4
Lo primero que sabe es que no está en su cama. Luego que no es la cama de ningún hotel. Lo siguiente es que Pepper le va a poner un cinturón de castidad y una correa.
Abriendo con cuidado los ojos, estudia el techo de madera veteada sobre él. No sé aprecia ninguna inclinación, así que está en un primer piso, o está en un apartamento. Recorre con la misma frialdad mental su entorno, intentando forzar algún recuerdo, así fuera vago, de lo que le depara al otro lado de la puerta. No hay nada allí. Cómo no lo hay en la habitación.
El espacio es lo suficientemente grande como para sentirse vacío y frío. Un ropero, dos puertas (presuponiendo una del baño y lo desconocido), una cómoda sin nada sobre ella y, a su criterio, la cosa más espeluznante del mundo: una silla vacía. Mal augurio. ¿Qué tipo de psicópata tenía una silla vacía en el cuarto? ¿Dónde tiraba la ropa sucia o la que ya estaba limpia, pero le daba pereza guardar?
Baja de golpe los ojos y alza la sábana. Efectivamente: desnudo.
Soltando una maldición, se endereza en la cama y gime cuando un fuerte regusto amargo sube desde su abdomen a su boca. Una mezcla de bilis amarga y ácida le hace apretar los labios. Estira por inercia la mano y suspira de alivio al ver una botella metálica, fría al tacto, a la espera. Atrapa en el acto las dos pastillas que aguardan junto al botellín. Reconoce bien el color y la forma de cada una. Antes de tragarlas les echa una pequeña mirada y confirma que quien lo llevó a casa, tenía bien claro qué muerto viviente despertaría en su cama.
Recién en ese momento es consciente del martilleo en sus sienes y el desastroso dolor en sus articulaciones. Maldición, qué mal le sentaba a esa edad la borrachera. Estaba convencido de que no hace mucho una resaca era cosa de nada.
Con despreocupación estira las manos por su cuerpo y procede a un examen más del tipo "control de daños". No nota que tenga marcas, no nota tener restos de fluidos propios o ajenos y suspira con cierto alivio cuando desliza la mano por su trasero y nota que esa parte está igual de intacta que la dejó la tarde anterior, la última vez que fue consciente de ella.
Justo a los pies de la cama ve un baúl de buen tamaño y doblado sobre él hay unos calzoncillos, unas medias, un pantalón y una camiseta. Tony toma con la punta de los dedos la camisa estilo leñador y arruga el entrecejo. Las pulsaciones se le disparan un poco, pero respira. No, él no se había tirado a un leñador de vaya a saber uno dónde. Y en Nueva York tampoco era tan raro encontrar gente con esas. Aunque sí era más que raro que pudieran entrar a Demons. Decide no entregarse a la locura, toma la ropa y se enfunda en ella decidiendo creer que él no sería capaz de salir del bar para ir a ligar a la buena de Dios. No. En el bar eran cuidadosos, no te dejaban salir sin más. Y a Tony siempre lo cuidaron. Claro que igual no iban a impedirle salir con alguien si se lo proponía.
Entra al baño primero y decide que enjuagarse la boca es lo que más necesita. Pues o el alcohol empezaba a actuar de forma extraña en su cuerpo, o había ingerido orina de gato sin saber. Gime de placer y agradecimiento cuando encuentra un vaso con un cepillo de dientes sin abrir dentro y unas pastillas de menta.
Tony era atractivo. No tan atractivo como esos críos de 20 que no paraban de respirar en su nuca, pero era un buen espécimen de hombre. No tenía todos los músculos marcados al extremo, pero se podían contar los abdominales en su torso y no había camiseta que no hiciera a sus bíceps lucir macizos. Y estaba su rostro, que posiblemente junto a su actitud eran su mejor cualidad. En resumen, era un buen partido, pero ni siquiera él se creía que habría conseguido follarse a un ángel (y olvidarlo). Ni siquiera Happy, cuando aún trabajaba como su asistente, lo consintió tanto en una borrachera.
El baño, que curiosea como cualquier persona de bien, es igual de austero. Apenas tenía lo justo, pero cuando abre el espejo y ve dentro del botiquín nota que era el botiquín más completo que había visto alguna vez. Mientras talla con furia sus dientes, agradecido con el sabor a menta que apaleaba el de orina, cogió una pequeña caja con aguja e hilo.
¿Ah?
Hace un par de gárgaras y toma la toalla. No era de muy buena calidad. Raspa más de lo que él entendía para cómodo, pero olía bien y estaba limpia. Sus ojos son dos cosas que no podía salvar. Se lava con buenas cantidades de agua, pero seguían hinchados, rojos y arenosos. Su pelo era otro pequeño desastre. Lo moja lo mejor que puede y cuando es evidente que el agua y sus dedos no podrán con él, solo lo sacude y se encoge de hombros. El resumen general no era malo. La ropa le quedaba apenas holgada, pero era del largo correcto.
Sin poder retrasarlo más, Tony suspira y se encamina hacia la otra puerta. Resiste el impulso de abrir el placard, porque con qué necesidad haría eso y sale.
Su mirada se estrella contra un par de cosas que le hacen parpadear.
Un tipo, de edad indeterminada, está de espaldas a él haciendo algo sobre la cocina. No tiene camiseta, pero tiene una buena pila de músculos bien trabajados, una cintura estrecha y dos hoyuelos en la curva baja de la espalda. Parpadea un par de veces cuando nota un trasero redondo y gordo, pero lo que lo hace congelarse es el pantalón. Conocía esos. Había usado unos en dos películas. Bombero. Sus ojos llegan al suelo y lo ve meneando los pies, al ritmo silencioso de vaya a saber Dios qué música, enfundados en un par de borcegos grandes y con aspecto de duros.
Carraspea revisando a las rápidas la estancia, de nuevo, aburridamente vacía e impersonal. No ve una sola foto por ningún lado. Ni mucho menos colores llamativos. Todo era de un chato blanco, crema y gris.
—¿Ho-hola? —horrorizado con el graznido muy poco atractivo, o humano al menos, que sale de su boca, se da cuenta de que ni siquiera intentó probar su voz en el baño.
Supone que el tipo trae auriculares, porque no gira ni hace señas de haberlo visto. Agradecido, carraspea con más fuerza y prueba su voz en un susurro. Le toma tres intentos, pero consigue hacerla sonar digna justo cuando su anfitrión apaga la estufa y se gira con un plato en la mano y la boca abierta a medio camino de cantar un solo.
—¡Mierda! —grita el chico sorprendido, echándose hacia atrás.
Tony ve la torre de panecillos tambalearse en su mano. Persigue su cuerpo con la mirada. Nota un brazo fornido, pero no deformado. Nota unas clavículas fuertes, un pecho duro y grande, con tetillas oscuras y pequeñas, una perfecta tabla para lavar ropa en su abdomen y la deliciosa línea de las caderas enmarcada por un pantalón al que le falta abotonarse los dos últimos botones; dejando expuesto a sus ojos el elástico blanco de su ropa interior.
Oh. J o d e r.
No, él no podía no recordar lo que era tener eso encima, abajo, de costado, en cuatro, llorando, rogando, gimiendo. No. Dios no podía ser tan cruel con él.
La piel blanca del chico se torna sonrosada cuando su mirada hace el camino de subida por su pecho, percatándose ahora de que Tony tampoco le dejó marca alguna en el cuerpo (cosa que extrañamente no siente que quiera agradecer) hasta llegar a su rostro.
Está seguro de que es capaz de hablar. También está seguro que se le licuó el cerebro.
Absurdamente normal.
Absurdamente corriente.
Absurdamente niñato.
Absurdamente caliente.
A ojo le tira no más de 26 años. Y a ojo sabe que quiere volver a tenerlo como sea que lo tuvo la noche anterior, pero ahora sobrio. Disfrutando en plena consciencia de aquel festín.
—Lo siento —dice el chico repuesto, retirándose dos pequeños auriculares de los oídos—. ¿Lo desperté?
Tony estaba seguro de que sabía quién era porque no era ningún dado a creer que no era así de famoso. Pero más lo supo cuando escucho el nerviosismo en su voz.
—No. Ese más bien fue el dolor de cabeza. —dice decidiendo que, si el chico pretende fingir que todo era normal, él no iba a establecer lo contrario.
Tony ya tenía medianamente decidido que quería repetir, pero no estaba seguro qué tipo de mierdas dijo o hizo la noche anterior. Si había metido la pata, debería alejarse y pagar una terapia de hipnosis a ver si saca de su maldito inconsciente aquella buena follada que le habrá dado.
—Intenté hidratarte, pero no resultó —dice componiendo una postura más recia y menos vacilante.
Tony alza una ceja cuando escucha la cerámica golpear contra cerámica al verlo dejar el plato en la mesada de la cocina y acercarse a él a paso decidido.
No está muy orgulloso de sentir que se le acelera el pulso, pero es bueno para su dignidad, que se frene en cuanto siente las manos del maldito caer en su rostro. Tony, que empieza a sentir envidia de su miembro (que parece recordar algo que él no, ya que se tensa nada más sentir el contacto de su piel tibia contra la suya) lo mira.
El chico le tantea la frente, le abre suavemente los ojos y le revisa el pulso del cuello.
—¿Haces esto muy seguido? —pregunta ligeramente perturbado con el examen concienzudo que le esta haciendo.
—Soy bombero paramédico —murmura sonriendo cuando quita los dedos de su cuello y Tony se muerde el interior de la mejilla, para no decirle que podría medirle el pulso de otra parte de su cuerpo que había empezado a palpitar—. Así qué, de hecho, lo hago. Agradece que no despertaste con un suero y una intravenosa. Supuse que iba a darte un ataque de pánico.
—Misery nos ha dejado algunas lecciones —responde solemne.
Embelesado, Tony escucha cómo se ríe. Excitado ve cómo desliza la lengua por sus labios antes de dar un paso hacia atrás y otro y uno último que casi le arranca un gruñido molesto.
—Ya. Imaginé que podría ser bastante aterrador.
—Lo agradezco. Y todo esto —añade bajando la mano para tomar la ropa entre sus dedos.
Se regodea un poco cuando lo escruta de arriba abajo. No porque se quede babeando, como Tony está seguro que él sí hizo. Si no porque lo ve apurar los ojos, abochornado, cuando termina de mirarlo.
Tierno.
—También las pastillas, el cepillo y... ¿El desayuno?
—Hum, ¿quiere algo? No le preparé nada porque supuse que iba a amanecer con náuseas. Pero puedo hacerle algo.
—¿Y tú ibas a comer todo eso solo? —arguye algo incrédulo.
Repara tarde en que es descortés expresarlo de esa manera. Pero la mesa está llena. Café, jugo, lonchas de beicon, huevo, jarabe... Una bola de náuseas le hace tener que correr rápido el rostro. Aprieta un puño en su boca y con el horror más absoluto eructa saboreando el infierno. Se inclina ligeramente sobre sí mismo, respirando a grandes bocanadas, para refrenar el vómito.
—Sí, ya decía yo que no iba a amanecer con apetito —dice el chico y Tony sabe que es un profesional, porque no se ríe, no se lo escucha alterado o preocupado. Su tono es más informativo y tranquilizador—. Pero le hice un poco de caldo —ofrece extendiendo la mano para cogerle el brazo y jalar suavemente de él, al tiempo que lo ayuda a enderezarse—. Sé que quizá no es lo que tenía en mente, pero es un mito lo de que seguir tomando ayude —le explica y Tony de repente se siente en la consulta del médico.
No la del suyo, claro. El suyo no era capaz de usar un tono tan cálido con nadie. Era un asqueroso reptiliano al que le pagaban más por qué firme a ciegas altas médicas y fármacos para las épocas de filmaciones interminables.
—Eso antes me ha ayudado —se defiende algo en guardia.
—Hum —dice nada más, extendiendo una de las sillas para él.
No tiene en claro si es un acto de caballerosidad o solo piensa que no es capaz de sentarse. Pero decide que no está interesado en saber la respuesta. Su dignidad empieza a flaquear como lo hizo la noche anterior en la barra. Y lo mejor para él es fingir que no había algo sumamente perturbador e indigno en todo lo que había pasado en las últimas doce horas.
—Entonces... Sabes quién soy.
El chico se tensa a su espalda. Pero Tony tiene sus propios asuntos. Arrugando la nariz, mueve al extremo más alejado los platos del desayuno.
—Sí, lo sé —responde el sexy bombero paramédico a su espalda.
—Oh, por Dios, no puedo ni oler esto —gruñe soltando un nuevo y poco erótico eructo cuando el olor al tocino lo ataca.
—Lo siento, señor. Ya se lo quito de enmedio.
Dando un respingo, alza indignado la vista. Es decir, sí lo llamo crío en su mente, pero eso no quería decir que el maldito lo fuera a tratar de señor y él se quedara así de tranquilo. Joder, que no eran tantos años de diferencia.
—Bueno, si sabes quién soy, puedes usar mi nombre y no decirme: señor.
El chico se endereza con el resto del desayuno en las manos y asiente solícito, antes de escapar con los platos y una jarra bajo el brazo. Lo escucha traquetear por la cocina, abriendo la heladera y haciendo quién sabe qué, mientras piensa fríamente el asunto.
Que sepa, no era muy suyo el jueguito de roles de señor y sumiso. No estaba metido en esa onda. Aunque, a veces, si la situación ameritaba...
Inclinando ligeramente el rostro por encima de su hombro, ve al chico estirarse sobre la cocina, tomando algo que está al otro lado de la barra, descansando sobre una banqueta alta. Lo estudia poniéndose una camiseta negra y aferrada al cuerpo. Pasa saliva casi sintiendo que los colmillos se le alargan. Oh joder, sí que podía verlo. Sí que podía pensar en tenerlo bien atado al cabecero de su cama, pidiéndole por favor que se lo folle.
—De acuerdo. Gracias —añade avergonzado y Tony empieza a sentirse culpable.
—Dime que no eres un fan —suplica antes de poder controlar sus palabras.
—Lo siento. Gay desde que lo vi salir en: Una cita con el destino —admite riéndose de sí mismo, con una mueca contrariada pero divertida—. Hum, debería decir gracias por eso. Eso ahorró muchas charlas incómodas en casa y momentos tensos con algunas compañeras.
Tony se hunde en la miseria. No sería el primer fan que se folla, pero hacía esfuerzos por hacerles firmar esos malditos acuerdos de confidencialidad, antes de nada. Quizá no desde la maldad, pero los fans eran los peores en guardar secretos y Tony no tenía una condenada vida siendo el semental de Hollywood como para dejar que una noche, que encima ni siquiera podía recordar, con un fan lo jodiera todo.
¿Cuántas veces sus relaciones se fueron a la mierda porque Tony no podía renunciar a su mentira? Y ahora, que al fin estaba listo para admitir al público que era gay, porque ya estaba harto de tirarse tías porque eso era lo único que podía mostrar, aparecía una nueva oportunidad de subirse a la cima de la maquinaria. Y salir por ahí con una noticia de que se tiró a un fan hombre sería lo último que necesitaba.
Quería salir del closet, pero no de esa manera. Y sin dudas no en ese momento.
—¿Hum, señ- Tony? ¿Tony está bien? ¿Anthony?
Desentierra el rostro de entre sus manos, apoya los codos en la mesa y lo ve sentarse delicadamente frente suyo. Tony lo ve hacer una mueca cuando se sienta y otro arranque de culpabilidad lo llena.
Maldita sea, qué demonios le hizo la noche anterior. Esperaba al menos haber tenido el detalle de prepararlo correctamente y de usar condón.
Dios, por favor que haya usado condón.
Estudia intranquilo la taza de café que tiene en la mano y la taza más grande y profunda que deja frente a él, con un líquido más bien verdoso.
—Caldo de verduras. Antioxidantes. Bueno —explica cálidamente.
Le debe ver la cara de asco, porque suprime una risita y carraspea.
—Media taza asentará su estómago. Anoche vomitó lo suficiente para dejarlo confundido.
—Esto sencillamente empeora.
—Si sirve de algo, su ropa sobrevivió al encuentro. Está en la secadora. Y el auto está abajo, en el garaje interno, así que... no tendrá problemas para irse.
—¿Eres un ángel o qué? —espeta empezando a odiarlo.
—Casi, nombre bíblico, Pedro. Peter.
Tony repite el nombre en su mente. No le dice nada. Nada de nada. Ni un solo recuerdo se filtra entre su conciencia e inconsciencia.
—Mira yo... lo siento, pero no lo recordaba —dice al fin, porque cómo no ponga eso en claro, la cosa rápido puede encaminarse a una catástrofe.
—No debería. No llegué a decírselo.
Mierda.
Un nuevo arranque de frustración lo llena. Es decir, había ido hasta su casa, se lo había follado, en algún momento que mejor no determinar vomitó, y no le había ni preguntado el nombre. Y el chico como regalo, lo limpió a él y su ropa, le dio pastillas para la resaca, le dio un cepillo de dientes, ropa limpia y algo para desayunar.
—Joder. Lo siento mucho. —murmura, volviendo a pasarse las manos por el rostro, apretando su cabeza, deseando que el movimiento hiciera algo por desbloquear los recuerdos—. No suelo... no hago estás cosas.
El chico no muestra nada en sus facciones. Toma un sorbo de café, mirándolo atento y expectante. Tony sabe que se merece hacer el camino de la humillación. Pero es un camino que odia transitar.
—Quiero decir. Hum. Lógicamente nadie sabe...
—Oh, lo sé. ¿Le preocupaba eso? —pregunta bajando de golpe la taza, luciendo genuinamente sorprendido—. No tiene que —jadea rápidamente, dejando a un lado la taza—. Sé que algo así... Hum, hoy por hoy no parece tan grave, pero... sé que está peleando un protagónico. Nadie lo vio salir, nadie lo vio venir aquí. Y créame, así lo hubieran visto, entre el tapado... Oh, que por cierto está en el auto, y el gorro que le puse, nadie podría haberlo notado.
Se siente como un miserable cuando la calma lo golpea. Dios, al menos algo menos de lo que preocuparse.
—Lo siento. Yo, sí... Sin dudas perdería el contrato si se sabe... lo que hicimos anoche. No esperan para nada que la publicidad pre-filmación sea que su actor estrella es... ya sabes. Y menos que anda por Nueva York follando con tíos que conoce en un bar.
—¿Perdona, qué? —pregunta Peter de repente y Tony maldice cuando una simple mirada basta para notar como se le transforma el rostro—. ¿Qué has dicho? —con la voz alterada se acomoda en su silla, mandando al infierno al pobre café.
Tony alza la vista al cielo. Okay. La jodió. Que le costaba cerrar la jodida boca diez minutos más. Su mente estaba más lenta de lo habitual. Distraída sin dudas por lo bien que lucía el muy hijo de puta con esa camiseta toda apretada y su malnacida bondad.
—Me refiero a... Ya sabes, no quise decirlo de un mal modo...
—No. No. Yo... Nosotros no follamos anoche —dice a bocajarro, con las mejillas encendidas y la vista fija en la punta de sus dedos.
—¿Qué? ¿Me quedé dormido?
—Hum, no.
—Estaba desnudo.
Peter le hace una mueca dolorida y menea la cabeza alzando los hombros.
—Ya, es que no pude evitar que hicieras eso —dice con la frente arrugada—. Lo intenté, pero como la única opción para frenarte era la fuerza física... —soltando un suspiro, menea la cabeza—. Fue más sencillo dejar que hicieras lo que quisieras.
—¿Y dónde dormiste si no es conmigo desnudo en tu cama? —murmura, quién sabe por qué sintiendo una molestia cada vez mayor.
La mirada del chico se desliza hacia atrás de Tony y es la primera vez que se percata de que en el sillón había en una pila ordenada de unas sábanas, una frazada gruesa y una almohada.
—Mierda. ¿Así de borracho estaba? —jadea entre sorprendido y abrumado.
Ya en el bar se había dado cuenta de que se le había ido la mano, pero ver esto era una nueva dimensión de lo mal que estaba. Mira que tener a un tipo como ese al alcance de la mano y no hacerle nada...
—Sí. Así de borracho —se ríe al fin y Tony no sabe si sentirse mejor o peor.
—Lo siento mucho. Seguro tenías expectativas cuando te dije o me dijiste que vengamos aquí...
El rostro del chico se vuelve a contraer y ahora Tony es quien se molesta.
—¿Qué?
—Verás... yo... anoche le diste mi número al barman de Demons. No sé a quién intentaste avisar. Pero me mandaron mensajes a mí. Cuando me llamaron... bueno en fin. Justo terminaba mi turno, dijeron que estabas solo y que necesitabas que alguien pase por ti.
—Es broma.
—Suena a eso, pero no lo es. Mira.
Esta vez no se recrea en la forma de su físico cuando se endereza. Le arrebata el celular de las manos y lee los mensajes. En ninguno dice su nombre. Lo que no le extraña, porque nadie dice el nombre de nadie por mensaje en ese ambiente. Pero si los mensajes hubieran llegado a dónde corresponden, Happy hubiera entendido el: Su jefe está en...
—No puede ser.
—Ya. Cuando al fin llegué me enteré de que era usted y... Bueno, entendí que necesitaba salir urgentemente de ese lugar y de la manera más discreta posible. No tenía el número de su representante, y si bien sé su nombre, ¿Quién me asegura que maneje sus redes o las vea a las dos de la mañana? —dice encogiéndose de hombros—. Dejé allá mi moto y me traje su auto. Le puse mi gorro, como medida extra, para que nadie lo pueda reconocer. A menos que hubiera un paparazzi siguiéndolo, no veo forma de que se enteraran de nada.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top