11
En el camión, todos iban en silencio. Peter estaba muerto más allá de lo concebible. Tenía tanto sueño que podría dormirse allí mismo. Y el calor, el movimiento arrullador de las avenidas y el sonido de la respiración de sus compañeros en sus oídos le arranca un bostezo y lo hace acomodarse mejor contra Harley.
Su amigo, que no conocía el concepto de cansancio, le da un codazo, pero como no hace lo que quiere, lo empuja para que se quite de encima. Con un gruñido se endereza y menea la cabeza con un silencioso "¿Qué?"
—¿Vas a hacer algo hoy?
Peter lo mira incapaz de creer que, luego de ese día, Harley tuviera fuerzas para pensar en citas. Peter solo quería ir a casa, comer, ducharse, dormir y volver a salir. Y hacer todo eso lo más rápido que se pudiera. Era pasada la medianoche, los equipos de rescate que se harían cargo y los bomberos que se quedaron en el edificio eran unos que venían frescos y con fuerzas. Ellos debían reponer energías si lo que querían era ayudar y no ser un estorbo.
—Eres un completo caso. —dice más escandalizado que perplejo.
—Ya empiezas a juzgar —refunfuña haciendo morritos.
—Dios, Kenner. No tienes remedio. No, no saldré. Quiero ir a casa y dormir. Y tú deberías hacer lo mismo. Mañana volveremos a entrar y más te vale que no hagas que nos quedemos atrapados bajo una pila de escombros porque tienes resaca.
—Ey, pasar una buena noche es fundamental para reponer energías —se defiende muy digno—. Entonces... ¿Este año no verás a tu chico misterioso?
Tensándose de pies a cabeza, Peter ladea el rostro y lo ve controlando cada una de sus expresiones faciales. Compone una mirada extrañada, como si le costara entender de qué habla.
—No me mires así. El año pasado llegaste con tantas mordidas que el capitán llegó a preguntarle a Pietro si teníamos que ponerte la antirrábica.
—No me lo preguntó —murmura Pietro, derrumbado a unos cuerpos de ellos, con los ojos cerrados, pero con los auriculares puestos—. Pero sí que todos te envidiamos un poco. Eso tuvo que ser brutal para que te deje así.
Un corillo de: "Sí" "Totalmente" "Brutal" "Qué asquerosos son" "Dejen de usar la línea para estas cosas", satura sus oídos recordándole que nadie se perdía jamás un chisme.
Harley le sonríe y Peter desea enterrar la cabeza bajo la arena.
—¿Lo verás? Puede ser una sexy y salvaje tradición de San Valentín —añade moviendo sugerentemente las cejas.
Peter menea la cabeza y decide no seguir con esa charla. Harley se queja cuando lo ignora completamente. Por suerte, Steven se cansa de Harley y le manda cerrar la boca a riesgo de que, de no hacerlo, va a viajar, lo que queda de trayecto prendido al lateral del camión. Su amigo refunfuña, pero cierra la boca.
Agradecido, Peter se permite relajarse. Habían pasado meses desde la última vez que ese evento salió a flote en una conversación. Estaba bien. Más que bien. Dentro de poco nadie lo recordaría y eso era lo mejor que podía pasar.
Sintiendo la fatiga y el hambre asaltarlo, baja la vista al reloj y suspira pensando en que ojalá no hubiera dejado el celular en su taquilla. No es como si tuviera a quién llamar, pero ahora que el caos, la muerte y los gritos se habían apagado, solo podía pensar en ese hombre que esperaba que todos olviden. Y, sobre todo, pensaba en que de verdad le hubiera gustado poder mandarle un mensaje para distraer su mente.
Claro que no lo haría así tuviera el celular en su mano. Peter entendió completamente el silencio al otro lado de la línea cuando ni un solo mensaje llegó. Se había intentado convencer durante una semana de que podría llegar en cualquier momento, pero para cuando pasó un mes, aceptó que todo había terminado en un encuentro casual.
Siguió en silencio las noticias sobre la película que estaba rodando. Lo veía en las fotos que se filtraban del set por las redes y recordaba lo que fue tenerlo para él una noche.
Se sintió extrañamente alejado del asunto. Como si fuera algo que no pasó. Un sueño que había tenido y nada más. Una fantasía como las que tuvo de adolescente. Lo que agradeció, obviamente. Eso le ayudó muchísimo a no sentirse tan insignificante. Al final ya se había imaginado que eso sería así. Corroborarlo dolió, pero, no tanto como si se hubiera hecho grandes esperanzas.
Aunque, en momentos como ese, cuando el cansancio lo colma y desea no tener que volver a una casa vacía y silenciosa, lo recuerda con nostalgia y tristeza. Recordaba las risas, las pullas, su nerviosismo y la forma en la que lo tocó y lo bien que se sintió. Recuerda las mil preguntas que no le hizo. Las que hizo. Las que jamás haría.
Cierra los ojos otra vez. Deja que su mente vaya a esa noche. Se aferra a ese único recuerdo, porque la realidad era que como no lo hiciera, pensaría en el derrumbe, en los cadáveres y en el olor a carne quemada. No quiere entrar ahí. Y como el último año ni siquiera se molestó en encontrar algo con lo que limpiar el recuerdo de esa noche, se aferra a ella tal como hizo luego de cada turno difícil.
—Ya hablé al cuartel, chicos. Nos espera comida caliente y la familia —dice Steven por sus auriculares y todo el equipo suelta un agradecimiento.
Peter sonríe con tristeza. Quizá no era lo que deseaba, pero era algo y no iba a quejarse. Cuando una catástrofe ocurre, todas las familias, de manera implícita, se apiñaban en el cuartel y los recibían sin preguntas. Solo estaban allí para recordarles que había una vida de verdad para ellos. Que eso era solo un trabajo y que, por más que doliera, sus vidas no habían terminado. En contadas ocasiones los recibían con los brazos abiertos y los ojos rojos. Listos para cubrirlos con amor y pesar, haciéndoles saber que no estaban solos. Que no eran los únicos que lloraban al compañero caído. Por suerte, esa vez no habría de eso. Solo comida y afecto.
El camión de Peter es el último en entrar al cuartel. Harley le da un codazo y se despide con un cabeceo. Bruno lo mira y menea la cabeza diciéndole con esa acción "Este chico no tiene remedio". Sonríe dándole la razón, pero en el fondo, creía que Harley era el más listo de todos. Si Peter fuera más inteligente, esa noche iría al bar que estaba calle abajo y se follaría al primero que se cruzara en su camino. Pero Peter no lo era y cada que la idea cruza su mente, la imagen de Tony se materializa y con ella su voz, sus manos y el cuerpo se le derrite. Duda que nada que encuentre en el bar estará a la altura y lo último que quería era ponerse a pensar en otro hombre en medio de la faena. Por el pobre hombre con el que estaría y por él elegía no cometer imprudencias.
Se arranca los auriculares, se acomoda la ropa y coge su casco del suelo. Se encamina a la puerta deslizándose por los asientos, cuando una mano en su hombro lo frena.
—Peter —lo llama su capitán, girando el torso de la parte delantera del camión—. Junta antes de bajar. Vamos a intentar dejar todo ordenado de una vez, así mañana llegamos y salimos. Van a ser unos días agitados. Buenos chicos quedaron dentro. Intenta descansar un poco —añade con una ligera vacilación.
Peter alza una ceja, pero no responde. No creía que fuera necesario que eso se lo diga a él, pero tampoco tenía energías para pelear y jurar que no haría nada que mereciera la pena esa noche. Dando un cabezazo de asentimiento se pone a ello sin rechistar en lo absoluto. El capitán le da un golpe de agradecimiento y baja del camión. Desde su asiento ve a Christine y sonríe cuando ella salta a los brazos de su marido luego de una angustiante carrera.
Con una sonrisa, mitad envidia, mitad felicidad por su capitán, se pone a lo suyo. Solían pedirle a él y a los que no tenían familia cerca ese tipo de favores. Ellos siempre lo hacían, porque negarse era retrasar el encuentro de los que tenían a su familia angustiada dentro de la sala de descanso.
Junta los cascos olvidados, las botas tiradas y acomoda los suministros de emergencias que se habían desparramado en el trajín del subir y bajar. Engancha todos los auriculares a sus soportes y desenreda los cinturones de seguridad. Cuando termina y está por bajar, el garaje está vacío y en silencio. Toma el casco y se lo carga en el brazo, saltando los últimos escalones. Antes de que se pueda alejar, su mirada cae sobre el lateral del camión. Está sucio de polvo de cemento y hollín. En silencio se pregunta si estarían los sobrinos de Pietro. A ellos les encantaba verlo limpiar con la hidrolavadora los camiones. Entonces vuelve a recordar la hora y se pone ligeramente triste. Así estuvieran, deberían estar durmiendo. Maldice. Le hubiera gustado poder jugar con ellos. Era divertido correr con ellos y escucharlos reír.
Se toma unos segundos allí solo. Inhala y exhala, dejando que el horror se termine de alejar. Fuerza una sonrisa en su rostro y se dispone a enfrentar los abrazos. Suelta un largo suspiro, empuja con firmeza los gritos aterrados y desesperanzados. Ahuyenta esos fantasmas, pese a saber que cuando estuviera solo, vendrían a por él. Cuadrando los hombros, se jura en silencio que, al día siguiente, salvaría todas las vidas que pudiera. Llevaría a casa con sus familias a todos los muertos que pudiera.
Gira imprimiendo esperanza a esa promesa y se dispone a ir al salón, pero lo que ve lo deja quieto y dudando sobre su estado mental. Anthony Edward Stark está plantado a unos pocos metros, con las manos en los bolsillos de un saco (que le queda dolorosamente pintado), viéndolo fijamente. Parpadea y menea la cabeza. Vuelve a intentarlo, pero sigue ahí, viéndolo.
Los ojos le relampaguean cuando lo recorren de arriba abajo. Y esa expresión es la que le hace saber que no, no estaba teniendo alucinaciones. Jamás lo vio componer esa expresión. No en persona. Más sí muchas veces a través de una pantalla.
—¿Qué...? —voltea la cabeza, vuelve a verlo y sigue ahí—. ¿Qué haces aquí? —musita confundido.
—Estabas metido debajo de un edificio de quince pisos que se vino abajo en medio de un incendio que consumió los tres pisos del medio y explotó parte de los cimientos. ¿Dónde más se supone que debería estar? —espeta con dureza.
Peter se estremece por la precisión. Correcto, exactamente allí estaba desde las diez de la mañana cuando estalló el pandemónium y la alerta roja sonó en cada cuartel de la ciudad.
—Me refiero aquí. Aquí en el cuartel —especifica con la lengua pegada al paladar.
La mirada que le lanza se vuelve más cálida y menos filosa.
—Según entiendo, "todas las familias gravitan hasta aquí, cuando los bomberos responden a un llamado como este". Creo que Christine dijo algo como: es la única forma de no perder los nervios.
—No somos familia —responde bruscamente, más asustado con la implicación de que le pudiera importar que cualquier otra cosa.
Le aterra dejarse convencer por sus deseos de que era algo más que solo un hombre con el que una vez folló, preocupado. Quizá lo que lo empujó allí fue lo que pasó la noche anterior a eso. Cuando Peter lo arrastró fuera de un bar gay, cuidando su reputación. No creía que fuera deshonesto cuando le dijo que Peter lo salvó de una manera que no podía ser explicada.
—No, no lo somos —reconoce con displicencia.
—No somos nada —apuntala con muy poca sutileza.
Tony aprieta la mandíbula. Lo ve acercarse sin tener el detalle de agachar la mirada. Se arrepiente al acto de decir aquello, pero es incapaz de retractarse. Así lo esperara, así fuera lo obvio, Peter se sintió fatal. Hubieron días dónde le fastidiaba verse al espejo. Días dónde se cuestionó cada una de sus acciones. Dónde se preguntó hasta caer rendido en la cama, si fue la maldita mamada en el garaje. Si eso fue lo que jodió todo. Le tomó meses dejar de odiarse por todo lo que hizo.
—También es cierto —responde con un asentimiento seco y tiene que convencerse de que suena molesto porque está siendo grosero, no por otra cosa—. No lo somos.
—Y aún así estás aquí.
—Curioso giro de los acontecimientos —dice acortando la distancia entre ellos, frenando a poco menos de un brazo de distancia.
—Extraño —lo corrige con mezquindad, porque todo su cuerpo se revoluciona ahora que puede volver a oler su perfume y la mezcla que hace con el olor a su loción y shampoo.
El olor se le había quedado prendado al cuerpo. En un acto de bajeza absoluta, Peter había comprado el mismo y se lo ponía a cuenta gotas para ir a dormir. Era la cosa más patética de su vida, pero luego de un par de noches de dormir como nunca, dejó de pelear contra sus necesidades físicas.
—¿Crees que es muy extraño?
—Pasó un año desde la última vez que supe de ti. Me parece raro pensar que no es raro.
—Puede ser —concede solo por darle la razón—. Quizá como yo te tuve tan presente, me cuesta encontrar raro que al enterarme del accidente decidiera venir.
Con el entrenamiento militar a tiro de su mano, Peter coge sus emociones y las controla. No era ese el momento de ser estúpido o dejarse debilitar por una afirmación que no podría contrastar con la realidad. Según él, y lo que la evidencia demostraba, hasta ese día, Tony ni se había acordado de su existencia.
—Supongo que no —acepta con un tono lo suficientemente escéptico como para dejarle en claro que no le cree, pero que tampoco le interesa pelear al respecto—. Si ese fue el caso, como verá, aquí estoy: vivito y coleando.
—Oh, sí. Te veo.
Peter no cae en la trampa. Así la tentación fuera grande. Los ojos lo recorren de arriba abajo. Lento. Suave. Acariciando su rostro y su cuerpo, hasta los pies. Luego vuelve a subir y Peter no jadea por lo bajo pese a que se siente transportado a su dormitorio, donde lo miró con la misma hambre, el mismo deseo.
Sofoca en calor que sube desde su vientre y se distribuye a todo su cuerpo.
—Bien. Si me disculpa...
Se frena cuando le corta el paso.
—¿Vas a volver a tratarme de usted?
—Tony, estoy cansado —murmura apretando los ojos—. Estoy realmente cansado. No es un buen día para que... para lo que te traigas en mente.
—Peter...
—Mira si quieres follar, al menos deja que coma algo y me bañe —le espeta con los nervios destrozados y a flor de piel—. Si a eso viniste, bien. Dios sabe que necesito arrancarme los pensamientos de la mente si quiero dormir sin pesadillas.
La mirada avellana se estrecha en una dura línea y Peter está muy cerca de gruñir frustrado. ¿Qué mierda era lo que quería de él? Ya suficientemente mal le sabía que lo tuviera por un jodido muñeco inflable personal. Estaba dispuesto a tragarse su orgullo por un buen revolcón. ¿No podía al menos tener la decencia de no esperar que lo hiciera sin sentirse como una mierda en el proceso?
—Estoy fuera.
—Bien —escupe—. Entonces vuelve a dónde sea que te estés quedando y no vuelvas...
—Del closet, Parker. —lo corta abruptamente—. Estoy fuera.
Peter da un paso hacia atrás. La mirada lo persigue fija en su rostro, en su reacción. La conmoción tarda un poco en pasar. Intenta impedirle a su mente que una eso con el hecho de que estaba allí. Se intenta proteger de su propia idiotez, convenciéndose de que las coincidencias aún existían en el mundo.
—¿Te declaraste abiertamente bisexual?
—No lo soy. Así que haría bien en no cambiar una prisión por otra. Soy gay. Se acabó la mentira.
Peter silva, porque puede que lo odie un poco, puede que lo culpe por el dolor que vivía anidado en su corazón, pero aquello no debió ser fácil.
—Lo siento, no lo sabía. No vi la noticia —le explica reparando en que eso debió de ser una gran noticia—. ¿Hiciste hoy un posteo? —murmura intrigado, porque ese era el tipo de cosas de las que él (y todo el país) se hubiera enterado.
—Di una entrevista. Salió hace una hora. Me tomaré un tiempo fuera de la actuación. Esperaré a que la marea baje y veré qué hay para mí cuando decida volver. —dice con mucha calma fingida. Ni siquiera él podía estar tan tranquilo con algo así—. Con suerte, mi carrera no se volverá una serie de papeles vacíos, con historias mediocres que solo se hacen para llenar el cupo.
Peter suelta un suspiro largo. Piensa en que todos se mentían un poco creyendo que ya no tenían nada contra lo que pelear. Ahí afuera aún estaban todos esos estereotipos.
—Eso espero. Aunque, igual las veré si son una mierda.
—¿Sigues siendo un fan? —pregunta con una sonrisa esperanzada y Peter detesta ser tan poco firme.
—Seguro —farfulla aceptando que una cosa no quitaba la otra. Se moría de ganas de ver su última película—. Yo... lo siento. Fue un día largo, no esperaba verte aquí. ¿Quieres comer algo? Christine no es la mejor cocinera del mundo, pero cuando la ayudan es bastante decente.
Forzando una sonrisa vuelve a intentar pasar a su lado. Tony no lo deja. Lo frena una vez más, tomándole de la chaqueta.
—Tony, en verdad... —suspira sin ánimos para pelear.
—Quiero una oportunidad.
—¿Para qué? —gruñe con el pacientrómeto destrozado en el suelo.
No era una maldita máquina. Y podía ser bueno, y tener piedad del pobre tipo que había vivido toda su vida escondiéndose, pero él también tenía sus asuntos. Y de verdad por ese día había tenido más que de sobra.
—Para poder descubrir si el que no haya podido dejar de pensar en ti ni un solo día desde que te conocí significa algo más.
Peter da un respingo y lo mira sin ganas de tener esa charla. No es que lo hubiera superado, de hecho, verlo hacía que se diera cuenta de que estaba mucho más lejos de lo que creía de hacerlo. Pero no pensaba seguir jugando. No se arrepentía, mierda, jamás haría algo como arrepentirse, pero no pensaba promover que las cosas fueran solo a peor. Tenía en claro lo que quería, lo que estaba dispuesto a aceptar y ni siquiera el mismísimo Tony Stark iba a hacerle cambiar de parecer.
—Tony, estuviste todo un año sin hablarme —le recuerda con frialdad—. Y ya dije que quiero hacerlo contigo, después de comer y bañarme. No tienes que recurrir a...
—Necesito que entiendas una cosa de mí —enuncia con un tono seco y cortante—. Una que quizá no sale en la prensa o que suelen no tomarla en cuenta porque, ya sabes, los actores actúan. —Peter se estremece cuando se aprieta contra su pecho, rodeándole la cintura con un brazo firme y duro—. No miento. No recurro al chantaje emocional. Si quisiera follar contigo, ambos podemos al menos reconocer que no sería tan difícil convencerte.
Ultrajado por la humillante verdad en sus palabras, se intenta alejar, pero el cansancio de ese día compaginado con lo fuerte que era, le impiden conseguir algo más que golpear suavemente su pecho
—Descuida mon amour, no estoy intentando decir nada malo de ti. Tampoco sería nada difícil que tú me convencieras. Si es que eres tú el que lo desea, no tendría una sola oportunidad de negarme. —Peter se atraganta cuando pega la nariz a su mentón, acariciándolo a lo largo, haciéndole cosquillas con el cabello—. Así que, convengamos que tengo inteligencia suficiente para no pensar que necesito desplegar mis capacidades actorales.
—¿Cómo pretendes que crea que no volverás a irte? —pregunta con dientes apretados.
Soltándolo ligeramente para que puedan verse a los ojos, Tony sonríe de lado. Alza la mano con cuidado, le acaricia la mejilla, pasa la punta de los dedos por sus cejas fruncidas. Llega a la línea de sus oídos y sumerge la mano en su pelo húmedo.
—No puedo demostrarlo. Tampoco puedo prometer que no lo haré.
Con una risa brusca, Peter se fuerza a alejarse un paso. La mano cae entre ellos. Tony no hace esfuerzo por retomar el contacto y pese a que duele, se mantiene estoico.
—Agradezco la sinceridad. Lamentablemente, no suena tan tentador como creerías.
—Lo sé. En el sillón de James Woo fue mucho más fácil decirle al mundo lo que sentía por ti.
Peter lo mira y por mucho que lo haga, no logra determinar si está jugando o no con él. La idea es tan... tan surreal. Tan inconcebible que tenía que ser una mentira. Una exageración como mínimo.
—¿Perdón, qué has dicho?
—Te dije que di una entrevista.
—¿Y qué tengo que ver con eso? —pregunta sintiendo como la presión en sus sienes lo hace marearse.
—¿Creíste que esta era toda la disculpa que iba a pedir?
—No recuerdo que hayas pedido perdón.
Abre la boca, pero en el acto la sierra. Alzando la mano, amasa el puente de su nariz gruñendo por lo bajo.
—Hug, esta conversación está yendo mucho, muchísimo peor de lo que imaginé.
Peter junta aire y pone oficialmente distancia entre ellos. Necesita aclarar eso y para ello, necesitaba de todas sus facultades mentales. Era claro que todos esos años trabajando con emociones lo había vuelto algo rengo en el arte de hacer caso de las suyas. Bien, Peter estaba acostumbrado a ser el adulto a cargo.
—Saliste del closet. Hoy. ¿No? —pregunta lentamente, poniendo en orden las cosas.
—Sí.
—Y lo hiciste porque...
—Porque no puedo intentar descubrir qué más hay acá si tengo que vivir escondiéndote para eso.
Ahora es él el idiota que boquea como estúpido.
—Tú no... no hiciste eso. —lo contradice por pura terquedad—. No harías algo tan idiota, frente a cámaras, por alguien que ni siquiera sabías si querría volver a verte la cara.
—¿Es una pregunta o un desafío?
—Es un pedido honesto al universo. —masculla—. Dime que no arruinaste tu carrera por mi.
—Sería mucho más romántico, o tóxico romántico, no sé, decir que sí. Pero no fue el caso. Te dije que estaba harto de esconderme. No podía vivir más en ese maldito closet. Así que como sabes, fue por mí. Por ti... solo apuré el momento. Siempre fue mi intención hacerlo una vez que pase la promoción de mi última película, pero... ya no podía esperar.
—Supongamos que eso es ver-
—Es verdad —lo corta.
—Voy a solo suponerlo por el bien de mi estabilidad emocional. —lo interrumpe alzando una mano—. Supongamos que así fuera. Podría haber esperado. Podría haber entendido que necesitabas más tiempo.
Tony menea la cabeza con una negación firme y contundente.
—Intenté durante tres meses olvidarme de lo que pasó entre nosotros. Tres malditos meses, por una noche —gruñe con evidente frustración—. ¿Sabes lo que hará en mi cabeza, si sé que puedo tenerte y me tengo que controlar? ¿Crees que me interesa una mierda esta película, o el resto de mi carrera si...? ¿Si al fin tengo lo que llevo años deseando?
Con el corazón latiendo descontrolado, Peter se aclara la garganta y masculla, la única cosa que se le viene a la mente es importante.
—¿Qué tienes tiempo buscando?
—Amar a alguien. Amarlo de verdad. Más que a mi carrera, más que a la vida de mentira que llevo.
La forma honesta en la que su rostro se contrae le hace estremecerse. Es decir, esa no era exactamente una declaración de amor, pero... pero estaba seguro de que era algo que se le parecía mucho.
—Y por qué no podrías hacer eso en silencio por un año más —le gruñe exasperado, impidiendo que sus palabras realmente lleguen a él—. No me hubiera enojado, maldición. Solo tenías que mandarme un mensaje. No hacía falta nada de esto.
Tony compone una mueca extraña. Ligeramente torturada, ligeramente incómoda. No está seguro de qué es lo que está pensando, pero está casi convencido con seguridad que no será algo bueno o agradable.
—Quería que te quede un recuerdo filmado, para que sin importar cuantas veces la joda, siempre puedas ver que... que me importas. Me importas mucho. Y Dios, en verdad, quiero que seas algo más que una relación pasajera. Y creo... que es la primera vez que siento que estoy listo. Pero seguro haré algo estúpido o egoísta. No voy a mentir aquí. —se ríe alzando las manos como pobre víctima y Peter siente una risa histérica burbujear en la base de su garganta—. Pero, siempre tendrás esa entrevista. Siempre podrás recordar que ese soy yo, siendo todo lo honesto que seguramente jamás volveré a ser. Quiero probar qué hay entre nosotros. Qué podemos hacer. Me diste una noche hace un año, mon amour, y no pude arrancarte de mi cabeza. —se queja, volviendo a cerrar la distancia entre ellos, apretando las manos en su cintura, pegando sus frentes—. Qué demonios querías que hiciera si no advertirle a todo el mundo que se prepare, porque pienso seducir al hombre más increíble del país y voy a convencerlo de que la mejor decisión administrativa, ejecutiva y sentimental que puede tomar es enamorarse de mí.
Por suerte, Tony lo tiene bien sujeto, porque Peter deja caer su bendito casco para poder rodearle el cuello con las manos y subirse de un salto sobre él. Saborea en su boca entreabierta el gemido satisfecho que suelta cuando une sus labios. Un estallido de aplausos le hace espabilar dónde estaba y con quién. Se quiere bajar, pero las manos de Tony se sueldan a su trasero, impidiéndolo. Cuando lo ve a la cara, trae una sonrisa ladina y amplia. Harley se asoma por la puerta del área de descanso, comiendo a las rápidas de un cuenco, y grita una sarta de groserías que van desde: "Ahora no te olvides de compartir" a un "Soy el próximo en la fila". Enterrando la cabeza en el cuello de Tony, le indica el camino hacia los vestidores.
Cuando Tony se encarama para las escaleras, sin que tenga que decirle, le explica que Christine le había dado un recorrido en la tarde, cuando llegó.
—¿Estás aquí hace tantas horas? —silva consiguiendo que lo suelte, cuando ya no están a ojos de sus compañeros.
—Salí de la entrevista y la primera noticia que escuché en la radio fue la del derrumbe. Ni siquiera lo pensé. Salí directo para aquí. Te intenté llamar, pero como no cogías... —menea la cabeza con los labios apretados en una dura línea—. Siempre existía la posibilidad de que solo me estuvieras ignorando. Me lo merecía. Esperaba que así fuera.
—Lo siento. No lo hubiera hecho. Así estuviera enojado, digo —le explica al ver su cara de incomprensión—. En un día de un derrumbe... si trabajas para las fuerzas públicas atiendes. No importa qué, si escuchas que suena, lo coges. Las personas que te quieren nunca saben si pasó algo o solo eres un idiota.
—Anotado. Pero, me han dado instrucciones —presume con aires—. Y se supone que no debo hablar de lo que pasó. Solo puedo hacerlo si tú sacas el tema. Sino, debo fingir que la conversación continúa desde la última vez que nos vimos.
Peter se ríe y agradece en silencio a las familias de sus compañeros.
—No quiero hablar de eso, no. Prefiero... digo, eventualmente...
—No hay apuro, cuando quieras por mí estará bien... Pero, eso nos deja en la última charla... —haciendo morritos, menea de un lado al otro la cabeza, como si no estuviera especialmente convencido de algo—. Sabes, la de hace cinco minutos fue apasionante, pero... hace un año... Creo que esa me suena a que es mejor para retomarla.
Peter frunce el ceño, cerrando tras de ellos la puerta del vestuario. Tony de inmediato lo aplasta de una vez contra la pared, tira hacia un lado la mano y, cuando pone el pasador, Peter se estremece al ver el hambre en su mirada. Las manos le vuelan solas a su uniforme para empezar a arrancárselo. Los ojos avellanas se fijan en sus manos. Con un sonido hueco, como un chasqueo de lengua mezclado con la palabra "no", le ordena a sus manos parar.
—¿Aún estás enojado? —pregunta Tony, acercándose como un cazador a su presa.
Pasa saliva mientras lo ve soltar el nudo de su saco.
—Sí —dice a pesar de que no era verdad. Pero si estaba por jugar con él, Peter no se iba a negar.
—Entonces, supongo que lo mejor que puedo hacer por ti, es darte la oportunidad de vengarte.
La cabeza le va en tantas direcciones de un segundo a otro, que tiene que aferrarse a la pared para no caerse.
—Sería lo más cortés, sí.
Tony se ríe, porque sabe que no tiene ni maldita idea de lo que hablaba.
—Bien, déjame compensarte.
Peter gime al sentir como le sujeta del bordillo del pantalón y lo empuja con firmeza a la pared. Se muerde el labio, siente las manos pasearse a lo largo de su pecho. Tony gime hundiendo la boca en su cuello y eso le hace estremecerse. Le clava los dientes con fuerza cuando encuentra la porción de piel en la que quiere dejar su marca.
Era tan primitivo e infantil dejarlo hacer eso... Y cómo le gustaba.
—¿Estás muy seguro que la compensación es para mí? —pregunta cuando Tony le abre más la chaqueta, pero no se la quita.
Con una sonrisa le separa las piernas, mete la mano dentro de su ropa interior y le rodea el miembro. Se arrodilla y Peter esta vez no se pierde de verlo con aquella camisa tan prístina, el saco tan costoso y los pantalones oscuros lamer sus labios.
—Creo que lo que sea que estés pensando, responde por mí —se burla quitando la erección que le palpitaba de dentro de su ropa.
—Puede —confirma tirando hacia atrás la cabeza cuando la lengua se desliza a lo largo de su erección.
Para cuando Tony termina con él, Peter es un desastre con marcas por todos los lugares posibles. Tiene que amenazarlo para que no se meta con él en las duchas. Cuando baja, ya cambiado y con Tony andando a su lado, Harley le mira el cuello. Suelta un grito de júbilo y sus compañeros hacen un quejido molesto, sacando cada quien su respectiva billetera.
—Son despreciables —murmura digno, agradeciendo que los juegos de Tony solo hubieran incluido una mamada y poco más.
Como le costara sentarse, se imagina que más billetes pasarían de mano en mano.
—¿Debería sentirme ofendido o feliz? —pregunta Tony con una sonrisa muy poco ofuscada o mínimamente confundida.
—Feliz estará Peter —dice Harley sonriéndole—. Entonces... ¿No tienes un amigo que presentarme? Vi tu entrevista, no creo que vayas a querer probar si otro del cuartel vale la pena.
—¡Yo quiero ver la entrevista!
Tony hace una mueca y pese a que le pide que lo haga cuando no esté presente, Wanda le da su celular con una sonrisa traviesa y le echa play al video. Se ríe cuando Tony alza las manos y se retira al otro lado de la sala.
—¿Bien? —pregunta cuando, al cabo de media hora, está solo en la mesa, con el celular apagado.
—Eso... eso fue muy...
—Intenta no decir algo empalagoso —le pide mortificado—. Suficiente tengo que lidiar con que todo el mundo lo verá.
—Gracias, Tony. Yo tampoco sé qué pasará, pero... espero que sea bueno. Prometo que intentaré que valga la pena.
Soltando un suspiro, Tony le coge la mano sobre la mesa y le acaricia los nudillos, antes de alzarla y darle un beso.
—Yo también lo intentaré. Lamento que no sea la mejor confesión del mundo, pero no voy a decirlo hasta no estar seguro. Esa es mi promesa, y esa es mi propuesta. Pero... si sirve de algo, mon amour, creo que si alguna vez alguien fue el indicado para que me enamore... ese eres tú.
Peter se ríe de lado y le da un beso lento y dentro de todo casto. Sus compañeros empiezan a soltar aullidos cada que se acercan, así que decide mantener las cosas pg13 hasta llegar a casa y poder darse un festín, comedido, teniendo en cuenta que mañana le espera un día duro y pesado en más de un sentido.
—Sé que ya son más de las doce, pero... Feliz San Valentín, Tony.
Tony le sonríe ladino, muerde su labio inferior y se acerca para darle otro beso. Peter se estremece cuando una mano se desliza por su muslo y se acerca a su maldita entrepierna. Se tensa cuando los dedos le recorren la línea de la bragueta. Tony hunde el rostro en su cuello, y, escondido de los ojos ajenos, lame su carótida hasta llegar a su oído. Los dientes se clavan en él, luego la lengua se desliza por el lugar donde seguro quedará una pequeña marca. Finalmente, los labios se pegan a su oído, al mismo tiempo que la mano bajo la mesa se cierra en torno a la silueta de su erección y la masajea discretamente.
—Feliz San Valentín, Peter —susurra bajo y caliente, deslizando la mano más abajo, buscando la parte posterior de su cuerpo—. No veo la hora de poder llegar a tu casa y darte tu regalo.
Aferrándose al borde de la mesa cuando Tony le sujeta una mano y la lleva hasta su respectiva entrepierna para que pueda sentir la erección dura que él también tiene bajo los pantalones, Peter gruñe ineludiblemente y agradece al destino que, hace un año, Tony diera mal un número de teléfono.
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