien?
—Esa pregunta debería hacerla yo.
—Lo estoy, no es nada.
—Tienes un chichón en la cabeza.
—Desaparecerá.
—Hm.
Steve negó apenas, sonriendo de lado. —El escudo lo hizo, de nuevo solo lo pensé.
—¿Protegerme?
—Sí.
—Bueno, eso hacen los escudos ¿no es así? Proteger.
—Me alegra tanto que estés a salvo.
—Porque tú siempre has estado ahí.
—¿Qué?
Tony negó, tomando ambas manos del otro chico entre las suyas, dejando caer su frente sobre ellas.
—Tú eres mi hechizo preferido.
La conmoción en Hogwarts fue inminente, habían percibido la presencia de aquella maligna criatura, alertando tanto a estudiantes como al resto de los profesores que no supieran de la situación con Tony, quien ignoró el barullo con una calma proverbial, prefiriendo cuidar del rubio mientras su mente ya ideaba una manera de vencerlo. No desperdiciaría el regalo que había recibido actuando como hasta esos momentos, igual que un temeroso niño y no como el genio Stark peleando con su ingenio y decisión para resolver problemas. Rumiko fue a buscarlo a la salita una vez que Steve pudo dejar la enfermería.
—¿Qué sucede, Rumi?
—¿Estás bien? Me refiero... a eso.
—Oh —el castaño se llevó una mano a su pecho— ¿Te has enterado?
—Strange nos contó.
—Por las dudas, no estés muy cerca de mí si pierdo el control.
—¿Hay algo que podamos hacer?
—¿Me ayudarán aun sabiendo todo?
Rumiko se encogió de hombros. —Somos Slyhterin, buscamos la victoria.
—Y por las canas de Dumbledore, la obtendremos.
Era probable que, debido a la revelación ante la Muerte, ahora de pronto hubiera brotado en él una chispa de rebeldía salpicada de esperanza. No se daría por vencido, quería tener un sueño apacible sin encantamientos ni miedos por cerrar los ojos, deseaba terminar sus estudios y convertirse en un mago inventor, asombrar al mundo mágico con sus creaciones. Y si todo iba bien, tendría el humor suficiente para viajar con los muggles y aprender de la vida que Steve tuvo ahí, ¿por qué no? Después de todo, ahora anhelaba estar a su lado, por lo que puso manos a la obra. El rubio se lo había recordado, lo suyo era la astucia, la inteligencia, si la respuesta no existía, la inventaría.
—¿Qué es todo esto? —el capitán se encontraría con ese dormitorio común lleno de papeles por doquier, algunos flotando en el aire encantados en un orden impreciso para él— ¿Tony? ¿Andas ahí?
—¡Steve! —brotó de un montón de libros y más papeles con una sonrisa— Estoy buscando mi respuesta a mi maldición.
—Con tantas hojas, le tomaría una eternidad encontrarte.
—Ja.
—Tony —las manos del rubio lo detuvieron de sus anotaciones— He estado pensando...
—Eso es peligroso, no es lo tuyo.
—Hablo en serio.
—Te escucho.
—Creo que necesitamos un descanso.
—¿Descanso? ¿Quién era el histérico estudiante que rogaba por pasar horas estampando la cara en los libros para sus T.I.M.O.s?
—Yo, pero lo he meditado mejor y creo que sería bueno hacer una pausa en todo esto. Después de todo, ya no se ha aparecido ese monstruo.
—No es que haya volado a otro lado, Steve, está alimentándose de los demás. Al contrario de otras criaturas, lejos de amedrentarse, aprovecha el momento, ahora que hay un montón de alumnos que saben de su existencia, los usa para su conveniencia. ¿Cómo es eso? Si los ves, ellos te ven.
—¿Qué sucedería de estar en mi mundo?
El castaño parpadeó, girándose hacia el capitán mirándolo fijamente porque no pudo creer lo que estaba insinuando. ¿Dejar las clases para ir al mundo muggle? O tantos golpes ya habían alterado la mente de Steve o lo estaba viendo demasiado desesperado buscando una respuesta y quería alejarlo por un rato de tantos cálculos y hechizos. Stark dejó lo que estaba haciendo, tropezando con una pila de libros al alcanzar al otro joven, mirándolo asombrado.
—Eso sonó como una invitación a tu mundo.
—Lo es.
—¿Ir los dos solos?
—No creo que un profesor quiera acompañarnos.
—¡Steve! ¿Estás... estás insinuando...? Quiero decir, está bien, ósea...
—Es una cita, sí, Tony.
—Nunca había tenido una cita —se le escapó, corrigiéndose en el acto— ¡Quiero decir allá en tu mundo! Claro que he tenido muchas citas.
Steve aguantó el reírse ante semejante mentira, sujetándolo por un codo al mirarlo fijamente.
—Ya he pedido el permiso a la directora.
—Vaya, para esto sí que planeas.
—Es importante.
—De acuerdo, iremos a tu mundo. ¿Algo que deba saber?
—Mm ¿que no debes usar magia?
—Tan obvio, león.
Al castaño no se le había ocurrido que quizás era buena idea probar si su maldición andante de cuerpo de árbol viejo podría ir donde los muggles. ¿Lo seguiría? Solo habría una forma de comprobarlo y sería estando allá. Le mandó una lechuza a Jarvis, al único que le dijo la verdad para que le ayudara con sus padres en el caso de que algo malo sucediera y fueran necesarias las explicaciones. Un poco de nervios aparecieron en Stark, sí tenía idea de cómo era la vida allá, por supuesto, solo que no tenía tan buena noción porque siempre consideró que jamás pisaría esas tierras o se vería en la necesidad de hacerlo. Una de las cosas que le impactaría sería el cambio de ropas, cuando Steve le trajo su muda las observó incrédulo.
—¿En serio debo ponerme esto?
—Tus trajes no quedan. No creo que el gran Tony Stark le tenga miedo a un cambio de apariencia ¿o sí?
—Nunca.
Viajar a Londres fue toda una experiencia, comenzando por aparecer en aquella plataforma, topándose con un mundo lleno de aromas y colores tan diferentes que le voló la cabeza. Sí, no había un rastro de magia, pero vaya que sí existían otras cosas. Dígase tecnología muggle. El capitán tuvo que disculparse más de una vez con la gente en la calle porque Tony corría por todos lados gritando y tomando los objetos raros a sus ojos cuya función deseó revelar, a veces un simple reloj mecánico, otras eso llamado teléfonos móviles, los televisores... por un momento se preguntó si no había nacido en el mundo incorrecto porque ahí hubiera sido enormemente feliz destripando cada artefacto para mejorarlo.
—Creo que te gustará algo.
—¿Uh?
Se desplazaron a la noria cerca del río, los ojos del castaño casi se le salen de solo verla, preguntando cómo funcionaba, su uso, si podría llevarla a casa. Para Steve, fue un alivio el verlo así de distraído y concentrado en su mundo, esa mente ávida que no había encontrado su camino ahora hervía en idea gracias a ese pequeño tour por una capital del mundo muggle. Mientras estaban arriba, admirando todo el paisaje urbano de Londres, Tony sonrió emocionado, volviéndose al rubio y estampándole un beso rápido en los labios.
—Esto es genial. A falta de magia, los muggles crearon toda suerte de inventos, una adaptación natural.
—¿Qué te parece?
—Ahora me queda claro porque algunos magos decidieron vivir aquí. Tiene su ventaja ¿sabes? El hecho de no usar magia te libera de tantas cosas, claro que en otros aspectos ya no es tan bueno, pero en general es como... paz.
—Si quieres, tú también puedes vivir aquí.
Tony arqueó una ceja. —Quizás como vacaciones, te seré sincero, amo demasiado la magia para renunciar a ella.
El capitán asintió, entendiendo a qué se refería, atrayéndolo a su lado para besarlo de nuevo, con más calma para explorar su boca. Les habían comentado, ordenado tal vez, comportarse. Un beso no era nada malo ¿o sí? Stark suspiró contra los labios contrarios, sus dedos corriendo por esa suave y perfecta cabellera dorada mientras alcanzaban la cúspide una vez más y luego bajaban lentamente. Londres era genial, seguro que el resto de las ciudades tendrían sus maravillas por examinar con más calma, una vez que resolviera todo. Gimió al sentir las manos de Steve sujetar con fuerza sus caderas, dejándose hacer al echar sus brazos sobre los hombros del otro.
TIC. TOC.
Ambos lo escucharon, separándose en el acto, mirando alrededor. Tony lo vio, en lo profundo del río antes de que su canastilla bajara al nivel del suelo. Una mano del rubio acarició su mejilla, tranquilizándolo.
—Es hora de irnos, lo comprobamos, no podemos dejar que se muestre aquí.
—Regresemos.
Corrieron en partes, tomando un taxi para volver a la estación del tren, a la plataforma 9 y ¾ cuyo muro cruzaron, alcanzando a tiempo el último tren, no se arriesgaron a vuelos ya cayendo la noche. Pareció funcionar, no hubo tictacs detrás o sombras corriendo por las paredes. Los chicos respiraron aliviados, buscando ya su cabina para descansar sin hablar por unos minutos, los dos recapitulando sus ideas. Steve se inclinó hacia el castaño, llamando su atención.
—Aún es fuerte, pero ¿notaste que su sonido no tuvo la misma cadencia?
—Eso estaba meditando, al parecer sí le afecta la falta de magia.
—Como estaba lejos de ti, no podía absorber el poder del cañón.
—Hey, esa es mi idea.
El capitán sonrió, besando su mejilla. —Me gusta más cuando estás así, sin angustias.
—Alguien tiene que ver con ello, quizás lo conozcas, rubio, de ojos azules y atolondrado, capitán de un equipo de Quidditch...
—Me suena conocido —bromeó Steve, su mirada cambiando a una diferente que hizo a Tony estremecerse, sobre todo al verlo correr la cortina de la portezuela y girarse hacia él.
¿Qué diría su señor padre de enterarse de que andaba manoseándose con un sangre sucia y además de la Casa Griffyndor? Seguro que Howard moriría en el acto apenas lo escuchara, un mago de sangre pura jadeando pesadamente con una mano apoyada temblorosamente sobre el vidrio de la ventanilla, sujetándose con otra de un hombro mientras gemía de forma muy poco decorosa para un Stark empujando sus caderas con las del rubio quien estaba haciendo cosas con su mano entre sus cuerpos y su boca bien prendida al cuello de dicho mago de abolengo tan rancio cual madera de castillo encantado.
Para cuando llegaron al colegio, Tony bajó un poco despeinado, ropas descompuestas, mejillas todavía sonrojadas y mirada perdida, tratando de respirar con normalidad llevando una mano a sus labios porque los sintió punzarle, algo hinchados de tantos besos recibidos en el corto trayecto. Ignoró con toda la dignidad que poseía la mirada inquisitiva del doctor Strange mientras le informaban de su pequeño experimento, antes de regresar a su salita. T'Challa les cortó el camino al buscarlos, a Tony en particular porque deseaba presentarle a alguien.
—Creo que puede ayudarte, recién lo han transferido a Hogwarts, viene de Estados Unidos.
—Oh, estudiante de intercambio.
T'Challa asintió, examinándolo con curiosidad, pero sin decir nada sobre su aspecto.
—Pero aun mejor, es peculiar en cierto aspecto. Será mejor si se conocen de una vez, espero no sea muy tarde.
—Entre perder puntos por andar a altas horas de la noche a perder la vida, creo que prefiero lo segundo, mi buen amigo cuervo.
—Síganme.
Bruce Banner, una mente brillante con un legado paterno por demás extraordinario. Un metamorfomago. Ostentaba el orgullo de ser el primer en su clase capaz de controlar su transformación a un punto que hasta había logrado modificar su cuerpo para convertirlo en una suerte de poderoso Golem, una mole llena de fuerza bruta. Y todo gracias al estudio de la magia del Teseracto. El castaño sospechó que McGonagall había tenido que ver, saludando al tímido chico de lentes que no daba las señas de ser un temible gigante verde si T'Challa le había contado bien.
—Oh, puedo sentirlo debajo de tu protección, tienes un trozo grande ahí.
—Suena raro, pero es cierto —Tony se tocó el pecho— Me he acostumbrado a la incomodidad y su punzadita.
—El Teseracto tiene una propiedad no dicha en los libros, bueno, no está porque nadie en sus cinco sentidos lo usaría en su propia persona, se sabe que pulveriza seres vivos —sonrió Bruce, acomodando sus lentes al ver esas miradas confundidas— Así fue como usé su energía, proyecté una parte de mi mente y tomó forma con mi sangre de metamorfomago. Creo que ha sucedido contigo de la misma forma.
—¿Quieres decir que mi maldición es una proyección de mi mente?
—Puede ser, ¿has tenido pesadillas o te hace ver cosas?
Stark jadeó asombrado. —Imposible...
—No sé cómo detenerlo, eso le decía a T'Challa, pero la información te sirve.
—Bruce Banner de Estados Unidos, necesito que me digas todo lo que sabes.
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