5
Peter lo ve meditar en silencio y decide que lo mejor es dejar que termine de absorber toda la información. Había imaginado que iba a levantarse lleno de dudas y especuló con algo de miedo. Sin dudas no se preparó para que supusiera que habían... que ellos...
Peter no era partidario del sexo casual, pero mierda, ¿Anthony Stark? Solo un idiota diría que no. Y era muchas cosas, pero no un idiota.
—¿Seguro que no lo hicimos?
Le toma un poco de trabajo apartar la idea de su mente. Peter se masturbó buena parte de su adolescencia con ese hombre. Pensar en tocarlo le alteraba las neuronas.
—Cien por ciento.
—Pero te quejaste al sentarte —murmura obstinadamente por lo bajo.
—El sillón no fue un paseo por el parque y ayer tuve un turno largo. Me duele la espalda —taja, dejando pasar el hecho que el noventa porciento del dolor de su cuerpo era producto de tener que andar alzándolo.
—¿Y dices que no intenté meterte mano?
—No.
—¿Ni tocarte el culo?
Parpadeando, lo mira por unos segundos.
—No.
—¿Estaba inconsciente?
—No todo el tiempo —especifica.
—¿Y aun así no quise follar contigo?
—Empiezo a sentirme algo incómodo con el hecho de que encuentres sorprendente que no haya pasado nada. —se pregunta pensativo—. ¿Debería preocuparme por mi apariencia si es que no consigo que un hombre borracho como una cuba quiera follar conmigo?
Se arrepiente casi al acto, porque lo ve dar un respingo y negar vehemente.
—¡No! Quiero decir. Me alegro de no haberte incomodado cuando lo único que hiciste fue ayudarme.
—Hum... Sí, eso estuvo bien. Gracias —responde pensando en que ahora no se sentía tan bien con eso.
Por supuesto que no tendría sexo con un tío así de borracho. Sería el equivalente a abuso sexual. Pero, ciertamente, ahora que lucía tan escandalizado con la posibilidad, empezaba a sentirse como un insecto. Solía tenerla fácil para conseguir chicos, hacía tiempo no le pasaba de que alguien encontrase aberrante la idea de tener algo con él.
Enseguida barre ese pensamiento de su mente. Estábamos hablando de Tony Stark. Así resultara que era gay, claro que no se iría a la cama con un tipo como él.
—¿Y de verdad fuiste cuando terminaste el turno? —murmura al cabo de un rato, mirándolo sobre el borde de la taza de caldo—. Eso es increíble —musita dando un trago—. Oh, y esto está increíble —ronronea dando otro sorbo.
—Me alegro de que esté bien. Y por lo otro, no es problema.
—¿No lo es? —se ríe amargamente— No conozco a nadie que haría algo así. Ni que hablar por un desconocido.
Peter encuentra algo solitario que le sorprenda tanto si era, o no, un desconocido el que lo socorrió.
—Soy bombero. Siempre respondemos a los llamados de emergencia.
—Aun así —murmura sombríamente, tomando otro largo sorbo—. Eran más de las doce de la noche. Y dices que tuviste un turno largo.
—Me inscribí a los 17 en el ejército y a los 20 ya estaba en el cuerpo de bomberos. Ayudar a desconocidos es básicamente a lo que me he dedicado en los últimos 8 años.
—¿Eres ex militar?
—Un boina verde para servirle, señor. —asiente solemne.
La mirada avellana se detiene en su rostro y Peter no se pregunta exactamente qué busca en él.
—Me di de baja después del primer desplazamiento. No era la forma en la que quería ayudar —le explica, dado que era lo más común que le preguntaran—. Había un par de médicos en mi pelotón, y me di cuenta de que eso se acercaba más a lo que me gustaba. Pero ciertamente no tenía los fondos para la carrera de medicina. El cuerpo de bomberos fue la opción más acertada una vez que entendí mejor mis preferencias.
—Joder. ¿Qué edad tienes?
—25.
La forma en la que abre los ojos es adorable.
—Ag, con razón insistes en decirme señor. Soy prácticamente un abuelo para ti —masculla torciendo con espanto el rostro.
Peter se ríe abruptamente. Demonios, ese hombre era todo menos un abuelo. No estaba acostumbrado a estar con hombres más grandes que él. No era su estilo, pero, por ese hombre seguro podía hacer una excepción. Era el tipo más jodidamente sexy de la faz de la tierra. ¿Cómo podía alguien atreverse a pensar en su edad cuando se veía como se veía?
Había pasado momentos incómodos mientras lo veía desnudarse. Y hubiera conseguido una buena erección si automáticamente no hubiera tenido que meterlo bajo la ducha a la espera de que el vómito y el mal olor desaparecieran del ambiente.
—N-no es por la edad. Solo, soy muy fan. Perdón. No quiero incomodarlo.
Meneando la mano, apura el resto del caldo. Le tiende una servilleta cuando termina.
—Si es por eso, después de todo esto, que me trates de usted me incomoda más.
—Bien. No lo haré. —concede, dado que, ya que se despertó y terminó su caldo, no debería faltar mucho para que se vaya. Tutearlo una o dos veces no sería problema.
—Correcto. Bien. Eh... ¿Tienes idea de dónde demonios están mis cosas?
—¡Oh, claro! Aquí. Espera.
Cuando vuelve a la mesa, le tiende una pequeña bolsa en la que había metido todo lo que halló en sus bolsillos.
—Puse a cargar el celular en la noche, pero no me animé a prenderlo. No sabía...
—Descuida. Tanto mejor. Pienso esperar un buen rato antes de ocuparme de eso —murmura pasando a ver la billetera.
Se queda tenso viéndola y a Peter se le hunde el estómago.
—¿Está todo? Estaba en tu bolsillo, pero no revisé si tenía o no dinero dentro. Demonios, ¿te robaron?
—No, no es eso. Había olvidado que tenía algo ahí.
Peter asiente con lentitud, pero no presiona. Su estado de ebriedad había sido abrumador. No le comento que lo ayudó a bañarse, porque era imposible el aroma pestilente que tenía. Tampoco le comenta que aún huele ligeramente a alcohol.
—Sí está... ¿Cómo dijiste que fuiste hasta Demons?
—Moto. Yamaha YZF-R6, deportiva. Negra. Una nave.
—Eso es chino básico para mí —musita con la frente arrugada.
Peter le sonríe y asiente.
—Una grande. Linda. Rápida. Vamos a decir que es ecológicamente responsable.
—Bajo costo de uso será —resume con diversión.
—Podría ser —se ríe cómplice.
La mirada avellana se detiene unos segundos en su boca, pero se mueven antes de que pueda malentender nada.
—¿Y dónde la dejaste?
—En Demons. Me ofrecieron guardarla y hoy ir a retirarla.
—¿Hoy? ¿Ahora?
—Hum, será a la tarde cuando salga de mi turno —suspira mirando el reloj en su muñeca—. Empiezo antes de que abran.
—¿Y cómo vas a ir a trabajar?
La forma escandalizada en la que lo pregunta, le arranca una risita. Imagina que para ese hombre la idea del transporte público era completamente ajena.
—Bueno, no me creerás, pero existe algo que se llama metro...
La mofa se le atraganta en la garganta. La voz se le vuelve un murmullo cuando le estrecha la mirada con desprecio por su osadía.
—Perdón, lo sie-
—Te atrapé —se burla divertido, guiñándole un ojo.
Peter agradece tener suficiente entrenamiento marcial en su interior, de lo contrario, se habría tirado sobre él como un colegial hormonal.
—Entonces te llevo —ofrece cuadrando los hombros con resolución—. Después de todo, si no fuera por mí, no estarías en este lío.
Peter menea la cabeza negándose.
—Por favor, no se moleste. Imagino que tiene muchas cosas que hacer. El metro me deja a pocas cuadras.
—Vamos, insisto. Es lo menos que puedo hacer —sentencia tercamente—. No quiero ni pensar en lo que me haría mi representante si me hubieran metido en un taxi en el estado que estaba anoche. Me salvaste, llevarte es lo mínimo.
—Ya le dije que-
—Pensé que ya dejé en claro que no quiero que me trates de usted.
—Correcto. Ya te dije que no es necesario. Aparte, aún falta un rato para que vaya. Es recién al mediodía y aún no son las diez de la mañana.
La cara se le arruga compungida cuando busca un reloj y se topa con el del microondas sobre el mesón de la cocina, anunciando con sus números led las 9.47.
—Debe hacer mil vidas que no despierto por voluntad propia tan temprano.
Peter le sonríe compasivo.
—Debería tomar mucha agua. Eso ayudará a que se sienta como nuevo para la noche.
Gruñe sin prestarle mucha atención. Deja caer la espalda en la silla y arruga los labios en una graciosa y muda protesta.
El silencio lo hace mover nerviosamente las manos. Evalúa la mejor manera de pedirle una foto y un autógrafo. Que no pensará contarle a nadie lo que había acontecido, no implicaba que Peter no quisiera un recuerdo personal.
—A la noche, entonces —dice el hombre frente a él, dándole un suave golpe a la mesa con el puño cerrado—. Te puedo pasar a buscar y llevarte a Demons.
—De verdad que no-
—Sí, eso es perfecto —continúa sin prestarle atención—. Y cuando la recuperes, puedo invitarte a una cena. Y no, señor Peter, sin apellido, no tomaré un no por respuesta.
—Parker. Peter Parker.
—Antony Stark.
Peter se ríe con un deje de histeria. Si Harley se enterará de eso... oh, ese bastardo no lo molestaría nunca más.
—Un gusto —le sonríe cálidamente—. Pero hum, creo que se está olvidando qué día es hoy.
—¿Jueves? ¿Viernes?
—Miércoles —aclara entre divertido y preocupado por su escaso control del espacio-tiempo—. Pero me refiero al número.
Cuando parpadea sin entender, Peter se humedece la boca y lo mira detenidamente.
—14 de febrero. Dudo mucho que sea bueno dejarte ver en público con, ejem, un hombre, en San Valentín.
Tony suelta una maldición y se aprieta con firmeza las sienes.
—Claro. Puñetero San Valentín. Maldita fecha de los cojones —se queja por lo bajo—. Entiendo, debes tener planes.
—No, no los tengo. No me refería a que yo iba a estar ocupado —musita tímidamente.
Corriendo las manos de su rostro, lo mira fijo y Peter se estremece cuando le recorre con nula discreción el rostro, el torso y los brazos.
Instintivamente, mete abdomen y tensa los brazos doblados sobre la mesa, haciendo que sus bíceps se tensen contra las mangas cortas de su camiseta.
—¿Cómo es que no tienes una cita? Eres un ex militar, bombero, en la ciudad con más bi y homosexuales del mundo. ¿Cómo?
Peter se ríe agradecido, tomando eso como un cumplido. No piensa ni un segundo en decir la verdad, así que le regala una sonrisa silenciosa.
—No. Digo, en serio. ¿Tienes algún problema? ¿Eres un maldito psicópata?
—No, sin dudas eso no —ríe—. No sé. No me apetecía. Y estas fechas siempre son movidas en el cuartel. Tengo muchos compañeros casados o en pareja. Los solteros solemos tener el teléfono a mano por si algo pasa y necesitan refuerzos.
—¿Y?
—Las citas se toman a mal que las deje plantadas en San Valentín.
Rumea eso y suspira con un asentimiento.
—Aparte, imagino que usted sí tendrá planes. Y para mí no es tan problemático. Si alguna emergencia me acerca a Demons, puedo pedir un poco de tiempo para ir a retirarla y volver con ella al cuartel.
—¿Y si eso no pasa? —tercia mirándolo fijamente.
—Bueno, este mítico metro del que le hablé...
—Muy gracioso —se mofa con sorna—. Bien. Yo no tengo planes. Recién mañana tengo que volver a L.A. Así que puedo irte a buscar y llevarte por tu moto. Y mira, si me dejas plantado o esperando, le haces un favor a mi consciencia.
Peter está por negarse rotundamente, pero la voz de Harley lo taladra por dentro. Sabe bien que esa no era una oportunidad que se le presentaría dos veces. De hecho, ya era lo suficientemente surrealista que se esté presentando una vez.
No se le escapa que la cena había pasado al olvido, pero ya que lo fuera a buscar, en ese carrazo, y lo llevara por su moto... Se le acelera el corazón. Dios, era un trayecto de media hora desde el cuartel al bar. No había forma de que en ese tiempo no consiguiera una foto y un autógrafo. Podría usar de excusa una de las tantas fotos que había de él en la calle para colar el tema.
—Bien. Si eso te hace sentir mejor. No tengo problemas con que me lleves. Pero... hum, espérame a la vuelta del cuartel. No quisiera que nadie vea el auto. Sin dudas eso hará que mañana me acribillen a preguntas.
Se estremece de solo pensar en la dura encerrona que sus compañeros le harán como un deportivo pase a recogerlo. Y Peter había aprendido a decir alguna que otra mentira piadosa, pero en general seguía siendo malo mintiendo.
Estaba seguro de que la noche pasada, el encargado en Demos estaba más que dispuesto a fingir que no veía la verdad en su rostro. Suponía que tenía demasiadas ganas de deshacerse del problema ebrio que dormitaba en la mesa como para que le importe si Peter era o no bueno diciendo mentiras.
—Bien. ¿Te gusta la pizza? Puedo comprar una para llevar y comer aquí. Mi entrenador personal me arrancará la piel cuando vea lo que hice este fin de semana, pero al demonio, es San Valentín. Si no voy a follar, al menos puedo atiborrarme de calorías.
Peter envía lejos eso de no follar anulando el pequeño sonido de sus esperanzas volverse añicos. En fin, qué esperaba.
—De verdad que no...
—Termina aquí esta charla. No pienso aceptar un no como respuesta. ¿Cuál es tu número? Así puedo... —con su celular apagado en la mano, vacila y frunce el ceño.
—Mi cuartel es el 616. No necesita tener mi número...
—¿No quieres que tenga tu número? —pregunta volviendo a clavar muy fijo los ojos en él.
—No, digo... Es que si usted tiene el mío, por extensión tendré el suyo...
—Empiezo a creer que ya entiendo por qué no tienes una cita para San Valentín —dice con un tono especulativo, que no le hacía sentir para nada que estuviera saltando a conclusiones que fueran "buenas" sobre sus habilidades sociales.
Peter suelta un suspiro y decide tomar el toro por las astas.
—Es el actor más famoso de Hollywood. Imagino que no necesita que su número esté en el teléfono de un palurdo de Queens.
Tony lo mira y vuelve a darle un repaso. Esta vez Peter no siente que esté evaluándolo como un prospecto de hombre. Pero la sensación de tener tanta de su atención fija en él, igual le eriza la piel.
—Quiero salir del clóset. Pero quiero hacerlo a mi manera, a mi tiempo. Controlar la narrativa y asegurarme que no me joda la carrera —explica con lentitud y humildad—. De eso me salvaste anoche. Sé que crees que no fue nada. Que quizá no fue diferente a atender una llamada de emergencia del cuartel. Pero en mi mundo, nadie, escucha, nadie, hace algo por ti sin esperar cobrarlo. A la larga o a la corta, me lo cobrarán. Así que para mí no es poco lo que has hecho.
Peter aprieta los labios y mira la cara seria y firme del mayor ídolo de su vida. Dicen que conocerlos es malo. Que nunca salía bien. Empezaba a creer que cuando tu ídolo era Tony Stark, eso no valía.
—Bien. Si es importante para usted. Acepto. —decide al fin, pensando en que esa no sería la primera vez que una persona a la que ayudó, necesitaba de corazón devolverle el favor.
La mitad de la comida que había en el cuartel era proveniente de alguna persona a la que rescataron o ayudaron. La gente, en su mayoría, tendía a necesitar devolverles algo y la comida era siempre la primera idea que venía a su mente. Ciertamente cenar con Tony Stark era aproximadamente 3 millones de veces mejor que un gran recipiente de macarrones con queso o lasaña, pero, si lograba separar su imagen pública de la ecuación, no era tan distinto a lo que había hecho la madre a la que habían conseguido hacer tener a su hijo en medio de un embotellamiento.
—Para mí no es ninguna molestia. Todo lo contrario. Soy el que está ganando una c-cena con mi crush de la adolescencia.
Tony se ríe y menea la cabeza, guardando el celular en el bolsillo.
—Sí, para mí es importante. Ahora, apunta mi número. No quiero ni pensar en todas las llamadas perdidas del mío y prefiero no tener que lidiar con eso hasta que mi estómago acepte un litro de café.
—En verdad es mejor agua...
—Anota el maldito número, niño.
Peter desbloquea su celular y lo mira de lleno a los ojos.
—Lo anoto. Pero no soy ningún niño.
La sonrisa se le extiende lentamente por la boca. Esa vez siente cómo le repasa con lentitud los brazos y el pecho inflado.
—No, no lo eres —coincide.
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