8
—¿Planeas matarme de frío? —pregunta Tony, mientras sigue por la oscuridad la forma de Peter—. Dime que lo que dije de Misery esta mañana no te dio ideas...
El frío le golpea el rostro y por más que se haya puesto la chaqueta una vez que salieron, no siente para nada que ese sea el lugar en el que quiere estar. Díganle quisquilloso, pero la calefacción debía ser lo más básico del mundo en una cena por la noche en pleno invierno.
—Vamos, no dejé que mueras antes, no dejaré que pase ahora.
Tony sonríe internamente, embutiendo los brazos en la maldita chamarra de cuero del chico. De pocas personas creería esa declaración. En su medio, la mayoría de las personas técnicamente no serían capaces, pero la muerte podía ser en más de un sentido y Tony sabía bien que varios de sus "compañeros" soñaban con acabar para siempre con su carrera.
—Aun así, me veo en la obligación de sospechar...
La voz se le apaga cuando Peter se acerca a una pared y, mientras hace malabares para sostener en una sola mano todas las cosas en sus brazos, sube un switch. La terraza se ilumina de golpe con cientos de pequeñas luces que delinean el cielo y caen por una pared trasera.
El lugar que en la penumbra daba más pie a una película de terror, de repente, es el escenario más romántico de la faz de la tierra. Y como alguien que estaba en la industria de vender el amor, sabía de escenarios románticos.
Cerca de la pared de luces, había dos bancos curvos, alrededor de una piedra blanca con un enorme agujero en medio, que contenía los restos chamuscados de una vieja fogata. La barandilla alta de los laterales era de un cristal esmerilado, que hacía que las luces de los apartamentos lejanos se vieran distorsionadas. Había plantas por doquier, enredaderas y paredes verdes con hierba.
El lugar era un maldito bosque en medio de la ciudad... Íntimo, cálido, acogedor y en verdad, verdad, especial.
—Mis padres no tenían dinero para que salgamos de vacaciones, pero se aseguraron de poner toda su creatividad en esta pequeña terraza. —dice con el pecho inflado de orgullo, luciendo dolorosamente hermoso bajo esa luz—. Para escapar no necesitaba ir muy lejos. Solo bastaba subir a la terraza.
Hacia sentido. Tony se sentía como en casa. En el suelo había parque en algunas partes, en otras, pequeños caminos de piedras pequeñas y blancas.
—No sabía que pudiera existir un lugar así en Nueva York.
Peter le guiña un ojo divertido y se regodea cuando Tony gira intentando absorber todo a su alrededor.
—¿Bien? No es un lugar lujoso, pero no puedes decir que no sea lindo.
Tony ve la misma expresión entre tensa y esperanzada que le lanzó mientras le mostraba la comida, mientras esperaba su aprobación.
Siente la lengua hinchada en su boca, aplastada contra su paladar. Había esperado algo sin más, una comida rápida y poder centrar toda su atención en el chico. No esperó una comida elegida con tanto cuidado y conciencia. No esperó un lugar tan cálido en medio de aquella jungla helada. No esperó encontrarse a un chico como ese de puta casualidad. No esperó que un error en un maldito número de teléfono deviniera en un giro del destino que le removiera tantas cosas en su interior.
—Eres realmente el ser humano más sorprendente que he conocido, Peter Parker —murmura atrapado por completo—. Y te lo dice el que conoció a un hombre que vivió por voluntad propia en una cueva la mayor parte de su vida adulta.
—¿Eso fue para Más allá de las montañas, verdad? —pregunta con los ojos iluminados.
Tony hace una mueca divertida. Era realmente un caso perdido. Conocía y conoció a muchos fans en su vida, pero no creía que alguna vez hubiese hablado más de unas pocas y cordiales palabras con ninguno. Tony no era de los que hacían mett and greet ni nada que se le pareciera. Pepper sabía que era peligroso intentar dejarlo a sus anchas con desconocidos. Si no estaba del humor correcto, el cinismo y el sarcasmo, que solía lucir bien en cámara y con determinados entrevistadores, se sentía grosero y maleducado. Era la primera vez en su vida que tenía a un fan tan versado en su trabajo y era, de hecho, extrañamente divertido.
Aunque no esperaba que eso fuera así con cualquiera. En especial porque su mirada no para de ir y venir por su espalda y trasero cuando lo ve inclinarse sobre una pequeña mesa para tres en el extremo más alejado de la pared del fondo, para dejar la tabla con los vasos y el botellón de agua.
—¿Quieres que prenda la fogata? —pregunta llegando a su lado.
—No sé, ¿deberíamos? —divertido, lo mira con una buena y lograda mueca de preocupación—. No quisiera que tengamos que llamar a los bomberos si la cosa se descontrola.
—Ja. Ja. Ja. —bufa rodando los ojos—. Qué original, jamás escuché chistes de bomberos.
—¿No? Tengo una gran vena humorística. —se jacta con orgullo—. Me he especializado en otro tipo de películas, pero apuestas y pierdes si crees que no puedo con ello.
—Algo me dice que no eres capaz de perder en nada, a menos que te propongas lo contrario —comenta, dándole un golpe para pasar a su lado.
Tony desliza la lengua por sus colmillos y sonríe. No, él no perdía.
Peter acomoda unos troncos que saca de un pequeño cobertizo y antes de que termine de acomodarse en uno de los bancos, una fogata cálida le arranca un ronroneo. El chico se queda técnicamente congelado viéndolo. Tony le guiña un ojo y extiende las manos para que el calor alcance sus dedos en proceso de congelación. De haber sabido que ese era el plan, habría traído ropa más abrigada. O al menos un jodido par de guantes. Por suerte tenía la chaqueta extra. Con el añadido de que olía como el puto cielo. No conocía qué fragancia era, pero era fuerte y cítrica. Con los toques justos para meterse en tu sistema y alborotarlo. O quizá Tony tenía demasiado tiempo sin joder con un tío decente y empezaba a perder la cordura.
Todas cosas muy probables.
—¿No sería mejor que te dé de una vez esa foto? Así no tendrías que quedarte mirando —dice al cabo de unos segundos, donde el chico se quedó quieto con los ojos en él, mientras enterraba de manera poco discreta la nariz en el cuello de su chaqueta.
Lo ve más o menos tambalearse hacia la mesa y traer todo lo que había dispuesto en la otra punta de la terraza. Sonríe y se relame los labios. En la cocina le quedó claro que estaban en la misma página, pero aún faltaba un poco para que Tony sé decidiera a dar el salto al vacío. Tenía que jugar con cuidado sus cartas o perdería aquella mano.
—No sabía que este tipo de edificios tenían terrazas privadas —comenta intentando distraer el nerviosismo que se había apoderado del pobre.
Dos veces había visto temblar la tabla y si bien el hambre había pasado a la menor de todas sus preocupaciones, tampoco quería desperdiciar algo que seguro le costó una buena tajada al pobre.
—No la tienen, es compartida. Pero como mi madre amaba estar al aire libre, la arregló para todos. Cuando ella murió, seguí cambiando los bombillos que se queman, trayendo los leños, regando las plantas, podando las flores y eso. También todos en el edificio la cuidan para que no se venga abajo, por respeto a ella.
—¿O sea que cualquiera puede entrar? —pregunta girando tan rápido como puede el cuello.
Su cabeza vuelve a girar a la misma velocidad cuando siente la firme mano cerrarse en torno a su rodilla.
—No —responde con lentitud y firmeza, imprimiendo en esa simple palabra una promesa y un juramento—. Tenemos un sistema para saber que está ocupado y jamás nadie lo viola. Esa es la norma, todos la respetamos. Aparte, es invierno. Créeme que nadie jamás intenta venir aquí arriba en invierno. Puede que esté esta hoguera, pero en general solo yo uso este lugar cuando hace frío. Creo que... bueno, todos saben que para mí es especial y no les molesta dejármelo. He ayudado a suficientes de mis vecinas para que tengan el detalle de fingir que el edificio no tiene una terraza. Y los adolescentes no tienen la llave. Aparte, eché el seguro interno —añade sacudiendo la cabeza en dirección a la puerta—. No te hubiera traído si fuera peligroso. Lo juro.
Y quizá si fuera cualquier otra persona, Tony lo dudaría. Pero le sorprende notar que no desconfía en lo absoluto de su palabra. Sus hombros se relajan, pero solo unos segundos. Ni bien recuerda la mano sobre su rodilla baja la vista y la alza clavándola en la boca del chico que se había sentado lo suficientemente cerca, para que pueda contarle las pecas del rostro.
—¿Y era necesario que nos encerráramos aquí? ¿O tienes planes que no quieres que interrumpan?
Se quiere lanzar sobre él cuando lo ve morderse el labio inferior y correr la vista. Tony estaba bastante acostumbrado a que se arrojaran a sus brazos. A mujeres y hombres prácticamente desesperados por devorarlo. Tener a este que se moría de vergüenza cada que se metía con él, era un gran y agradable respiro. Empezaba a creer que todo el maldito chico era el respiro de aire fresco que su vida estaba clamando.
—¿Alimentarte? —pregunta volviendo la vista a la mesa donde dejó la comida.
—Suena a un buen plan —se sonríe acomodando la mano sobre la de Peter—. Tengo hambre. No comí nada en todo el día.
—Hum. Sí. Ya. Yo. Eh...
—Podrías traer la comida —sugiere deslizando la mano por sus nudillos, acariciando el borde de la camiseta gris que tenía puesta.
—¡Claro! —grazna enderezándose tan rápido que tiene que sujetarle las caderas para que no se caiga sobre el fuego.
—Cuidado, o de verdad tendré que llamar a los bomberos.
—Tenemos un matafuego por algún lado —murmura escapando del agarre de sus manos—. Solo me lo das y yo puedo apagarme.
Tony reprime cualquier chiste de doble sentido y decide llenar un poco el estómago antes de intentar nada. El chico había trabajado todo el día. Se merecía ingerir algo antes de que Tony decidiera terminar su pequeña investigación y pasar a la comprobación física de la química que había entre ellos.
No le sorprendió que ponga la tabla con los vasos y el agua entre ellos, pero sí le sorprende ver que para sentarse, en lugar de copiarlo a él, pasa un pie por sobre el banco y deja una pierna de cada lado.
—Ajustado el pantalón —lo pincha lanzándole una mirada fija a su entrepierna, que queda tentadoramente expuesta frente a él.
—Sí —gruñe inesperadamente molesto, tomando la chaqueta de cuero, que Tony aún tenía consigo.
Se quiere golpear la puta cara cuando ve cómo la hace un bollo y la acomoda entre sus piernas.
—Le tuve que decir a uno de mis compañeros que tenía una cita —se queja con una mueca de fastidio—. No paraba de intentar hacerme ir a cenar con un amigo de él. Son sus pantalones, me hizo arreglarme antes de salir. Me gusta más usar los del uniforme. Son mucho más cómodos.
—E ignífugos —musita Tony, intentando decidir qué le molestaba más: que le indignara tener que decir que estaba en una cita, o este ente sin rostro que estaría con Peter en aquella idílica terraza si él no hubiera estado tan borracho como para no recordar correctamente el número de Happy.
—Obviamente, no dije que iba una cita con ust- contigo. —se corrige bajo la peligrosa forma en la que lo mira.
Le ardía ser 12 años mayor, no necesitaba que viviera para recordárselo con ese señor y señor todo el tiempo.
—Lo agradezco —dice fallando en el intento de no tensarse.
—No es problema. Igualmente, nunca me lo creería. Nadie. Nadie creerá esto, así me pusiera a gritarlo a voces por la terraza.
No solo es el tono, es la forma con la que lo dice lo que le hace mirarlo sorprendido.
—Tampoco es que tenga tanta fama de heterosexual. Todos tenemos algunos rumores en el placar. No serías el primero en decir algo así. Y créeme, hay quien pagaría mucho por qué lo digas cómodo y sentado en un estudio.
Ahora Peter es el que lo mira con el morro arrugado y una expresión seria y seca. Sabía bien que nunca nada llegó tan lejos como para ir a parar a la prensa. Tony tenía mucho dinero invertido en el silencio generalizado de los medios. Nadie en la industria compartiría su mierda sin antes dudar al menos cien veces. Tony era de manera directa o indirecta un donador recurrente para todas las cadenas. Pepper había estructurado la red de contención más discreta de la industria. Cualquier rumor que caía en los oídos indicados era apagado con la correspondiente diligencia. Pero había primicias que valían oro y Tony sabía que si tocaba la puerta correcta, aquello podía destrozar su vida en un par de parpadeos.
—Di mi palabra. Jamás haría algo como eso —repite con la misma solemnidad de antes, con el mismo gesto recio y firme—. Y aparte, no lo decía por usted. No me creerían a mí que está aquí. Es decir, no estoy mal, pero ¿esto? —musita señalando el espacio entre ellos—. Eres de otra liga completamente diferente —resopla tomando un bocado de queso y prosciutto.
Aún no había comido más allá de lo que había picoteado en el interior de la casa y recordaba vagamente querer que el chico coma algo antes de lanzarse al ataque, pero en el instante que traga y gimotea de placer, Tony le toma el cuello de la camiseta y lo empuja contra él. Se sobresalta estirando las manos para evitar que su movimiento derrame el agua, pero separa los labios cuando los pega con los suyos.
No duda ni un segundo. Tony saborea el jamón serrano en su boca, saborea el queso y gruñe clavándole al fin los dientes en su labio inferior. Desliza la lengua por la superficie hinchada. Entra cuando Peter le da acceso. Descansa las manos en sus mejillas, molesto por todo el espacio entre sus torsos. Sus lenguas se encuentran y se enredan una contra la otra. Lo oye gemir por lo bajo y pelear dentro del beso. No quiere el control total, solo ser un participante activo. Sonríe ligeramente, profundizando el beso. Acaricia con cuidado sus mejillas, haciendo que tuerza el rostro para mejorar aún más el momento. Desliza los dedos a lo largo de su cuello, siente como los botones de la camiseta se clavan en su palma cuando lo trae más contra él.
El frío de una cadena acaricia su piel y empuja la mano entre la cadena y el cuello, para cerrarla sobre él y alejarlo. Deja ir la camiseta, con los ojos fijos en su boca hinchada y sonrosada. Su respiración no está bien y la del chico está igual de mal. Ambos jadean con rapidez mientras se miden en silencio.
—Delicioso —murmura más para sí que para él, deslizando el dedo por la pequeña marca que sus dientes le dejaron en la boca.
—S-Sí —suspira asintiendo torpemente.
—Establezcamos, Peter Parker, que esto no es los Mets contra los Cardinals. No estamos en diferentes ligas.
—Bueno, técnicamente los Mets y los...
—Este es un pésimo momento para distraerse —sentencia, volviendo a apretarle del cuello, para atraerlo a su boca.
—Buen punto —murmura respondiendo en el acto a su nuevo beso.
Deja ir la mano que tenía en la camiseta y la desliza por su fuerte muslo. Peter suelta un gemido más largo y necesitado esta vez. Se estremece alzando sin querer las caderas, buscando algo más específico cuando se detiene antes de meter la mano bajo la campera.
Reprimiendo la necesidad de tirar toda la comida a la mismísima mierda, suelta al chico y le quita las manos de encima. Peter resuella con las mejillas coloradas. El calor de la hoguera se funde con el que nace de sus entrañas.
—Deberías apresurarte y comer —lo insta desesperado por pasar a lo que sigue.
—Se me cerró el estómago.
Tony le sonríe descaradamente. Acepta que ya no tiene caso fingir que no quiere lo que quiere. Y se tranquiliza pensando en que tampoco es que hubiera conseguido esconderlo para nada. Quizá el pobrecillo no tuviera claro el verdadero motivo que tuvo para invitarle a una cena. Que a ser justos, al principio, él tampoco lo tenía tan claro, pero nada más volver a verlo confirmó lo que su inconsciente siempre supo: Lo quería. Ahora la pregunta era qué tanto quería tenerlo. Exactamente para qué. Con qué limitaciones. Con cuáles no.
Y sí, era la segunda vez que lo veía y quizá en el mundo real la cosa fuera diferente, y no te hacías tantas preguntas hasta la quinta cita, pero para Tony era como lanzarse a escalar el puto Everest. No era una decisión que tomar a la ligera. Su vida se podía ir a la mierda si se filtraba algo de todo eso a la prensa. Y había que evaluar criteriosamente si el costo beneficio era favorable.
Ahora estaba seguro de que le importaba una mierda todo. Esa noche no conseguiría hacerse con ninguna idea clara. Estaba intoxicado. Necesitaba tenerlo, poseerlo y a la mierda con el mundo. Estaba listo para tomarlo y pasearlo por el mismísimo paseo de la fama y zamparle un beso de lo más caliente parados sobre la puta estrella con su nombre. Estaba claro que no iba a ser ese el momento en el que consiguiera las piezas que necesitaba para encajar ese rompecabezas. Lo mejor que podía hacer era terminar en paz la noche y con la distancia se volvería a sentir lo suficientemente objetivo para evaluar si valía la pena intentar arruinar su carrera y la vida del chico.
Tomando una uva entre sus dedos la lleva a su boca y muerde solo un pequeño bocado. Siente el jugo dulce caer por sus labios y toma con la lengua la pequeña gota antes de que llegue a su mentón. La mirada chocolate refulge fija en él, en su boca y en la mano que se acerca a su rostro, con el resto de la uva.
—Come.
Al acto abre la boca y Tony murmura conforme cuando le succiona la punta de los dedos al llevarse la fruta. Se queda quieto con la mano cerca de su rostro y sonríe cuando lo ve inclinar la cabeza para dejar las dos pequeñas semillas en la palma de su mano.
—Dulce, ¿verdad?
Peter traga y asiente. Sin presionarlo para que hable, Tony baja la mano, se deshace de las semillas dejándolas al borde de la tabla y toma un poco de mortadela con un queso. Peter abre la boca al acto. Toma entre sus dientes lo que le ofrece. Sonríe cuando, esta vez, muerde la yema de sus dedos al retirarlos.
Lo alimenta poco a poco. Tomando algunos bocados para él cuando protesta de que va muy rápido. Coge el vaso y toma un trago. Antes de que Peter pueda imitarlo, le sujeta una vez más el cuello y se retuerce en su lugar cuando el chico abre la boca y toma lo que le da. Sabe que con vino, o champaña, sería mil veces mejor para completar el desastre sensorial de aquello, pero le vale. Mierda, el agua está más que bien. En especial cuando un poco se derrama por la comisura de su boca, y Parker le sujeta el mentón para poder perseguir con la punta de la lengua la gota que se desliza hacia abajo por su cuello.
—Estoy lleno —murmura dejando caer la frente en su pecho—. De verdad.
—Hum. ¿Y qué quieres hacer si no es comer? —pregunta en tono inocente y despistado.
El chico frente a él suelta un gruñido. Parpadea sorprendido. Quizá había dado por sentado su capacidad de controlar el juego. Quizá había juzgado un poco a la ligera su humor, confundiendo a un cachorro con un lobo.
Peter se endereza de golpe, corre a un lado la tabla, arrastra los vasos por el banco y se monta sobre sus piernas. Escuchan el ruido del vidrio reventándose contra el suelo. Ninguno le presta atención. Es demasiado poco relevante en comparación con lo que era la estampa del chico y su mirada cargada de deseo. Alza el mentón y se deja besar cuando Peter le hunde las manos en su cuello y lo jala. Saborea sus ansias, su desesperación. Se asfixia con ella. Se agita bajo su peso, deslizando las manos por sus muslos, cintura, espalda y trasero. Aprieta las manos cuando está en esa zona. Lo arrastra sobre su cuerpo. Se mece contra él, levantándolos a los dos unos palmos del banco.
—Woo, eres fuerte —jadea aferrándose como un koala a su cuerpo.
Tony escarba en la curva de su cuello, volviéndose a sentar y muerde delicadamente sobre la línea de la camiseta. Chupa la cadena contra la piel. Lo siente temblar y gemir. Siente cómo le clava la erección dura contra el abdomen.
—Este es el momento de frenar si no quieres que...
—Vamos abajo —musita mordiendo su labio inferior.
—Mmm —ronronea deslizando la mano por dentro de su camiseta, acariciando a lo largo su espalda—. ¿Seguro? Dicen por ahí que no hay que conocer a los ídolos, nunca sale bien.
Peter se desliza sobre sus muslos, aprieta las caderas contra su abdomen y se restriega contra él. Tony siente como si un incendio estallara en su interior.
—No creo que eso se aplique a tu caso. Y dudo que lo que quieras hac-hacer abajo pueda ser peor que lo de anoche.
—¿Y si es más sucio? —musita con la voz baja y aterciopelada, deslizando la lengua a lo largo de la curva de su cuello, mordiendo y chupando a conciencia cada fragmento de piel hasta llegar a la parte de atrás de su oído—. ¿Eh? Dime Peter, qué pasará si es mucho más indecoroso que un borracho que no puede sostenerse en pie, que se desnuda en tu cama.
Se ríe al sentirlo estremecerse. Ignora cualquier pensamiento de que debe irse. Ya era demasiado tarde. Pepper y el mundo tendrían que esperar hasta el día siguiente. Ese momento era único y exclusivo para Peter Parker.
—Dios, espero que eso sea una promesa.
Tony aferra con firmeza la piel bajo sus manos, empuja la pequeña cintura contra su cuerpo. Desliza con cuidado la lengua a lo largo de su cuello y le muerde sobre la línea de sus clavículas. Gruñe alzando sus caderas. Restriega su erección contra el duro trasero. La mente se le va a miles de kilómetros, pero se obliga a empujarlo hasta hacer que se baje.
Toma con diligencia un par de cosas, Peter toma otras y se encaminan sin vacilar a la puerta. La paciencia para las pesquisas se le había acabado. Necesitaba hacer aquello. Más que cualquier maldita cosa en el mundo.
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