7
Tony lo mira por tanto tiempo en silencio, que Peter se patea mentalmente.
—Puedo pedir una pizza si lo prefieres —ofrece, incapaz de soportar más la incomodidad.
—No —responde de inmediato, cogiéndole el brazo para evitar que se pueda retirar a la heladera donde pensaba meter toda su estúpida compra y fingir que nunca la hizo—. De verdad esta es mi comida favorita. Amo el queso. Con desesperación —aclara por si necesitaba confirmarlo. Lo que agradece, porque en ese momento se sentía completamente estúpido y expuesto por haber pensado tan a detalle en qué maldita cosa servirle para la patética cena que compartirían—. Pensé... digo, después de tantos años, daba por descontado que eso estaba por algún lado en línea.
Peter no tiene que sobre analizar por qué, si así fuera, le había dolido. Se imagina que era algo muy parecido a lo que él pasaba cuando la gente lo llamaba héroe luego de alguna jornada especialmente nefasta de trabajo.
Esa pequeña incomodidad, esa sensación de que el que te lo dice, lo hace pensando en ti como una cosa amorfa sin rostro real, sin una vida verdadera. Era curioso, pero era deshumanizante cuando la gente te felicitaba luego. Porque ellos no frenaban a ver cómo estabas tú, tus emociones, tus sentimientos. Te colgaban el cartel de héroe y te volvías algo lejano e impersonal. Nadie se acercaba a preguntar si estabas bien, si dolía, si estabas cansado de serlo. Eras eso y era cosa tuya lidiar con tus sentimientos. Y no podías quejarte, porque tú no eres de los que se quejan. Tú eras el que tenía que apretar los dientes y seguir y seguir y seguir. Pelear, luchar, salvar, y volver a empezar. Sin sentimientos, sin fatiga o dolor. Y si llegabas a sentir eso, jamás pondrías la carga de tus emociones en otro, porque eso no era de un héroe. Tú solventas solo eso que se germina en tu interior y solo lo descomponías en combustible para, al día siguiente, volver a ponerte el traje y meterte bajo escombros para rescatar a otras personas, así te sintieras asustado o muerto de miedo de ser el siguiente en conseguir una medalla al mérito sobre la tumba.
Quizá a Tony le pasaba lo mismo. Daba por sentado que Peter lo miraba y solo veía al actor de Hollywood, no al hombre real que era. No a un sujeto que genuinamente quería ser uno más y que necesitaba serlo. Y no le costaba ver qué así sería si Peter no lo hubiera sostenido con la cabeza sobre el inodoro, no le hubiera limpiado el vómito del mentón y el cuello. No, jamás se hubiera percatado de su humanidad de lo contrario. Pero lo hizo y quedaba muy lejos el halo de estrella de Hollywood cuando tenías que sostener al tipo para que pueda sentarse a orinar.
Nadie en sus cabales, llevando una vida de ensueño, llegaría a ese punto. Había atendido demasiadas emergencias de sobredosis como para ver algo así y no entender que vivían un calvario.
Y cuando confirmó su sexualidad... bueno, Peter no podía ni imaginar lo que significaba para alguien vivir tantos años en una mentira tan atroz. Cómo cualquier chico gay sabía la cantidad de historias homofóbicas que había por ahí dando vueltas. Él jamás tuvo que enfrentarse a eso, siempre estuvo bien con su sexualidad, pero en el ejército había vivido momentos tensos. Nunca con su pelotón, pero sí con otros compañeros de las fuerzas. Aun así nunca tuvo que decir mentiras para ser quien es. Tenía la carrera que quería y no necesitó mentir sobre quién era para hacerlo. El hombre que estaba frente a él jamás pudo darse ese lujo. Y Peter no podía no empatizar con eso.
—¿Seguro? —pregunta intentando ofrecerle la mayor proximidad a un momento real y cotidiano—. No tienes que comer esto solo por darme el gusto. No me importa pedir pizzas o hamburguesas. Aunque, diría que tu hígado no estará feliz en la mañana y lo más probable es que tengas que tomar alguna cosa...
—Lo juro, Peter. Me gusta.
Una correntada eléctrica sube por la piel de su muñeca, donde el dedo meñique de Tony entra en contacto con ella. Desliza con suavidad la yema, haciendo pequeños círculos tranquilizadores.
Lamentablemente, surte el efecto contrario. Su corazón da un vuelco y todo lo que él juraba era emoción por tener a un tipo que idolatraba frente, se retuerce a algo más básico y mundano. Más físico que platónico.
Corrigiendo el rumbo de su cuerpo, coge con mano firme sus pensamientos.
—Me alegro. Temía que fuera mucho, pero ese lugar tiene los mejores quesos del mercado. Y cuando compro uno, al final compro otro y otro...
—Falta el roquefort —comenta concentrado, volviendo a fijar la vista en la pequeña isla.
—Es demasiado fuerte. Mañana me odiarás.
—¿Temor al mal aliento? —pregunta sin soltar su mano y Peter se zafa porque el cosquilleo se clava en su piel haciéndola arder.
—Te puede hacer doler el estómago. Mejor darle un poco de descanso. De vez en cuando todos necesitamos un tiempo fuera.
—¿Y hoy es una buena noche para tiempos fuera?
Peter entrecierra la mirada al escuchar la variación en su tono de voz. En el auto le pareció que estaba un poco más distante, otras veces más risueño y otras más curioso o tenso. Ahora parecía que su voz había mutado una vez más, pero esta vez a una ondulación más suave, más cálida y aterciopelada.
Intenta controlar su imaginación y sus ganas, pero juraría que estaba queriendo coquetear con él.
Se recuerda que en el mejor y más demencial de todos los casos, esa noche la terminaría sudando en la cama. Pero no pasaría de ahí. No iría más allá. Y debía tenerlo muy presente, o podría terminar muy mal para él. El tema ni siquiera era si eso estaba bien o mal. Peter totalmente se anotaba para eso. El tema era lo altísima que quedaría la vara para lo que viniera después.
Su cuerpo quiere retroceder por impulso. Quiere alejarse de eso, porque en el fondo sabe que a la mañana siguiente, si no es que Tony era de los que huían una vez terminada la faena, él se sentiría vacío y solo. Sabe que terminará cayendo en una relación que seguramente no lo haga feliz, pero que le hará sentir algo parecido al calor de una familia y terminará solo otra vez, cuando descubra que una vez más no era así.
Pensó más de una vez en salir con otro bombero. Un hombre que entendiera y respetara que Peter era eso. Que Peter necesitaba seguir entrando a edificios envueltos en llamas a rescatar gente, subiendo a edificios que se desmoronaban en búsqueda de desconocidos que lo necesitaran. Pero el tema con los bomberos era que entre ellos pocas veces podían congeniar horarios y todo terminaba reduciéndose a una separación o uno abandonando su cuartel.
—¿Peter?
—Perdón, estaba pensando que acompañar esto con agua sería un desastre —murmura con una sonrisa que esperaba fuera convincente—. Pero puedo hacer una limonada fresca. No muy cargada, el ácido no te hará ningún fav-.
—¿No tienes vino?
—Eh... hum... no creo. Yo no tomo. Pero quizá algún ex dejó algo...
—Agua irá bien. Creo que después de todo lo que te esforzaste en traer, sería una falta de respeto arruinar la noche porque me da una patada al hígado.
—Siempre puedo ponerte la intravenosa —ofrece juguetón.
Tony se ríe y se inclina sobre la isla, tomando una uva entre sus dedos. Sigue el lento camino que la fruta hace a su boca y se estremece cuando escucha como los dientes rompen la suave piel.
—¿Tienes algún fetiche oscuro con poner intravenosas que quieras compartir con la clase, Peter Parker?
Definitivamente estaba coqueteando con él. Definitivamente.
La respiración se le atasca en los pulmones. La cabeza le da un par de vueltas, pero casi en el acto recuerda la oferta de paz que le extendió Harley. La rama figurativa de olivo que le fue entregada en forma de una disculpa formal y la sentencia de que lo único que quería era verlo disfrutar más de su juventud. Que se permita ser idiota e irresponsable, porque ya llegaría el momento de ser adulto y responsable. Peter rechazó con mejores motivos su extensión de conseguirle una cita sin segundas, donde el sexo no era requisito, solo pasarla bien, divertirse y hablar. Nada más.
Si bueno, mañana le pediría eso. Mañana, cuando se sintiera solo, poco querido e insignificante, llamaría a Harley y le pediría esa cita. Porque esta noche, Peter estaba más que dispuesto a hacer una idiotez.
—No —responde corajudo, dando un paso a la isla, tomando él una uva entre sus dedos, guiándola a su boca, bajo la atenta mirada avellana—. Con clavar agujas ninguno —responde mordiendo la uva—. Con otras cosas puede ser.
Los ojos de Tony le recorren con deseo el cuello cuando traga.
—Eso —murmura con una sonrisa ladina—, suena interesante.
Con fingida indiferencia, Peter se encoge de hombros. Con una idea concreta en mente, voltea y toma una tabla grande del bajo mesada. Escucha a su espalda el brusco cambio de respiración y se sonroja ligeramente mientras se endereza. La mirada avellana desprende ansias y deseo cuando sus ojos hacen contacto. Espera refrenando el impulso de temblar a que haga algo. Ya era más que evidente el que estaba para que allí pasara lo que sea que quisiera, pero Tony solo le sonríe como una pantera traviesa y tuerce el gesto inocentemente.
Maldiciendo en silencio, Peter compone una sonrisa encantadora, le extiende la tabla. Dos podían jugar ese juego.
—Ten. Ayudarás —ordena, abriendo el cajón a su izquierda para tomar dos cuchillos grandes—. Empieza con el que gustes.
Apretando el labio inferior entre sus dientes, la mano de Tony vacila sobre el queso brie. Espera tener que ayudar, o impedir que lo haga mal. Se imagina que no tenía muchos momentos a solas con una tabla y quesos, pero es bastante aceptable el corte que da. Peter lo mira intrigado. Cada nuevo corte lo hace con más seguridad, acomodando a gusto la tabla. Mueve los quesos de un lado al otro y para cuando termina con ellos, Peter tiene media hora hipnotizado con la hermosa y apetecible espiral que formó.
—Nada mal, ¿eh? —se ríe arrogante.
—Admito que no te tenía nada de fe.
—Alguien tiene que cocinar lo que mi nutricionista me manda.
—Y cualquiera creería que estás suscrito a una de esas cosas de viandas semanales.
Tony arruga la nariz y menea la cabeza con un puchero en los labios.
—No son tan buenas. Al fin terminas harto.
—Debe ser agotador que hagan todo por ti.
La divertida expresión de su rostro cae abruptamente. Peter, que empieza a sentir que lo conoce más con cada comentario, se apura a añadir.
—No lo decía de manera irónica. Sé que a veces es agotador. En el ejército también nos daban todo hecho. Nos daban los productos de limpieza que ellos querían, las marcas que ellos elegían... Era... Hum... ¿Poco humano? —masculla intentando determinar si esa palabra era la que buscaba—. Se siente como si fueras una máquina que solo hace una cosa tras otra. O quizá mejor es decir que sientes que solo sirves para algo determinado.
Tony baja el cuchillo con el que estaba jugueteando entre sus manos y cruza los brazos sobre la isla, viéndolo.
—Eso se acerca bastante, sí.
Con una sonrisa, Peter estira la mano y toma el jamón y la mortadela.
—Algo de todo eso debe gustarte. De cualquier manera. Digo, algo más que solo actuar.
—¿Las fiestas? ¿Conocer otras celebridades?
—Hum, ¿supongo? —pregunta un poco desanimado con su respuesta—. Vi que hace un año conociste a este deportista...
—¿Messi?
—No, pero qué genial debe ser —musita con la voz entrecortada de imaginar algo así.
—¿Nadal? ¿Djokovic? ¿Dressel?
La boca se le abre ligeramente. Qué tipo de vida normal podría llevar un hombre que se codeaba con ese tipo de personas. Una nueva oleada de realidad lo hace sentirse absurdamente insignificante.
Esperaba que su persona se quedará guardada por un tiempo en los pensamientos de ese hombre. Sus palabras le habían hecho sentirse especial, quizá único, pero había cometido el error de olvidar lo absurdamente famoso que era el tipo que estaba cortando quesos en su casa.
Los dos conceptos chocan en su mente y se da cuenta de que necesita volver a recordarse que puede ser que en ese momento lo tenga allí, pero eso no durará más de, con suerte, unas horas. Luego la vida seguirá su curso y Tony lo olvidará lentamente hasta que no sea más que un recuerdo que quizá prefiera olvidar. La mayor aspiración que debería tener es que el correr de los años lo vuelva una anécdota en su vida y poco más.
—Creo que subestimo al deportista —se ríe intentando no tensar el ambiente—. Me refería a Jacob deGrom.
—¿El de los Mets? ¿Te gustan los Mets? ¿Eres fan de los Mets? —pregunta alzando las cejas.
—Alguien tiene que serlo —se encoge de hombros, aceptando que no era algo de lo que vanagloriarse para muchos, aunque para él no fuera una deshonra.
—Lo sé... Yo soy fan de los Mets.
—No lo dices en serio.
—¿Por qué iría a mentir con algo así? —se burla—. Para eso diría que soy de los Yankees o los Dodgers. Nadie dice que es fan de los Mets, si no es fan de los Mets. Y sí, estuvo bien conocer a Jacob. Es un gran jugador. Espero que no lo dejen ir. Es quizá la única esperanza de respirar que tenemos en la próxima temporada.
—¡¿Verdad que sí?! —jadea emocionado—. Mis compañeros dicen que apesta como todo el equipo, pero en verdad es bueno. Si jugara en Boston, nadie lo pondría en duda.
Tony le sonríe y asiente, mordiendo su labio inferior.
—Eres fan de los Yankees, ¿no es cierto? —suspira derrotado—. Hubiera salido en todos lados que eras fan de los Mets.
Riendo suavemente, Tony toma un poco del jamón y empieza a enrollarlo.
—Cardinals —lo corrige con amabilidad—. Pero es adorable que creyeras que podían gustarme esos fracasados.
Soltando un bufido, toma de nuevo el jamón, y lo arrastra a su lado para continuar él acomodando en la tabla los embutidos sin su despreciable ayuda.
—Vamos, no te enojes. —canturrea dándole un golpecito con la punta del pie bajo la mesada— Por qué no me dices tú, qué crees que es lo mejor de ser actor.
Peter ni siquiera lo piensa un segundo. Siempre tuvo claro que le parecía lo más interesante.
—Todo lo que aprendes cuando tomas un personaje —dice con honestidad.
—¿Aprender?
—Vi que estudiaste por un año con un maestro de ceremonias cuando quedaste seleccionado para The Circus. O que aprendiste lenguaje de señas para Through the silence. O cuando pasaste medio año persiguiendo al equipo de mecánicos de la F1 para prepararte para el personaje que te tocó en Run or die. ¡Oh! Cuando fuiste por dos semanas al ártico para poder encarnar bien a David, en Ice Broker. Dios, podría seguir toda la noche. No puedo imaginar algo mejor —gime pensando en todo lo que viajó y aprendió a lo largo de los años—. Es genial todo lo de las fiestas y los famosos, pero eso debe ser lo más increíble de todo lo que trae tu trabajo.
Tony tuerce el cuello para verlo. Reprime el impulso de revolverse. Puede que no sea la cosa más cool para responder, pero si ya admitió que era fan de los Mets, poco peor podía ser eso.
—De verdad que eres un gran fan —comenta lentamente—. La creencia popular es que tuve un coach en el set para Through the silence.
Con una mueca, se encoge de hombros. Él dejó en claro que era fan. Quizá ayudará poco a su causa exponerse de esa manera, pero definitivamente eso no era peor que lo de los Mets.
—No es nada que no hayas declarado en las entrevistas de promoción para tus películas.
—Que nadie que no sea un fan desquiciado ve.
—Puede ser —admite a regañadientes—. Pero no es eso de lo que estábamos hablando.
—Podríamos. Quizá sea interesante... —se ríe con algo de malicia en la mirada—. Estoy seguro de que me humille bastante la noche anterior. A mi autoestima le vendría bien emparejar el marcador.
—Lo dudo. Siento que tienes autoestima como para tres vidas.
—No para tantas vidas —concede risueño—. Pero ahora que lo pienso, aún no me has pedido una foto o autógrafo.
Peter se retuerce bajo su mirada. Vuelve a ver la tabla, acomoda mejor las piezas en ella y se encoge de hombros como quien no quiere la cosa.
—Ibas a hacerlo, ¿no es así? —su tono burlón le eriza la piel y calienta de manera poco agradable sus mejillas—. Solo que no sabes cómo pedirlo sin quedar como un completo fanboy.
—Corrección, sin incomodarte.
—Doy cientos por evento. Si me incomodara, sería la comidilla de Hollywood.
—Ya, pero dudo que alguna vez alguno de ellos haya tenido el honroso placer de limpiarte el vómito.
Se arrepiente al instante y empieza a atropellarse en unas disculpas cuando Tony lo corta con una carcajada.
—Tuche. Creo que te has ganado, una foto, un vídeo y un autógrafo en algo más que un papel.
Peter intenta bloquear de su mente lo que haría con un vídeo. Pero sabe que falla cuando la mano de Tony se aprieta en su muñeca, haciendo que la alce, para tomar de su mano una de las almendras que estaba por empezar a esparcir por la tabla.
—Aunque, creo que te mereces algo más que solo eso.
La respiración le rebota. Baja la mano y se vuelve para poder acomodar la mortadela. Se entretiene con eso, fingiendo que sus manos no tiemblan de tanto en tanto. Lo último que acomoda son las uvas y alza las manos para contemplar su obra.
—Impresionante —silva Tony, mirando con deseo la comida.
No le pregunta cuándo fue la última vez que comió algo por el estilo, porque se imagina que la respuesta podría hacer que se sienta un insecto otra vez. Ese tipo de tablas eran más comunes en eventos importantes o reuniones más exclusivas. Y no tenía ganas de empeorar las cosas para su autoestima.
Aquella debía ser la cita que más humilde lo había hecho sentirse en la vida. Su trabajo y el tipo de chicos con los que siempre quedaba había alimentado silenciosamente su ego. No era consciente hasta qué punto no estaba acostumbrado a no ser el que tenía el trabajo más interesante en una habitación.
Eso lo tomaría en cuenta para el futuro. Quizá era hora de ampliar más los márgenes en los que se movía para buscar pareja. Quizá ahí estaba la respuesta a dar con la tecla en su más que desastrosa vida amorosa.
—Gracias. Ahora, si eres tan amable...
—¿Vamos a la mesa?
—No. Hum... toma las chaquetas. Nos vamos a una pequeña excursión.
La mirada que le lanza le deja en claro que no tiene idea de lo que se trae entre manos y Peter se siente revitalizado. Dudó mucho sobre si hacer eso o no. En especial con el clima que estaba haciendo, pero sabía que si esa era toda la noche que tendría, al menos podría asegurarse de que fuera completamente especial.
A paso lento y curioso Tony lo sigue, pero sin hacer una sola pregunta. Encuentra eso más desconcertante que nada en el mundo. Peter estaría acribillándolo a preguntas. Tomando una botella de agua y dos vasos, sale al recibidor de su apartamento. Esperan en silencio el ascensor. Nota como mira algo tenso la puerta de junto, recordando que mientras subían había hecho lo mismo.
—Está de viaje de negocios —le explica—. Alimento a su gata. No volverá hasta en un mes.
—Por supuesto que alimentas a su gata —corrobora rodando profundamente los ojos.
—Después de tres meses descubrí que era de él. Solía meterse por mi ventana y se quedaba días. Un día volvió con una nota atada al cuello. Decía que era el dueño original, ponía su dirección y decía que tenía que salir de viaje de trabajo y que sí podía alimentarla. Fue gracioso cuando descubrí que era del señor de al lado.
—Mi trabajo se basa en contar historias descabelladas a la gente, pero haces que suene corriente al ver tu vida siendo una completa trama real para una película.
Peter se ríe cuando entran al elevador y toca el piso de la terraza.
Tony se recarga contra el fondo, estudiando detenidamente su cuello. Ve por el espejo lateral cómo desliza la mirada por su espalda y la clava en su trasero. Le cuesta horrores no moverse, pero entre la tabla, los vasos y el agua, logra reprimir el impulso.
Ahora, cuando tenga las manos libres, no está seguro de ser capaz.
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