Un giro de la rueda
UN GIRO DE LA RUEDA
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel MCUoso/AU.
Pareja: Thor x Steve (thundershield).
Derechos: pos nomás aquí pasando.
Advertencias: una historia algo triste, un poco de smut y pues una dosis de esperanza que siempre hace bien como las frutas y verduras. Vamos a imaginar cosas lindas, y que todo se puede en la vida. Esta pareja es la pareja, no hay sorpresas ni tampoco cambios de último momento. Una historia de encargo.
Gracias por leerme.
*****
Meet me after dark again and I'll hold you
I am nothing more than to see you there
And maybe tonight, we'll fly so far away
We'll be lost before the dawn
If only night can hold you where I can see you, my love
Then let me never ever wake again
And maybe tonight, we'll fly so far away
We'll be lost before the dawn
Before the dawn, Evanescence.
Las Nornas hilanderas podían retomar el hilo cortado de una vida para rehacerlo si ellas lo deseaban o bien porque los Dioses eran compasivos con el alma perdida que necesitaba completar un giro de la rueda del destino. Bajo esa idea, ellos vivían en su villa, día con día trabajando duro para tener qué comer en el duro invierno, forjar las pocas armas que les permitían defenderse de los lobos cazadores que bajaban cuando no había suficiente alimento o de los invasores que siempre llegaban en tiempos apremiantes a probar sus fuerzas como su determinación por vivir. Stevein era solo un esclavo que vivía con los invasores que habían llegado a sus tierras buscando conquistarlas, lográndolo al traer consigo feroces guerreros incapaces de sentir dolor o cansancio. Había sido llevado de su comarca en las altas montañas irlandesas hacia las costas donde se construyeron las primeras villas de los hombres del Norte, sus amos.
Había sido un esclavo desde niño, su padre, si bien no fue un hombre que expresara sentimiento alguno por alguien, ni siquiera por su madre, murió defendiendo su comarca. Su madre no soportó el largo camino valle abajo, una fiebre acabó con su vida una noche de lluvia densa. Así que Stevein tuvo que crecer defendiéndose solo de todos y de todo, tan solo mirando de lejos como esos hombres con sus largas cabelleras rubias en su mayoría se adueñaban de lo que una vez pensó era su hogar. Con el paso del tiempo se le olvidó lo que sus padres le hubieran enseñado, solo entendía y vivía de las enseñanzas sobre el Padre de Todo y las Valkirias que llevaban las almas de los guerreros que morían con honor en las batallas hacia el Valhalla.
Quisieron sus viejos dioses de los árboles o las Nornas que Stevein creciera fuerte, un muchacho alto con músculos formados por tanto trabajo de esclavo, siendo ya una suerte de líder para el resto de los esclavos que procuraba no tuvieran una vida tan miserable ni padecieran tanto como a él le tocó vivir. Ya podía andar a sus anchas por la villa, algunos de los hombres del Norte le saludaban amistosos por su nombre e incluso podían invitarle un tarro con que brindar por la razón que fuese, en su mayoría era que habían conquistado otra tierra o bien ganado en uno de esos torneos donde se disputaban hasta mujeres. Stevein no se podía quejar, aunque siempre anhelaba el poder quitarse ese collar de esclavo e ir a otras tierras donde pudiera hacer una vida diferente.
—Deberías entrar a esos torneos, podrías ganar tu libertad —opinó O'Donyll, un amigo suyo— Ya te respetan, no te lo negarán.
—Solo los hombres del Norte participan en esos torneos.
—Los he escuchado hablar sobre un nuevo guerrero, viene hacia acá para hacerse de estas tierras y quitárselas al amo.
—Entonces nosotros debemos prepararnos, ellos pelearán y se olvidarán de nosotros.
—Te escuchamos, Stevein.
Los rumores no fueron falsos, para el amanecer del segundo día es que escucharon los cuernos y gritos de guerra de los hombres que seguían a un nuevo líder guerrero que poseía una fuerza bruta impresionante. Lo llamaban Donar, Señor del Trueno, porque tenía por arma favorita un martillo que hacía retumbar contra los cráneos de sus enemigos y el suelo. Al contrario de los amos que conociera Stevein a lo largo de su joven vida, este guerrero fue diferente, ni siquiera pudieron correr hacia las montañas pues fueron rodeados en un abrir y cerrar de ojos. La batalla duró toda la noche y parte de la mañana hasta que al despuntar el sol los aullidos de los hombres del Norte cantaban el nombre de Donar.
Stevein se había dedicado solo a defender a su gente, protegiendo a mujeres, niños y ancianos de las flechas, el fuego, espadas y caballos. Tuvo que matar uno que otro guerrero, con la ayuda de otros esclavos hasta que los hombres de Donar los ubicaron y acorralaron, notando que eran solo esclavos fue lo que los salvó de morir bajo esas espadas ya manchadas de sangre. Uno de los hombres llamó a su señor quien entró en la casa a donde habían llevado a todos los esclavos, algunos más temblorosos que otros, enterados de que la muerte para ellos siempre estaba sobre sus cabezas al no ser otra cosa para esos invasores que mulas de trabajo.
El gran Donar apareció, alto, envuelto en sus pieles algo manchadas de sangre sosteniendo su pesado martillo en una mano y una espada gruesa en otra, observando con unos extraños ojos azules muy calmados, diferente a lo que Stevein hubiera conocido en un líder guerrero. Largos cabellos como era usual en los Hombres del Norte, portaba una armadura distinta, que había resistido bien a sus enemigos ahora caídos por toda la villa.
—¿Quién es la cabeza? —demandó Donar, con voz ronca.
—Yo —Stevein se adelantó, apenas si inclinando su cabeza.
—Ahora trabajan para mí.
—Sí... amo.
Agradecieron que esta transición fuese menos sangrienta para ellos, no para el resto que pereció si no durante esa refriega más adelante por los juegos que solían hacer con sus vencidos hasta matarlos para honrar a Odín con su sangre. Stevein solo observaba de lejos, llevando paja sobre sus hombros para los caballos de los guerreros, escuchando sus risotadas o esa lengua que sonaba como dos piedras chocando entre sí hasta romperse. La conocía de haberla aprendido a la fuerza, no le gustaba mucho, prefería su lengua materna que sabía hablarle a los árboles aunque ya poco recordaba el cómo.
—Stevein, el príncipe te busca.
Como tenía buena mano para domesticar caballos, no se le hizo extraño que lo invocara Donar para que amaestrara los animales que recién había capturado en sus exploraciones hacia las altas montañas. El príncipe miraba con orgullo sus nuevas presas, girando su cabeza al escuchar los pasos en el lodo de Stevein, quien lo saludó con una reverencia al llegar a su lado, sintiéndose extraño pues nunca otro amo había hecho eso, reunirlo entre sus mejores guerreros para hablarle como si fueran conocidos.
—Amo.
—Hablas con los caballos y ellos te obedecen.
—Así parece, mi señor.
—Míralos a todos, busca el que te parezca más saludable, ideal para cazar.
El joven irlandés lo hizo, eligiendo un semental blanco que tenía una marca en uno de sus cuartos traseros, una suerte de mancha en forma de estrella.
—Ese.
—Entrénalo, cuando lo tengas listo, vendré a verlo.
—Sí, amo.
No era difícil, el caballo en verdad lo entendía y Stevein le tomó cariño, suspirando porque sin duda era un animal con suerte pues los caballos bien amaestrados que servían obedientemente a sus amos siempre se marchaban cuando estos los hacían a sus tierras allá en el frío Norte. Una suerte que no aplicaba para él, no sabía de hecho qué pasaría cuando Donar se cansara de ellos. Cuando el caballo estuvo listo, se lo presentó a Donar, quien sonrió, acariciando el lomo blanco antes de volverse hacia Stevein.
—Bien, es tuyo.
—¿Amo?
—Lo usarás para cazar, porque cazarás para mí.
—Sí, mi señor... gracias por tu obsequio.
—Siendo el capitán de tu gente, presumo sabes cazar.
—No soy muy diestro, pero haré mi mejor esfuerzo.
—En ese caso, te enseñaré cómo y qué deseo que caces.
—Aprenderé, amo.
Fueron días curiosos para Stevein, porque cabalgaba al lado de ese gran líder que todos respetaban y temían por igual, aprendiendo más del arco como de el hacha pequeña para atrapar presas grandes que se servían en la mesa de Donar, otras más modestas para los esclavos pues la fuerza y valentía del joven irlandés habían agradado al Señor del Trueno, permitiéndole esos pequeños gestos de amabilidad que se quedaban en la memoria como en el corazón de ese esclavo quien vio llegar el día en que su amo lo llamara para retirarle el collar, arrojándolo a la pila de basura con un ligero gruñido que lo hizo sentir mucho más cercano al príncipe.
—Dime, Stevein, ¿qué tan lejos queda tu hogar de aquí?
—Bastante lejos, toma varias lunas.
—¿Crees que aun esté de pie?
—No lo sé, amo.
—Donar, dime por mi nombre.
—Pero...
—Tienes una mirada curiosa, Stevein, pese a la vida que has llevado y que portas un collar, eres más libre que cualquiera de mis hombres.
—Mi señor, yo no me atrevería...
—Conmigo no tienes que fingir, sé que no somos bienvenidos —asintió Donar, mientras cabalgaban por un páramo— Odín nos llama a la aventura, las Nornas lanzan sus hilos más allá de las aguas congeladas que rodean nuestras tierras. Pero eso no me ciega al desprecio en los ojos de quien ha tenido que aprender a inclinar su cabeza por falta de fuerza para defenderse.
—Hemos sido tratados mejor que antes, no tenemos quejas en estos momentos.
—Salvo su libertad.
—Amo...
—Donar —sonrió este.
—Donar... sabemos que no es tan fácil, ni tampoco tenemos la certeza de que si nos liberaran, no caeríamos en las manos de alguien más.
—O puede que no. Ir más allá de esas montañas es demasiado riesgo para nosotros, si se marcharan del otro lado, nadie los seguiría.
—¿Estás... ofreciéndonos un escape? —Stevein arqueó una ceja.
—Tal vez. Me gustan las cosas que son por voluntad, siempre he sido alguien que aprecia la sinceridad y la lealtad nacidas de un corazón honesto. Saber que hay gente maldiciendo mi nombre al dormir no es una forma ideal de tener el sueño tranquilo.
—Pero hay otros invasores menos cordiales, Donar. Lo cierto es que aunque nos fuéramos lejos, esos invasores, fuese por orgullo o envidia, nos cazarían. Estamos mejor con ustedes, al menos hasta que podamos tener algo más seguro.
—Me parece un buen trato.
—¿Donar?
—Dime, Stevein.
—¿Por qué estás dándonos esto?
—Un guerrero que anhela entrar al Valhalla no solo debe morir con honor en el campo de batalla, debe tener un corazón lleno de gloria que la Valkiria pueda tomar y presentar al Padre de Todo. No basta haber sido una espada certera, también se necesita una vida digna donde se halla hecho siempre lo correcto.
—Eres muy diferente a los demás y doy gracias a las Nornas por eso.
—Igual tú —sonrío Donar con sus ojos fijos en el joven irlandés— Desde que te conocí te me figuras como un águila que observa tranquila antes de batir sus alas y elevarse hacia las nubes hasta perderse.
—... jamás alguien me había dicho eso.
—Tampoco habías conocido a un hombre del Norte como yo —bromeó el guerrero— Entonces es un empate. Después de todo, eres un guerrero para mí.
Stevein sonrió, extrañado no solo de las palabras que escuchara de Donar, sino de esa cálida flama que apareció en su pecho con ello. Eso hizo que los días que pasara junto al príncipe fuesen más claros que otros, se sintiera como si una parte de él marchita por las desgracias y los malos tratos floreciera de nuevo en un campo amplio que no tenía fin. Antes de que se diera cuenta, esperaba con ansias el momento en que Donar lo llamaba a su lado ya fuese para escuchar su opinión sobre los caballos o bien para salir a cazar juntos aunque el joven irlandés ya fuese un experto haciéndolo solo.
Vino una nueva estación, Donar zarpó buscando islas alrededor que conquistar, puntos de guardia para las villas ya establecidas. Stevein lo miró partir desde lo alto de un risco, preguntándose por qué sentía que iba a extrañar al Señor del Trueno cuando jamás había sentido semejante inclinación con sus antiguos amos. Incluso llegó a sentir preocupación de que algo malo le sucediera, contando los días que pasaron demasiado rápido para su gusto hasta que de nuevo avistaron en el horizonte las velas con el símbolo del martillo, trayendo una sonrisa que había desaparecido en el joven rubio durante todo ese tiempo, corriendo a las costas para recibir al príncipe.
—Bienvenido de vuelta, mi señor.
Donar le sonrió, palmeando su hombro al llegar a su lado, cansado pero feliz de haber recorrido nuevas tierras y explorado otras aguas. Se hizo el festín en el salón principal con presas de caza que llenaron los estómagos de todos los guerreros además de las jarras de vino que rápidamente se vaciaron. La fiesta duró hasta la madrugada, los hombres del Norte cantaron hasta caer de borrachos. Stevein se quedó afuera, envuelto en una capa de piel observando esos luceros en lo alto cuando el príncipe salió del salón, no estaba ebrio, parecía más que buscaba algo de aire fresco antes de una nueva ronda de jarras y carne asada entre risotadas o bailes alrededor del fuego. Los dos se quedaron codo a do observando el paisaje nocturno de esos amplios campos.
—¿Fue una buena estación en mi ausencia? —preguntó Donar en voz baja.
—Siendo sincero, no lo fue.
—¿Por qué?
—Faltaba algo.
El príncipe giró su rostro, observando atento el del joven irlandés. —¿Qué te faltaba?
Stevein también giró su rostro, notando lo muy cerca que se encontraban uno del otro. Se perdió en esa mirada fiera y bondadosa al mismo tiempo, no supo por cuánto tiempo, solo que de pronto su espalda chocó con una pared y algo de techo de paja mientras la boca de Donar se estampaba la suya como si deseara robarle todo el aliento de vida que tuviera. Un fuego nació en su entrepierna, no le fue del todo desconocido, una que otra vez el joven había pasado noches frías en los brazos de alguien más. Lo que lo hizo diferente fue que deseaba más de esas manos recorriendo toscamente su cuerpo, volver a sentir esa erección bajo los pantalones del Señor del Trueno tallarse contra su cadera, el aliento caliente sobre su cuello o el sabor del vino de esa lengua enredándose con la suya.
Buscaron uno de los graneros donde meterse aprisa, porque las ansias del príncipe igualaron las de Stevein, dos pares de manos chocando entre sí al buscar deshacer los amarres y quitar la ropa estorbosa que impedía que jugaran más. El cuerpo de Donar sin duda era de esas leyendas que tanto contaban en sus fiestas o ceremonias, ancho y fuerte con las heridas de guerra que portaba orgulloso. Stevein las acarició en una mezcla de admiración con deseo, lamiendo algunas para escuchar un corto jadeo ronco que escapó de la boca del hombre del Norte, dejando que este hurgara en su cuerpo, esas manos gruesas apretando, jugando cuando bajaron a su entrepierna.
—Tienes una buena espada —Donar sonrió juguetón.
—Es la sangre irlandesa.
Cayeron sobre paja seca, riendo por ninguna razón en especial. Donar atrajo a Stevein, buscando que sus dos miembros ya erguidos se rozaran entre sí, antes de besarlo una vez más. El contacto erizó la piel del joven irlandés, separándose unos momentos para bajar una mano entre sus cuerpos, ambos recostados de lado. Tomó con firmeza ese pene hinchado, sintiendo claramente como resaltaban sus venas por lo tenso que estaba poniéndolo al recorrer con sus dedos toda la piel rojiza igual que la punta que ya dejaba escapar un líquido. El guerrero gruñó un poco al excitarlo de esa forma, empujando a Stevein contra la paja, tomando el control al besarlo desde su cuello hasta llegar a su erección que sin más tomó en su boca.
—¡Donar!
Las manos de Stevein tiraron de las finas trenzas del Señor del Trueno, maldiciendo a su manera su nombre cuando le chupó con tanta fuerza que pensó terminaría corriéndose en su boca, esa lengua que delineó todo su miembro, jugando con él hasta que el joven lo atrajo a su rostro, probando de si mismo y siendo su mano ahora la que apretara y pellizcara la sensible piel del guerrero, quien rió juguetón, volviendo a arrastrarse entre sus piernas. Levantó sus caderas lo suficiente para seguir lamiendo hasta que llegó a su entrada, haciendo respingar a Stevein con una maldición en su lengua materna que solo encantó más al príncipe, quien regresó a su pecho, mordiendo uno de sus pezones con una mano explorando ese pequeño punto, empujando un dedo.
—N-No soy... tan delicado... —reclamó Stevein con las mejillas rojas, no supo si por el vino contagiado por esos besos o sentir los dedos de Donar en su interior.
—Jamás he pensado eso de ti.
Con un brazo sujetándolo por la cintura, Stevein se giró, quedando boca abajo con el cuerpo de Donar cubriéndolo, empujando su erección entre sus nalgas y haciendo que se estimulara contra la paja por lo mismo, gimiendo ansioso porque esos dedos que lo habían dejado lo pusieron más ansioso de lo que estuvo por admitir bajo esa mirada juguetona, llena de lujuria que le regaló el príncipe, empujando con esa firmeza conocida. Stevein se arqueó, tenso al principio, pero aceptando luego la invasión un poco dolorosa que se fue transformando en placer conforme Donar fue deslizando entre sus paredes, llegándolo de una forma tal que en verdad sintió como si ya no pudiera borrarse al príncipe de la piel.
Se abrazaron una vez que Donar estuvo completamente dentro del joven, este recibiendo un beso en su hombro y otro en sus cabellos despeinados con algo de paja. Las caderas del príncipe se movieron, saliendo de Stevein con lentitud, regresando en un empuje que lo hizo exclamar en voz temblorosa el nombre de Donar, este riendo contra sus cabellos, abrazándolo mejor cuando empezó su vaivén, a veces tan lento que el irlandés levantaba sus caderas buscando restregarse más contra el guerrero y sentir mejor esa erección palpitar en su interior por haberlo apretado lo suficiente. Otras veces el Señor del Trueno pareció estar en una batalla, golpeando un punto en Stevein que casi lo hizo desmayarse del placer, corriéndose entre la paja más de una vez.
Quedaron satisfechos poco antes del amanecer, ambos tumbados boca arriba observando el techo de madera burda del granero, algunas ratas corriendo por entre los soportes, el sonido de los animales cerca que ya despertaban al percibir la claridad del día en el horizonte. Donar buscó de nuevo los labios del joven, perdiéndose en un beso lento y terminando con sus frentes unidas por un largo rato antes de ponerse de pie, vestirse entre risas para comenzar el día. No todos estaban tan ebrios, la actividad en la villa recobraría su dinámica hasta pasado el mediodía cuando las jaquecas por el vino hubieran pasado entre todos los guerreros, dedicándose a sus labores usuales.
No sería la última vez que Stevein y Donar estuvieran juntos, se vieron más veces en otras ocasiones, durante las cazas en las que solamente iban ellos dos, a veces el príncipe llamaba a su sala privada al joven irlandés o bien en las noches que fueron haciéndose cada vez más frías con la llegada de un invierno que sería cruel con todos ellos pues no llegó solo, trajo consigo un cuervo de la desgracia. Escucharon de mercaderes en las costas sobre otros invasores, hombres que portaban máscaras pálidas vestidos en negro que no dejaban prisioneros vivos ni tampoco gustaban de los esclavos, todo moría bajo sus espadas, robándose ganado, alimentos, trigos y mujeres para que les dieran hijos que entrenar.
—Les llaman Espíritus Oscuros —contó uno de los hombres de Donar en una reunión en la que Stevein se encontraba al servir la mesa del príncipe— No tienen ánimos para negociar o darse por vencidos, esto último nos debería preocupar.
—¿Avanzan hacia aquí? —cuestionó el Señor del Trueno.
—Todavía no, pero están cerca.
—Debemos prepararnos.
—Ordena, mi príncipe, nosotros obedeceremos.
A Stevein no le gustó esa noticia, en su corazón hubo un mal presentimiento que compartió con Donar en cuanto pudo hablar con él a solas.
—No es la primera vez que tenemos enemigos así, despeja tu mente de esas nubes.
—Jamás había escuchado de estos Espíritus Oscuros.
—Que no sean conocidos no los hace invencibles, Stevein.
—Solo... ten cuidado ¿de acuerdo?
Donar le sonrió, tomando su rostro entre sus manos para acercarlo y darle un beso largo, enredando su lengua con la del joven hasta que ambos quedaron jadeando por aire.
—Viene el invierno, no se acercarán porque los pasos se cierran, tenemos esta estación para armarnos con inteligencia.
—Que las Nornas nos protejan.
Los campos se cubrieron de nieve igual que los techos, las noches fueron más oscuras con vientos muy fríos que requirieron mucha leña, sin que tuvieran noticias de esos extraños con sus máscaras pálidas. Stevein se amonestó por haber caído presa de miedos infundados, buscando a Donar en sus aposentos una de esas noches con tormenta de nieve que obligó a todos a resguardarse bien. El príncipe le recibió, teniendo el calor adecuado al entregarse a placeres que los hicieron olvidar del peligro, quedándose dormidos con un fuego iluminando la recámara y un abrazo placentero que los llevó a un sueño pesado.
Demasiado pesado.
Donar fue el primero en despertar porque escuchó el llanto lastimero de uno de los perros vigías no muy lejos de su casona, despertando a Stevein para que alertara a los demás. No fue el único alertado por ese gemido de muerte, otros guerreros también salieron con antorchas bajo esa tormenta que no les permitió divisar en las sombras a los Espíritus Oscuros cuyas espadas negras buscaron sus corazones. Mientras Stevein despertaba a los demás para sacarlos de ahí y llevarlos a las cuevas cercanas donde podrían refugiarse lejos de la batalla, el Señor del Trueno hacía retumbar su martillo contra esos rostros pálidos que estaban masacrando la villa como si el frío y la nieve no fueran impedimento.
—¡Son demonios! —chilló una anciana, aterrorizada.
Fuese verdad o mentira, a Stevein esas palabras le trajeron un escalofrío que no le gustó, dejando a su mano derecha a cargo de la fuga, porque se decidió a volver donde Donar. Columnas de fuego ya iban elevándose en la tormenta cuando la villa fue incendiada, los hombres del Norte estaban entregando su vida a una pelea salvaje, sus espadas cayendo como si solo fueran juguetes de niños. Los ojos de Stevein buscaron la figura del príncipe, a quien encontró enfrentando un grupo de esos demonios, haciendo pedazos sus cráneos con su martillo. Por unos instantes, la sonrisa del joven fue de alegría, hasta que el fuego alrededor le permitió ver que su cuerpo mostraba los mangos de espadas clavadas en su pecho y piernas de enemigos caídos ya.
Stevein corrió hacia el Señor del Trueno, buscando algo con que defenderlo a tientas. Solamente encontró una larga cacerola en la nieve que usó de escudo cuando lanzaron flechas a Donar, llegando a su lado para verlo sonreírle con sangre corriendo por entre sus labios. Resistiendo a las lágrimas que jamás pensó volvería a derramar, el joven luchó al lado del príncipe hasta que este cayó por la sangre derramada a causa de tantas heridas, teniendo alrededor un número asombroso de cuerpos que su martillo envió como obsequio a Odín antes de que llamara una de sus valkirias para recoger el espíritu de Donar.
—¡No! ¡Donar!
Esa capa que siempre le viera portar estaba rojiza de tanta sangre, manchando la nieve alrededor. Los ojos de Donar fueron perdiendo brillo, alzando una mano para tocar el rostro de Stevein, sujetando con firmeza su martillo.
—Una muerte digna...
—¡Donar!
—Eres libre, no mueras aquí.
—¡DONAR!
El Señor del Trueno murió en los brazos de Stevein, quien gritó en rabia, llorando al ver ese rostro perder su color. Los Espíritus Oscuros seguían atacando pese a su bajo número, queriendo ver muerte y destrucción más que una victoria sin pérdidas. Stevein entrecerró sus ojos, cegado por el dolor. Dejó el cuerpo de Donar en la nieve, tomando esa suerte de escudo que usó para atacar como si fuese una arma extraña que hizo caer a más de esos demonios. No paró hasta que no quedó ninguno, la tormenta pasó para entonces y el sol se asomó por un costado, dejando ver la masacre ocurrida.
Los hombres del Norte sobrevivientes fueron testigos de cómo ese joven irlandés fue hacia donde yacía el cuerpo de Donar, el Señor del Trueno para hincarse a su lado, acomodando sus manos sobre su pecho con el martillo entre ellas, haciendo una oración con una tos de sangre pues Stevein había sido herido de muerte, solo que su rabia fue tanta que ni siquiera se percató del momento en que espadas y flechas atravesaron su cuerpo. Igual que los Berserkers, Stevein no paró hasta que su sed de sangre y venganza fue saciada, volviendo a donde el príncipe a quien despidió, suspirando largo antes de quedarse quieto así, sentado a un lado del guerrero.
Así es como se forjaría la leyenda sobre los feroces combatientes irlandeses, igual que se contó la historia de Donar, Señor del Trueno que venció a los Espíritus Oscuros en una noche de tormenta cuando nadie había podido con ellos. Tanto Donar como Stevein tuvieron sus funerales, sus almas quedarían en el Valhalla según las tradiciones hasta que las Nornas decidieran que podían darles una segunda oportunidad. Solo ellas que pueden ver el futuro entienden qué hilos tomar, qué hilos cortar y qué hilos remendar. En lo que fue un solo parpadeo para ellas, el tiempo transcurrió, el mundo cambió como las estrellas que un día están y al otro no.
Fue la voluntad de las Nornas que aparecieran los semi dioses buscando glorias, que entre ellos naciera un valiente guerrero al que llamaron Thor Odinson, el Señor del Martillo que atravesó los Nueve Reinos en busca de aventuras hasta que las Nornas lo empujaron hacia Midgard. Ahí, en un bosque en plena noche, combatió con un hombre que portaba un escudo con una estrella dorada en el centro que le hizo frente sin titubear ante su poder. Thor encontraría un rival digno que lo hizo recapitular sobre sus acciones, un guerrero de buen corazón como se pudo dar cuenta una vez que los dos se calmaron y hablaron en paz, presentándose.
—Steve Rogers —saludó este con una sonrisa cordial.
—Thor Odinson.
—Dicen que eres un semi dios.
—Aye. ¿Tú eres...?
—Capitán, me dicen Capitán América.
Se sonrieron, sin que sus ojos pudieran despegarse uno del otro porque de pronto sintieron como si esa conversación ya la hubieran tenido. Como si se hubieran conocido tiempo atrás. Solo que Steve estaba muy seguro de haber recordado a alguien como Thor y este sin duda no olvidaría una figura envuelta en un traje ajustado con ese peculiar escudo que le hizo pensar en todas esas noches que miró tan distintos firmamentos preguntándose porque sentía ese hueco en su pecho y justo en esos momentos parecía que la respuesta se hallaba frente a él.
—Nosotros tenemos la idea de que las almas recorren diferentes caminos en la rueda del destino que gira sin parar —comentó Thor, observando al Capitán América— Puede que los giros cambien el cuerpo, pero no toca el espíritu. Me pregunto si no has andado por estas tierras antes, Steve Rogers.
—No soy de este tiempo... ¿eso sirve?
—¿Qué?
—Es una historia larga que contar.
—Me encantaría escucharla.
—¿Sin rencores? —preguntó Steve refiriéndose a los golpes.
Thor rio divertido. —Estaban bien merecidos. Tú guías, Steve.
—Gracias, Thor.
Podía ser que los hilos que las Nornas tejen sin cesar, separen a las personas, pero también es posible que los vuelvan a reunir. Muchos dicen que si esos espíritus son nobles y agradan a los Dioses, las Nornas les darán una oportunidad más de vida, en un giro más de la rueda.
F I N
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