6

Tony tamborilea los dedos sobre el volante a la espera. El mensaje que había llegado a su celular era claro en cuanto a lugar y hora. Intenta no pensar en lo estúpido de su accionar. Pepper escupía fuego al otro lado de la línea cuando al fin se molestó en responderle.

Ella creyó que le dejó en claro que, y la citaba: no debía hacer más estupideces a menos que quisiera que le corte los huevos. A favor de ella, sí lo dejó en claro. Pero Tony no podía arrancarse al maldito chico. No va a decir mentiras, tampoco intentó hacerlo. Seguía sin poder creer que hubiera hecho lo que hizo, pero vio los mensajes y eso no podía estar inventándoselo. Era inconcebible para él que existiera un ser humano como ese.

Y que fuera tan caliente. Porque mierda santa, la distancia entre ellos lo único que había hecho por él a lo largo del día fue agrandar esa idea. Un poco más a cada segundo. Espera secretamente que volver a verlo hiciera que se le aquiete la polla en los pantalones. Estaba seguro de que no era tan atractivo como su mente se empeñaba en recordar. Tony solía idealizar a la gente y le ponía características que generalmente no tenían. Riesgo añadido de vivir teniendo que desdoblar sus emociones para manipularlas a gusto y placer. A veces lo hacía de manera inconsciente. Por eso le era fácil encarnar papeles tan variados y únicos.

El golpeteo en la puerta del acompañante le hace saltar en su lugar. Destraba la puerta y clava la vista en la ventana, para ver al chico que se tira hacia atrás para abrirla.

Se guarda un gemido en el fondo de la garganta. Dios, era condenadamente caliente. Joder. Sexy a reventar y era quedarse corto. No tenía el uniforme y de la manera más incomprensible eso solo era mejor.

Había que joderse. Su mirada se prende de sus muslos fuertes y gruesos, que enfundados en un jean negro y ajustado, se veían como algo que quería comer de postre.

El estómago le protesta un poco al pensar en comida, pero la boca se le seca cuando el chico se termina de acomodar a su lado. Trae una chaqueta de cuero que le aprieta el cuerpo, resaltando la grandiosa forma de triángulo invertido que tenía.

—¿Sabes ir desde aquí o necesitas indicaciones? —le pregunta con una mirada preocupada en el rostro.

—No me lo creerías, pero existe algo llamado sistema de navegación...

Traga duro cuando el chico suelta una carcajada. Oh, mierda. ¿Cuánto hacía que no tenía sexo? Qué clase de ridiculez era la erección que se le apretaba contra el pantalón. La noche anterior no consiguió ni un mínimo de reacción al pensar en tener a dos niñatos mamándosela en el baño, ¿y ahora esto?

Pisa el acelerador y se incorpora a la calle algo preocupado. Quizá fuera más oportuno sentirse asombrado, pero sabía bien cómo funcionaba y le preocupaban más las reacciones de su cuerpo y el creciente deseo de saber más y más de ese chico que cualquier otra cosa.

Si fuera fácil de asombrar, lo más probable es que jamás hubiera conseguido algo más que papeles chatos y rudimentarios. Si llevó su carrera por todo tipo de lugares era porque todo le parecía fascinante y posible. Pero la cabeza le hierve casi tanto como las venas, y el deseo de trabar las puertas y no dejarlo salir hasta no quedar satisfecho en toda su curiosidad y necesidad podría estar al caer si no se iba con cuidado.

Y ese pobre chico no tenía idea de lo que eso significaba. Porque Tony podía no admitir muchas cosas de él, pero jamás diría que no era avasallante. Así esa jamás fuera su meta, no había forma de que su estilo de vida no se llevara puesto el de cualquiera de sus amistades o parejas. Siempre se trataría sobre él y sus necesidades, así él intentara que fuera de otra manera. Siempre había una nota, una película, una obra, una campaña, una reunión, etc, etc, etc.

En la siguiente intersección gira y ve al chico estirar el cuello con el ceño fruncido cuando pasan por la puerta del cuartel. Tony ve por el rabillo del ojo los camiones hidrantes y no puede evitar imaginarlo trepado al costado de uno, con el traje entero puesto.

La erección le palpita y maldice para sí.

—¿Qué tal el día? —murmura esperando que llenar el silencio, apague los pensamientos que no paran de rondarlo.

—Interesante —responde al acto, quizá también feliz de escapar de su interior—. Siempre es interesante San Valentín.

Tony, que jamás requirió de un sexy bombero en San Valentín, lo mira alzando una ceja.

—Velas. Muchas velas. La gente en verdad debería cortar esa tradición —se queja remilgadamente—. Solo hoy tuvimos que ir a ver cinco incendios accidentales. Y a dos personas que se quemaron con cera.

Tony, que se esfuerza por no imaginar a Peter con los ojos vendados y las manos atadas sobre su cabeza, estremeciéndose mientras deja caer gotas de cera caliente en diversas partes de su cuerpo, se ríe.

—¿Para esas cosas no deberían llamar a emergencias?

—No si son dos chicos que prefieren ver bomberos en casa —se ríe socarronamente—. Los paramédicos van a lo suyo y se van sin casi hablar. Nosotros, como tenemos que derivar el llamado, nos tenemos que quedar un rato hasta que aparezcan.

Eso le arranca una risotada. Se pone en el lugar de esos pobres bastardos y se imagina a sí mismo abriendo la puerta para que entre en su casa. Tony podría pensar en generar un incendio en casa cada poco si eso iba a llevar a Peter Parker, con su traje de bombero, a su casa.

—Hay que reconocer que fue una buena estrategia —admite pensando en que luego de suficientes visitas, podría ponerle las manos encima—. Habrán llorado del gusto cuando apareciste por su puerta.

—No creas, a mi compañero Harley le canceló la cita del mediodía. No estaba de muy buen humor para chicos.

—¿La del mediodía? —pregunta volteando para verlo cuando el semáforo se pone en rojo.

—La de la tarde y la noche seguían en pie, pero el que le gustaba de verdad era el del mediodía.

—¿Tres citas? —silva con algo de añoranza. Así era a sus veinte.

—Es un chico que sabe lo que quiere.

—¿Eso quiere decir que tú no lo sabes?

Peter muerde su labio inferior y suelta aire con lentitud meneando la cabeza. Tony se vuelve a reincorporar al tráfico sin una respuesta y le toma un par de cuadras encontrarla.

—Mi problema es que sé bien lo que quiero.

—Y eso es no tener citas.

—No por tenerlas sin más —especifica y Tony siente como la desdicha que envuelve su tono le rasguña el costado del rostro.

No necesita que diga más. ¿La noche anterior no había ahogado ese mismo sentimiento de vacío con alcohol?

—¿No estás muy chico para pensar así? —consulta volviendo ligeramente el rostro para poder verlo.

Vuelve a callar, pero esta vez es notoria su incomodidad. La forma en la que tamborilea los pies, como se retuerce las manos o la misma postura semirígida de sus hombros gritaban.

—Eso dice él. Pero no creo que haya algo así como una edad para... para querer ciertas cosas.

No lo rebate, porque no cree que sea educado hacerlo. Es decir, que él a su edad esté en ese viaje horrible de darse cuenta de que toda la vida fue un maldito egocéntrico y que ahora que tocaba cosechar lo sembrado no había más que relaciones muertas y tierra árida, no quería decir que le pareciera mínimamente normal que un chico a sus 25 estuviera pensando en esas cosas.

—Sé que nadie me entiende —dice deslizando la mano por su cabello, despeinándose ligeramente los rulos—. O que todos creen que soy un idiota —añade alzando los hombros—. Así qué está bien si no lo entiende.

La vergüenza en su mirada es la que le hace abrir la boca y soltar algo que no cree.

—Me parece que es válido desear lo que deseas.

Vuelve casualmente el rostro y nota que Peter lo mira de manera tan intensa y fija, que más palabras empiezan a brotar de su boca. Apenas es consciente de la sarta de idioteces que dice, pero se encuentra creyendo cada una a medida que ve como la expresión cerrada y derrotista del chico se vuelve más cálida y agradecida.

—... lo que quiero decir, dado que tu trabajo es de alto riesgo, es que es mucho más razonable que desees encontrar algo propio cuando llegues a casa, que algo vacío —termina cuando un semáforo lo fuerza a frenar.

Esa vez, cuando se permite verlo, el chico está quieto, mirándolo con el labio inferior atrapado entre sus dientes y la cabeza ladeada sobre el respaldo. Le vibra el cuerpo cuando sus miradas se encuentran. No es que lo vea con gratitud, es que lo ve como si Tony fuera un maldito espejismo en medio de un árido desierto.

—Eso... es bastante acertado —murmura soltando el labio para pasarle la punta de la lengua a las pequeñas marcas—. Gracias por no burlarte.

Tony desea muchas cosas en ese momento, ninguna de ellas es burlarse. Peter sonríe y retira los ojos de los suyos. Tony maldice cuando escucha un brusco estallido de pitidos. El semáforo está en verde y los autos tras él habían empezado a combinar un juego de luces con sus bocinazos. Sabía que si bajaba el vidrio, podría escuchar como también lo estaban insultando.

Odiaba la maldita ciudad y su tráfico.

—¿Tú, qué haces aquí?

—Tenía una campaña y pasé a ver a un amigo que se mudó hace poco —murmura secamente, teniendo que morder el interior de su mejilla cuando estaba por soltar lo del casamiento de Bruce.

Empezar a soltar su mierda no era opción. No cuando no está muy seguro de que sea bueno para él sentir que Parker podía entenderlo. Sus problemas parecían extrañamente parecidos y eso bien sabía él podría dar paso a una serie de malos entendidos que mejor ahorrarse.

—Placer y negocios. Buenas excusas para venir a Nueva York —le dice demasiado estirado y solemne, repitiendo exactamente el tono que él usó.

Hace una mueca porque no le gusta ese tono, no le gusta que vuelva a sonar tenso. No le gusta una maldita mierda que se aleje así cuando puede sentir el calor de su cuerpo en la mano que tiene sobre la palanca de cambios.

—Imagino que no es tan diferente a Los Ángeles —añade el chico y Tony no debe, pero sonríe de lado al oír cómo sus intentos de ser distante se derrumban bajo la curiosidad que intenta esconder en una pregunta casual.

Encogiéndose de hombros, menea la cabeza. Podía elegir darle la respuesta estándar: Sí. También podía hacer algo mejor y que lo invite a hablar cómodamente. Todos sabían que Tony vivía en L.A. pero nadie sabía realmente dónde. No es como que ibas dando tu dirección real por los medios. Ni siquiera la zona. Todos ellos tenían mansiones en Malibú, pero a Tony no le gustaba esa parte de la ciudad.

—Vivo en un área residencial cerca del Bosque Nacional Ángeles —confiesa—. Así que no sabría decirte. Detesto la ciudad. Suelo ir durmiendo en la parte de atrás de una ban cuando me toca ir.

Peter parpadea un poco viéndolo y vuelve a sujetar entre sus dientes el labio antes de sonreír y asentir pensativo. Tony empieza a sentir poderosos deseos de sujetarle el cuello de la chaqueta y mordisquear él mismo ese labio inferior, que debe ser condenadamente delicioso si es que no podía dejarlo en paz.

—Me gustan las partes residenciales —admite el chico volviendo a verlo de lado—. No solemos tener emergencias allí.

—¿Y qué haces viviendo en esta ciudad si te gusta la tranquilidad?

—Aquí necesitan más ayuda que en otros lados.

—Si vieras la cantidad de trabajo que da L.A. con todos esos incendios lo pensarías dos veces —murmura meneando la cabeza—. Hace unos veranos tuvimos que evacuar, los incendios forestales son lo peor. Los animales salían desorientados y asfixiados del parque.

—Bueno... no lo había pensado.

—Ser guardaparque en ese territorio es trabajo de alto riesgo. Créeme, allí también encontrarás algo que hacer con tu vida. Si algún día decides darle una patada a esta asquerosa ciudad, allí encontrarás mucho para hacer.

—¿Dices que vaya a vivir al Bosque Nacional Ángeles y me haga Guardaparques? —se ríe estrechando los ojos con sorna en su dirección.

—Sí, ahí dentro. Justo en el medio, en uno de los árboles. Listillo —bufa sonriéndole—. Me refiero a dónde vivo yo. Altadena es hermoso y no creo que sea un mal cambio si quieres ayudar y vivir tranquilo.

—Pensé que vivías en Malibú —murmura por lo bajo, haciendo que de un respingo cuando se da cuenta de lo que estaba haciendo y lo peligroso que era no retomar el puñetero camino—. Pero empiezo a pensar que Altadena encaja mucho mejor contigo —confiesa, con un susurro más ronco e íntimo, volviendo a buscar con timidez su mirada.

—Lo hace. En fin, aquí estamos —sonríe tensamente, estacionando el auto en la puerta del bar cuando al fin lo divisa.

Esta vez es Peter el que se agita en su lugar y vuelve la vista para ver la entrada de Demons. Las mejillas se le encienden y se mueve incómodo. Carraspea, pero no parece encontrar palabras que decir.

—Ve y te sigo —dice rápidamente, evitando que el pobre se ahogue en sus propios intentos de sacar adelante una conversación que extrañamente se había vuelto extraña—. ¿Sabes de un buen lugar para pedir algo? A ser posible que no sea frito. Mi hígado necesita un tiempo fuera —pregunta a modo de salvavidas.

La mirada se le inunda de tranquilidad y gratitud al ver la salida a un momento raro e incómodo. Tony sabe lo bastardo y afortunado que es, porque el pobre creía que se había expuesto de una manera, cuando en realidad lo que había pasado era que Tony, no solo le había revelado donde vivía realmente, sino que lo invitó a que se mude cerca.

—¿Tomó agua? —pregunta remilgadamente, desabrochándose el cinturón.

—Sí, Doc. Tomé, al menos cinco litros —se burla conforme con verlo retomar el papel de doctor ofendido por lo poco que su paciente le hace caso.

Sonríe divertido cuando le rueda los ojos.

—Exagerado. Sígueme a casa, no hace falta ir a comprar nada. Antes de que empiece mi turno compré algo. Me imaginé que no ibas a seguir las indicaciones médicas —añade digno.

Tony muerde la punta de su lengua antes de responder nada. Lo único que se le viene a la mente es que, si el doctor se hubiera quedado todo el día para jugar con él a las enfermeras, quizá hubiera necesitado tomado toda el agua que le recetó.

Lo ve bajarse y caminar directo a la puerta. El bar no abría hasta dentro de un rato, pero el guardia de seguridad plantado en la puerta lo deja pasar sin vacilar. Al cabo de un par de minutos, una moto gigante se planta junto a su auto.

Tony respira por entre dientes cuando la campera de cuero y un muslo absurdamente apetecible son el foco central al otro lado de la ventana.

Él ya tenía problemas para mantenerse tranquilo y a su polla guardada. ¿Por qué Dios elegía ponerlo a prueba de esa manera? Debía saber que fallaría. Maldición, seguro fallaría. Si antes pensó en que le encantaría tenerlo atrapado entre su pecho y un colchón, ahora viéndolo sobre esa moto, sabe que quiere verlo de todas las maneras humanas posibles mientras sea con las mejillas estalladas de color y jadeando su nombre seguido de la palabra: más.

—Vamos —grita el chico dentro del casco.

Tony menea la mano y este le alza el pulgar, antes de darse un golpe seco en el casco en señal de acuerdo.

El viaje es lo suficientemente largo para que se le endurezca la polla y se le apacigüe el calentón. Claro que para eso tuvo que dejarlo alejarse lo suficiente. De no hacerlo, no habría podido evitar generar un desastre automovilístico. Ese hermoso trasero alzado a ese pedazo en motocicleta no era apto para débiles. Notó como más de un conductor se quedaba prendido de él. No podía culparlos, así experimentara un ligero y mezquino malestar por ello. Fantaseó al menos mil cosas que podía hacerle sobre esa moto y en ninguna la cosa quedaba en un simple manoseo.

Cuando está por estacionar, Peter le hace señas para que entre por el garaje, y no le hace caso cuando le dice que no tiene problemas con dejarlo en la puerta. Peter no lo escucha cuando le dice que tiene el maldito seguro al día. Se desentiende de su negativa a ocupar el garaje bajando de la moto y volviendo a meterse en el auto.

Cuando se arranca el casco, los rulos le vuelan en todas direcciones. Corre los ojos y se concentra en meter el puñetero auto. Ocupa las manos en el volante y la palanca, porque lo único que realmente quiere hacer es enterrarlas en ese cabello y cogerlo en dos fuertes puños mientras entierra la lengua en su boca.

Casi está seguro que se lo va a follar. Intentará que no, pero Tony no tiene esperanzas de ser capaz de no hacerlo. Tiene un acuerdo de confidencialidad en la maldita guantera, porque así de honesto era consigo mismo.

—Así mejor —dice el chico asintiendo conforme cuando apaga el auto—. Es un buen barrio, pero mejor no tentarlos.

—¿Alguna vez han intentado robarte?

Peter se baja y lo mira con una expresión que le arranca un estremecimiento. Antes de poder imitarlo, Parker rodea el auto y se para junto a su puerta, abriéndola. Tony estudia la mano que se estira para ayudarlo a bajar. No está muy seguro si alguna vez alguien hizo eso por él. Él sin dudas por trabajo y por placer lo ha hecho, pero estaba casi convencido que jamás nadie hizo la maniobra para él. No era ese su papel en aquellas interpretaciones.

Baja la mano que se había dirigido a la guantera. Toma la que Peter le ofrece y gira el rostro sobre su hombro para verlo cerrar con suavidad la puerta de su deportivo.

—Soy un ex boina verde —continúa soltando suavemente la mano que le tenía cogida, sin registrar como algo único y especial lo que acababa de hacer—. Saben que como se acerquen mucho a mi moto, tengo permiso para portar. También saben que soy paramédico y que esas dos cosas juntas hacen que sepa dónde disparar para que no mueran y duela como los mil demonios.

—Cuidado, señor Parker, un Republicano puede enamorarse si te escucha hablar así.

—¿Hay uno aquí? —pregunta divertido, encaminándose hacia el ascensor.

Tony se muerde el interior de la mejilla y menea la cabeza con una expresión ambigua en el rostro. Dudaba que no supiera que él lo era. Pero también dudaba que se diera cuenta de lo al borde que estaba de sus instintos.

Cuando vuelven a atravesar las puertas del apretado apartamento, admite que le sorprende un poco notar el impoluto orden. Si hubiera sido su casa, en el sillón seguirían las mantas, en la mesa los trastos del desayuno y en la bacha los platos sucios.

—Eres muy ordenado —murmura sintiendo una ligera sensación de alivio rodearlo.

Miles de veces lo pescaron por la calle con hombres y ni una sola vez alguien pensó algo que no debía. Mayoritariamente, creían que eran amigos con los que luego iría a buscar mujeres. Cada vez que salía al ojo público más que miedo, lo que sentía era una especie de adrenalina morbosa que le hacía pasearse con ligues por ahí.

Pero cuando Peter cierra la puerta y se gira para verlo con una sonrisa, se siente tranquilo de que al fin estén los dos solos, sin posibles interrupciones. Intenta tirar de la correa de sus pensamientos, pero había cosas que ni el mejor actor de Hollywood podía controlar. Y la sensación de felicidad de al fin tenerlo para sí y lejos de terceros es tan poderosa que se tiene que acomodar nerviosamente la chaqueta, antes de intentar correrlo y trabar por sus propios medios la puerta.

—El ejército te mete rápido en banda —le explica al ver que su boca se mantiene cerrada—. Aprendes a ser ordenado o a fregar letrinas. Es tu decisión cuál de las dos quieres perfeccionar.

—Debes ser un encanto con los niños —masculla divertido.

Peter se ríe desprendiéndose de su chaqueta. Tony la habría arrojado al respaldo del sillón, pero el chico en su lugar estira la mano para tomar la suya y cuelga ambas en un pequeño gancho en la puerta de entrada.

—Soy un encanto con los niños —lo corrige solemne—. Varios compañeros en el cuartel los llevan cuando no tienen donde dejarlos y soy el tío favorito de todos. A diferencia de lo que muchos pueden creer, les gusta tener un adulto con normas claras y disciplina cerca. Se sienten cuidados y libres con límites claros.

—Suena entretenidísimo.

—Pff, no sabes nada. Aparte, soy el único que tiene la resistencia física para correrlos por todo el cuartel sin cansarse por más de una hora. Cuando alguno está sobrepasado, me lo traen para cansarlo.

Interrumpe el camino que esa idea le da a sus pensamientos. No cree que sea productivo para nadie en la habitación que Tony le pregunte qué puede hacer en ese mismo momento con toda esa energía. Empieza a no tener del todo claro si es buena idea encamarse con él. Había una serie de sentimientos y reacciones que no podía controlar y quizá lo mejor fuera dejar de pensar en agregarle un problema más al asunto.

—Y me gustan los dibujitos —añade caminando hasta la nevera.

—Cosa que no me extraña —retruca pinchándolo divertido—. ¿Cuándo dejaste de verlos? ¿Hace una semana?

Sacando una bolsa de madera de la heladera, la cierra con la cadera y vuelve a rodar los ojos.

—Dos.

Tony decide que mejor deja ese tema en particular, porque suele ser uno que deriva en todo tipo de chistes e insinuaciones sexuales. Mirando resuelto la bolsa, decide ser un rato el adulto responsable.

—Bien, con qué piensas sorprenderme. Muero por ver más de esas cualidades de gourmet.

Acercándose lentamente, se deja caer en la butaca alta junto a la pequeña barra, donde Peter empieza a desplegar una buena cantidad de quesos, embutidos y fruta. El estómago le protesta al ver las uvas gordas y verdes, con una pequeña película de humedad.

—Charcuterie board —dice alzando las manos para señalar todo en la mesada, de la misma manera que un mago señala al conejo que sale de su galera al final de un acto; con la misma mirada esperanzada de que el público se creyera el truco y todo.

Un sudor frío le recorre el cuello y lo mira fijo a la cara. Había momentos en los que se olvidaba de lo estúpido que podía ser. Eran momentos que lo mantenían humilde, sin dudas. Motivo más para odiar ese tipo de segundos donde recordaba con brutalidad qué era para el resto del mundo.

—¿Vas a darme... una tabla de embutidos y quesos? —pregunta con lentitud, mirando a intervalos cortos la comida y a él.

—¿No te gusta? —pregunta bajando las manos.

Tony inclina la cabeza y estudia cómo su rostro se derrumba a cada segundo, mientras su silencio se alarga. Se imagina qué es lo que le preocupa, pero se siente tan distante en esos momentos que le cuesta horrores no dejar que su fastidio joda la noche.

Era quien era, fingir que no u olvidarlo era algo que él hacía mal. Era una necesidad primaria suya que no necesitaba ser resuelta por terceros. Menos cuando ellos solo intentaban complacerlo.

—Sí —dice con la voz tirante y áspera—. Supongo que sabes que es mi comida favorita —sonríe forzadamente—. Por un segundo olvidé que eres un fan.

Peter abre los ojos, mira la comida y vuelve a verlo. Luego, en el acto, mira hacia atrás, como si buscara algo, pero antes de que Tony pueda terminar de pinchar la estúpida burbuja en la que se había metido por idiota al permitirse olvidar que Peter era un fanático como tantos más, el chico arruga el morro y lo mira perdido.

—Dijiste que tu comida favorita era el Foie Gras, acompañado de confitura de higos y cebolla caramelizada. Que comiste eso cuando fuiste a estudiar de intercambio a Francia y fue amor a primera vista.

Ahora su boca es la que se arruga. ¿Hizo eso? Ni siquiera podía recordarlo. Tenía al menos veinticinco años de cuando fue a estudiar posgrado en bellas artes a Francia.

—No puede ser —responde con terquedad—. Amo los quesos y los embutidos. Tuve que haberlo declarado en algún momento. Mi entrenador me tiene prohibido acercarme a las charcuterías so pena de muerte.

El chico compone una mueca seria, pero niega vehementemente.

—Lo juro. Miré en google. Imaginé que decías lo de la pizza pensando que eso estaría bien para mí, pero huyo de las harinas por las noches. Y francamente la receta del Foie Gras está totalmente contraindicada en este momento... —explica haciéndolo sonar fuertemente a una regañina, como si a él se le hubiera ocurrido pedirlo en primer lugar—. Por eso elegí esto. Era lo más cercano a la comida francesa, que por cierto, lleva manteca por todos lados y tus arterias no están nada orgullosas de que esa sea la cocina que más te gusta.

Tony es quien rueda los ojos en esa oportunidad. Estaba seguro de que jamás ni sus padres lo habían retado tanto como ese maldito chico lo estaba retando desde hacía 24h.

—¿Y embutidos es mejor que eso? —pregunta con cinismo.

—Embutidos sin más no. Pero estos son quesos suaves, de fácil digestión: brie, harvati, cottage y suizo. También traje algunas uvas para ayudarte con la rehidratación. Porque tenías cara de que no ibas a hacerme nada de caso. —resopla empezando a componer una pequeña sonrisita orgullosa y arrogante—. Algunos frutos secos para la absorción de minerales, vitaminas y antioxidantes y barras de cereal, porque en qué uno va a poner todos esos quesos sino. Aunque admito que el prosciutto y la mortadela son dos opciones fuera de lugar, es que en verdad me antojó cuando fui a comprar lo demás —añade mordiendo ligeramente su labio inferior.

Tony lo mira y se pregunta si no se habría partido la cabeza contra el bordillo de la barra en Demons y ahora estaba en el cielo. Porque no había forma de que ese chico fuera real. No la había. Era imposible que alguien llegara a su vida de semejante casualidad y fuera así de perfecto.

—Mi entrenador podría enamorarse de ti si te conociera —musita deslizando la mirada por su rostro y la barra, intentando encajar no solo lo que había hecho, sino los motivos de fondo.

Estaba más que acostumbrado a tener citas, a salir con chicas y algunos chicos en privado. Pero no tenía memoria de que alguno alguna vez en su maldita y promiscua vida se hubiera tomado el tiempo de elegir algo que se ajustara a sus necesidades. Todos le daban lo que ellos querían que él necesitara: comidas caras y bebidas exclusivas. Lujos y más extravagancias. Todo pour la gallerie. Nada real o tangible. Una vida que obviamente Tony no podía llevar de puertas para dentro, o hubiera perdido hacía años todo contacto con su realidad.

Y cuando pensó que Peter no lo era, que presentará su comida favorita solo el recordó que no era el tipo normal que estaba divirtiéndose en interpretar, pero ahí estaba. Ahí plantado. Mirándolo. Viéndolo.

—¿Debería pedir que me lo presentes? —musita con una sonrisilla traviesa, relajando visiblemente los hombros.

—No sé si me interesa.

Lo ve dar un ligero respingo, y se imagina por la forma en la que la sonrisa que traía empieza a temblar por mantenerse que malentendió su comentario. La oración entera era más larga, en realidad: No sé si me interesa compartirte.

Debería sacarlo de su error, pero Tony no tiene intención de hacer tal idiotez. Porque cualquier idea medianamente superficial que le hubiera hecho pedirle que cenen juntos, cae al vacío. Ahora lo único que puede hacer es verlo fijo y reevaluar el asunto.

Peter no entraba, ni de cerca, en ninguna de las dos categorías que tenía Hollywood para aceptar a los gais. Eso dado por descontado, pero tenía un ramillete de cualidades que hasta la propia Pepper consideraría muy buenas para ser ciertas. Ni siquiera ella podría odiarlo por hacerla pasar por el infierno de sacarlo del closet si la primera pareja que Tony mostraba al mundo era un chico como Peter.

Y en un simple pestañeo, con esa acción tan pequeña, Tony puede ver algo mucho más que un revolcón de una noche. Mucho más que una cena. Mucho más que un par de coincidencias encontradas en un par de charlas al azar. Empieza a sentir el real deseo de conocerlo más, de descubrir más de él.

Esa cosa olvidada en su interior asoma cabeza cuando ve que Peter no era eso. No era un tipo que veía la máscara que ajustó a su rostro para sobrevivir en Hollywood. Rascaba bajo la superficie. Le daba malditos quesos que no destrozaran su hígado. Y pese a que Tony le ofreció una cena, no intento hacer que pague una comida para llevar exclusiva. Seguía sin intentar sacar rédito de algo que cualquiera en su mundo hubiera hecho. Lo trataba como humano, como una persona real que seguramente seguía indispuesta y debía, y sobre todo merecía, ser tratada con cuidado.

Pero, él ya estuvo ahí y era malo evaluando ese tipo de comportamientos. Pensó que Steve también veía entre sus grietas y así fue solo que al final fue para mal. Eso no funcionó y por más que no creía que el chico pudiera hacerle lo mismo, no reevaluar el asunto era propio de un idiota.

Por no mencionar que sería descortés pagarle a su arrebato de bondad con el nada aconsejable premio de tenerlo a él a cambio. Era pésimo y no podía hacerle eso al chico. Tampoco podía meterlo en un torbellino que podía llevarse puesta su vida tal y como la conocía sin tener mejores bases.

Podía follar con él y dejarlo atrás. Asegurarse de que el paso por su vida fuera una buena noche de recuerdos. Muy buenos y calientes recuerdos. Pero solo eso. Un interludio en el que se le cumplía el sueño de tener una noche con el tipo que le confirmó su sexualidad en la primera parte de su pubertad.

La cosa era que empezaba a creer que eso era algo que, cada vez que abría la boca, más se iba truncando. Porque a cada instante que pasaba con él, Tony se volvía codicioso, se volvía avaro y egoísta. Quería eso que le ofrecía.

Lo necesitaba tanto como lo deseaba.

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